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Versión Completa: CALDERA DE LUBA
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El fantasma del Blog
Trump se mofa de los países que piden negociar los aranceles:



“Me están besando el culo”




“Por favor, por favor, hagamos un trato, haré lo que sea, haré lo que sea, señor”, asegura el presidente de EE UU que le han dicho tras la entrada en vigor de los nuevos gravámenes





El País
09 ABR 2025 - 11:45 CEST



Ante las risas y aplausos de sus compañeros republicanos, vestido con esmoquin y pajarita, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha mofado de los países que quieren negociar los aranceles que ha impuesto de manera unilateral. Y ha caído directamente en la grosería: “Os digo que estos países nos están llamando, besándome el culo. Se mueren por hacer un trato: ‘Por favor, por favor, hagamos un trato, haré lo que sea, haré lo que sea, señor”, se ha burlado en una intervención durante la noche ante el Comité Republicano.


El presidente estadounidense ha hecho estos comentarios horas antes de la entrada en vigor de los aranceles que gravan las importaciones de Estados Unidos. La Casa Blanca asegura que 70 países han comenzado a negociar una reducción de los aranceles a cambio de medidas que permitan corregir los desequilibrios comerciales con EE UU. Las partidas adicionales de los mal llamados aranceles “recíprocos” que Trump anunció el día 2 han entrado este miércoles en vigor, incluyendo un castigo complementario para China de otro 50 % que supondrá que las importaciones del país asiático cargarán con un 104 %, un 20 % para la Unión Europea (UE) y gravámenes de hasta el 50 % adicional para más de medio centenar de países.
El fantasma del Blog
La peligrosa enfermedad de la soberbia



Tras sembrar durante años dudas sobre las vacunas, el secretario de Salud de Trump cuelga en X fotos con los padres de niños que han muerto por hacerle caso





Natalia Junquera
Madrid
09 ABR 2025 - 05:00 CEST




Robert F. Kennedy Jr., secretario de Salud de Donald Trump pese a carecer de cualquier cualificación médica —es abogado— y ser un reconocido antivacunas, tuiteó el domingo, tras la muerte de Daisy Hildebrand, una niña de ocho años, por una enfermedad perfectamente controlable en un país desarrollado lo siguiente: “La forma más eficaz de prevenir la propagación del sarampión es la vacuna”. El mensaje en la red social de su colega Elon Musk supera los 6.400 comentarios, muchos de ellos criticando a Kennedy por rectificar y vinculando las vacunas, como él ha hecho durante años, con el autismo.




Imposible deshacer en un solo tuit una hemeroteca llena de bulos sobre la falta de seguridad de las inyecciones. Ya hay un ejército más papista que el Papa, y uno de sus generales es Del Bigtree, quien fue director de comunicación del propio Kennedy en la campaña presidencial y productor de un documental antivacunas. Otros tuiteros recordaron al sobrino de JFK que en el prólogo de un libro publicado en 2021 escribe que las grandes farmacéuticas —contra las que pleiteaba como abogado— y la Administración habían “engañado” a los padres haciéndoles creer que ese virus, uno de los más contagiosos, podía ser mortal y que las vacunas eran seguras y efectivas. También recetó vitamina A y aceite de bacalao para los que lo contrajeran y llegó a asegurar que pasar la enfermedad protegía contra el cáncer.




El post de Kennedy después de morir Daisy recuerda que otro pequeño, Kayler Fehr, de seis años, falleció en febrero por la misma enfermedad y que el “brote de sarampión” suma 642 casos confirmados en 22 Estados, 499 de ellos en Texas. Su mensaje en X tras las trágicas y evitables muertes de ambos niños tiene 252 palabras y repite hasta en seis ocasiones “yo”: “Yo vine hoy al condado de Gaines, Texas, para consolar a la familia Hildebrand”; “yo conocí a la familia de Kayler”; “yo desarrollé un profundo afecto por otros miembros de la comunidad en este difícil momento”... Nada parecido a un “yo estaba equivocado, pido a los padres que me disculpen y que olviden todo lo que he dicho”.




La desinformación y las teorías conspiranoicas encuentran a menudo un gran aliado en la soberbia. Frente a los consensos, incluso cuando son científicos, el arrogante obtiene en los bulos, por ridículos que sean, la posibilidad de creerse más listo que nadie o que casi todos —la eficacia de la vacuna del sarampión asciende al 97%—. Mientras el humilde siempre está dispuesto a escuchar, especialmente a los que saben de aquello de lo que él desconoce —enfermedades, por ejemplo—, el soberbio cerrará los ojos ante la evidencia y se agarrará a la oportunidad de sentirse superior, rebelde, antisistema.




Ese juego de gratificaciones al ego explica buena parte de los liderazgos que hoy traen al mundo de cabeza. En la de Trump, la guerra comercial resulta una excelente idea; la OMS es una “estafa corrupta” que había que abandonar inmediatamente y la covid, algo que podía tratarse con lejía o luz solar. Por ahí andaba también Robert Kennedy Jr., entonces abogado raso, pidiendo formalmente a la Administración que no autorizase las vacunas contra el coronavirus que salvaron miles de vidas y permitieron al mundo recuperar la normalidad.




En su fanatismo ególatra han inventado un concepto tan absurdo como “la ideología de la salud” por la cual quienes vigilan por el bienestar de la población son, en realidad, agentes políticos al servicio de intereses oscuros. Trump llegó a asegurar que el Gobierno de Joe Biden había destinado ocho millones de dólares para crear “ratones trans”. En realidad, se trataba de estudios para investigar sobre distintas enfermedades y su tratamiento para transexuales y para el resto de la población. La enfermedad más peligrosa, a veces, es la soberbia. En lugar de rodearse de los mejores, Trump ha elegido un Gabinete a su imagen y semejanza, colocando a pirómanos a apagar los incendios, hombres como Robert F. Kennedy Jr., que, tras sembrar dudas durante años sobre las vacunas, ahora cuelga en su cuenta de X fotos con los padres de los niños que han muerto por hacerle caso.
El fantasma del Blog
La crisis de la vivienda acorrala a los jóvenes de Nigeria: alquileres dos veces más caros que el sueldo medio




Las principales urbes —Lagos, Abuya y Port Harcourt— experimentan una rápida urbanización en uno de los países con el crecimiento demográfico más alto del mundo y donde el 63% de la población tiene menos de 24 años





Hussain Wahab
Abuya (Nigeria)
09 ABR 2025 - 05:30 CEST



Hace dos años, Akanji Abdullahi dejó su ciudad natal en Oyo para mudarse a Abuya, capital de Nigeria, en busca de mejores oportunidades. El joven de 28 años consiguió un trabajo remunerado con 250.000 nairas nigerianas (148 euros) en la capital, pero su entusiasmo duró poco. El alquiler de una casa en Wuse 2 —cerca de su lugar de trabajo— superaba el millón de nairas, obligándolo a rechazar la oferta y conformarse con menos. “Estaba desesperado por encontrar alojamiento en Abuya”, recuerda Abdullahi. “Al final, acepté un trabajo de maestro en Byazhin, una zona remota [a unos 40 kilómetros de Abuya], donde el puesto incluía vivienda y, en ocasiones, comida. Sin embargo, el salario era demasiado bajo: solo me pagaban 15.000 nairas [9 euros] al mes durante dos años”, cuenta a EL PAÍS Abdullahi que, debido al escaso sueldo y las falta de perspectivas, decidió renunciar y dejar Abuya.



Su experiencia, que aún viven otros jóvenes, refleja una crisis generalizada de acceso a la vivienda en el país más poblado de África y en una de las mayores economías del continente. No es un problema menor si se tiene en cuenta que Nigeria es uno de los países africanos con mayor porcentaje de población joven ―un 63% de sus habitantes tiene menos de 24 años― y uno de los que tiene una tasa de crecimiento demográfico más alto. Naciones Unidas ha alertado, además, de que “la tasa de crecimiento de la población urbana de Nigeria (4,1% anual) ha experimentado un aumento casi dos veces más rápido que el crecimiento nacional”. Se calcula que el país tiene un déficit de más de 17 millones de viviendas.



Esta explosión de la población urbana, entre otros factores, ha conducido a que en Lagos, por ejemplo, el coste medio anual por el alquiler de un piso de una habitación sea de 2,2 millones de nairas al año (1.295 euros), con precios de principios de abril de 2025, aunque puede variar según la zona que se elija para vivir en la ciudad más grande Nigeria. De acuerdo con el portal inmobiliario, Nigeria Property Centre, los precios van desde las 300.000 (177 euros) hasta los 59 millones de nairas anuales (34.742 euros). En contraste, el salario promedio de muchos jóvenes profesionales apenas ronda los 1,2 millones de nairas al año (713 euros). Esta disparidad hace que sea prácticamente imposible que los jóvenes profesionales puedan permitirse un alojamiento decente en las grandes ciudades sin agobios económicos.




El coste anual medio por el alquiler de un piso en Lagos es de 1.295 euros, frente a los 713 euros que cobran de media los jóvenes profesionales nigerianos





Olaitan Olaoye, un experto inmobiliario de Lagos, pone de relieve el agravamiento de la situación. “Antes de la pandemia de covid-19, los precios del alquiler ya eran elevados, pero tras la pandemia se dispararon aún más, agravados por la inflación, el aumento del precio del combustible, el encarecimiento de los materiales de construcción y la inestabilidad económica”, explica a EL PAÍS. El jefe del departamento de proyectos de una compañía inmobiliaria detalla que, actualmente, un apartamento tipo estudio en áreas céntricas como Ikoyi, Victoria Island o Lekki puede costar hasta 2,5 millones de nairas (1.486 euros) al año. “Incluso en zonas supuestamente accesibles, los precios han aumentado más del 70% en los últimos dos años”, afirma.



Los estudiantes no se libran




Los estudiantes nigerianos están entre los más afectados, con subidas de los alquileres de hasta el 100% en el último año, de acuerdo con algunos alumnos universitarios contactados por este diario. La falta de alojamiento en los campus los obliga a recurrir a promotores privados, que cobran alquileres exorbitantes.



Susan Ifeyinwa, estudiante de segundo año de Lingüística y Comunicación en la Universidad de Port Harcourt, quedó consternada al reanudar el nuevo curso académico y darse cuenta de que un alojamiento independiente en Aluu —una comunidad estudiantil en Port Harcourt— que costaba 200.000 nairas (118 euros) antes de que ella dejara la escuela por vacaciones, ha subido ahora más del 100%. “El alquiler cuesta ahora entre 450.000 y 500.000 (267 y 297 euros), y el transporte es aún más caro. Esto ha hecho la vida más difícil a los estudiantes”, explica a este diario, y agrega que algunos han optado por compartir habitaciones con varias personas para reducir costes.



Chibwueze John, estudiante de la Universidad de Abuya, comparte su angustia. “Hace unos años, el precio total de un alquiler fuera del campus era de unas 700.000 nairas (416 euros), pero ahora se ha disparado a 1,4 millones de nairas (832 euros)“, relata. De acuerdo con el joven, en algunos alojamientos compartidos con hasta 10 personas, cada estudiante paga 900.000 nairas (535 euros)por una sola cama. “Solo los afortunados que consiguen alojamiento en el campus pueden escapar de estos precios desorbitados”, lamenta.



El problema, además, es que algunas de estas viviendas están en condiciones deplorables. Aisha Mahmud, estudiante de quinto año de Derecho en la Universidad de Lagos, cuenta que los edificios cercanos al campus están en mal estado, pese a los altos precios del alquiler. “Los estudiantes tienen que gastar dinero extra para arreglar techos con goteras, pintar habitaciones y hacerlas habitables. En Abule Oja, una zona estudiantil popular en Lagos, el alquiler de un pequeño apartamento era de 500.000 nairas (297 euros) al año. Ha subido a 900.000 nairas (535 euros) , y con los costes adicionales, como tarifas de agencia y acuerdos, el total llega a 1,3 o 1,5 millones de nairas (773 o 891 euros)“.



Según el experto inmobiliario Olaoye, muchos jóvenes nigerianos se enfrentan a una difícil disyuntiva: vivir cerca del trabajo y pagar un alquiler desorbitado, o mudarse a las afueras y soportar largos y costosos desplazamientos. Para quienes ganan entre 200.000 y 300.000 nairas al mes (118 y 178 euros), ahorrar lo suficiente para el alquiler suele significar sacrificar otras necesidades esenciales. “Muchos jóvenes profesionales viven tan lejos de sus trabajos que pasan horas viajando cada día, lo que los deja agotados. Algunos se levantan a las cuatro de la mañana para llegar al trabajo y regresan a casa a las 11 de la noche. El estrés les provoca enfermedades frecuentes y reduce su productividad”, señala.




La inflación, el elevado coste de la vida y el estancamiento de los salarios dificultan que los jóvenes alcancen la independencia financiera

Abubakar Tabiu, profesor en la Universidad Usmanu Danfodiyo de Sokoto





Los expertos sostienen que la crisis de la vivienda se debe a la falta de regulación, a la inadecuada intervención gubernamental y a la inflación en los materiales de construcción. Abubakar Tabiu, profesor asociado y catedrático de Gobierno y Política Urbana en la Universidad Usmanu Danfodiyo de Sokoto, agrega que, además, la economía mundial ha experimentado cambios significativos, y Nigeria no se ha librado. “La inflación, el elevado coste de la vida y el estancamiento de los salarios dificultan que los jóvenes alcancen la independencia financiera. Para paliar la crisis de la vivienda, el gobierno debe centrarse en planes de vivienda asequible, subvenciones al alquiler y mejoras de las infraestructuras que permitan opciones de desplazamiento más accesibles y asequibles”, explica Tabiu.



Olaoye insiste en la necesidad de hacer cumplir las políticas. Existen leyes de arrendamiento, pero no se aplican, asegura, lo que hace que los propietarios fijen precios arbitrarios sin supervisión. “El gobierno tiene que aplicar políticas de control de alquileres y aumentar la inversión en proyectos de vivienda masiva. Si aumenta la oferta de viviendas asequibles, los precios de los alquileres se estabilizarán”, afirma.



Tabiu advierte de que si no se aborda la crisis de la vivienda, las consecuencias podrían ser graves. “La falta de una vivienda estable retrasa el desarrollo profesional, el matrimonio y la independencia económica de los jóvenes. Además, el estrés de unas condiciones de vida inasequibles podría alejar a los profesionales cualificados de los centros urbanos de Nigeria o incluso del país, agravando la fuga de cerebros”, dice el catedrático.
El fantasma del Blog
¿Qué llevó a Donald Trump a claudicar?


Las turbulencias del mercado y la presión desde Wall Street hasta el Capitolio resultaron demasiado para el presidente estadounidense.


¿Fue Jamie Dimon o el mercado de bonos?




FINANCIAL TIMES
JAMES POLITI, STEFF CHÁVEZ Y JAMES FONTANELLA-KHAN
10 ABR. 2025 - 10:21




Durante una semana, Donald Trump echó un pulso a los mercados. Pero para el miércoles, la guerra comercial multilateral que anunció a bombo y platillo el 2 de abril se había vuelto insostenible económica, financiera y políticamente para el presidente de EEUU.


En una decisión abrupta, Trump puso en pausa los aranceles más elevados que había impuesto a los socios comerciales de Estados Unidos, con la excepción de China, y declaró una tregua de 90 días para dar tiempo a los mercados para respirar y dejar espacio para las negociaciones.


Este giro radical representó un revés aleccionador para un presidente que afirmó estar "liberando" a los estadounidenses de lo que, según él, era un sistema de comercio global injusto que, según sugirió, solo él tenía el valor de cambiar. Su decisión de ceder, al menos parcialmente, es una señal de que Trump aún es susceptible a la reacción negativa de inversores, legisladores y donantes, incluso en una de sus principales promesas políticas.


Trump aseguró que llevaba días planteándose una pausa y que la decisión se concretó la madrugada del miércoles.

Revirtió los aranceles porque la gente estaba "un poco asustada", dijo. "Pensé que la gente se estaba pasando un poco de la raya. Se estaban poniendo nerviosos. Al final, la pausa salió del corazón", añadió..

"Creo que esto demuestra que presta atención a los mercados y que se da cuenta de cuándo se ha excedido. Creo que eso es una ventaja para las barreras: el mercado todavía tiene poder y no se deja intimidar", declaró Dec Mullarkey, director de SLC, una gestora de activos.


Hasta el domingo, incluso después de dos masivas ventas en los mercados de renta variable estadounidenses, Trump había prometido mantener su línea dura. El presidente pasó gran parte del fin de semana en Florida jugando al golf y puso el listón muy alto en las conversaciones con sus alarmados socios comerciales. Calificó las turbulencias del mercado como un incidente pasajero.
Pero las tensiones empezaban a notarse.

Los republicanos del Capitolio que apoyan a Trump en casi todo, de repente, expresaron sus críticas. Los demócratas, a los que les había costado encontrar una línea de ataque eficaz, se mostraron encantados por el regalo político que Trump había dado con una guerra comercial que perjudicaría a los votantes de todo Estados Unidos.

La revuelta contra el ultraproteccionismo de Trump por parte de los inversores y de algunos de sus ricos patrocinadores del entorno corporativo estadounidense, entre ellos Elon Musk, el magnate tecnológico y uno de los principales asesores de la Casa Blanca, fue cobrando fuerza.


El lunes, Trump empezó a recoger cable. Emprendió negociaciones comerciales con Japón y Corea del Sur y puso al secretario del Tesoro, Scott Bessent, al que Wall Street considera el más respetable del entorno más cercano del presidente, a cargo de las negociaciones con los socios comerciales.

El agresivo asesor comercial Peter Navarro, que escribió un artículo de opinión en Financial Times advirtiendo a sus socios comerciales que Trump no estaba negociando —justo como Bessent afirmó que estaba haciendo precisamente eso— pareció perder algo de influencia.

Trump reconoció que, mientras sopesaba la pausa, conversó con Bessent y el secretario de Comercio, Howard Lutnick, sin mencionar a Navarro.


Pero no fue hasta que la crisis del mercado se extendió a una venta masiva de la deuda pública estadounidense esta semana, lo que llevó a economistas como el ex secretario del Tesoro Lawrence Summers a advertir de una crisis financiera, cuando Trump claudicó de verdad, poniendo en pausa la mayor parte de los aranceles anunciados el "Día de la Liberación".


Trump, un duro negociador cuya carrera empresarial como promotor inmobiliario se caracterizó por el uso de la deuda, reaccionó ante las señales de alarma en el mercado de bonos estadounidense. "El mercado de bonos es muy complejo, lo estaba observando... la gente se estaba poniendo un poco nerviosa", dijo Trump al explicar su cambio de postura el miércoles. También reconoció que la entrevista que Dimon, consejero delegado de JPMorgan, concedió en Fox Business, donde advirtió que EEUU probablemente se encaminaba hacia una recesión, le había hecho reflexionar. "Intento mantener una visión tranquila, pero creo que la situación podría empeorar si no reaccionamos", declaró Dimon.

Los funcionarios de la Casa Blanca intentaron presentar el giro de Trump como parte de un gran plan.

El miércoles por la tarde, en declaraciones desde la Casa Blanca, Bessent afirmó haber pasado parte del domingo con Trump en Florida y describió los acontecimientos de la semana pasada como un reflejo de la "estrategia del presidente desde el principio"


Días antes, Bessent había elogiado los planes arancelarios de Trump en una entrevista con Tucker Carlson, sugiriendo que ayudarían a EEUU a lograr un mercado global más justo, a reindustrializarse y a abordar los "enormes problemas de distribución" de su economía.

Un ejecutivo de Wall Street cercano a la Casa Blanca afirmó que Bessent había ayudado a Trump a llegar a la conclusión de que EEUU debería poner en pausa los aranceles a países con buenas relaciones históricas con el país y limitar su castigo más severo a Pekín.

Las grandes empresas del país respiraron aliviadas, pero afirmaron que las convulsiones en torno a la trayectoria de las políticas de Trump no se habían disipado.

Recordaron que los aranceles del 10% para la mayoría de los países seguían vigentes y que Estados Unidos había intensificado su guerra comercial con China, la segunda economía más grande del mundo. Señalaron además que los posibles gravámenes a sectores como el de la automación y el farmacéutico seguían sin estar claros.


"Aunque esta pausa temporal puede reducir las turbulencias del mercado, no disminuye la incertidumbre que afecta a los cálculos comerciales, de abastecimiento e inversión de las empresas", declaró Jake Colvin, presidente del Consejo Nacional de Comercio Exterior, un lobby de Washington.

"Animamos a la Administración a que siga aliviando la tensión y piense en soluciones duraderas para eliminar estos aranceles, recuperar la confianza y minimizar la incertidumbre futura con nuestros socios económicos", añadió.

Los demócratas siguieron atacando al presidente, a pesar de su cambio de postura.
El fantasma del Blog
¿Información privilegiada? Las apuestas alcistas de alto riesgo se dispararon antes del anuncio de la Casa Blanca




Los demócratas han solicitado una investigación para saber si se produjo un uso de información privilegiada. Las operaciones con opciones proporcionaron rentabilidades de cinco dígitos





Laura Salces
10 ABR 2025 - 14:17 CEST




Más allá de interpretaciones sesgadas, Wall Street demostró ayer que el emperador estaba desnudo. Las señales lanzadas por el mercado, especialmente por el de renta fija, y las duras advertencias realizadas por inversores y empresarios llevaron al presidente estadounidense a cambiar el paso y anunciar una pausa de 90 días en la aplicación de los aranceles, a excepción de los impuestos a China. La fuerte subida registrada por Wall Street posteriormente y las operaciones de derivados efectuadas minutos antes del anuncio han provocado que desde el partido demócrata se solicite una investigación sobre el supuesto uso de información privilegiada.




En el arranque de la jornada del miércoles en Wall Street, Donald Trump había tratado de arengar a los inversores asegurando a través de Truth Social que era “un gran momento para comprar” y que todo iba “a estar bien” tras la aplicación de las tasas, pero las fuertes caídas que venían registrando los mercados en Asia y Europa no hacían presagiar que fuera a primar el mensaje del republicano sobre el creciente pesimismo imperante. Así lo recogió Wall Street, que arrancó con pérdidas en el S&P 500 y el Dow Jones, que optaron por la indecisión durante la primera mitad de la jornada mientras el tecnológico Nasdaq buscaba el rebote.



La decisión de pausar la entrada en vigor de los aranceles no se produjo hasta pasadas las 19.15 (hora española), provocando una euforia en Wall Street que llevó al S&P 500 a vivir su mejor jornada en 17 años, al anotarse un 9,51%.




Pero hubo quien se habría adelantado unos minutos al mensaje de Trump y habría logrado sacar mayor rédito al brazo torcido del republicano. Los derivados sobre el Nasdaq, el S&P 500 y el Dow Jones registraron una avalancha de órdenes de compra, call, minutos antes de conocerse la tregua arancelaria. “El volumen de llamadas se disparó minutos antes de que se anunciara la pausa arancelaria de 90 días. No es una buena imagen en absoluto”, aseguró en X Spencer Hakimian, fundador de la gestora Tolou Capital.




En concreto, se registró un repunte de opciones de compra sobre el S&P 500 con vencimiento en el mismo día (0DTE, zero days to expiration, en inglés), un tipo de derivado financiero que vence en el mismo día en el que se compra y que permite a los inversores tomar posiciones específicas a muy corto plazo sobre índices bursátiles o fondos cotizados (ETF). Este tipo de activos ofrece niveles extremos de rentabilidad y riesgo. Según un informe del Banco Internacional de Pagos (BIS), el rendimiento medio de una opción de este tipo es -32.000% (en términos anualizados), pero quien obtiene una plusvalía, gana una media del 79.000%. Estas opciones “proporcionan a determinados inversores una recompensa similar a la lotería, con rendimientos extremadamente altos pero muy poco probables”. Salvo que sepamos ya el número que va a salir. La fuerte subida del S&P 500 convirtió una apuesta de 100.000 dólares en 21 millones de dólares en minutos, multiplicando por 210 la inversión inicial. Un 21.000%.




El debate iniciado en las redes sociales ha llegado al Congreso de EE UU. La congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez recogió el guante lanzado en redes sociales y recordó que “cualquier miembro del Congreso que haya comprado acciones en las últimas 48 horas probablemente debería revelarlo ahora” —el plazo que tienen los legisladores estadounidenses para comunicar públicamente alguna operación financiera es de 45 días—. Aunque es creciente el número de voces que claman a favor de prohibir la compraventa de acciones por parte de los congresistas, lo cierto es que la operativa en Bolsa es algo habitual. Tanto que, según publicó New York Times en 2022, cerca del 20% de los representantes del Congreso habrían comprado acciones de empresas ligadas a su trabajo en las distintas comisiones de la cámara. En la misma línea se ha posicionado Adam Schiff, senador demócrata por California, que urgió al Congreso ayer una investigación sobre si Trump incurrió en el uso de información privilegiada o manipulación de mercado, según recoge Time.
El fantasma del Blog
ADIÓS AL ‘SALVADOR’ BLANCO: descolonizar la ayuda al desarrollo en tiempos de recortes y populismos




La suspensión de los fondos de EE UU, el mayor donante del mundo y de países europeos, costará millones de vidas. A la vez, obliga a repensar un sector que acumula críticas y que está abocado a una transformación profunda. En el Sur Global hace años que trabajan para independizarse de unos donantes cada vez más volátiles e incapaces de propiciar el desarrollo que proclaman. Las ONG mientras, mudan de piel





ANA CARBAJOSA
ASIER HERNANDO MALAX-ECHEVARRIA
GONZALO FANJUL
11 ABR 2025 - 05:30 CEST


Donald Trump ha desatado un terremoto de consecuencias incalculables al suspender USAID, el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo. La decisión de Estados Unidos no es una excepción. Países europeos como Alemania, Francia, Holanda o Reino Unido han anunciado o acometido una disminución de la ayuda en los últimos meses. España, sin recortes a la vista constituye una rareza en este ecosistema aislacionista. El tijeretazo global supondrá que millones de personas morirán al interrumpirse de forma abrupta programas contra el sida, la malaria o las enfermedades olvidadas en un momento en el que las crisis se multiplican, agudizadas por la emergencia climática.


La debacle de USAID ha convertido además en urgente el intenso debate que desde hace tiempo agita el sector humanitario. Más allá de obligar a redirigir los recursos restantes para priorizar lo imprescindible, se impone la autocrítica y las voces que exigen la “descolonización” de un sistema que perpetúa la dependencia y en el que el Sur Global exige con renovada asertividad, voz y voto. “El sistema sufre una hemorragia de credibilidad y de recursos desde hace años y adolece de la falta de una narrativa convincente”, escribía recientemente Nilima Gulrajani, una de las autoridades en la materia.


Desde Planeta Futuro hemos querido contribuir a este debate necesario y urgente sobre el futuro de la ayuda y las ONG. Hemos viajado a Sudán del Sur, a Guatemala, a Ruanda, a Myanmar y a Kenia. Hemos escuchado a quienes como Degan Ali llevan años trabajando para darle la vuelta al sistema y Asier Hernando entona el mea culpa: “Yo he sido un salvador blanco”. Pasen y lean.





¿UN NUEVO PARADIGMA?




Degan Ali: “El sistema de cooperación y desarrollo está roto”. Por Raquel Seco



Trabajó en la ONU y salió desencantada. Ahora, esta somalí criada en Estados Unidos es una de las principales voces que reclaman una “descolonización” del sector



Yo fui un salvador blanco. Por Asier Hernando




A una generación de jóvenes occidentales se nos hizo creer en el fin de la pobreza y en que seríamos protagonistas en lograrlo. Te decían que en el Sur Global no tenían capacidades y las ONG se convertían en el Robin Hood del desarrollo


El camino hacia la autosuficiencia de África. Por Hippolyte Fofack



El desmantelamiento de USAID podría impulsar a los gobiernos africanos a afrontar claramente los desafíos de sus países. El continente necesita comercio justo, no ayuda


Existe una alternativa. Por Kevin Watkins y Gonzalo Fanjul



El sistema internacional de cooperación para el desarrollo está sometido a un ataque múltiple y corre el riesgo de desaparecer. La próxima cumbre de financiación de Sevilla ofrece la oportunidad de cambio







Los recortes son la respuesta a urgencias nacionales en un mundo en el que las grandes crisis han dejado de ser monopolio del Sur Global, pero también responden a un estado de ánimo ciudadano que recorre buena parte de Europa y EE UU. Los votantes desconfían de la ayuda exterior en un contexto de desigualdad, inflación postcovid y guerras en su patio trasero y lo hacen excitados por el populismo nacionalista y aislacionista que recorre el planeta. El consenso del imperativo moral de la ayuda, plasmado en el capítulo IX de la Carta de Naciones Unidas y cultivado con mimo durante décadas se desmorona ahora ante nuestros ojos.


El populismo cabalga además a lomos de las críticas que arrastra el sistema, que son muchas y muy sonoras. Desde la imposición de agendas y condicionalidades absurdas, pasando por el compromiso de fondos que no llegan a desembolsarse, la multiplicación y solapamiento de recursos climáticos o el innecesario desembarco de hombres blancos que sepultan a las organizaciones de los países del Sur Global en montañas de burocracia.



Se le añade la percepción de que la ayuda al desarrollo es cada vez más un instrumento de la geopolítica. En 2023, Ucrania fue por ejemplo, el mayor receptor a pesar de ser un país de renta media, con una ayuda hasta cinco veces mayor que el segundo, India. Destinar partidas de la ayuda a la acogida de refugiados en países europeos es otra de las tendencias de los últimos tiempos, que ha convertido a los países donantes en receptores de su propia ayuda en detrimento de las necesidades en los países de origen, suscitando no pocas críticas.





DESDE EL SUR GLOBAL




Sudán: La descolonización de la emergencia humanitaria se abre paso. Por Patricia Simón




La mayoría de los trabajadores en la crisis de Sudán son del Sur Global. Las grandes ONG llevan años inmersas en procesos para descolonizar sus estructuras y dinámicas laborales


Guatemala: entre el neocolonialismo y resistencia. Por Lucas Reynoso




Organizaciones locales reivindican su lugar para definir el desarrollo de un país repleto de ONG extranjeras



Ruanda: Autosuficiencia o mirar hacia China: el agujero que deja Trump. Por Josep Catá



La congelación de las ayudas de Estados Unidos pone en alerta a las ONG y a los gobiernos subsaharianos, y abre más la puerta a la cooperación china


Myanmar: Los efectos de los recortes. Agua y medicinas. Por V. Mongelli y R. Root




Los efectos de los recortes decididos por el mandatario estadounidense se sienten a ambos lados de la frontera con Tailandia, dejando a muchos preocupados por su futuro








Son apenas algunas de las deficiencias en las que las grandes organizaciones trabajan desde hace años para subsanar con éxito desigual, pero que no han logrado frenar el desprestigio que acumula el sistema. Tal vez por eso, paradójicamente, a las puertas de esta crisis aguda se respira un cierto optimismo entre los países receptores de ayuda. “La decisión ha causado más preocupación entre los países ricos que en el Sur Global”, confirman fuentes del sector, que consideran que no hay cambio sin crisis.


También, porque en muchos países estos recortes se viven apenas como la caída de la fruta madura, que sabían que inevitablemente terminaría por caer. “Estos recortes han acelerado un proceso de cambio, que arrancó con fuerza durante la pandemia, donde los países africanos fueron conscientes de la desigualdad de la distribución en las vacunas y de cómo ya entonces se cortó la ayuda”, explica Francisca Mutapi, catedrática de la Universidad de Ghana y codirectora del Instituto de Salud Global de la Universidad de Edimburgo. “África lleva años viéndolo venir y preparándose para reducir la dependencia, por ejemplo, en salud”.


Se refiere Mutapi a que hay países como Nigeria, donde el 21% de su presupuesto de salud procedía de la ayuda de EE UU. Es decir, hay Estados que hace años que delegaron parte de sus políticas públicas en la ayuda exterior. Retomar la educación o la Sanidad es parte de la agenda y de un camino que ya ha comenzado en muchos países africanos.


“Muchos países africanos miran ahora a los BRICS como fuente de financiación, con menos condicionalidades políticas y económicas”, explica desde Acra el economista ghanés Charles Abugre, director del International Development Economics Associates (IDEAs), quien coincide en que el cambio se gesta desde hace tiempo y para quien el endeudamiento de los últimos años es el gran problema. “La novedad es que ahora se hace más visible y que las deficiencias del sistema se aprecian con más claridad”, añade.



Cumplimiento de las aportaciones de ayuda al desarrollo

Tan solo cinco países superan el objetivo del 0,7% del PIB. Cifras en millones de dólares



Mientras tanto, las ONG hace años que se han embarcado en una transformación sin vuelta atrás, muy conscientes de que transferir fondos ha dejado de equivaler a dictar prioridades y a enviar trabajadores a países lejanos y de que su supervivencia pasa por “descolonizar” y “localizar” la ayuda, como se refieren en la jerga del sector.






GRANDES ONG: REFORMARSE O MORIR



Javier Ruiz Gaitán, coordinadora de ONG: "Pedimos que los gastos en Defensa no sean nunca a costa de la cooperación. Por Beatriz Lecumberri



El responsable elogia el compromiso del Gobierno de España con la ayuda al desarrollo y urge a acompañarlo de más recursos en un momento de recortes mundiales



Vida, muerte y resurrección de las ONG. Por Gonzalo Fanjul


La sociedad civil internacional ha visto su poder debilitado por la transformación de nuestras sociedades, el acoso externo y los errores propios. Su papel es más necesario que nunca





La ayuda sigue siendo necesaria, y mucho, pero los expertos invitan ahora a mirar más allá de las menguantes cifras y a fijarse más en los procesos y en los actores. Más en el cómo y menos en el cuánto, dando pie a una conversación que no es nueva, pero que cobra nueva fuerza: fiscalidad, renegociación de la deuda, un comercio más justo, la reforma institucional de prestamistas y donantes, monetización de recursos naturales, de sumideros de carbono, inversiones o las remesas de unas diásporas cada vez más conectadas con su continente de origen son algunos de los temas prioritarios.


El problema añadido es que hay poco tiempo para grandes reflexiones en un momento en el que “la situación fiscal de la mayoría de los países africanos es desesperada. La combinación de recortes de la ayuda exterior y cambios en la financiación de la lucha contra el cambio climático no augura nada bueno para el continente”, sostiene Ronak Gopaldas, director de Signal Risk, especializada en análisis sobre el continente africano. Una cifra habla por sí sola: 3.300 millones de personas, o dos de cada cinco, viven en países que gastan más en el pago de intereses de la deuda que en educación o sanidad. Precisamente por eso, repensar el sistema, pasando por redibujar la llamada arquitectura financiera y por hacer más eficiente y más justa la cooperación al desarrollo cobra ahora una nueva urgencia.














Degan Ali: “El sistema de cooperación y desarrollo está roto”




Trabajó en la ONU y salió desencantada. Ahora, esta somalí criada en Estados Unidos es una de las voces principales que reclaman una “descolonización” de la ayuda internacional




Raquel Seco
Nairobi
11 ABR 2025 - 05:30 CEST



Degan Ali Degan Ali (52 años, Badhan, Somalia) es una de las voces con más tirón en África en el tema de la “descolonización” de la ayuda al desarrollo, un debate sobre qué papel juega el Norte Global en la cooperación, ONG y agencias gubernamentales incluidas. “El sistema de desarrollo está roto”, repite Ali contundente. Y ella, que trabajó en la ONU, a la que critica ferozmente, ha decidido combatirlo desde dentro: hoy lidera la organización Adeso, fundada en los noventa por su madre, Fatima Jibrell, una activista por el medioambiente y la paz nacida en una familia de pastores nómadas en Somalia.



Bajo el mando de Ali, Adeso se ha reinventado, renunciando en los últimos años a la financiación de ONG internacionales y a los fondos bilaterales (de agencias gubernamentales como USAID, de Estados Unidos). “Sabíamos que este dinero no era dinero bueno. No era dinero sano”, dice. Parece que el tiempo le dio la razón. Después de esta entrevista, Donald Trump inició la congelación de programas de ayuda internacional de USAID “de forma inhumana”, critica Ali.



Tras el cambio de rumbo de Adeso, la organización pasó de más de 300 empleados a 15 empleados, y de 10 millones de dólares (nueve millones de euros) a dos. “Un salto de fe”, resume, que les ha permitido ser más libres y sentir que, por una vez, las decisiones no se toman a miles de kilómetros de distancia.



Pregunta. Nació en Somalia y creció Estados Unidos. ¿Cómo ha impactado esto en su trabajo en desarrollo?




Respuesta. Me hizo entender desde muy joven las relaciones entre raza y poder. Llegué a EE UU como una niña musulmana que no hablaba en inglés y me topé con muchísimo racismo. Pero allí también me hice con dos herramientas que me ayudaron: una buena educación y la confianza en mí misma que no tienen muchísimos jóvenes africanos, porque en África no se nos enseña a debatir, a cuestionar al profesor. En mi carrera también me ha definido mi fe: no me vengo abajo con el juicio de otras personas porque sé que solo dios decide mi destino.



P. Habla mucho sobre que el sistema de desarrollo y cooperación está roto. ¿En qué falla, exactamente?




R. En mi opinión, está en el ADN, en la raíz del sistema: estas son las estructuras que fueron creadas por los colonizadores después de la Segunda Guerra Mundial. Se reunieron y dijeron: ‘Tenemos que renegociar alguna forma de permanecer en el poder’. Es un sistema hipócrita: ahora el Norte habla de derecho internacional humanitario, mientras Francia estaba ocupando y cometiendo un genocidio en Argelia.



P. Es especialmente crítica con Naciones Unidas.




R. No está siendo útil en absoluto, tal y como está diseñada ahora mismo. No ha parado las tragedias humanitarias en Ruanda, en Somalia... Solo hay dos caminos para la ONU: el desmantelamiento o una transformación radical.



P. ¿Qué convendría cambiar?




R. Para empezar hay que eliminar el poder de veto [por el que, por ejemplo, no salieron adelante sucesivos acuerdos de alto el fuego en Gaza]. Y hay que hacer cosas como acabar con los salarios desorbitados de su personal, que acaban llevándose el talento de los países menos ricos.



P. Usted parece querer dar ejemplo de transformación con su propia ONG, Adeso.




R. Cuando dejamos de recibir fondos bilaterales no sabíamos cómo íbamos a pagar los sueldos y el alquiler. Nos mudamos a un local muy humilde. Fue muy difícil recaudar fondos, pero no intento convertirme en una gran ONG como antes. Quiero hacer más trabajo de calidad que de cantidad. Así que ni siquiera me interesan las cifras, solo que hagamos un trabajo que nos guste, en consonancia con nuestros valores. Tenemos donantes de calidad, lo que significa que no son verticalistas y son muy flexibles. Y estamos poniendo en marcha empresas y entrando en el sector privado para tratar de generar dinero para nosotros mismos.



El desmantelamiento de USAID se ha hecho de forma muy inhumana, sin prestar ningún cuidado ni atención a las personas que están sufriendo [...] Habría sido ideal un plan de salida humano, que dé a los gobiernos la oportunidad de asumir esos servicios




P. ¿Qué opinión le merece el desmantelamiento de USAID?




R. Se ha hecho de forma muy inhumana, sin prestar ningún cuidado ni atención a las personas que están sufriendo en el terreno, que dependen de los servicios, de los medicamentos... Habría sido ideal un plan de salida humano, que dé a los gobiernos la oportunidad de asumir esos servicios. Dicho lo cual, también pienso que USAID tenía muchos problemas. Decimos mucho que el sistema de ayuda está roto, y, siendo USAID el mayor donante en esta arquitectura, se abre un hueco, la oportunidad de construir algo diferente, algo mejor, sobre lo que llevamos mucho tiempo hablando. Es irrelevante, de alguna manera, el presidente que dé el golpe.



P. ¿Y ahora qué?




R. Pensemos: ¿cómo debe ser la nueva arquitectura del desarrollo para no crear dependencia en sitios como Somalia o Sudán, donde ha hecho tanto daño? Ha creado tantas infraestructuras caras llenas de intermediarios, y dinero gastado en las sedes del Norte... Ahora hay que aprovechar la oportunidad para construir algo que sirva en esta nueva realidad, un sistema global donde EE UU y Occidente no son los únicos protagonistas. Europa podría liderar iniciativas, los países del Sur podrían establecer cuáles son sus condiciones, ya que el gran donante no puede controlar el sistema.



P. En la conversación sobre el papel del desarrollo internacional algunos prefieren la palabra “localización”, pero usted prefiere hablar de “descolonización”.





R. El sector se siente más cómodo con términos como “localización” o “liderazgo local”, y se refiere más bien a una conversación en torno al dinero —que es importante, porque es importante hablar de mover dinero y de dar fondos de calidad al Sur Global—. Pero así no se habla de la naturaleza política del sistema, me parece que es una conversación superficial. Estamos arreglando y retocando los bordes sin transformar el sistema. Además, creo que “localización” es un término muy peyorativo: ¿por qué somos siempre “locales” en el Sur Global e “internacionales” en el Norte? La gente de París es local, y también lo es la gente de Nairobi.




En el Sur Global llevamos más de medio siglo de independencia sin recibir compensación por la esclavitud, por la colonización y la explotación de este continente




P. Usted ha propuesto una especie de Plan Marshall para países como Somalia, castigados por una crisis sin fin.




R. En el Sur Global llevamos más de medio siglo de independencia sin recibir compensación por la esclavitud, por la colonización y la explotación de este continente. Los colonizadores se fueron sin dejar infraestructuras, sin dejar universidades... Estos países se han convertido en una fuente de extracción de materia prima y no realmente en un lugar de industrialización que vende productos finales a Europa o Estados Unidos. El ejemplo del que siempre hablo es el chocolate: se considera que Suiza tiene el mejor chocolate del mundo, pero no tienen ni una sola granja que produzca cacao. Mientras, nosotros extraemos cacao a precios muy injustos.



P. Con la actual situación del mundo, ¿pierde a veces la fe en que el trabajo de su sector tenga un impacto real?




R. La situación en Gaza o Sudán prueba que la ayuda humanitaria es política, es un poder blando, que se puede usar como herramienta de manipulación y como forma de disimular la complicidad de ciertos países en lo que sucede. Así está pasando, con la complicidad de Estados Unidos, en Gaza: esto no va de salvar a gente. Hablando de Gaza, me parece que es una oportunidad perdida para el sector de demostrar realmente lo que es la auténtica solidaridad y la descolonización. Las ONG han escrito un montón de declaraciones, pero las organizaciones estadounidenses, que tienen mucho poder, podrían haber dicho ‘nos negamos a aceptar financiación de USAID [antes de la llegada de Trump], no vamos a ser cómplices a menos que se detenga esto’.



P. El Sur Global paga más por su deuda que lo que recibe en ayuda al desarrollo. Usted es muy crítica con los préstamos de organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI).




R. Sirven para esclavizar a países con más deudas que tienen altos intereses y muchas condiciones. Y los gobiernos del Sur acaban usando el dinero disponible para devolverlas, en vez de invertir en cosas como educación. El FMI acaba animando a la privatización en países como Kenia. Cuando uno entiende todo esto, empieza a darse cuenta de que el sistema está diseñado para que Occidente siga teniendo hegemonía financiera, económica y política sobre los países del Sur Global a los que, entre comillas, dieron la libertad o la independencia, pero que en realidad no son libres.



¿Por qué somos siempre “locales” en el Sur Global e “internacionales” en el Norte?




P. Usted impulsa la iniciativa Pledge for Change, por la que ONG internacionales se comprometen a repensar su forma de trabajar con el Sur Global. ¿Sirve para algo?




R. Diría que todavía es demasiado pronto para hablar del éxito general del compromiso, pero estamos viendo algunos cambios en las organizaciones individuales. Por ejemplo, una ONG en la crisis de Ucrania, en lugar de lo que normalmente hacen (abrir una oficina, recaudar dinero, contratar dios sabe cuántos empleados) han apostado por contratar solo a dos o tres personas y gastar todo el dinero en sus socios locales, en lugar de en su estructura y su personal. Pero creo que es muy difícil hacerlo en oficinas que han existido durante 40 o 30 años y tienen 400 empleados. ¿Cómo deshacerse de ese personal y reducirlo a cinco o 10, y dar la mayor parte de tus recursos a tus socios?. Los actuales recortes en USAID y en general en el sector pueden representar una oportunidad para que los firmantes de Pledge for Change y otras organizaciones reduzcan su tamaño de forma intencional, y establezcan deliberadamente un modelo más descolonial para sus instituciones.
El fantasma del Blog
Yo fui un salvador blanco



A toda una generación de jóvenes occidentales se nos hizo creer que podríamos ver el fin de la pobreza y ser protagonistas en lograrlo. Te decían que en el Sur Global los Estados no tenían capacidades o eran disfuncionales, que Naciones Unidas era demasiado rígida y burocrática; así, las ONGs se convertían en el Robin Hood del desarrollo






Asier Hernando Malax-Echevarria
11 ABR 2025
05:30 CEST



A toda una generación de jóvenes blancos occidentales ahora en la cuarentena y cincuentena y ocupando posiciones de poder en el sector de la cooperación, impactados por los dramas de Ruanda, Somalia o la sangría de los indígenas guatemaltecos durante la guerra en su país, se nos hizo creer que podríamos ver el fin de la pobreza y ser protagonistas en lograrlo.



Es lo que te decían en uno de los tantos másteres en cooperación y desarrollo que estabas obligado a realizar para trabajar en ONG con mucho dinero y poder. Estudiabas en el Norte, con personas del Norte, con profesores del Norte, para resolver problemas del Sur, de personas del Sur. Y no ha cambiado mucho, a día de hoy, hay más másteres en desarrollo en España que en toda América Latina o África.



Te enseñaban, y siguen enseñando, la importancia de empoderar a las personas ‘dándoles voz’, desarrollando capacidades, conociendo el terreno, el marco lógico, las contrapartes y organizaciones locales. Términos todos estos hoy cuestionados por representar relaciones jerárquicas entre las organizaciones internacionales y las personas a las que apoyan.



Te decían que en el Sur Global los Estados no tenían capacidades o eran disfuncionales, que Naciones Unidas era demasiado rígida y burocrática; así, las ONG se convertían en el Robin Hood del desarrollo, donde todo joven idealista, ingenuo y bienintencionado del Norte quería estar. Yo fui uno de ellos.




Las ONG se convertían en el Robin Hood del desarrollo, donde todo joven idealista, ingenuo y bienintencionado del Norte quería estar. Yo fui uno de ellos





Me duró la tontería un mes, cuando me quebré después de ver una escena que todavía muchas noches me levanta sobrecogido. Fue durante mis prácticas del máster con una ONG en Angola; tenía 23 años. Me llevaron para evaluar sus proyectos, comenzando por una comunidad cercana a Huambo. Era después de la guerra y había mucha hambruna. Fuimos en Land Cruiser con aire acondicionado hasta la comunidad, donde me esperaban reunidos con su mejor vestimenta, pero las miradas vacías y cuerpos de una languidez estremecedora.



Era el único representante de la ONG y me hicieron sentar en el centro de la mesa principal, bajo unos árboles, para darme un mensaje que aún recuerdo como si fuera ayer y del cual no he olvidado ni una palabra: “Si nos retiran el proyecto, la mitad de las personas aquí no estarán vivas el año que viene”. Había alrededor de 60 personas, muchos niños; la hambruna era evidente y no había cosecha para el año siguiente. Sabía que el proyecto de la Agencia Española de Cooperación Internacional no había sido aprobado para el próximo año, pero fui un cobarde y les mentí, diciéndoles que aún no se había tomado la decisión y que haría todo lo posible para que continuara. Todavía me atormenta saber qué fue de sus vidas.



Algo falla cuando a un joven blanco sin conocimiento de nada se pone delante de una comunidad para sentenciarles sobre el destino de sus vidas. No puede una ONG, por un cambio de prioridades, condenar a muerte a una comunidad; solo es posible cuando las decisiones se toman muy lejos, como así era: en concreto en Madrid o Barcelona, con base en fríos marcos lógicos y por ONG internacionales con mayor vínculo a sus donantes que a la comunidad a la que atienden. Desde entonces fui muy crítico con el trabajo humanitario de las ONG: demasiado poder y demasiado cowboy. Esto me generaba conflictos morales.



Hubo que esperar hasta 2016 para que los principales donantes y organizaciones humanitarias del mundo firmaran el “Gran Pacto” —un compromiso para destinar más fondos y decisiones a las personas en los países donde se implementan los programas humanitarios. Se acordó dar el 25% de su financiamiento a organizaciones nacionales y subnacionales en los países donde operan los programas para 2020, pero solo se logró llegar a la ridícula cifra del 3,4%, y en 2022 incluso cayó al 1,8%.



Decidí trabajar en campañas de incidencia política, convencido de que era necesario promover cambios más estructurales a través del apoyo a organizaciones sociales. Me dediqué a esto durante 10 años desde diferentes países de América Latina. Comencé en Honduras, con un contrato local (a diferencia de los blancos occidentales), sin poder adquisitivo (ni ganas realmente) para integrarme a la comunidad de expatriados y asistir a los mejores restaurantes y hoteles, en este caso de Tegucigalpa. El equipo era totalmente hondureño, y mi jefa, nicaragüense, algo muy distinto al resto de las ONG. Una vez, una de estas organizaciones me pidió una recomendación para alguien que pudiera formular un proyecto. Le sugerí una colega guatemalteca con experiencia en el tema, y su respuesta me impactó: dijo que estaba bien, pero necesitaba a alguien con una educación cartesiana “como la nuestra”. Llevaba un mes en el país, y esto me sirvió para darme cuenta del racismo estructural de un sector en el que los europeos siempre se ven como superiores frente a profesionales nacionales que poseen conocimientos y experiencia de la que yo en ese momento estaba muy lejos.



Un estudio del Banco Mundial mostró que el personal de desarrollo suele hacer suposiciones incorrectas sobre las personas a las que apoya y “suelen tomar decisiones que favorecen a ciertos grupos sobre otros, influenciados por su entorno social, los modelos mentales que tienen sobre los pobres y los límites de su capacidad cognitiva”. Este racismo y superioridad blanca han sido constantes, adaptándose en formas y estilos, pero siempre dominados por un pensamiento occidental y una jerarquía frente al “otro”.



En mi trabajo en campañas, contaba con muchos recursos para apoyar a organizaciones locales y promover cambios, como mejorar la ley de seguridad alimentaria, presionar a una empresa minera o defender los derechos laborales de las mujeres en las maquilas. Sin embargo, las decisiones sobre las temáticas en las que nos centramos se tomaban en el Norte, los informes los realizaban investigadores del Norte y la opinión pública priorizada era la del Norte. En ese entonces, había más personas dedicadas a campañas para América Latina en Madrid que en toda la región. Esto ha cambiado progresivamente, pero persiste.



La influencia sobre las organizaciones nacionales era desproporcionada e incómoda, ya que dependen de tu financiamiento y cuentas con más recursos y personal. Estas organizaciones te están permanentemente rindiendo cuentas, les exiges trabajar en los temas que consideras importantes, limitas sus salarios, a pesar de ser los tuyos mucho mayores, y te quedas con la mayor parte de los recursos que consigues del donante, aunque ellas sean quienes aportan el mayor valor agregado. En los informes a los donantes, sin embargo, te atribuyes gran parte de los logros. Recientemente, escuché a la codirectora de una prestigiosa organización brasileña que apoyábamos decir: “las ONG han pasado de ser aliadas a ser competencia sin valor agregado alguno”.



El sistema tiene que cambiar. La sociedad civil del Sur Global exige cada vez más la decolonización del sistema de ayuda, pues los avances han sido pocos para superar la visión eurocéntrica y un valor agregado cada vez más difuso, a pesar de acumular tanto poder en la imposición de agendas y burocracia. Y no solo la presión viene del Sur: la confianza en las ONG en el Norte no solo está disminuyendo, sino que se encuentra por debajo de muchos sectores corporativos y ha caído más que en cualquier otro sector.



Si a esto sumamos el deseo de la extrema derecha de acabar con la cooperación internacional y la pérdida de autoridad moral de Occidente (y su ayuda) ante la crueldad de Israel en Gaza, la necesidad de una profunda reflexión es todavía mayor. El reciente libro de Deborah Doane da pistas sobre por dónde empezar este debate, que, en realidad, ya hace 25 años se planteaba, pero no se quiso escuchar, porque no interesaba. Habrá que pensar por qué y de prisa, pues el contexto actual no puede esperar.




El futuro de la cooperación internacional pasa por su localización. Esto implicará menos poder, recursos y personal para los intermediarios del Norte, que deberán redefinir su rol para seguir siendo relevantes





En los últimos meses, ha comenzado a resquebrajarse el andamiaje de la cooperación, tal como la conocíamos desde hace 80 años. Y lo ha hecho de la forma más inesperada: viniéndose abajo, nada más y nada menos que USAID. Llevamos dos meses procesando esta sacudida, gestionando recortes infinitos o refugiándonos en la negación. Es hora de ponerse a la acción para dar paso a nuevos paradigmas de cooperación más acordes a los tiempos actuales.



El futuro de la cooperación internacional pasa por su localización y, ojalá, decolonización, abandonando finalmente los roles de “salvadores blancos”. Esto implicará menos poder, recursos y personal para los intermediarios del Norte, que deberán redefinir su rol para seguir siendo relevantes. Cada vez menos recursos pasarán a través de las ONG del Norte y las organizaciones del Sur Global podrán acceder a convocatorias y a fondos directamente.



Las ONG se deberán orientar hacia la facilitación del conocimiento, la conexión, la amplificación de voces y la construcción de ecosistemas de desarrollo. Dejar el asiento del conductor y pasar a ser acompañante. Este proceso requiere diálogo con donantes, responsabilidad compartida y tiempo para la adaptación. Puede ser sin duda un proyecto ilusionante y en positivo, ahora bien, quien no se adapte corre el riesgo de desaparecer, si no lo ha hecho ya.

Asier Hernando Malax-Echevarriaes codirector de Acápacá y miembro fundador del Foro Permanente Latinoamericano para la Decolonización de la Cooperación.
El fantasma del Blog
El camino hacia la autosuficiencia de África



El desmantelamiento de USAID podría impulsar a los gobiernos africanos a afrontar claramente los desafíos de sus países. El continente necesita comercio justo, no ayuda





Hippolyte Fofack
11 ABR 2025 - 05:30 CEST




En 2015, el entonces presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, advirtió al Parlamento Panafricano sobre los peligros de la ayuda para el desarrollo. “El futuro de nuestro continente no puede dejarse a merced de intereses externos”, dijo. “La ayuda exterior, que a menudo viene de la mano de términos y condiciones que impiden el progreso, no es una base aceptable para la prosperidad y la libertad. Es hora de renunciar a ella”.




El llamamiento de Kenyatta a la autosuficiencia parece premonitorio a la luz del desmantelamiento por parte del presidente estadounidense, Donald Trump, de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y de los recortes recientes en los ya mermados presupuestos de ayuda exterior de Francia, Alemania y Reino Unido. Tenía razón: a medida que se fue afianzando la dependencia de la ayuda a lo largo de las décadas, la participación de África en el comercio mundial disminuyó de manera constante, para situarse ahora por debajo del 3%. Las ambiciones nacionales de crear industrias productivas que puedan satisfacer la demanda interna se han atrofiado, y los esfuerzos de todo el continente por fortalecer la integración regional han decaído.



Por eso, a pesar del impacto desproporcionado de estos recortes en el continente, algunos africanos ven la desaparición de la ayuda exterior como una oportunidad. Una encuesta de Afrobarometer realizada en 34 países africanos reveló que el 65% de los encuestados deseaba que sus gobiernos financiaran el desarrollo con sus propios recursos, en lugar de con préstamos externos.




A medida que se fue afianzando la dependencia de la ayuda a lo largo de las décadas, la participación de África en el comercio mundial disminuyó. [...] El continente necesita comercio justo, no ayuda





La autosuficiencia era una aspiración para líderes independentistas como Kwame Nkrumah, el primer presidente de Ghana y cofundador de la Organización para la Unidad Africana (precursora de la Unión Africana), que consideraba el sistema de ayuda exterior como una forma de neocolonialismo. El actual presidente ghanés, John Dramani Mahama, ha hecho suya la causa, calificando la eliminación de USAID como una “señal para África de que ha llegado el momento de que seamos más autosuficientes”.



La respuesta silenciosa africana contrasta marcadamente con las predicciones alarmantes de los profesionales del desarrollo en las capitales occidentales, quienes advierten que pronto se producirá una catástrofe humanitaria en el continente. Según Nicholas Enrich, exadministrador adjunto en funciones de USAID para la salud global, el desmantelamiento de la agencia provocaría entre 71.000 y 166.000 muertes más al año por malaria y un millón de niños al año con desnutrición aguda grave no tratada, entre otras consecuencias perjudiciales.



Es cierto que África ha dependido durante mucho tiempo de la ayuda exterior no solo para la ayuda de emergencia a corto plazo, sino también para una financiación sanitaria crítica. El Plan Presidencial de Emergencia para Alivio del SIDA (PEPFAR) y la Iniciativa Presidencial contra la Malaria (PMI, por sus siglas en inglés), programas creados hace décadas por el presidente estadounidense George W. Bush, han sido fundamentales en la lucha contra el VIH/sida y la malaria, cuya prevalencia en África es desproporcionada. Alrededor del 67% de las personas que viven con VIH en todo el mundo residen en el África subsahariana y el continente concentra más del 90% de los casos y muertes por malaria.



Esta ayuda no se limita a los países más necesitados y vulnerables de África, como la República Centroafricana, Somalia y Sudán del Sur, donde la ayuda oficial para el desarrollo representa más del 20% del ingreso nacional bruto. Incluso Nigeria y Sudáfrica, dos de las mayores economías del continente, dependen fuertemente de los programas de USAID. El PEPFAR financia casi el 20% de los 2.300 millones de dólares anuales (2.100 millones de euros) del programa sudafricano contra el VIH/sida, que proporciona tratamientos antirretrovirales que salvan vidas a 5,5 millones de personas cada día. Las ayudas de la PMI suponen alrededor del 21% del presupuesto nacional de sanidad de Nigeria, que tiene la mayor carga de malaria del mundo.




Algunos africanos ven la desaparición de la ayuda exterior como una oportunidad




La dependencia de los países africanos de Estados Unidos para el gasto en salud pública supone un riesgo para la seguridad nacional, como puso de manifiesto el nacionalismo de las vacunas durante la pandemia del COVID-19. También implica enormes costos de gobernanza. Un estudio de 2023 ha demostrado que la ayuda exterior tiende a debilitar la capacidad fiscal en las democracias africanas. Estos gobiernos pueden volverse menos responsables ante sus ciudadanos y más autocráticos, apuntalados por la ayuda oficial para el desarrollo.



La ayuda exterior impide el progreso económico precisamente por sus “términos y condiciones”, como dijo Kenyatta. La industria de la ayuda en África funciona en gran medida con contratistas extranjeros, lo que limita las oportunidades de los empresarios africanos y socava el crecimiento local. Esto limita la expansión del estrechísimo margen fiscal de los gobiernos, mantiene unas tasas de desempleo persistentemente altas y alimenta las presiones migratorias. Incluso Sudáfrica, la economía más avanzada del continente, tiene una tasa de desempleo superior al 30%.



Tras el asalto de Trump a USAID, África debería ponerse en camino hacia la autosuficiencia sanitaria. Eso significa asumir un mayor control sobre la respuesta al VIH/sida y la malaria, desde la investigación y el desarrollo hasta la fabricación de diagnósticos y tratamientos, en lugar de depender de soluciones e importaciones extrarregionales. Para mitigar los riesgos de la dependencia de la ayuda e impulsar el crecimiento económico, los países africanos deben aprovechar las oportunidades inherentes a las crisis sanitarias y dar rienda suelta a los espíritus animales de los empresarios locales. El Gobierno nigeriano ya ha aprobado un gasto sanitario adicional de 200 millones de dólares como parte de su presupuesto para 2025, y otros países están contemplando incrementos similares.



Los países africanos deben adoptar la misma estrategia para otros sectores estratégicos, especialmente la seguridad nutricional, porque la dependencia excesiva de las importaciones de alimentos financiadas con ayuda exterior perjudica a los agricultores africanos al distorsionar los mercados y deprimir los precios locales. El continente necesita comercio justo, no ayuda. Con aproximadamente el 60% de la tierra cultivable no cultivada del mundo, África no debería depender de proveedores externos para alimentarse.



Sin duda, los gobiernos africanos con un espacio fiscal limitado y escaso acceso a los mercados internacionales pueden no ser capaces de construir la infraestructura necesaria para impulsar la producción nacional. Este problema puede resolverse aunando recursos con otros países para desarrollar infraestructura productiva y cadenas de suministro regionales resilientes, impulsando así el comercio al interior de África y profundizando la integración regional. India es un ejemplo de lo que se puede conseguir. Al fin y al cabo, su industria de medicamentos genéricos, competitiva en todo el mundo y con precios extraordinarios, empezó a despegar mucho antes de que lo hiciera la economía nacional.



Lograr economías de escala a través de la Zona de Libre Comercio Continental Africana podría ayudar a atraer capital privado para construir industrias críticas. Esto le permitiría a África ampliar la producción agregada y aumentar los niveles de comercio, que han permanecido desoladoramente bajos.



El ataque de Trump a la ayuda para el desarrollo puede ser la llamada de atención que necesitan los líderes africanos. Tras décadas de reducir las ambiciones y externalizar el desarrollo, es hora de que el continente aproveche al máximo las oportunidades de crecimiento asociadas a las crisis internas, en lugar de ceder el control al sistema de ayuda y a los contratistas extranjeros que llenan sus filas. Se suele decir que la necesidad es la madre de la invención, lo que significa que el fin de USAID podría impulsar a los gobiernos africanos a afrontar claramente los desafíos de sus países.




Hippolyte Fofack, execonomista jefe del Banco Africano de Exportación e Importación, es miembro de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia y miembro de la Academia Africana de Ciencias.
El fantasma del Blog
Existe una alternativa para el futuro de la ayuda


El sistema internacional de cooperación para el desarrollo está sometido a un ataque múltiple y corre el riesgo de desaparecer. La próxima cumbre internacional de financiación que se celebrará en Sevilla ofrece la oportunidad de reconducir el camino




Kevin Watkins
Gonzalo Fanjul
11 ABR 2025 - 05:30 CEST



¿Podemos construir un sistema de ayuda internacional que contribuya a erradicar la pobreza en un planeta que debe sortear la catástrofe ecológica? La respuesta no es evidente y los gobiernos, las agencias de la ONU, las instituciones financieras y los grupos de la sociedad civil se encuentran atenazados entre el trauma y el pesimismo generalizado. El progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), las metas para 2030 para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo, se ha estancado. Las grandes brechas financieras se amplían como consecuencia del ataque a la ayuda. La administración Trump bombardea las instituciones multilaterales. No hay ninguna razón para el optimismo.




Pero a la vez, la crisis aguda brinda una oportunidad única de reimaginar un sistema de ayuda global para el siglo XXI. La construcción de ese sistema debe partir del reconocimiento de que el antiguo orden, que ahora se desmorona bajo su propio peso, estaba fallando fundamentalmente a los pobres del mundo y marginando al Sur Global. A finales de junio, gobernantes, expertos y representantes de la sociedad civil se reunirán en Sevilla en la cumbre de la ONU sobre financiación con el objetivo de sentar las nuevas bases de un sistema más capaz y mejor gobernado.



El estado de los ODS admite pocas interpretaciones. Tal como van las cosas, los niveles de pobreza extrema serán en 2030 el doble de los objetivos fijados y atraparán a más de 300 millones de personas con ingresos diarios inferiores a 2,15 dólares (2 euros). El progreso hacia el “hambre cero” se estancó hace más de una década. La brecha entre la ambición de los ODS y el resultado previsto en mortalidad infantil equivale a nueve millones de vidas jóvenes perdidas por enfermedades relacionadas con la pobreza.




Los niveles de pobreza extrema serán en 2030 el doble de los niveles objetivo y atraparán a más de 300 millones de personas con ingresos diarios inferiores a dos euros




Las deficiencias de financiación son la causa principal de estos déficits. El sistema humanitario, lo más parecido que tenemos a una red de seguridad global para las personas que se enfrentan a la guerra, la crisis climática y los riesgos de hambruna, está desesperadamente infradotado. A medida que la crisis climática se agrava, se ha entregado menos de una quinta parte de la financiación necesaria para apoyar la adaptación en África, la región que se enfrenta a los riesgos más graves e inmediatos del calentamiento global.



Todo esto se suma al devastador impacto humano de los recortes que se avecinan en la ayuda. Cuando Elon Musk, el Robespierre personal del presidente Trump, alimentó la trituradora de madera con agencia estadounidense para el desarrollo, USAID, estaba haciendo algo más que lanzar un ataque simbólico a un consenso bipartidista. Estados Unidos es, o era, la mayor fuente mundial de ayuda para el desarrollo, la salud pública mundial y la asistencia humanitaria. La administración Trump ha detonado la explosión controlada del sistema de ayuda global que el propio EE UU creó tras la Segunda Guerra Mundial.



Las consecuencias se sentirán en la vida real. Piensen, por ejemplo, en la posible retirada de la financiación estadounidense a GAVI, la iniciativa mundial de vacunación. Esto podría provocar la pérdida de 1,2 millones de vidas jóvenes en los próximos cinco años. Dado que Estados Unidos representa el 40% de la financiación humanitaria, la hambruna en el Cuerno de África, Sudán y la región del Sahel se ha convertido en un peligro real e inmediato.



¿Cómo detener el asalto a la ayuda y comenzar su reconstrucción? La prioridad es desarrollar una agenda para obtener más impacto con menos recursos. Eso requerirá la voluntad de enfrentar tanto ineficiencias profundamente arraigadas como los intereses creados que las sostienen.



1. Poner fin a la fragmentación. Tomemos el tema de la fragmentación de la ayuda. Demasiada cooperación bilateral al desarrollo se entrega a través de proyectos y mecanismos especiales, dispares y desconectados, controlados por los donantes. Solo en el ámbito del cambio climático, existen más de 80 fondos especiales. Otros cientos se dedican a la salud materno-infantil y a la seguridad alimentaria. Si se diseñara un sistema destinado a maximizar los gastos administrativos de la ayuda, cargar los costes de transacción a los gobiernos receptores y minimizar el impacto, sería muy parecido a lo que tenemos. Solo en 2022, un país como Etiopía negoció y justificó más de 1.000 proyectos de ayuda relacionados con la pobreza.



Existe una alternativa. Bajo la presidencia del G-20, Brasil estableció una Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, con el objetivo de acelerar el progreso hacia los ODS. La alianza está creando ahora una plataforma de financiación, un “fondo virtual”, a través del cual los donantes pueden poner en común sus recursos para respaldar planes nacionales en áreas como la alimentación escolar, las transferencias de efectivo para hogares pobres y la salud infantil y materna, reduciendo costes y obteniendo resultados donde más importan. Los donantes deberían aprovechar la cumbre de Sevilla para apoyar la iniciativa de Brasil.



Las consecuencias se sentirán en la vida real. Piensen, por ejemplo, en la posible retirada de la financiación estadounidense a GAVI, la iniciativa mundial de vacunación. Esto podría provocar la pérdida de 1,2 millones de vidas jóvenes en los próximos cinco años



2. Protagonismo de los actores locales. También el sistema humanitario necesita una reforma profunda desde hace mucho tiempo. Cada año, la ONU emite un llamamiento de emergencia. Las agencias de la ONU se apresuran y compiten entre sí para recaudar y entregar una financiación humanitaria a corto plazo e impredecible para emergencias a largo plazo, altamente predecibles y, a menudo, evitables. El año pasado, como es habitual, se financió menos de la mitad del llamamiento.



Aquí también hay una alternativa. La mayor parte de la ayuda humanitaria se canaliza a través de agencias de la ONU. Canalizar más a través de actores locales en la primera línea de las crisis humanitarias reduciría los costes y aumentaría el impacto. Sin embargo, menos del 2% de la ayuda humanitaria pasa por ONG locales. Mientras tanto, los rígidos silos defendidos con sombría determinación por los donantes y las agencias de la ONU separan la financiación “climática”, de “desarrollo” y “humanitaria”, desperdiciando oportunidades para enfoques integrados que combinen la prevención de crisis con la inversión en resiliencia.



3. Desbloquear préstamos. Los recortes en la ayuda han hecho aún más urgente la necesidad de añadir músculo financiero a los bancos multilaterales de desarrollo (BMD): el Banco Mundial y sus homólogos regionales. Los fundadores del sistema de Bretton Woods crearon una arquitectura financiera que ofrece la magia de la multiplicación al aprovechar los mercados de bonos. Cada dólar que los donantes aportan a la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco, que atiende a los países más pobres, moviliza otros tres o cuatro dólares en préstamos.



Antes de la cumbre de Sevilla, los principales donantes europeos podrían acordar mantener sus compromisos con la AIF. También podrían acelerar los esfuerzos para desbloquear más préstamos y asignar una parte de sus derechos especiales de giro del Fondo Monetario Internacional (FMI) —un activo de reserva del banco central— a los BMD. Ese ejercicio técnico supondría una reasignación sin coste de 20.000 millones de dólares (18.500 millones de euros) en derechos especiales de giro que desbloquearían 80.000 millones de dólares (74.000 millones de euros), una inversión de dinero real para la financiación climática y los ODS.




Tras años de evasivas y una iniciativa fallida del G-20, es hora de convertir las deudas impagables en inversiones en las personas y en un futuro sostenible, y la cumbre de Sevilla podría dar el impulso necesario





4. Renegociar la deuda. El deterioro del entorno de ayuda también ha puesto el foco en la crisis de la deuda. Este año, África tiene previsto pagar a sus acreedores 88.000 millones de dólares (81.300 millones de euros), lo que desplaza el gasto en salud, nutrición y educación básica. Tras años de evasivas y una iniciativa fallida del G-20, es hora de convertir las deudas impagables en inversiones en las personas y en un futuro sostenible, y la cumbre de Sevilla podría dar el impulso necesario.



5. Profundas reformas institucionales. Quizás la gravedad de la crisis a la que se enfrenta el sistema de ayuda también podría impulsar una seria consideración de reformas más profundas. Algunas de las reformas más urgentes están relacionadas con la gobernanza de la ayuda. El modelo actual concentra el poder institucional en el Norte Global, perpetuando un sistema que pide con urgencia una descolonización. Otras reformas —como la de los sistemas fiscales internacionales— son necesarias para financiar los bienes públicos globales. Los impuestos sobre el carbono podrían, y deberían, financiar la adaptación climática en África y una transición ecológica. Incluso un pequeño impuesto del 2% sobre la riqueza de los multimillonarios podría movilizar 320.000 millones de dólares (296.000 millones de euros) a través de la redistribución para financiar los ODS.



Reimaginar el futuro en medio de una crisis no es fácil, pero hay precedentes. La cumbre de Sevilla se inaugurará en el 81º aniversario de la conferencia de Bretton Woods. Convocada por Estados Unidos a la sombra de una guerra inconclusa, la conferencia reunió a una generación de líderes políticos que habían visto la devastación causada por el proteccionismo, el auge del fascismo y el colapso del multilateralismo. Lo que surgió fue parte de un nuevo orden basado en lo que el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Morgenthau, describió como el reconocimiento de que “la única salvaguarda genuina de nuestro interés nacional radica en la cooperación internacional”.



Los fundamentalistas actuales del Make America Great Again (MAGA), y sus homólogos europeos, ven el mundo de manera diferente. El proteccionismo del tipo “empobrece a tu vecino”, el apoyo a partidos con raíces neonazis y fascistas y el rechazo de los valores universales están a la orden del día. En un mundo que se enfrenta a desafíos que solo pueden resolverse mediante la cooperación internacional, la mentalidad MAGA representa una amenaza para todos nosotros.



Existe una alternativa.




Kevin Watkins fue director ejecutivo de Save the Children en el Reino Unido y actualmente es profesor visitante en el Instituto Firoz Lalji de la London School of Economics. Gonzalo Fanjul es director de Análisis de Políticas y Desarrollo en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
El fantasma del Blog
Sudán: La descolonización de la emergencia humanitaria se abre paso



La mayoría de las personas que trabajan en la crisis provocada por la guerra en este país africano son profesionales del Sur Global. Las grandes ONG presentes en conflictos llevan años inmersas en procesos para descolonizar sus estructuras y dinámicas laborales






Patricia Simón
Adré
11 ABR 2025 - 05:30 CEST




Merie Nadje es nigerina, licenciada en comunicación y ha sido una de las coordinadoras de la misión que Médicos Sin Fronteras (MSF) mantiene en Adré, en la frontera de Chad, desde hace dos años para atender el éxodo provocado por la guerra de Sudán. Como la inmensa mayoría de los cientos de trabajadores y trabajadoras que la ONG ha destinado a esta crisis humanitaria es una persona negra y procedente de los países del entorno. Por ejemplo, de las más de 331 personas que trabajan en el complejo médico que MSF ha construido junto al campo de Metché, donde han sido reubicados más de 50.000 refugiados y refugiadas, solo 17 son expatriadas y, en su mayoría, procedentes de países del Sur Global.



Porcentajes similares se repiten en los proyectos con los que organizaciones como Acción contra el Hambre, Oxfam Intermón o el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas intentan aliviar la gravedad del mayor éxodo forzado del mundo en la actualidad. Atrás quedó la imagen del “salvador blanco” como arquetipo del trabajador o trabajadora humanitaria. La multiculturalidad de sus profesionales es ya una realidad en las misiones de emergencia. Pero erradicar el colonialismo de las ONG requiere ir más allá.




Eurocentrismo y racismo





Las principales ONG especializadas en la respuesta a crisis humanitarias y conflictos llevan al menos un lustro revisando su funcionamiento para dejar de reproducir una visión y unas dinámicas colonialistas, clasistas, eurocentristas y racistas. “Es fundamental que en todos los niveles de las organizaciones haya profesionales que tengan interiorizadas la diversidad y la multiculturalidad porque esa es la realidad en la que van a trabajar”, explica Sami Guessabi, director de Acción contra el Hambre (ACH) en Sudán. Francés, hijo de argelinos y residente en España desde hace más de una década, trabaja desde Kenia mientras su pareja lo hace en Japón. Fue el responsable de poner en marcha la misión de ACH en Libia, el encargado de coordinar sus proyectos en Afganistán tras el retorno de los talibanes al poder en 2021 y después del inicio de la guerra en Sudán en 2023, le ha tocado levantar la misión de Sudán con trabajadores locales y, también, de países como Pakistán, Kenia, Senegal o Irak.





Las organizaciones tenemos que tener la capacidad de ir al terreno para que sean las comunidades las que nos digan qué necesitan, para entender su idiosincrasia y su cultura. Y, también, tener el peso suficiente para poder decirles nosotros a los donantes lo que tenemos que hacer, no al revés

Sami Guessabi, Accion contra el Hambre





“Las organizaciones tenemos que tener la capacidad de ir al terreno para que sean las comunidades las que nos digan qué necesitan, para entender su idiosincrasia y su cultura. Y, también, tener el peso suficiente para poder decirles nosotros a los donantes lo que tenemos que hacer, no al revés. Porque muchos donantes tienen otros intereses, más políticos. Y es nuestro deber tener claro para qué estamos en el lugar”, explica Guessabi por videoconferencia en un perfecto español. En abril de 2024, esta periodista comprobó en Adré cómo su equipo, compuesto en su mayoría por chadianos y liderado por la camerunesa Guislean Tanchou, dedicaba jornadas extenuantes a atender los crecientes casos de malnutrición en varias clínicas, así como a abrir pozos, instalar letrinas y repartir cocinas con las que sobrevivir al raso, como se encuentran decenas de miles de personas refugiadas en Chad.




A igual trabajo, igual salario





Uno de los temas más complejos de abordar en esta revisión decolonial de las organizaciones es la cuestión de los salarios de sus plantillas. En el caso de Médicos Sin Fronteras, integrada por 60.000 trabajadores y trabajadoras repartidos por todo el mundo, se encuentra en plena transición a “una fuerza de trabajo global en la que las distintas retribuciones se correspondan con las distintas funciones”, explica Marta Cañas, exdirectora general de MSF, con décadas de experiencia trabajando en distintos destinos con esta ONG, incluido Sudán. Para ello, están diseñando una “tabla salarial armonizada para todo su personal internacional móvil”, añade.



En el caso de Acción contra el Hambre, ya cuentan con una sola tabla salarial dividida por los niveles de responsabilidad. “Intentamos coordinarnos con las otras organizaciones que trabajan en el terreno para tener, más o menos, unos mismos salarios, que sean realistas y que no destruyan el mercado de trabajo local. Pero allá donde están las Naciones Unidas, paga mucho más. Y la realidad es que hay lugares en los que no hay doctores trabajando en los hospitales porque se han ido con alguna ONG o con la ONU. No podemos llegar a un país y arrasar con su sistema de trabajo”, alerta Guessabi que, en el caso de Libia, pudo estudiar y diseñar un plan de remuneración antes de poner en marcha el proyecto.



La distorsión económica que puede provocar el desembarco de organizaciones internacionales en un territorio va más allá de los salarios. En la isla griega de Lesbos, la llegada de ONG y asociaciones dedicadas a paliar el abandono de la población refugiada provocó el encarecimiento de los alquileres de larga temporada lo que afectó incluso a los estudiantes que suelen mudarse desde las islas vecinas para estudiar en su Universidad. “Es exactamente la situación que intentamos evitar cuando llegamos a Sudán hace un año. Tenemos la obligación de negociar con los dueños de los edificios para que no nos suban los precios y terminemos perjudicando así a la población. A la vez, en esos contextos de guerra y crisis humanitaria, los propietarios también necesitan el dinero”, reflexiona Guessabi.




Un modelo heredero de la Segunda Guerra Mundial





El funcionamiento de las ONG que trabajan en emergencias humanitarias tiene su origen en el periodo de reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra Mundial. “Un sistema atravesado por relaciones históricas muy coloniales entre los países del Norte hacia el Sur y que se ha quedado absolutamente obsoleto. Aunque se han hecho esfuerzos por transformarlo, sigue reproduciendo prácticas asimétricas y normalizando relaciones de poder a partir de las visiones e intereses de los actores que acaparan más poder”, analiza Pilar Orduña, responsable de acción humanitaria de la ONG Oxfam Intermón. “Muchos donantes imponen las lógicas administrativas, los plazos, los diagnósticos e, incluso, la rendición de cuentas, que es un proceso muy vertical de abajo hacia arriba. Es decir, rendimos cuentas hacia los donantes, cuando también podríamos hacerla hacia las comunidades o hacia las organizaciones socias locales”, expone quien también coordina en la actualidad el Grupo de Trabajo de Acción Humanitaria de la Coordinadora de ONGD de España.



Orduña identifica otras imposiciones del Norte Global como el uso del inglés como lengua hegemónica para participar en el sistema y una industria de la ayuda, integrada por consultores internacionales —en su mayoría, de países enriquecidos— dedicadas a formular proyectos, a evaluarlos y que “tienen un gran peso en la definición de la agenda de las políticas de la cooperación”.



Aunque en los últimos años hemos asistido a una disminución de la financiación por parte de los Estados y de las grandes fundaciones a las emergencias humanitarias en favor de los proyectos de cooperación, nada es comparable al impacto que está teniendo la supresión de la financiación procedente de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) dictada por el presidente Donald Trump. En el caso de Acción contra el Hambre, el 30% de sus fondos procedía de manera, directa o indirecta, de Estados Unidos, por lo que están buscando apoyo para evitar que se vean afectados más de 50 programas. En Afganistán, por ejemplo, han tenido que cerrar unidades móviles de atención sanitaria, lo que privará a más de 10.000 niños y niñas menores de cinco años, así como a mujeres embarazadas y lactantes de una atención crucial para su salud. Y en Sudán, donde sus proyectos no se han visto afectados directamente, el sector de emergencias dependía en un 40% de la ayuda estadounidense. En el caso de MSF, aunque no recibe financiación de EE UU, su personal sí está siendo testigo de cómo la cancelación de sus fondos a otras entidades está agravando de manera acelerada la situación de poblaciones muy vulnerables en países como Haití, República Democrática del Congo, Zimbabue, o Bangladés, donde el Programa Mundial de Alimentos se ha visto obligado a reducir a la mitad sus raciones de comida.



Por todo ello, las ONG dedicadas a trabajar en conflictos y crisis humanitarias llevan años volcadas en aumentar las donaciones procedentes de la ciudadanía para asegurarse una mayor independencia. Y en este sentido, la contratación sigue necesitando importantes recursos y tiempo. “Tenemos un trabajo maravilloso, pero que requiere grandes sacrificios por lo que mucha gente lo hace uno o dos años y lo deja. Eso hace que tengamos que estar recomponiendo y formando a los equipos de manera recurrente“, explica Guessabi, de Acción contra el Hambre.



De hecho, algunas organizaciones más pequeñas que las citadas en este reportaje y, en consecuencia, con menos presupuesto, tienen dificultades para encontrar profesionales locales dispuestos a trabajar en lugares como el campo de personas refugiadas de Metché, una de las poblaciones más aisladas de Chad.



Ante la creciente complejidad de los contextos bélicos y las crisis humanitarias, donde cada vez convergen más actores, las ONG cada vez atienden más a las evaluaciones de riesgo también para la selección del personal. “Uno de nuestros objetivos es que el personal local termine ocupando los cargos de mayor responsabilidad. Pero también es importante que haya expatriados por una cuestión de seguridad para los nacionales: los extranjeros pueden hablar con las autoridades de una manera que estos no podrían”, señala Guessabi.




La importancia del “sinfronterismo”





Hay contextos extremos en los que las ONG han reducido la presencia de personal laboral blanco por causas como el riesgo de secuestros en algunos países. Pero siempre y cuando sea posible, Marta Cañas, de Médicos Sin Fronteras, reivindica la riqueza de la internacionalidad de sus equipos: “Es fundamental para nuestro trabajo contar con los procesos de reflexión en los que se debate desde esa mirada múltiple y diversa que aportan los distintos orígenes y trayectorias vitales de nuestros colegas”, explica quien a lo largo de su larga trayectoria como humanitaria ha vivido en numerosos países, incluido Sudán.



Aunque la reflexión comenzó hace una década, fue hace unos siete años cuando Médicos Sin Fronteras se volcó en la descolonización de la organización. Cañas, que ha participado en el proceso desde el inicio, describe con pasión los siete ejes de la estrategia. “El primero es poner en el centro de gravedad las necesidades y las visiones de las personas y las comunidades a las que servimos. No decidirlas en nuestra oficina de Barcelona, sino a través de un diálogo real y profundo hasta acordar con ellas cómo vamos a tratarle como paciente”.




Se trata de acabar con la imagen de víctima permanente y entender que una persona puede necesitar ayuda en un momento dado y en otro, ofrecerla

Marta Cañas, MSF




Sobre el terreno, en la frontera de Chad, este objetivo se materializa en el peso que tienen en el trabajo diario de MSF mediadores como Mohammed Abdallah Hassan, un refugiado sudanés contratado para trabajar codo con codo con el personal sanitario y los pacientes; o la centralidad del equipo de salud mental de Adré, dirigido por la psicóloga mexicana Cynthia Matildes; o en figuras claves como la de Lena Lieberknecht, responsable de protección comunitaria, y que en la práctica se pasa el día reuniéndose con distintos grupos de la comunidad del campo de Metché para conocer sus necesidades, sus preocupaciones y para identificar los siguientes pasos que la ONG debería dar. Otro de los ejes citados por Cañas es la promoción de las mujeres en los órganos ejecutivos. Algo que constatamos en Adré con su coordinadora, la nigerina Merie Nadje, pero también con la de ACH, la camerunesa Guislaine Tanchou.



“Se trata de acabar con la imagen de víctima permanente y entender que una persona puede necesitar ayuda en un momento dado y en otro, ofrecerla”, recuerda Cañas. Y lo ejemplifica a través de la experiencia reciente de una de las captadoras de donantes que trabaja a pie de calle en Barcelona. En solo una semana, su compañera conoció a tres personas que habían sido atendidas por MSF: una había sido rescatada por su barco en el Mediterráneo, otra había recibido asistencia durante su parto en Guatemala y al padre de la tercera le habían asistido durante su hospitalización por covid-19 en Argentina. Y ahora eran ellas las que querían hacerse socias.




El empuje descolonizador del Sur




También Oxfam Intermón está inmersa en el proceso de descolonización: “Como ONG, hemos nacido para desaparecer. Nuestro objetivo es que las organizaciones nacionales y locales, cada vez más, lideren las respuestas humanitarias: son las que mejor conocen el contexto, las que primero sufren las crisis y las últimas que se van del escenario porque son sus comunidades”, explica Orduña. Y, para ello, ella y sus compañeras trabajan los proyectos, de principio a fin, con organizaciones feministas nacionales o que defiendan los derechos de las mujeres y de las minorías.




“La cooperación al desarrollo ha reproducido relaciones asimétricas y de dominación. También ha influido en los valores, la cosmovisión y el sentido común dominante de las sociedades en las que han tenido un mayor impacto”, denuncia Orduña. Y para comenzar a combatir esta forma de neocolonialismo, han sido claves las mismas organizaciones del Sur Global que han dicho basta a un modelo que las reducía a receptoras pasivas. “Están haciendo un trabajo espectacular de presión, de pedagogía, de generación de conocimiento para acabar con este modelo que produce racismo estructural”, apunta Orduña, quien recuerda que en este proceso “reparación a escala global” ha habido dos pronunciamientos de la ONU que guían el camino: el informe sobre el impacto negativo de los legados del colonialismo en el disfrute de los derechos humanos y la resolución sobre la promoción de un orden internacional democrático y equitativo.




Como ONG, hemos nacido para desaparecer. Nuestro objetivo es que las organizaciones nacionales y locales, cada vez más, lideren las respuestas humanitarias: son las que mejor conocen el contexto, las que primero sufren las crisis y las últimas que se van del escenario porque son sus comunidades

Pilar Orduña, Oxfam Intermon




Y para conseguirlo, una de las estrategias de Oxfam Intermón es, precisamente, que tengan la portavocía las organizaciones locales con las que trabajan en los órganos de coordinación humanitaria, a menudo dominados por los actores internacionales. Al fin y al cabo, la descolonización también es una retirada de los lugares ocupados y devolver la palabra a quienes les fue usurpada. Por eso, es alentador ver cómo las ONG especializadas en la emergencia humanitaria se transforman para proyectar, a través de su funcionamiento, la sociedad equitativa, diversa y plural a la que aspiran contribuir para dejar de ser necesarias. Por ejemplo, en los hospitales de MSF en la frontera de Sudán, donde entre el personal sanitario conviven decenas de nacionalidades. Y sólo una minoría son del Norte Global. Ni más ni menos que una traslación de la verdadera demografía mundial.
El fantasma del Blog
Entre el neocolonialismo y la resistencia: los guatemaltecos que negocian con la cooperación internacional




Organizaciones locales reivindican su lugar en definir el desarrollo de un país repleto de oenegés extranjeras. “No agarramos cualquier cosa. Trabajamos con quienes nos entienden mejor”, dice un líder campesino





Lucas Reynoso
Ciudad de Guatemala
11 ABR 2025 - 05:30 CEST




Benjamín Son Turnil, un indígena maya quiché de 76 años, es rotundo en sus críticas a la cooperación internacional. “El colonialismo sigue bastante presente, solo que ahora hay variedad de formas y a veces no se percibe mucho”, dice en Totonicapán, una ciudad de unos 100.000 habitantes en el occidente de Guatemala. Él considera que recibir recursos internacionales es un derecho de su comunidad debido a las desigualdades heredadas de siglos de despojo que enriquecieron a Europa. Por eso reconoce que le molesta que algunos fondos repliquen dinámicas de dominación y a veces vengan condicionados a agendas y prioridades definidas en los países donantes, sin participación local. “El que coloniza trata de ignorante al colonizado”, afirma. Pero no se siente víctima. Cuenta con orgullo que la Asociación de Cooperación para el Desarrollo Rural de Occidente (CDRO), fundada en los ochenta, ahora tiene abundantes recursos propios, emplea a más de 200 personas y elige a socios internacionales que la respetan: “Hemos generado nuestro propio margen de maniobra”.




La cooperación internacional permea una parte importante de la historia guatemalteca de las últimas tres décadas. Con los acuerdos de paz de 1996 quedaron atrás 36 años de conflicto armado interno y surgieron expectativas de una época de reconstrucción y crecimiento. Recursos millonarios sirvieron para asuntos tan variados como la construcción de un nuevo sistema judicial, la reivindicación de la identidad maya o la consolidación de medios independientes. A simple vista, Guatemala se ha convertido en el país de la cooperación: abundancia de oficinas de oenegés internacionales en barrios ricos de la capital, un sinnúmero de programas con mayor o menor éxito, recuerdos de gobiernos que confrontaron públicamente a estos actores extranjeros. Sin embargo, la sociedad civil local cuenta una historia distinta, una en la que reivindica sus capacidades propias y su habilidad para moverse bajo las reglas de juego.




Daniel Pascual, líder campesino de 52 años, tiene una visión parecida a la de Son Turnil. Es el coordinador del Comité de Unidad Campesina (CUC), una organización que se conformó en 1978 para defender los derechos de los trabajadores del campo y que hoy cuenta con unos 25 empleados. Por un lado, señala que los fondos que reciben “no son una donación” porque las agencias estatales y las oenegés internacionales “imponen” las prioridades y “dicen para qué es”. Además, lamenta que rehúyan temas políticamente sensibles que el CUC ve como prioritarios para producir cambios sustanciales a largo plazo. “Si hablamos de reforma agraria, somos comunistas y ninguna agencia nos da dinero”, explica. Por otra parte, enfatiza que el CUC sabe con qué socios trabajar: “Nosotros escogemos, no estamos viendo de agarrar cualquier cosa. Trabajamos con quienes son más solidarios y nos entienden mejor. Por eso no tenemos fondos gigantescos”.




Una escala salarial y un golpe de Estado





Luego de los acuerdos de paz de 1996, abundaron las imposiciones. Son Turnil tiene grabado un recuerdo incómodo de aquellos años. Durante una reunión para un proyecto de mujeres, le pareció “aberrante” que unos donantes cuestionaran la política salarial de CDRO, su organización comunitaria, y exigieran sueldos más altos para los trabajadores que contratarían en el nuevo programa. “Les dije que nos iban a romper la tabla salarial y que eso nos iba a crear una desigualdad muy grande con el resto de nuestros empleados”, comenta Son Turnil, que todavía trabaja en la organización como asesor de las directivas. “La gringa me dijo que no, que tenían que ser los salarios que ellos decían por la dignidad y el empoderamiento de las mujeres. Así que le dije que bueno, que no iba a haber proyecto entonces. Y me retiré”.



En Ciudad de Guatemala, Pascual también relata momentos traumáticos. Cuenta que el CUC recibió a comienzos de los 2000 unos fondos del Gobierno de Estados Unidos, a través de una ONG de ese país, para la exhumación de los restos de compañeros masacrados durante el conflicto armado —más de 200.000 personas fueron asesinadas en Guatemala entre 1960 y 1996, de acuerdo con la ONU—. El proyecto incluía unos libros en los que las comunidades campesinas contaban sus historias. Según relata Pascual, los donantes rechazaron unas menciones sobre el rol de Washington en el golpe contra el presidente Jacobo Árbenz en 1954 y en el recrudecimiento de la violencia durante el conflicto armado. El CUC, entonces, enfrentó un dilema: retirar estos apartados o quedarse sin fondos para terminar de levantar los cuerpos.




“Quitarlos hubiera sido una traición a nuestra memoria”, enfatiza Pascual en la sede de la organización, donde un mural con una bandera roja, campos por cosechar y siete rostros recuerda a “los mártires del CUC”. “No olvidar a nuestros muertos es parte de nuestra cosmovisión”, añade tras una pausa. Aunque Estados Unidos finalmente entregó los fondos restantes, quedó claro en la organización campesina que preferían estar solos antes de tener socios que les impusieran cosas tan inaceptables para ellos. “Decidimos que no haríamos ni un proyecto más que contara con dinero de la cooperación oficial de Estados Unidos”, subraya. Y así fue: hasta que la Administración de Donald Trump suspendió la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), Pascual vetó colaboraciones con oenegés que ofrecieran sus fondos.




Luxemburgueses y suecos





Mientras transcurre la entrevista con el líder del CUC en el segundo piso de la sede de la entidad en Ciudad de Guatemala, un abogado está reunido en otra sala con dos funcionarios estatales. Los tres buscan maneras para formalizar los derechos de unas comunidades campesinas sobre más de 8.000 hectáreas de tierras. Una sentencia de 2015 los favoreció y anuló los títulos falsos que tenían unos terratenientes, pero todavía prevalece la interminable burocracia del Estado. Según explica Carlos Paz, coordinador de gestión y planificación, el sueldo del abogado lo financia una ONG de Luxemburgo que respeta las prioridades que ellos establecen. Paz dice que el CUC elige cómo usar los dos abogados que les financian: selecciona qué litigios estratégicos priorizar para avanzar en sus causas y a quiénes asistir de una larga lista de líderes campesinos con problemas judiciales.




CDRO, en tanto, muestra un proyecto de cosecha de tomates para mujeres. En una casa en la zona rural de Totonicapán, la organización ha instalado un macrotúnel, una estructura de acero cubierta de plástico que se utiliza para proteger a cultivos de las inclemencias del clima. Dentro hay tomates en varios estados de maduración: rojos, verdes y amarillos. We Effect, una organización sueca, ha invertido fondos del Gobierno de su país para que las mujeres mayas quiché aprendan a desinfectar los suelos con ceniza, podar el exceso de plantas y preparar fertilizantes con cáscaras de huevo y banano. Ofelia Tzoc, una de las mujeres, cuenta que eso les ha permitido salir de sus casas y aportar productos naturales a sus familias. Sabe que We Effect puso dinero, pero no lo tiene muy presente. “Wu Fet, Wefet... no podemos pronunciarlo”, comenta entre risas.




Tanto CDRO como el CUC definen sus prioridades y tienen claro a qué agencias estatales u oenegés recurrir para financiarlos. Williams Chuc, encargado de proyectos de CDRO, señala que aprovecharon los recursos de We Effect para los cursos de cosecha de tomates porque los fondos del convenio con el Gobierno sueco se enfocan en proyectos de formación y fortalecimiento institucional. Para construir el macrotúnel, recurrieron a Musol, una fundación española que sí les financia infraestructura.




El feminismo y la complementariedad maya





El proyecto de cosecha de tomates no se limita a una cuestión de cultivos. Es parte de un programa más amplio que CDRO y We Effect tienen para el empoderamiento de mujeres. Por eso, Ofelia Tzoc y Candelaria Gutiérrez hablan de unos cursos en los que dialogan sobre sus derechos. “Nos concientizamos de que tenemos los mismos derechos [que los hombres]. Recogemos que las mujeres no tenemos que estar solo en la casa: podemos platicar con los maridos para que entiendan que somos capaces de hacer cosas afuera para ayudar”, comenta Tzoc. “Antes nos costaba ir a reuniones, los esposos no nos daban permiso. No teníamos un espacio para compartir nuestras experiencias”, añade Gutiérrez.




Productoras de tomate cuentan la experiencia de su emprendimiento que cuenta con el apoyo de los programas que ejecuta la Asociación de Cooperación para el Desarrollo Rural de Occidente (CDRO) y We Effect, en Chuipachec, Totonicapán, Guatemala el 4 de junio de 2024.



Las dos, acompañadas por cuatro compañeras más, afirman que no aceptarían que estos cursos utilicen conceptos como “feminismo”. “Es deshacer al hombre. Es otra idea, no es nuestra cosmovisión, rompe nuestros valores”, explica Gutiérrez. Para ellas, es importante que los cursos incorporen nociones de la cultura maya quiché sobre la “complementariedad” entre géneros. “Aquí nadie es más importante que el otro, hay un respeto mutuo”, comenta Gutiérrez.




La nicaragüense-hondureña Damaris Ruiz, directora para Centroamérica de We Effect, afirma en una videollamada desde Honduras que ella sí se considera feminista. Pero sabe que no puede ir a Totonicapán a hablar de derechos reproductivos o educación laica. Imponer terminologías, dice, puede causar más daños que beneficios y hacer que las mujeres y sus maridos se cierren. Por eso toca “ir con cuidado” y conciliar entre las visiones locales y el compromiso de We Effect de que el 50% de sus recursos se utilicen en promover la participación de mujeres. Declinaría trabajar con una organización local que no tenga ningún compromiso con estos temas, pero está dispuesta a negociar conceptos: “Por ahora nos enfocamos en que las mujeres tienen derecho a participar en la economía. Después, con esos primeros pasos, nos podemos agarrar para avanzar en procesos más profundos”.





Los fondos propios





CDRO y el CUC enfatizan que es importante consolidar ingresos propios para no depender de la cooperación internacional. En el primer caso, hay varios negocios: alquiler de salones para reuniones, venta de pilotes y productos agrícolas, un sanatorio, la administración de un parque ecológico, acciones en el Banco de Desarrollo Rural y créditos a través de una cooperativa. “Empezamos con recursos propios que daban risa, eran una miseria. Pero eran propios y fuimos creciendo”, remarca Son Turnil durante el desayuno en el hotel de Totonicapán. Eso les permite, por ejemplo, comprar unos extractores de miel que saben que We Effect no puede aportar para un proyecto de apicultores. El CUC, por su parte, está más limitado a aportes comunitarios de sus miembros y allegados. Al menos no paga renta: la sede, una vieja casona, fue una donación de la Ayuda Popular Noruega en los noventa.




Conseguir fondos propios es indispensable para la vertiente más política del CUC: grandes movilizaciones y “recuperaciones” de tierra que a veces le han causado problemas judiciales, tensiones con los gobiernos y el rechazo de las élites tradicionales. Las oenegés internacionales no financian esta parte. Ninguna quiere ser acusada de promover actividades desestabilizadoras, como algunos denominan a los actos más políticos de esta organización. Daniel Pascual, que lamenta lo que considera una falta de compromiso con la democracia, sabe que por eso importan los fondos propios. “Para nuestro ser político no vamos con las oenegés porque ya sabemos que van a decir que no”, dice. Orgulloso, muestra en la oficina del CUC unas bolsas con libras de maíz, atol y arroz. Cuenta que esas donaciones alimentaron en 2023 a quienes marcharon durante semanas para defender la llegada del presidente Bernardo Arévalo.




Ana Glenda Tager, secretaria privada del presidente Bernardo Arévalo y exdirectora para América Latina de la ONG Interpeace, tiene una visión menos idealista sobre qué es, o debería ser, la cooperación. “Si vas a donar, no es que tu ayuda va a ser completamente pura. Lógicamente tiene un interés estratégico en cuanto a que estás apoyando y por qué”, subraya en referencia a asuntos que pueden ir desde una agenda verde hasta contención de la migración. Cree que, entendiendo eso, es Guatemala la que debe establecer su propia agenda para negociar las prioridades: “Eso es lo que nos ha faltado en los gobiernos anteriores. Pero eso no ha sido culpa de la cooperación. Es culpa del país que no tiene claridad estratégica hacia dónde quiere ir y a qué le quiere dar prioridad”.




En el Gobierno de Arévalo, sociólogo y diplomático que enfrentó numerosos obstáculos de las élites tradicionales para asumir su cargo en enero, Tager y otros ministros proceden de la cooperación. El diagnóstico de la secretaria es lapidario con las administraciones anteriores. “La agenda de Guatemala ni siquiera ha sido impuesta. Más bien, no ha habido siquiera capacidad para decir: ‘Yo tengo mi propia agenda’. Solo se recibe y punto. Se reciben los fondos y ya está. Incluso los ministerios agarran por agarrar, sin decir cuál es su agenda y qué les interesa”, comenta. Para ella, en estos años las oenegés han hecho programas “muy buenos”, pero no han tenido un Estado que los escale y replique en todo el país. “Ese no es el rol de la cooperación, sino del Gobierno. Tenemos que ver qué cosas han estado funcionando para tratar de ver cómo las ampliamos”, señala.




La funcionaria afirma que el actual presidente ha dejado en claro que las prioridades son la infraestructura estratégica —puertos, aeropuertos, carreteras— y el programa Avenidas para el Buen Vivir, que promoverá proyectos de desarrollo en las regiones más empobrecidas del país —la tasa de pobreza de Guatemala fue del 55% en 2023, según el Banco Mundial—.




Tager sabe que cada oenegé o agencia tiene sus intereses, que cada vez llegan menos fondos por otras prioridades en Europa y que temas más políticos como la conflictividad agraria son difíciles. Pero enfatiza que Guatemala tiene margen de maniobra para definir la agenda. “Si yo propongo bien los proyectos, y los explico bien, voy a recibir el apoyo”, afirma.




Para Ana María Méndez, directora para América Latina de la ONG Care, es importante entender todas estas dinámicas dentro de un contexto en el que algunas organizaciones internacionales —no todas, reconoce— han cambiado en los últimos años. “Hemos hecho autocrítica, introspección”, señala en el café de una librería de la capital. La responsable explica que se han reducido en tamaño y han priorizado el fortalecimiento de los socios locales, algo que considera más sustentable a largo plazo y que permite que más dinero llegue a las comunidades. “Hace 10 o 15 años había organizaciones con planillas enormes en la región. Ahora ya no se conciben... los empleados disminuyeron de 400 a 40”, afirma. Méndez subraya, no obstante, que todavía falta y que organizaciones como Care, Oxfam o We Effect son “un mal necesario”: conectan a los donantes con los territorios, aportan conocimientos técnicos y preparan rendiciones de cuentas para los países donantes.
El fantasma del Blog
Autosuficiencia o mirar hacia China: el agujero que deja Trump en ayuda exterior obliga a África a buscar alternativas





La congelación de las ayudas de Estados Unidos pone en alerta a las ONG y a los gobiernos subsaharianos, y abre más la puerta a la cooperación china





Josep Catà Figuls
Kigali (Ruanda)
21 FEB 2025 - 05:30 CET




En la entrada del hospital de distrito de Masaka, a poco más de media hora en coche del centro de Kigali, en Ruanda, un gran cartel que detalla los servicios médicos de las instalaciones está presidido por unas siglas que lo han sido todo para muchos gobiernos africanos durante años: USAID. La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional está detrás de multitud de programas para hacer accesible la sanidad a muchos ciudadanos, pero ahora profesionales y pacientes ya se están haciendo a la idea de que nada es para siempre. A principios de febrero, el presidente Donald Trump decidió congelar todos los fondos de USAID, y anunció que retirará a su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dos bandazos que dejan a la intemperie a las ONG y los gobiernos de todo el mundo, especialmente en África.




Jean Damascene, director general del hospital, explica que los recursos de USAID les apoyan en áreas como la formación de doctores y enfermeras. Ahora, teme que el centro empiece a cojear. “Quizá ahora no vemos el impacto, pero tendremos un gran agujero en el futuro, y tenemos que prepararnos”, lamenta Damascene. Esta preparación, según distintas organizaciones y gobiernos, pasa por intentar ser autosuficientes y financiarse con herramientas como impuestos específicos.




Sin embargo, cuando alguien deja un agujero, otro va a querer llenarlo. El hospital de Masaka se está ampliando, y las grúas que están construyendo esta expansión tienen otra inscripción: China Aid. Y un eslogan: “Por un futuro compartido”.




El agujero que puede dejar USAID es de enormes dimensiones según el país. En 2023, el último año fiscal completo, la agencia norteamericana desembolsó 72.000 millones de dólares en todo el mundo y en ayudas en todos los ámbitos, tanto económicas como militares, según los datos publicados por la propia entidad gubernamental. De este monto, más de 16.200 millones de dólares fueron a los países del África subsahariana. Y en concreto, algo más de 5.600 millones se destinaron a programas sobre salud en esta región. Por otro lado, Estados Unidos es el principal contribuyente en la OMS, con un 14,39% de la financiación, según los datos de la entidad. Y África, en su conjunto, recibe de la OMS un 26,52% de los fondos disponibles. Así que el anuncio de la retirada de la OMS por parte de Estados Unidos añade tanta o más angustia que la congelación de USAID a los gobiernos subsaharianos y a los trabajadores en programas de desarrollo en salud en el continente. El impacto en empleos amenazados se cuenta por miles, y existe un temor fundado de que la salud de los usuarios de estos programas ya se esté resintiendo.




En 2023, los países que más dinero recibieron de USAID para temas de salud fueron Tanzania y Nigeria, y de los diez primeros programas que más dinero estadounidense obtuvieron, siete tenían que ver con el VIH, otro con la malaria y otro con emergencias por virus de la gripe. Es decir, que los mayores desembolsos se llevan a cabo para luchar contra las enfermedades transmisibles. Esto preocupa especialmente a quienes abogan por conceder prioridad también a la contención de las enfermedades no transmisibles como el cáncer, la hipertensión o la diabetes, unas dolencias que se están convirtiendo en una fuente de presión cada vez mayor para las infraestructuras sanitarias de muchos países en África, donde la esperanza de vida va en aumento y por lo tanto, también la prevalencia de este tipo de enfermedades.




La semana pasada se celebró en Kigali el foro NCD Alliance, al que fue invitado EL PAÍS, inicialmente con el objetivo de debatir sobre las enfermedades no transmisibles y las herramientas para controlarlas, y para preparar un frente común de cara a la reunión de alto nivel que la OMS celebrará en septiembre alrededor de este tema. Pero el foco, en todas las sesiones del foro, era otro: ni el virus de la fiebre Marburgo, que obligó a posponer este congreso cuando debía haberse celebrado el pasado mes de octubre, ni el conflicto entre milicias que tiene lugar a tres horas de Kigali, en la frontera con la República Democrática del Congo, suscitaron tanta preocupación como lo que pueda hacer Trump. “La congelación de los fondos tendrá un gran impacto en África. No de forma directa en las enfermedades no transmisibles, porque aquí la ayuda no era tan grande, pero sí que estas sufrirán una repercusión: los presupuestos en salud serán más pequeños, y las enfermedades no transmisibles serán la última prioridad”, señala Katie Dain, consejera delegada de la NCD Alliance. También identifica la retirada de Estados Unidos de la OMS como una gran amenaza: “Una OMS débil implica que será más difícil obtener datos, habrá menos asistencia técnica y menos cooperación multilateral. Y las enfermedades no transmisibles no conocen fronteras, el gran riesgo es que se vaya erosionando el multilateralismo”.




El gran reto, pues, es conseguir una financiación alternativa para llenar el hueco. “Este es un contexto muy complicado, y más que nunca tenemos que escuchar a la gente para saber cómo tenemos que adaptar las intervenciones, conseguir mayor eficiencia... y todo ello pasa por la financiación”, señala Guy Fones, director del departamento de enfermedades no transmisibles, rehabilitación y discapacidad en la OMS. Una de las formas de conseguir financiación es que las entidades de filantropía asuman mayor responsabilidad. Gina Agiostratidou, directora del programa sobre diabetes tipo 1 en la fundación benéfica Helmsley, cree que los anuncios realizados por Trump “son devastadores”. “Nosotros continuaremos enfocándonos en las prioridades, escuchando las necesidades de nuestros socios, pero no podemos reemplazar al gobierno. Es todo muy incierto, pero tenemos que ir todos a una”, resume. Mary-Ann Etiebet, presidenta y consejera delegada de Vital Strategies, cree que la solución “tiene que ser local y sostenible, y la primera herramienta tienen que ser los impuestos específicos”, como los que gravan el tabaco o el alcohol.




Autosuficiencia




Pero en lo que la mayoría de ONG y portavoces coinciden durante el congreso, es en encontrar la manera de ser autosuficientes con financiación doméstica en cada país. Esto, en muchas de las naciones subsaharianas donde una parte muy importante del presupuesto está ligada a la cooperación internacional, y donde existe la dificultad añadida de que los fondos sorteen la corrupción y lleguen a su destino, es complicado. “La financiación doméstica tiene que llenar el hueco, pero esto es muy fácil de decir. ¿Y si, de entrada, no hay financiación?“, se pregunta Pierre Cooke, de la ONG Healthy Caribbean Coalition.




Para Nomathemba Chandiwana, no hay elección. Esta investigadora, que forma parte de la fundación Desmond Tutu, adquirió protagonismo cuando demostró que los medicamentos para el VIH tienen un efecto secundario que deriva en casos de obesidad especialmente en mujeres de países subsaharianos. Así que conoce de primera mano la necesidad de vincular los programas sobre enfermedades transmisibles y sobre las no transmisibles, que a menudo coinciden en un mismo paciente. ”Lo que ha ocurrido en las últimas semanas es muy impactante, y muestra cuan vulnerables son nuestros sistemas de salud. La congelación de los fondos es desastrosa, y ya está implicando pérdida de vidas. Pero esta es la oportunidad para buscar más colaboración publico-privada, y el ejemplo de los programas sobre VIH de las últimas décadas es muy bueno", explica.




Fortalecer el sistema de salud, integrar todos los programas, buscar eficiencia y más colaboración son algunas de las soluciones propuestas durante el congreso. “Pero no hay ninguna bala de plata, la clave es el liderazgo político y el compromiso”, dice Mercy Mwangangi, secretaria administrativa jefa del Ministerio de Salud de Kenia. Otros en el congreso ven a China como esta bala de plata que necesitan, aunque no lo dicen en público. El pasado mes de septiembre, el gobierno de Xi Jinping garantizó una ayuda económica de 45.000 millones de euros a los países africanos, y lo que hace unos años se destinaba fundamentalmente a infraestructuras y obras públicas, ahora ya se extiende a programas humanitarios como la salud. A cambio, los contratos de empresas chinas en África van en aumento y las relaciones comerciales se han estrechado, ampliando el déficit comercial de las naciones africanas con China. Las inscripciones en chino que se leen en camiones, muros de obra, grúas o andamios por Kigali dan buena cuenta de ello.
El fantasma del Blog
Los recortes de Trump privan a miles de refugiados de Myanmar de agua, alimentos y medicinas




Los efectos de los recortes decididos por el mandatario estadounidense se sienten a ambos lados de la frontera con Tailandia, dejando a muchas personas preocupadas por cómo sobrevivirán en el futuro





Valeria Mongelli
Rebecca Root
Mae Sot / Bangkok
19 MAR 2025 - 05:35 CET




Ni Ni Aung es una refugiada de Myanmar de 62 años que vive en el campamento de Mae La, uno de los nueve campamentos de refugiados en la vecina Tailandia. Una cánula la conecta a dos tanques de oxígeno apoyados contra la pared. Mientras jadea y hace pausas para respirar profundamente, explica que un problema pulmonar congénito, agravado por una insuficiencia cardíaca el año pasado, hace que su supervivencia dependa por completo de un suministro de oxígeno. Sin embargo, en estos momentos el abastecimiento es precario. El destino de Ni Ni Aung, y el de muchas de las 100.000 personas que viven en estos campos, está en manos del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. La congelación y revisión de la ayuda humanitaria durante 90 días significa que muchos refugiados ya no tengan acceso a alimentos, agua y medicinas.




El Comité Internacional de Rescate (IRC por sus siglas en inglés), el principal proveedor de atención sanitaria de estos campos, recibió en enero una orden de suspensión de actividades de USAID, la agencia de cooperación estadounidense y uno de sus principales donantes, y The Border Consortium (TBC), responsable de proporcionar alimentos y combustible a los campos, está funcionando con sus reservas, ya que se han suspendido los 1,3 millones de dólares (1,19 millones de euros) mensuales que recibe de la Oficina de Población, Refugiados y Migración del Departamento de Estado. A otras ONG se les están agotando también los suministros.





Después de su insuficiencia cardíaca, Ni Ni Aung y su familia se mudaron a una casa improvisada cerca de una de las clínicas financiadas por el IRC en Mae La. Tiene movilidad reducida y prefiere estar cerca de la clínica en caso de que suceda otra emergencia. La clínica cerró en enero y volvió a abrir temporalmente durante 90 días, pero nadie sabe qué pasará después. “Estoy muy preocupada por mi madre”, explica Paing Paing, la hija de Ni Ni Aung. “Aquí [en la clínica] veo a muchos pacientes. Están desesperados. Me preocupa que pueda ver morir a gente delante de mí”.




La suspensión de la financiación estadounidense está abandonando a personas que ya son víctimas de la guerra, explica Leon de Riedmatten, director ejecutivo de TBC, organización nacida hace 40 años para apoyar la afluencia de refugiados birmanos como resultado del conflicto en esa época. En medio del conflicto más reciente, desencadenado por un sangriento golpe de Estado militar en Myanmar en 2021, más personas se han aventurado a cruzar la frontera en busca de seguridad.




Sin embargo, el Gobierno tailandés impide la integración, lo que obliga a los refugiados a depender por completo de la ayuda internacional, que está constantemente sujeta a los altibajos de la geopolítica. Con el comienzo del segundo mandato de Trump, los efectos de esa geopolítica se sienten en ambos lados de la frontera entre Tailandia y Myanmar, y generan una creciente preocupación acerca de cómo podrán sobrevivir esas personas.





“La situación de nuestro país depende de la estabilidad política de otros países”, afirma Thara Bew Say, secretaria general del Comité de Refugiados Karen (KRC por sus siglas en inglés). “Si su economía no está bien, si enfrentan a una guerra o sufren inflación, no podrán apoyarnos”, agregan. Esto pone en peligro vidas como la de Ni Ni Aung.



Estados Unidos ha sido históricamente el mayor financiador de la crisis humanitaria de Myanmar, con una aportación de 114 millones de dólares (104 millones de euros) en 2024. Este país, junto con el Reino Unido, otras Estados occidentales y las Naciones Unidas, también se ha opuesto con vehemencia al régimen militar de Myanmar y ha impuesto sanciones con la esperanza de frenar su “campaña de violencia”. La suspensión de la ayuda representa una postura diferente, que podría costar vidas. El secretario de Estado de EE UU, Marco Rubio, anunció que se reanudaría la ayuda para salvar vidas si las organizaciones solicitaban una exención, pero ese proceso parece haber estado plagado de burocracia.




Como resultado, hay miles de personas a lo largo de la frontera que no están recibiendo sus medicamentos, ya sea para la malaria, la tuberculosis o el VIH/sida, cuenta Meredith Bunn, fundadora de la ONG Skills for Humanity, que proporciona ayuda en Myanmar. En febrero, la agencia Reuters informó de la muerte de una mujer de 71 años después de que el cierre de las clínicas del IRC dentro de los campamentos le impidiera acceder al oxígeno vital que necesitaba para una afección pulmonar. Y hoy, fuera de la clínica del campo de refugiados, Nyo Nyo Win, de 62 años, explica que, mientras la clínica estaba cerrada, dejó de tomar su medicación para la hipertensión porque no tenía otro lugar donde acceder a ella de forma gratuita. “La asistencia sanitaria y alimentaria son grandes retos aquí”, denuncia. “Tengo miedo de tener una emergencia sanitaria”.





Desde que el IRC recibió sus órdenes de suspensión, Kanchana Thornton, directora de la Burma Children’s Medical Fund, una ONG que ayuda a pacientes birmanos de todas las edades a acceder a atención quirúrgica en hospitales tailandeses, explicó que había recibido una gran cantidad de solicitudes para ayudar a transferir pacientes a instalaciones tailandesas, pero que sin más apoyo tendrían dificultades para lograrlo.




La situación, explica un trabajador humanitario de alto rango con sede en Myanmar que pidió permanecer en el anonimato por razones de seguridad, obligará a los trabajadores humanitarios a tomar decisiones imposibles sobre a quién pueden ayudar y a quién no. Refugiadas embarazadas como Naw Mu Khu, de 26 años, pueden verse obligadas a dar a luz en una clínica improvisada en lugar de en un centro de salud más limpio. Aún faltan seis meses para ese momento y mientras tanto, la preocupación por tener suficiente comida para ayudar a llevar su embarazo a término inquieta a esta mujer. “De cara al futuro, [mi] única esperanza es conseguir comida rica en nutrientes para tener un bebé saludable”, explica a EL PAÍS.




Si TBC, el principal proveedor de alimentos y combustible de los campos de refugiados tailandeses, no recibe apoyo pronto, tendrá que empezar a considerar a quién dar prioridad, cuenta De Riedmatten, el director ejecutivo de TBC.




En Myanmar también se siente el impacto de la congelación de fondos




Los birmanos que viven en el lado tailandés de la frontera no son los únicos que sienten el impacto de la agenda de “Estados Unidos primero”. En Myanmar, donde las organizaciones étnicas armadas intentan arrebatar el control a los militares, la violencia se ha convertido en algo habitual, lo que ha hecho que comunidades enteras se vean obligadas a abandonar sus hogares. Se estima que cerca de 20 millones de personas necesitan ayuda humanitaria en Myanmar. “Cuando decimos que la gente tiene necesidades humanitarias, significa que, si no hay medios, no pueden sobrevivir. Es así de simple”, explica un trabajador humanitario de alto rango en Myanmar que pidió permanecer en el anonimato por razones de seguridad. Este giro de los acontecimientos significa que la comunidad internacional les va a fallar y “dejará morir a la gente”, añade. “Tenemos decenas de miles de personas que ya no tienen acceso a agua potable y niños que necesitan asistencia médica urgente”.




Cuando decimos que la gente tiene necesidades humanitarias, significa que, si no hay medios, no pueden sobrevivir. Es así de simple

Trabajador humanitario en Myanmar




Si se mantiene de forma continuada el acceso deficiente a alimentos y agua, esto provocará el deterioro de la salud de los desplazados internos y, dado que hay pocos lugares a los que puedan acudir en busca de atención médica, las tasas de mortalidad podrían aumentar, explican las organizaciones humanitarias. Las instalaciones de salud en Myanmar que no han cerrado sus puertas desde el golpe de Estado, están en su mayoría gestionadas por militares, lo que disuade a quienes temen al brutal régimen. En su lugar, la principal fuente de apoyo médico son las entidades locales, que operan ilegalmente y con escasez de suministros.



La organización de Bunn, Skills for Humanity, está recibiendo una avalancha de solicitudes de otras entidades que necesitan suministros médicos, ya que se les ha detenido la financiación. “Estamos abrumados por la cantidad de gente asesinada o que muere de hambre cada día… Ya no damos para más”, explica la fundadora de la ONG.




Posibles soluciones




La esperanza es que, tras la revisión de 90 días de la ayuda exterior del Departamento de Estado, se reanude el apoyo a los refugiados y desplazados afectados por el conflicto de Myanmar, pero incluso en ese “escenario ideal”, el daño ya está hecho, dice Bunn. “Vamos a ver a personas en una situación desesperada si se levanta la congelación, y si la gente puede volver a trabajar y ayudarles, van a necesitar mucha más financiación que antes para intentar recuperarse”, explica.



Sin embargo, la mayoría de las personas entrevistadas no se muestran optimistas en cuanto a la posibilidad de que el actual Gobierno de EE UU reanude su apoyo al pueblo de Myanmar. El Departamento de Estado ya ha recortado oficialmente más del 80% de los programas. Si eso ocurre en este lugar, las agencias de ayuda y las ONG tendrán que encontrar otros medios para apoyar a los migrantes birmanos.




Estamos abrumados por la cantidad de gente asesinada o que muere de hambre cada día… Ya no damos para más

Meredith Bunn, fundadora de la ONG Skills for Humanity




Pero, al igual que las ONG de Myanmar y Tailandia buscan otros donantes para compensar su déficit, otras organizaciones de todo el mundo también lo hacen, explica De Riedmatten. Esto ocurre en un momento en el que el Reino Unido, Suecia y Alemania también han reducido su gasto en ayuda exterior durante el último año. “De ese 75% restante, el 50% va directamente a Ucrania. Así que solo queda un 25% para el resto del mundo y, seguramente, Oriente Próximo será una prioridad mayor que Myanmar”, añade de Riedmatten.



De Riedmatten insta al Gobierno tailandés a que permita a los refugiados de este lado de la frontera trabajar en el país. Así podrían generar sus propios ingresos para poder comprar comida, eliminando la necesidad de ayuda, explica.



“Queremos el estatus de refugiados para poder valernos por nosotros mismos”, incide Thara Bew Say, y añade que eso es mejor que la alternativa de depender de otras naciones y líderes como el presidente Trump: “Si queremos conseguir algo de él, tenemos que arrodillarnos”.



El fantasma del Blog
Presidente de la Coordinadora de ONG, Javier Ruiz Gaitán: “Pedimos que los gastos en Defensa no sean nunca a costa de la cooperación”




El responsable elogia el compromiso del Gobierno de España con la ayuda al desarrollo y urge a acompañarlo de más recursos en un momento de recortes mundiales





Beatriz Lecumberri
Madrid
11 ABR 2025 - 05:30 CEST





“No dar un paso atrás en cooperación”. La frase resuena varias veces en la entrevista con Javier Ruiz Gaitán, responsable de la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo. El responsable, que es también director general para España de World Vision, lleva 25 años trabajando en ONG y reconoce la ineficacia de un sistema basado “en relaciones de desigualdad y de poder Norte-Sur”, pero elogia los progresos realizados por las organizaciones para “descolonizar”, desaprender y dar más protagonismo a los actores locales. Porque esas personas “tienen las puertas abiertas para dialogar con las familias, entienden mucho mejor que nosotros las necesidades y los problemas y también controlan más las soluciones”, afirma en una entrevista con este periódico.



Ruiz Gaitán se felicita de que España se haya convertido en una excepción, en un abanderado de la solidaridad global y de la financiación para un desarrollo sostenible, pese a que sus cifras sigan estando muy alejadas de las metas previstas, y pide que ejerza ese liderazgo en Europa en un momento de recortes globales. “Se están aprobando aumentos del presupuesto militar. Nosotros pedimos que los gastos en Defensa no sean nunca a costa de la cooperación”, insiste.



Pregunta. ¿Han sabido cambiar las ONG al ritmo que cambia el mundo?




Respuesta. Yo creo que hemos evolucionado mucho y nos vamos adaptando a los retos globales que hay, pero todavía tenemos que dar un paso más. Nuestro sueño es no tener que estar, pero la realidad es que los retos globales aumentan: los desplazamientos, las personas refugiadas, el aumento del hambre... y el papel que jugamos las ONG españolas ahora mismo sigue siendo muy necesario.



P. España es una de las pocas excepciones en un mundo donde aumentan los recortes en cooperación.




R. Antes de que Donald Trump volviera a la presidencia de Estados Unidos y decretara estos recortes así como la congelación provisional de la inmensa mayoría de proyectos de la agencia de cooperación, la USAID, hubo otros países que anunciaron medidas similares, como Reino Unido, Francia, Bélgica, Suiza, Países Bajos, Alemania, Canadá... Esto nos preocupa mucho en un momento de tantas emergencias. Solo el 17% de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) están en camino de conseguirse. La ayuda al desarrollo y otras fuentes de financiación son muy necesarias en este momento.




Cuando hablamos de descolonización de la cooperación, lo que estamos queriendo es romper estas relaciones de dependencia y de desigualdad, donde el que tenía dinero y dona, pone los modelos de cooperación y técnicamente las soluciones





P. ¿El actual modelo de cooperación está funcionando?




R. Es innegable que no está consiguiendo los objetivos que queríamos. No solo es injusto porque establece relaciones de desigualdad y poder Norte-Sur, sino que además ha sido inefectivo. Cuando hablamos de descolonización de la cooperación, lo que estamos queriendo es romper estas relaciones de dependencia y de desigualdad, donde el que tenía dinero y dona, pone los modelos de cooperación y técnicamente las soluciones. El futuro de las ONG pasa por romper totalmente con eso. Y ya se están dando muchos pasos en las organizaciones de la Coordinadora, algunas están desplazando sus sedes al Sur Global y gran parte del personal que trabaja en ellas es local.



P. ¿Qué cambia tener más personal local?




R. Creo que es el camino correcto. Es muy diferente si quien impulsa el desarrollo es alguien de la propia comunidad. Ellos y ellas tienen las puertas abiertas para dialogar con las familias, entienden mucho mejor las necesidades y los problemas y también controlan más las soluciones. Además, cuando tú contratas a una persona de Kenia, es un ingreso que va a la familia en Kenia y que genera beneficios en la economía local.




P. Hace dos años, España aprobó una nueva Ley de Cooperación y desde entonces también se ha aprobado un nuevo Estatuto de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y un Estatuto de las Personas Cooperantes. ¿Cómo valora el camino recorrido en estos dos años?




R. Toda la normativa que se derivaba de la ley y que se tenía que ir materializando, está caminando a buen paso y recoge, en general, las peticiones de la sociedad civil. El Estatuto protege más a las personas cooperantes, en el terreno y a su vuelta, y les brinda formación de forma continua. La reforma de la AECID significa que la arquitectura de la Agencia queda preparada para una cooperación transformadora, pero no vemos aún los recursos reales con los que va a contar, algo que se va a regular ahora con un contrato de gestión.



España dedica solamente un 0,24% de su Renta Nacional Básica a ayuda al desarrollo, pero es verdad que a nivel declarativo la posición del Gobierno español es que no se quiere dar un paso atrás ni hacer recortes en cooperación




P. Dedicar el 0,7% del PIB a ayuda al desarrollo es la gran tarea pendiente.




R. España dedica solamente un 0,24% de su Renta Nacional Básica a ayuda al desarrollo, pero es verdad que a nivel declarativo la posición del Gobierno español es que no se quiere dar un paso atrás ni hacer recortes en cooperación. Hay un grupo de países que quiere abanderar esta posición en este contexto global tan complejo, pero partimos de un porcentaje muy bajo. Y al mismo tiempo se están aprobando aumentos del presupuesto militar. Nosotros pedimos que los gastos en Defensa no sean nunca a costa de la cooperación. No vamos a debatir si hay que invertir en Defensa, pero pedimos que se cumpla el compromiso de cooperación que está en la ley, que se invierta en paz, seguridad y reducción de las desigualdades, porque también es una manera de evitar los conflictos.



P. Este discurso se ve acompañado también por una actitud de la sociedad. Los españoles dedican como media unos 149 euros anuales a las ONG. ¿Somos solidarios?




R. Somos claramente una sociedad muy solidaria, uno de los países que más se vuelca ante situaciones de catástrofes o conflictos y donde también ha aumentado la cultura de la donación regular, que quizá estaba más asentada en el mundo anglosajón. Las organizaciones que componen la Coordinadora tienen 2,5 millones de personas socias y la cifra ha ido en aumento en los últimos tiempos. Sí que es verdad que tenemos que replantear formas más flexibles de colaborar y de conectar con los jóvenes.



P. Cómo se financia el desarrollo será el gran tema de la IV Conferencia de Financiación para el Desarrollo en Sevilla del próximo junio. ¿Es un mensaje fuerte que España sea sede de esta cumbre?




R. España abandera este movimiento de financiación para el desarrollo sostenible, debe dar ejemplo como país y liderar este movimiento dentro de Europa. En Sevilla, sector privado, líderes mundiales, la ONU y la arquitectura financiera se van a reunir para ver qué compromisos se pueden adoptar para llegar a las metas trazadas para la 2030. Eso pasa por el 0,7% del PIB, pero no solo. Se hablará de reevaluar la deuda de países que no pueden financiar su desarrollo sostenible por estar asfixiados por los acreedores y también de una fiscalidad justa, que dé a los países recursos para seguir invirtiendo en desarrollo.
El fantasma del Blog
Vida, muerte y resurrección de las ONG




La sociedad civil internacional ha visto su poder debilitado por la transformación de nuestras sociedades, el acoso externo y los errores propios. Su papel, sin embargo, es más necesario que nunca






Gonzalo Fanjul
11 ABR 2025 - 05:30 CEST





Entre 1998 y 2007 fui uno de los responsables de la campaña Comercio con Justicia, el esfuerzo de la red de ONG Oxfam para corregir los peores excesos del sistema mundial de comercio. Presentes en cumbres multilaterales, activos en las principales capitales negociadoras y respaldados por una poderosa maquinaria de incidencia política y social, sé que fuimos capaces de marcar la diferencia. Como demostraron diversas evaluaciones, nuestro equipo tuvo una influencia tangible en asuntos como el acceso de millones a antirretrovirales contra el VIH, la protección de los pequeños productores de algodón en África occidental o la democratización de la Organización Mundial del Comercio.



Aquella campaña formó parte de los años dorados de las grandes ONG, cuando organizaciones como Médicos Sin Fronteras, Greenpeace, Amnistía Internacional y Oxfam éramos capaces de poner a gobiernos y compañías contra las cuerdas. La presencia en los países afectados, la independencia económica y la creatividad política permitieron construir propuestas que los medios escuchaban con atención y alimentar movimientos sociales transformadores. Junto con otras organizaciones más pequeñas, especializadas o militantes, formábamos parte de un ecosistema de intermediarios con muchas imperfecciones, pero reconocible y respetado, que estructuraba en parte la organización política de nuestras sociedades.



Hoy ese tiempo parece una alucinación. En poco menos de dos décadas, las grandes organizaciones internacionales han visto transformado y jibarizado su papel en el debate público global. Esta transformación responde, por un lado, a la misma crisis de intermediación que han sufrido los medios convencionales, los partidos políticos o los sindicatos. Para una parte importante de la ciudadanía, la solidaridad o la militancia pueden ser ejercidas de forma directa, más eficaz y mejor adaptada a las preferencias propias. La transformación que elige el camino individual frente al colectivo. A este proceso ha contribuido de forma definitiva la tecnología, pero también la crisis de credibilidad de las ONG, no siempre a causa de sus propios errores.



Porque el debilitamiento de la sociedad civil también ha sido consecuencia de una contundente ofensiva de acoso y derribo por parte de determinados intereses políticos, económicos y mediáticos. Los escándalos inaceptables, pero puntuales de abuso laboral y sexual en algunas ONG como Oxfam, Amnistía Internacional y Save the Children desencadenaron en países como el Reino Unido reacciones verdaderamente salvajes contra el conjunto de las actividades y el mandato mismo de estas organizaciones. Levantada la veda en este y otros países, tabloides, plutócratas y populistas desplegaron campañas de acoso legal y financiero que han llevado a las organizaciones a pensárselo varias veces antes de promover denuncias y plantear preguntas legítimas para el interés público. En el Sur Global fue aún peor con la proliferación de legislaciones contra las ONG que derivaron en cierres y expulsiones, la criminalización del activismo o el simple acoso violento.



Esta ofensiva forma parte de un proceso de regresión política global que cuestiona el sistema de reglas y los valores sobre los que han operado los representantes de la sociedad civil durante décadas. Los abusos y los dobles raseros siempre han existido, pero en los últimos años hemos visto un deterioro alarmante del valor social de la verdad, los derechos establecidos y la responsabilidad frente al otro.



Los abusos y los dobles raseros siempre han existido, pero en los últimos años hemos visto un deterioro alarmante del valor social de la verdad, los derechos establecidos y la responsabilidad frente al otro




En pocos sectores esta crisis ha sido más dramática y trascendente que en el de la acción humanitaria. Mientras las necesidades derivadas de conflictos, desastres extremos o epidemias no han hecho más que crecer en los últimos años, las organizaciones mejor preparadas para hacerles frente han ido perdiendo capacidad de actuación e influencia. En un período de solo cinco años (2019-2024), la brecha financiera entre las necesidades declaradas por el sector y las cubiertas por los donantes pasó de 9.200 a 29.500 millones de dólares. En el pasado reciente, y en medio de la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, se han ido sucediendo los anuncios de recortes de personal y actividades en organizaciones tan imprescindibles como Save the Children, el Comité Internacional de Rescate o el Comité Internacional de la Cruz Roja. Las resoluciones de los tribunales internacionales y los llamamientos conjuntos de las ONG para poner fin a la impunidad de los crímenes de guerra cometidos por Estados supuestamente democráticos como Israel son ignorados o respondidos con desprecio por parte de gobiernos que hasta hace solo unos años hubiesen tenido que hacer piruetas retóricas para justificar su complicidad.



La hecatombe provocada por la cancelación de la ayuda estadounidense y los recortes de otros donantes pueden ser el último clavo en el ataúd de un modelo de sociedad civil que, sencillamente, no tiene todavía un reemplazo reconocible.





Sería peligroso, sin embargo, ignorar la responsabilidad de la sociedad civil internacional en su propia evaporación. A la atomización identitaria de las causas se ha unido el impacto de un proceso decolonial que cuestiona, con razón, un poder mal repartido. La credibilidad de los principales movimientos se ha visto gravemente mermada por la incapacidad para reconsiderar un modelo concebido hace sesenta años en el Norte Global y adaptado a una particular visión de las relaciones internacionales y la organización política y social de las naciones. El traslado de las sedes a países del Sur y la contratación de perfiles racializados en cargos directivos difícilmente podían resolver lo que constituye el principal desafío: quién está al mando en una conversación global que ha cambiado profundamente. Una cosa es el discurso decolonial y otra muy diferente quién controla los recursos, quién define las propuestas y quién las defiende. Lo que es aún peor, la retirada a medias de muchas organizaciones del Norte Global ha dejado un hueco en el debate público que nadie parece estar ocupando. Precisamente porque la raíz de nuestros principales desafíos comunes es transnacional, este vacío es más peligroso que nunca.



La hecatombe provocada por la cancelación de la ayuda estadounidense y los recortes de otros donantes pueden ser el último clavo en el ataúd de un modelo de sociedad civil que, sencillamente, no tiene todavía un reemplazo reconocible



El panorama es muy poco alentador, pero no hay espacio para el conformismo. Una sociedad civil vibrante e independiente es hoy tanto o más importante de lo que ha sido nunca. Cuando nos acercamos al final del primer cuarto de este siglo, todo lo que dábamos por sentado parece estar yéndose al traste. La transformación de las estructuras globales de poder, la influencia de una tecnología puesta al servicio de la desinformación, la descapitalización del sistema internacional de reglas, la impudicia de ciertos líderes y la involución temerosa de sus votantes nos colocan ante una encrucijada histórica. Este tiempo precisa a organizaciones e individuos que actúen de testigos, exijan la rendición de cuentas, completen las acciones de los Estados donde estos no llegan y promuevan las nuevas ideas que resolverán los desafíos futuros. Todo eso hace una sociedad civil fuerte.



La buena noticia es que la transformación de este sector está dando lugar a una miríada de nuevos actores que persiguen esos viejos objetivos con nuevas herramientas, estrategias y coaliciones. Algunas organizaciones utilizan las técnicas más sofisticadas del sector publicitario para entender mejor a las audiencias y construir narrativas eficaces contra el odio. Otras trabajan con el sector privado y gobiernos locales para testar y llevar a escala experiencias exitosas en territorios del interés público tan complejos como la vivienda, las migraciones o la salud mental. En el campo del activismo informativo se está viviendo una revolución basada en la suma de esfuerzos y la localización de las investigaciones, en la que intervienen nuevas plataformas no gubernamentales de generación de evidencia. Y el esfuerzo por renovar los protagonismos está permitiendo que las mujeres, los migrantes o quienes viven con capacidades diversas intervengan en sus debates con voz propia y no por vía interpuesta.



Todos estos son cambios relevantes, a la altura del desafío al que hacemos frente. Hay esperanza.




Gonzalo Fanjul es director de análisis de políticas y desarrollo en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
El fantasma del Blog
La misión de Margarita del Val en África




La malaria mata cada año a más de 10.000 personas en Costa de Marfil, de las que más de un millar son niños menores de cinco años. Ahora el país se ha convertido en el primero de África en incluir la vacuna contra la enfermedad en su calendario de vacunación y la científica española ha viajado para seguir de primera mano el proceso. El objetivo: aprenderlo todo sobre la inmunización en un país en desarrollo





Alejandra Agudo
12 ABR 2025 - 05:40 CEST



“Absorbe todo”. Margarita del Val (Madrid, 65 años) acepta la misión que le ha encomendado su hija en la primera vez que la científica visita el continente africano. Desde que aterriza en Abiyán, la mayor ciudad de Costa de Marfil, la inmunóloga que nos explicó a los españoles durante meses qué era el coronavirus y la importancia de vacunarse, se aplica en cumplir el encargo de su familia —dice que siempre les hace caso porque son ellos, su marido y sus hijos, quienes le ponen los pies en la tierra—. “He venido a aprender. Tengo muchas preguntas”.



La primera investigación de Del Val, para la tesis de su carrera de Ciencias Químicas (en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular) en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), fue fallida. “Me pidieron desarrollar una vacuna que no existiera para un virus. No lo logré, pero no me frustré”, recuerda. Se dio cuenta de que tenía que comprender mejor “el sistema que nos defiende”. Desde entonces, ha dedicado toda su vida a investigar en los laboratorios los patógenos y cómo el cuerpo humano y el de los animales se defienden de ellos para poder desarrollar vacunas que nos protejan de enfermedades y de la muerte.



En los 19 años que trabajó en el Instituto Carlos III, Del Val dio el salto “al mundo real”. Entró en contacto “con los aspectos sociales de la inmunología” y empezó a indagar en la historia de las epidemias, en la influencia de la demografía, el comportamiento de la ciudadanía, las creencias y el medio ambiente. Pero nunca le había surgido la oportunidad de viajar a África, donde se concentran los grandes retos en la lucha contra las enfermedades infecciosas, muchas de ellas prevenibles con vacunas. “Esto es un paso más. Un baño de realidad”.




Costa de Marfil es el primer país en África que ha decidido incluir la vacuna R21/Matrix contra la malaria en su calendario de rutina de inmunización desde el pasado 15 de julio, con el apoyo de Gavi, la alianza global para las vacunas que ha facilitado junto con Unicef este viaje. En 2022, España se convirtió en el primer donante del programa de malaria de la organización y ahora están implementando ambas vacunas contra el paludismo aprobadas (RTS,S y R21) en 11 países africanos a los que sumarán otros 12.



La primera reunión en la agenda de Del Val es en Yamusukro, la capital marfileña, con el doctor Fadiga Abdoul, jefe del programa nacional de inmunización de este país de 29 millones de habitantes y 70 etnias. La científica dedica la mayor parte del trayecto desde Abiyán, a unas tres horas en coche, a ampliar lo que ya sabe sobre el sistema sanitario del país, su demografía y otras curiosidades como que en Yamusukro se puede visitar la basílica de Nuestra Señora de la Paz, conocida como el San Pedro de África al tratarse de uno de los templos católicos más grandes del mundo. Anochece y fuera llueve; los mosquitos —transmisores del paludismo— hacen su aparición cuando Del Val llega a la reunión. Ella se presenta enumerando sus múltiples funciones: como investigadora, viróloga e inmunóloga del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, coordinadora de la Plataforma Interdisciplinar de Salud Global que puso en marcha en el CSIC al estallar la pandemia y miembro del Comité Experto Asesor en Vacunas de la Comunidad de Madrid. “La malaria es un problema de salud pública en Costa de Marfil al tratarse de una enfermedad grave que afecta especialmente a los niños de cero a cinco años, que son los que pagan el precio de la enfermedad. Muchos mueren”, comienza Abdoul. Todo el territorio marfileño es zona de riesgo de transmisión, el paludismo es la cuarta causa de muerte en el país, en 2023 mató a más de 10.000 personas, de las que un millar eran menores de cinco años.



Del Val escucha y anota todo en su libreta cuando le traducen al inglés, aunque con el paso de los días se le hace el oído al francés, del que tiene algunas nociones. “Todos los años hacemos campañas de reparto de mosquiteras, realización de pruebas diagnósticas y tratamiento. Todo gratuito”, continúa Abdoul. “Pero no es suficiente. Ahora, tenemos una nueva herramienta”. Del Val sigue escribiendo. “Hemos recibido y estamos inocu­lando las primeras 600.000 dosis de vacunas”. La primera fase consiste en llegar a 250.000 niños, de los que se alcanzó a unos 49.000 en los primeros siete meses.



“¿Cómo es la logística?”, dispara Del Val. “El reto es llevar las vacunas de los almacenes a las aldeas. Gracias a la covid, ahora tenemos 11 almacenes y los agentes de salud comunitarios las llevan en moto a las comunidades. Pero necesitamos más de estos trabajadores. Hemos empezado a vacunar de la malaria en 38 de los 113 distritos. Y en nueve meses esperamos llegar a todo el país”, responde Abdoul.



Una vez roto el hielo con la primera pregunta, Del Val no frena su curiosidad.

—¿Cuántos niños nacen al año?

—1.200.000.

—Necesitáis más dosis —hace el cálculo rápido.



“Solo pensaba en no perderme nada, en entender todo, cómo hacen y por qué. Como tomo muchas notas, luego repaso lo que escribo, recuerdo las situaciones y reflexiono”, recordaría después la investigadora.



En el dispensario de Kokumbo, una aldea de la región de Bélier, en el centro del país, su interés se enfoca en conocer las dificultades de suministro, de control y de acceso para las familias. “Cada jueves hacemos una gran vacunación, pero, para los que no pueden acudir, tenemos dosis disponibles cualquier día. Les hacemos seguimiento con la cartilla, aunque con la del virus del papiloma humano es más difícil que se acuerden de acudir porque se pone cuando los niños son más mayores, así que vamos a las escuelas”, le resume la enfermera jefa, Toho S. Ide.



El paludismo es la cuarta causa de muerte en el país. En 2023 mató a más de 10.000 personas




Una de las madres que ha acudido con su bebé, Marie Joelle Tie-lou, de 32 años, explica que la mayor de sus dos hijas, de siete, ha padecido malaria varias veces; la última, hace un año, fue muy fuerte. “Me asusté mucho. Le subió tanto la temperatura que convulsionaba y no se podía levantar. Vinimos al centro médico y se quedó en observación unas horas hasta que vieron que respondía a la medicación. Me siento más segura si los vacunan”, dice arrullando a su pequeña Miracle, de seis meses, minutos antes de que le inyecten la primera dosis de las cuatro de la pauta completa de la R21/Matrix, la número 512 que inoculan en este puesto de salud. “Con este llanto empieza una historia de protección y finalizan años de investigación y un periplo hasta que la vacuna ha llegado aquí”, reflexiona Del Val.



La faceta divulgadora de la científica sale rápido. Tras cada visita a una clínica, entrevista con una autoridad local, personal sanitario o pacientes, traduce lo indagado. Lo hace de tal forma que evita emitir juicios de valor. No califica, no adjetiva. Vuelve a convertirse en aquella Del Val que explicaba de forma sencilla la covid-19 en los medios de comunicación y defendía la inmunización frente a los antivacunas. La inmunóloga empezó a cultivar su habilidad comunicativa en una cafetería de Madrid donde todavía organiza la tertulia Ciencia y chocolate. Y en 2011, creó un blog junto a su marido, el biólogo Enrique J. de la Rosa, con el mismo nombre. Pero fue en la pandemia cuando su nombre se hizo conocido para el gran público. La llamaban para aparecer en los medios y ella cuenta que siempre decía sí. “Por responsabilidad”.




Del Val aparca unos días el ayuno intermitente que sigue y convierte las cenas en un momento de distensión en el que comparte sus sensaciones. “Estar aquí, en África, es un paso más en mi evolución como científica, para aprender de cuestiones que no se ven desde la barrera”, cuenta antes de explicar usando sus propios dedos sobre el mantel cómo funciona uno de sus hallazgos: el diseño de la primera vacuna experimental basada en epítopos T aislados, concepto que ha sido posteriormente la base de varios ensayos clínicos frente al VIH o la malaria. “Todos los investigadores nos acordamos del día que descubrimos algo maravilloso. Enseguida fuimos a decírselo a los compañeros o la familia. Pensar ahora que alguna de mis contribuciones forma parte de este gran océano que llega hasta este final es muy bonito y anima a seguir. También me ayuda a inspirar a la gente de mi laboratorio”.



Durante el viaje ha podido presenciar cómo opera la red de agentes de salud comunitaria que existe en numerosos países del sur global, personas que voluntariamente ejercen de referente en cuestiones sanitarias para sus vecinos y que, en las campañas de vacunación, son fundamentales porque movilizan a los habitantes del barrio para que acudan a vacunar a sus hijos.



El trabajo de estos agentes le genera especial interés. “Siempre he luchado para que se hable a la gente sobre las vacunas, que no toda la información sea por escrito. Aquí tienen voluntarios que conversan con las personas. Confían en ellos. En nuestros países nadie habla calmadamente con los padres. Lo hemos sustituido todo por lo escrito”, dice. Del Val recuerda el caso de una mujer de Madrid que no vacunaba a sus hijos porque en realidad no podía pagar una de ellas, que no era gratuita. Tras una larga charla, la científica se percató de que era la vergüenza lo que frenaba a la mujer y acabó convenciéndola de que acudiese a ponerles al menos las vacunas sin coste.



Comprueba en terreno marfileño que las vacunas de rutina, aunque estén disponibles en los congeladores, no llegan a mucha gente por razones geográficas, por una atención primaria débil sin presencia en zonas remotas donde los habitantes no disponen de la información o los recursos para desplazarse. A menudo, simplemente, los caminos se inundan y son intransitables. “Tienen el conocimiento, la preparación, pero no los recursos estructurales”, lamenta Del Val.



La estrategia más común es que, cuando la gente no va al centro de salud, este sale a su encuentro. Es lo que se conoce como inmunización exterior y que en muchos casos, como en Costa de Marfil, puede suceder debajo de un árbol para resguardarse del imponente sol tropical, donde se instalan bancos de madera, mesas para los facultativos y sillas de plástico para los pacientes.



Es lo que presencia Del Val en Abobo, el barrio del extrarradio de Abiyán, a una hora en coche del núcleo urbano, en el que la enfermera Emma Jocelyn N’Guessan administró al pequeño Kalim la primera vacuna contra la malaria en Costa de Marfil en julio de 2024. “Vino el ministro de Salud, representantes de Gavi, muchas autoridades, estaba un poco nerviosa”, recuerda sin dejar de vacunar a las decenas de niños que han acudido al hospital, esta vez sin más boato que la presencia de la científica española y una pequeña representación de Unicef que acompaña. Los libros manuscritos en los que anotan nombres y vacunas revelan que Kalim ya ha recibido la segunda dosis de cuatro.



Cuando la gente no va al centro de salud, instalan un punto de vacunación a la sombra de un árbol





Media hora más allá del hospital, por unos caminos prácticamente intransitables incluso en todoterreno por los baches y el agua acumulada, Marceline Tarron vacuna sin pausa, a veces hasta practicando los pinchazos de dos en dos, pero sin error, a decenas de niños en una plazuela flanqueada por precarias viviendas y un gran cacaotero que aporta sombra. Muchos de los pequeños son los llamados “cero dosis”, aquellos que no han recibido ninguna vacuna. En Costa de Marfil son un 21%. “Me sorprende muchísimo. Así no logras la inmunidad colectiva”, analiza Del Val.



“Como científica, encontrarte con la vacunación debajo de un árbol no es normal. Todo lo que estaba ocurriendo en ese pequeño sitio era espectacular. Las vacunas llegan en la moto de un agente de salud comunitaria llevando los refrigeradores en la parte de atrás. Igual que en España nos reparten la comida. Parecía improvisado, pero todo estaba organizado, incluso hacían test de cáncer de cuello de útero y venían niñas del colegio para vacunarse contra el virus del papiloma humano”.



La científica observa, charla con unos y otros, sobre todo con los voluntarios, y relata de forma descriptiva lo que ve y escucha. “Por mucho que leas, hasta que no lo ves, no lo haces tuyo. Esto ya lo he hecho mío. Hablo mucho de vacunas, de protección, de amenazas, de riesgos infecciosos… Y saber cómo se está respondiendo me ayuda también a transmitirlo”, admite a su regreso.



—¿Qué es lo que transmite ahora?

—Uno de mis objetivos, cuando surgió la oportunidad de esta experiencia, era intentar transmitir a la gente la idea de que, para que no vuelva a suceder una pandemia, por egoísmo y por justicia, tenemos que actuar en los países que tienen el mismo conocimiento que nosotros, pero muchas más necesidades. En Europa vivimos mirándonos el ombligo y muy lejos de los países en vías de desarrollo.



Así hizo en una reciente entrega de premios de una farmacéutica española que está trabajando en una vacuna contra la tuberculosis. “Otra de las grandes lacras es la morbilidad y mortalidad, sobre todo en África”. En la gala, continúa, pusieron un vídeo en el que hablaban de “llegar hasta el último niño del mundo”. Y Del Val se acordó de lo que encontró en Abobo. “En Costa de Marfil no está sin vacunar el último niño del mundo, sino uno de cada cinco niños. En ese momento supe que lo tenía que contar. No necesitaba buscar en mis notas, no lo tenía en mis diapositivas; lo había visto y vivido”.



Durante la estancia de Del Val en Costa de Marfil, por una casualidad, la científica logra reunirse con Marie-Agne Saraka-Yao, responsable de movilización de recursos de Gavi. Normalmente reside en Ginebra, pero ha regresado a su Costa de Marfil natal para realizar un anuncio: la empresa Zipline ha empezado a distribuir vacunas con drones a más de 150 instalaciones de difícil acceso en el país con el apoyo de la organización. “Me sorprende que en zonas con retos tan tremendos, geográficamente aisladas, que tienen una carretera imposible, que la mayor parte del año está inundada porque no está bien asfaltada, está llegando esta tecnología. Que no haga falta un transporte refrigerado porque es muy rápido. Es fantástico”, se fascina Del Val.



Pese al interés de la inmunóloga por este anuncio, son muchos los temas que salen a colación y centran la conversación entre ambas. Desde lo más básico de la estructura de Gavi, organismo multilateral financiado por múltiples donantes públicos y privados, con cuyo apoyo se ha vacunado a más de 1.100 millones de niños desde su creación en el año 2000, hasta las negociaciones con la industria farmacéutica para la adquisición de vacunas que la alianza provee gratuitamente a los países más desfavorecidos hasta que pasan a ser autosuficientes.



En Europa vivimos mirándonos el ombligo y muy lejos de los países en vías de desarrollo

Margarita del Val




“Ahora en junio tenemos la conferencia de donantes en Bruselas porque queremos llegar a 500 millones de niños en cinco años, mucho más rápido que hasta ahora”, explica Saraka-Yao. Para lograrlo, Gavi necesita al menos 9.000 millones de sus contribuyentes, entre ellos España, del que confían que cumpla su promesa de aumentar un 25% la cantidad que aporta. Un esfuerzo de incremento presupuestario que podría antojarse todavía más necesario si Donald Trump cumple su intención de retirar el apoyo financiero a la organización, tal y como publicó The New York Times, tras acceder a los documentos en los que la agencia de cooperación de Estados Unidos (USAID) listaba los programas que abandonaría. La Administración de Joe Biden había comprometido la nada despreciable cantidad de 2.600 millones de dólares con los que Gavi cuenta, a falta de confirmación oficial de los recortes, para su plan quinquenal hasta 2030. “Cualquier recorte tendría un efecto devastador”, anotan desde la organización.



“Los que trabajamos en enfermedades infecciosas sabemos lo graves que pueden ser. Sabemos que no se les puede poner fronteras. Por eso es tan importante contribuir a que se controlen en origen. Y si hablamos sobre dolencias como la malaria, que encima no tenemos en España, pues se invierte mucho menos si no hay mercado”, reflexiona Del Val. Cree que, pese a que muchos científicos están muy implicados en la salud global, también hay mucho desconocimiento sobre todo el engranaje de cooperación internacional para que lo que sucede en los laboratorios sea una realidad en un dispensario de África. “Pisar terreno humaniza la visión de la enfermedad que estás tratando”, opina Quique Bassat, director general del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), que ha pasado gran parte de su vida como investigador en África. “Aquí nadie tiene que caminar seis horas para tener acceso a servicios sanitarios. Ver cómo funciona allí la red de agentes de salud comunitaria, la confianza en las vacunas… Es impresionante. Y nunca es tarde para ir”.



Tras su regreso, Del Val se pregunta cómo no había ido antes. Y toma una decisión: tiene que volver.


El fantasma del Blog
Los domingos en Bamako nunca serán lo mismo: seis canciones para recordar a Amadou Bagayoko




La muerte del guitarrista maliense, parte del dúo Amadou & Mariam, deja huérfanas a las músicas africanas





Chema Caballero
Kédougou, Senegal
12 ABR 2025 - 05:30 CEST




Se ha ido uno de los más grandes y originales guitarristas de Malí. Amadou Bagayoko murió el 4 de abril en su ciudad natal y donde vivía, Bamako. Tenía 70 y llevaba tiempo enfermo, según había comunicado su familia recientemente. Fue enterrado el domingo 6 en esa misma ciudad, como no podía ser de otra forma. Uno de sus temas más célebres es Beaux Dimanches, (Bellos domingos), del álbum Dimanche à Bamako (Domingo en Bamako) que interpreta junto a su esposa y compañera musical, Mariam Doumbia. Los dos formaban uno de los dúos más famosos y originales de las músicas africanas, Amadou & Mariam, reconocido por su fusión de ritmos tradicionales malienses y contemporáneos.



Tras su muerte, las redes sociales se llenaron de mensajes de dolor de seguidores anónimos y de grandes artistas con los que había colaborado, como el senegalés Youssou N’Dour, el hispanofrancés Manu Chao o el congolés renovador de la rumba congolesa, Fally Ipupa, que en estos momentos estaba trabajando con la pareja.



Nacido en 1954, Bagayoko perdió la visión a los 15 años debido a una catarata congénita. Este contratiempo no le hizo abandonar su pasión por la música. Estudió en el Instituto para jóvenes ciegos de Bamako, donde llegó a ser profesor, actividad que compaginó con su carrera musical. Formaba parte del grupo Les Ambassadeurs, que tocaba todas las noches en el hotel de la estación ferroviaria de Bamako. En el instituto conoció a Mariam y se casaron en 1980, el mismo año en el que comenzaron a actuar como dúo con el nombre de Amadou & Mariam. Dos años después se unieron a la Orquesta Eclipse dirigida por Idrissa Soumaoro, unión que duró solo un par de años. En 1984, volvieron a actuar en solitario, creando su propio estilo, en el que mezclaban ritmos tradicionales de Malí con otras influencias, e incorporaban guitarras eléctricas, violines, trompetas u otros instrumentos provenientes de países como India, Egipto o Cuba.



Pronto se hicieron populares y empezaron a ser conocidos en los países vecinos. Así comenzaron varias giras por Burkina Faso y Costa de Marfil. En este último país grabaron sus primeros álbumes en 1999: Se te Djon Ye y Sou ni tilé. El segundo llegó a Francia, donde tuvo muy buena acogida, especialmente el sencillo Je pense à toi.



Fue así cómo Amadou & Mariam viajaron a París y grabaron nuevos álbumes: Tje Ni Mousso, en 2000, y Wati, en 2003. Pero su verdadero reconocimiento internacional llegó un año después, en 2004, por puro azar y de la mano de Manu Chao. El productor, compositor y cantante atravesaba las calles de París en un taxi cuando en la radio del vehículo sonó un tema del dúo. Chao hizo todo lo posible por conocer a la pareja y su obsesión le condujo a Bamako. El encuentro entre los tres supuso el reconocimiento mundial para los malienses. Fruto de ese trabajo conjunto fue el álbum Dimanche à Bamako, de 2004. En él se halla uno de los temas más conocidos del dúo: Beaux Dimanches. El siguiente trabajo conjunto, Welcome to Mali, de 2008, fue nominado a los premios Grammy. A partir de ahí, la pareja comenzó una pléyade de colaboraciones con artistas famosos, lo que le haría recorrer el mundo. La guitarra de Amadou y la voz de Mariam se han escuchado en todos los rincones del planeta y sus discos han sido verdaderos éxitos de ventas.



El fallecimiento de Amadou Bagayoko es una gran pérdida para las músicas africanas, como lo han demostrado los miles de personas que acudieron a su entierro en el jardín de su casa de Bamako. Aquí va una selección de seis temas de su grupo con los que recordarle:



Sabali




Es el primer corte del álbum Welcome to Mali, de 2008,. Lo mejor de este tema son los sonidos electropop, un poco psicodélicos, que suenan de fondo. Por una vez, la música supera a la voz de Mariam.


Je pense à toi



Es el tema que abre el álbum Sou ni tilé grabado en Costa de Marfil en 1999. Antes, salió una versión en casete que luego fue recogida en disco por la discográfica maliense Tinder Records y, finalmente, reeditado en 2000 por la Polydor, gracias a la cual llegó a Francia. Una canción que dura más de cinco minutos y muestra los primeros pasos de la pareja y las fusiones que hacían desde un primer momento.




Mogolu





El título de esta canción quiere decir gente o pueblo en bambara, la lengua en la que está cantada. Mogolu es un tema que mezcla ritmos tradicionales y sonidos electrónicos guiados por la voz de Mariam. Un sencillo que celebra el encuentro, el viaje y las diferencias, con un discurso en favor de paz, una de las características del dúo. Pero, sobre todo, es un llamado irresistible a bailar.




Mon amour, Ma chèrie





Un sencillo de 1998 del que la pareja ha hecho varias versiones. Una clara declaración de amor que, una vez más, muestra la versatilidad del dúo para conjugar la tradición con la modernidad. La guitarra eléctrica y la percusión tienen un papel central en esta obra, donde entre el bambara resuenan palabras en francés.




Senegal Fast Food





Perteneciente al álbum Dimanche à Bamako, es quizás la canción más política de la pareja y donde la colaboración de Manu Chao queda más patente. Una crítica a las leyes de inmigración y a las barreras que imponen a los jóvenes, acompañada de una música frenética.




Beaux dimanches



No podía faltar el tema más popular del dúo, más conocido por el título del álbum, Dimanche à Bamako. Una canción que combina ritmos eléctricos y los sonidos producidos por distintos instrumentos de África del oeste, y que rinde homenaje a la ciudad natal de Amadou y Mariam. Cantada en francés, habla de fiesta, de reunión, de familia y de amistad. Un canto a la vida.





El fantasma del Blog
Un juzgado de Marbella investiga por blanqueo al hijo de Obiang acusado de secuestro




Creó una sociedad pantalla, ingresó un millón de euros en metálico y compró propiedades, según la Policía






José María Irujo
Madrid
14 ABR 2025 - 05:30 CEST





Nuevo frente judicial en España contra el régimen de Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial. Un juzgado de Marbella ha abierto diligencias previas por los delitos de corrupción internacional y blanqueo de capitales contra Carmelo Ovono Obiang, secretario de Estado y viceministro de Seguridad Exterior, según señalaron a EL PAÍS fuentes de la investigación. El alto cargo guineano está siendo investigado desde hace cuatro años por la Audiencia Nacional por el secuestro y torturas de cuatro ecuatoguineanos residentes en Madrid. Uno de ellos fallecido en circunstancias no aclaradas.



Las nuevas diligencias se han abierto en Marbella después de que la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ordenara al juez Santiago Pedraz enviar al decanato de esa ciudad un informe de la Policía en el que los agentes alertaban de “fuertes indicios” de delitos de corrupción y blanqueo de capitales en el patrimonio en España de Carmelo Ovono Obiang. El magistrado había dictado anteriormente autos en los que aseguraba no apreciar indicios de blanqueo en el ingreso de 793.000 euros en billetes de 200 en una cuenta en el BBVA del hijo del dictador.



El hijo del presidente guineano, alias Didi, tiene 46 años, fue el primer jefe de las Fuerzas Especiales de Bata y obtuvo la residencia en España en 2020. Está casado con una española y tiene una hija. Vivía entre Marbella y Malabo hasta que en diciembre de 2022 el juez Santiago Pedraz le trasladó la querella de las familias de los secuestrados y renunció a detenerlo cuando estaba rodeado en un hotel de Madrid por los agentes que le investigaban en secreto desde hacía dos años. Desde entonces no ha vuelto a España. Para obtener el certificado de residente presentó una cuenta con un saldo de 431.378 euros en el BBVA.



Durante los seguimientos policiales a los que fue sometido por la Policía, le acompañaba siempre un chófer español y un guardaespaldas libanés, Ahmed Chaalan, de 28 años. Dos personajes que se convirtieron en su sombra durante sus constantes viajes a España.



El foco de la investigación, iniciada por el Juzgado de Instrucción número cuatro de Marbella se centra en la sociedad Dereck Edita Hermanos SL, con sede en esa ciudad. Fue creada por el alto cargo guineano y a su nombre figuran cuentas bancarias en España.




Sociedad pantalla




Informes confidenciales de la Policía afirman que se trata de una sociedad interpuesta o pantalla, sin actividad real, y “parece estar instrumentalizada a los efectos de ocultar y derivar notables cantidades de dinero incluyendo el uso de paraísos fiscales”. Los agentes destacan que esta sociedad tiene una estructura “prácticamente nula”, con un único titular y dos apoderados, la pareja y madre del investigado. El objeto social en el ámbito inmobiliario de Dereck Edita Hermanos S.L. es para la Policía un recurso clásico del blanqueo de capitales.



El juzgado de Marbella se apoya, además del informe patrimonial de la Policía, en un informe confidencial del Servicio de Prevención de Blanqueo de Capitales (Sepblac). Esta unidad de inteligencia financiera, dependiente de la Secretaría de Estado de Economía, descubrió que el hijo del autócrata utilizó a una persona de su confianza para introducir en España los 793.000 euros en billetes de 200 euros e ingresarlos en una cuenta en el BBVA en Marbella. Ovono Obiang recibió, además, transferencias desde un banco guineano por 300.000 euros. En solo 10 meses movió 1.100.000 euros, cuyo origen se desconoce. El departamento de Cumplimiento del banco alertó de estos movimientos y le bloqueó una de sus cuentas ante la sospecha de un posible blanqueo de capitales.



Los investigadores policiales concluyen que Ovono ha manejado junto a su entorno “notables cantidades de dinero en metálico” y que ese dinero se ha utilizado para “enriquecer notablemente” su patrimonio en España con la compra de propiedades en Marbella y Barcelona. Y añaden que “la situación de riesgo de blanqueo es tal que incluso existen bloqueos preventivos previos a los judiciales” en sus cuentas en el BBVA.



La Policía ha identificado al abogado guineano Erick Mercader Penda, un hombre cercano al régimen, como la persona que introdujo el dinero en España. Unas cantidades que el hijo de Obiang justificó ante el banco con el argumento de que estaban destinadas a pagar créditos e hipotecas de sus propiedades.



Junto a Ovono Obiang están siendo investigados por secuestro y torturas de los cuatro opositores el ministro del Interior Nicolás Obama Nchama, alias Nico y Nguema Ondo, Papi, director general de seguridad. Pese a la negativa del juez Pedraz, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ordenó que se dictara a Interpol una orden de búsqueda y captura internacional contra los tres.
El fantasma del Blog
El peculiar sabor salado de la leche de camella



Este lácteo, cuyo consumo es habitual en los países de África y Asia donde se cría este animal, es aún un artículo gastronómico de lujo en occidente






Óscar López-Fonseca
14 ABR 2025 - 05:26 CEST




Darwin lo hubiera probado. Cuentan que, en su travesía a bordo del Beagle, Charles Darwin echaba en la cazuela todo animal exótico que encontraba. Óscar López-Fonseca nos propone recorrer los fogones del mundo con experiencias culinarias que, seguro, el padre de la teoría de la evolución se hubiera aventurado a probar en aquel viaje.

***





Hace casi 31 años, durante un viaje a Mauritania, descubrí por primera vez que se podía beber leche de camella pasteurizada. Entonces, la empresa local Tiviskis la comercializaba en tetrabriks de medio litro —y lo sigue haciendo hoy— en los supermercados locales y presumía de ser la primera en África y prácticamente en el mundo que la ofertaba entonces en estos populares envases. No obstante, la leche de camella no era entonces —ni lo es ahora— un producto exótico ni en Mauritania ni en los otros países de este continente y de Asia donde se concentran la mayor parte de las más de 41 millones de cabezas que, según las estimaciones de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO en sus siglas en inglés), viven en el mundo de las dos especies de camellos que existen: los dromedarios (de una sola joroba y cuyo nombre científico es Camelus dromedarius) y los bactrianos (Camelus bactrianus, con dos jorobas). De hecho, los pastores nómadas que han criado a este animal a lo largo de los tiempos no solo han consumido su leche como tal, sino también en forma de otros productos lácteos como el susac en Kenia y Somalia, el airag en Mongolia o el shubat de Kazajistán.



Si se compara con las leches consumidas mayoritariamente en España, la de vaca y la de cabra, la de camella no se distingue ni por el olor ni por el color. La característica diferenciadora está en su sabor. Desde el primer sorbo se descubre un toque ligeramente salado que llaman la atención y que, en el caso de gente poco apasionada por la leche como soy yo, resulta muy sugestivo. Hay quien asegura que su sabor se parece más al de la leche materna humana que a la de vaca —mis recuerdos de infancia no se remontan tan lejos por lo que no puedo corroborar esta afirmación—, mientras que otros afirman que lo más parecido es la de yegua. Acertadas o no estas comparaciones, lo cierto es que el peculiar sabor de la leche de camella tiene origen en su alimentación, que se compone fundamentalmente de plantas desérticas.



En España, una empresa de Fuerteventura, Dromemilk Camel Bio Farm, se ha lanzado a la aventura de producirla y está a punto de comercializarla gracias a la leche que obtiene de 400 ejemplares de camello canario, una raza autóctona de dromedario “en peligro de extinción”, según alerta Guacimara Cabrera, consejera delegada de la compañía. Aunque aún no hay precios de venta para sus productos, un vistazo a los comercios online que la ofertan importadas de países como Dubái o, incluso, Australia apuntan a que no será barata, ni mucho menos: medio litro cuesta a partir de 35 euros y, si se opta por la versión en polvo, medio kilo (que da para elaborar cinco litros) supera los 100 euros. Los motivos de ello son diversos. En primer lugar, una camella no alcanza la madurez reproductiva hasta los cinco años. Y, además, a partir de ese momento los litros que produce quedan lejos de las cifras del ganado vacuno. Por todo ello, producirla es mucho más caro que la de vaca… y, por lógica capitalista, los precios de venta, también.



No obstante, la leche de camella no está destinada solo al tetrabrik a pesar de que la experiencia ha demostrado que algunos de los productos lácteos típicos como la mantequilla, los quesos o el yogur son más difícil de obtener con ella por la menor cremosidad y coagulabilidad de la misma respecto a la de vaca. Dromemilk, por ejemplo, se plantea elaborar quesos, chocolates y yogures, y ha presentado recientemente una bebida energética y un postre con leche de camella ―y, por tanto, con su peculiar toque salado―, además de productos cosméticos por sus beneficios para las pieles sensibles. De hecho, en internet ya hay una abundante oferta de pastillas de jabón que la tienen entre sus ingredientes y que prometen curar o paliar algunas enfermedades dermatológicas.



Estas supuestas propiedades terapéuticas de la leche de camella han sido alabadas desde antiguo. El Corán, el libro sagrado de islam, recoge que el profeta recomendaba consumirla por sus beneficios para la salud. De hecho, se recetaba en la antigüedad para tratar determinadas enfermedades al atribuírsele propiedades antioxidantes, antibacterianas, antivirales, antifúngicas y antiartríticas. Y por si eso fuera poco, en Etiopía se considera que tiene poderes afrodisíacos y en la vecina Somalia, propiedades mágicas si se bebe de noche justo después de que las camellas hayan bebido agua tras un largo periodo de sed. ¿Respaldo científico a estos dos últimos supuestos beneficios? Ninguno, evidentemente.



Lo que sí es cierto es que estudios recientes han revelado que la leche de camella tiene una estructura nutricional similar a la de vaca en su aporte de calorías, proteínas y carbohidratos, pero menos grasa que esta, además de tener hasta cinco más de vitamina C y el triple de hierro. Además, tiene componentes con propiedades muy similares a la insulina, lo que la convierte en una opción para personas con diabetes, y carece de beta-lactoglobulina, la principal proteína alergénica de la leche de vaca, lo que la hace más digestiva y acta para los intolerantes la lactosa. Por todo ello, hay quien le pone ese manido adjetivo de “superalimento”. Eso sí, también se ha constatado que en la gente no acostumbrada a beberla puede tener desagradables efectos laxantes si la consume caliente. Bueno, nada es perfecto, si me permiten parafrasear el final de la película; Con faldas y a lo loco.
El fantasma del Blog
La sombra de la división se cierne sobre Sudán tras dos años de guerra civil




Después de que el ejército retomara Jartum, la atención se dirige a Darfur, donde la unidad está en juego mientras los bandos beligerantes sopesan formar gobiernos paralelos






Marc Español
El Cairo
15 ABR 2025 - 05:40 CEST





Un vídeo difundido por el ejército sudanés a finales de marzo ilustra bien la nueva fase en la que ha entrado la guerra civil del país, que se ha convertido en la mayor crisis del mundo por sus repercusiones en la población, dos años después del comienzo de los combates. En la grabación, capturada desde el aire, se observa a una masa de combatientes paramilitares huir precipitadamente a pie por el último puente que controlaban en el centro de Sudán. Acababan de perder el control de la capital, Jartum, y se estaban replegando hacia el oeste del país.




La contienda había regresado allí donde estalló el 15 de abril del 2023, pero en esta ocasión la batalla por Jartum se decantó a favor del ejército que dirige Abdelfatá al Burhan, quien declaró la victoria en el palacio presidencial. Sin embargo, la guerra, que ha causado la mayor crisis humanitaria del mundo, dista de haber acabado, y la atención se dirige ahora a la región occidental de Darfur, bastión paramilitar y donde está en juego la unidad territorial del país.




Durante más de un año tras el inicio de la contienda, las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido llevaron la iniciativa frente a un ejército desmoronado y tomaron casi todo el oeste, el centro y zonas del sur del país, incluida el área de la capital. Pero a finales del pasado septiembre, después de la última época de lluvias, las Fuerzas Armadas lanzaron una ofensiva sorpresa en varios frentes y desde entonces han podido recuperar el control de todo el centro de Sudán.




La guerra civil de Sudán estalló al saltar por los aires la alianza que mantuvieron ejército y paramilitares tras ejecutar un golpe de Estado en 2021 contra una transición democrática. Su aversión a un Gobierno civil, a reformas internas y a rendir cuentas mantuvo su unión por un tiempo. Pero la oposición popular a la asonada, una grave crisis económica, elevados niveles de violencia interna y su aislamiento internacional hizo su relación cada vez más insostenible.




En dos años, la guerra ha provocado la mayor crisis humanitaria del mundo y hoy 30 millones de personas —la mitad, niños— necesitan ayuda humanitaria y más de 12 millones han huido de casa, según la ONU. El número de muertes que ha provocado directamente el conflicto se desconoce y las violaciones de derechos humanos han sido generalizadas por parte de todos los bandos, aunque particularmente brutales por parte de los paramilitares. A ello se suman unas condiciones incompatibles con la vida en muchas zonas del país, como la malnutrición extrema y el colapso del sistema de salud, que están disparando todavía más la mortalidad.




El cambio de tendencia favorable al ejército se atribuye ampliamente a una gran campaña de reclutamiento de las Fuerzas Armadas, a sus alianzas con grupos que inicialmente se habían mantenido neutrales o habían apoyado a los paramilitares, y a un plan de rearme con material de países como Irán, Turquía y Rusia. Las Fuerzas de Apoyo Rápido, en cambio, han sufrido graves problemas de desorganización, deserciones y dificultades para mantener extensas líneas de suministros.




La derrota de los paramilitares en el centro de Sudán, sin embargo, ha intensificado su batalla por Darfur, de donde provienen sus líderes y donde se halla su principal base de apoyos. Las Fuerzas de Apoyo Rápido controlan ya cuatro de los cinco estados de esta vasta región, y El Fasher, la capital del quinto, Darfur Norte, lleva un año bajo asedio. Tras retirarse de Jartum, los paramilitares han recrudecido su ofensiva y han tomado dos bases militares en la región. El domingo, además, capturaron el mayor campo de desplazados del país, Zamzam, tras una nueva masacre de civiles. Esta acción ha provocado un nuevo desplazamiento forzado de alrededor de 400.000 personas que vivían en el asentamiento, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Si consiguen controlar todo Darfur, Sudán quedará partida en dos.




En paralelo, los paramilitares también han intensificado recientemente sus ataques con drones en el norte de Sudán, sobre todo contra infraestructuras clave como aeropuertos militares y una presa, y han amagado con lanzar una ofensiva terrestre desde Darfur Norte. Sin embargo, sus fuerzas están a cientos de kilómetros de desierto de distancia, por lo que se considera que su amenaza y sus bombardeos son por ahora parte de una campaña de desgaste del ejército.




En este contexto, las perspectivas de paz continúan siendo remotas. En un discurso a finales de marzo, Burhan anticipó que no perdonarían ni negociarían con los paramilitares, y el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, Mohamed Hamdan Dagalo, calificó la derrota en la capital como una mera “retirada táctica” y aseguró que volverían. Su hermano Abdelrahim, considerado cada vez más el hombre fuerte del grupo, anunció entonces el asalto a El Fasher.




“Intuyo que [a partir de ahora] el ejército recurrirá al uso de más potencia aérea para romper el asedio en El Fasher y en Nyala [la capital de Darfur del Sur y un importante centro logístico paramilitar] mientras moviliza a sus fuerzas para recuperar guarniciones militares en Darfur”, señala el investigador y analista político sudanés Jihad Mashamoun. “Al mismo tiempo, creo que recurrirá a grupos armados de Darfur como principales fuerzas terrestres”, pronostica.





Gobiernos paralelos





Políticamente, la recuperación de Jartum supone una victoria muy simbólica para el ejército porque refuerza su reivindicación como única autoridad legítima del país ante la comunidad internacional. También abre la puerta al regreso a la capital del gobierno militar, que tras el inicio de la guerra se trasladó a Puerto Sudán, en el este. La junta castrense, de hecho, ya ha anunciado planes para formar un nuevo Gobierno y empezar a reconstruir el centro del país.



“La recaptura del centro de Sudán y de Jartum proporciona no solo un espaldarazo moral al Gobierno de facto y a las Fuerzas Armadas sudanesas, sino también una forma de legitimidad que Burhan ha estado buscando desde el principio, al declarar al mundo que la capital está bajo su control y será sede del Gobierno de facto en un futuro próximo”, constata Mashamoun.



Sin embargo, las Fuerzas de Apoyo Rápido también han asegurado tener planes de establecer un Gobierno en las zonas bajo su control, lo que profundizaría la división del país. En febrero, los paramilitares ya firmaron en Nairobi una declaración que sentó las bases para formar un ejecutivo en Sudán con una veintena de grupos políticos y armados, entre los que destaca el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán-Norte, que controla partes del sur del país.




La principal coalición civil que desde el estallido de la guerra intentó hacer equilibrios entre los dos grandes bandos beligerantes en defensa de una vía pacífica y del restablecimiento de una transición democrática, Tagadum, se disolvió en febrero a raíz de las disputas que generó la opción de un Gobierno paralelo. Desde entonces, este espacio, que cuenta con poco apoyo social, se ha dividido en dos bloques: uno partidario y otro opuesto a la iniciativa.
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Responsable de Unitaid: “¿De verdad creemos que la gente sin tratamiento médico se va a quedar en su país esperando la muerte sin protestar?”




Marisol Touraine, presidenta de esta iniciativa que trabaja por el acceso a los tratamientos en países de bajos recursos, advierte que los recortes de EE UU ponen en peligro tanto los logros conseguidos como los objetivos para los próximos años y elogia la defensa de la solidaridad global del Gobierno español






Beatriz Lecumberri
Madrid
15 ABR 2025 - 05:30 CEST




Marisol Touraine (París, 66 años) recuerda que mientras se realiza esta entrevista hay personas muriendo en África o América Latina debido a los recortes en los programas de salud financiados principalmente por Estados Unidos. “La seguridad no es solamente una cuestión militar o económica”, repite varias veces durante la conversación con este periódico en Madrid. “A los ciudadanos europeos que piensen que la solidaridad no es algo importante, les quiero recordar que salvando vidas en el sur nos protegemos mejor”, agrega.



La exministra socialista francesa es actualmente presidenta del Consejo Ejecutivo de Unitaid, cuyo fin es impulsar el acceso a los tratamientos para el sida, malaria y tuberculosis, principalmente para personas de países de bajos ingresos.



Touraine elogió también la voluntad política del Gobierno de apostar por “una visión política de solidaridad y humanismo”. Si España se preocupa “por la reducción de fondos para las organizaciones que implementan la cooperación, es porque se está amenazando una visión que para nosotros es fundamental: la de un mundo que debe ser solidario para ser seguro”, subrayó.



Pregunta. ¿La existencia de Unitaid tiene más sentido tras los recortes de la ayuda anunciados por Estados Unidos?




Respuesta. Hablar de salud global es más necesario que nunca. Mientras nosotras hacemos esta entrevista, hay personas muriendo porque no pueden obtener el tratamiento para tuberculosis, cáncer de cuello uterino o sida... Gente que contaba con un apoyo internacional y que ahora no sabe qué va a pasar. En los últimos 20 años hemos logrado salvar millones de vidas y ahora tenemos que decidir si esos valores de solidaridad y de humanismo se siguen defendiendo. A los ciudadanos europeos que piensen que la solidaridad no es algo importante, les quiero recordar que salvando vidas en el sur nos protegemos mejor.



P. ¿Han notado ya en Unitaid el impacto de los recortes en cooperación de Estados Unidos?




R. Nosotros no tenemos financiación directa de Estados Unidos, pero sí vemos que algunas entidades socias ya no pueden trabajar en los mismos lugares y en las mismas condiciones. En Sudáfrica, por ejemplo, hubo pacientes que fueron a recibir su tratamiento antirretroviral para el sida y no pudieron porque el centro médico había cerrado, lo mismo pasó en Kenia. Otro caso que nos preocupa es Perú, donde podría avanzar la tuberculosis si no podemos mantener las estructuras donde la gente acude. Pero quiero insistir en que el desafío no es cómo nos vamos a organizar nosotros, sino cómo llevaremos a las personas los tratamientos, las vacunas y los diagnósticos que necesitan.




Uno no puede decir al mismo tiempo: ‘no queremos migrantes y no los queremos curar en los países donde viven’. La solidaridad no implica que todo el mundo va a venir aquí, sino que vamos a intentar crear mejores condiciones de vida en los países que lo necesitan





P. ¿Y cómo se podrán llevar?




R. La capacidad de respuesta es incierta porque no sabemos lo que va a suceder, pero no podemos hacer como si nada. Antes de ser un desafío sanitario, la salud global es sobre todo una decisión política. Por ejemplo, si países como España y Francia tienen un sistema de salud universal, que es algo fundamental para reducir desigualdades sanitarias y sociales y para que la gente se pueda curar sin gastarse su sueldo, es porque se tomó una decisión a nivel político.



P. ¿Es ingenuo pensar que de esta crisis puede surgir una oportunidad?




R. Es iluso pensar que vamos a poder llenar el vacío de Estados Unidos, así como así. Lo primero que tenemos que hacer es mantener los presupuestos. Por eso he venido a España, para pedir a este Gobierno, como pido a los gobiernos europeos, que sigan financiándonos para que podamos seguir adelante con nuestras políticas. Lo que está claro es que vamos a tener que trabajar de manera más focalizada e ir a lo esencial porque contaremos con menos recursos.



P. ¿Qué respuesta le han dado las autoridades españolas?




R. Muy positiva. Mantienen su contribución. España es un socio histórico que reafirmó su compromiso en términos financieros, pero también su apoyo político de manera muy fuerte desde hace años. Sus autoridades hablan con una voz fuerte y abanderan una visión política de solidaridad y humanismo. Y, si su Gobierno se preocupa por la reducción de fondos para las organizaciones que implementan la cooperación, es porque se está amenazando una visión que para nosotros es fundamental: la de un mundo que debe de ser solidario para ser seguro.





P. ¿Es España una voz disonante en este momento de recortes en Estados Unidos y en otros países europeos?




R. No diría tanto disonante, España es una voz especial. Hay países que están cortando sus presupuestos, pero que no abandonan el mensaje político. Por supuesto, necesitamos pensar y responder a los desafíos de seguridad militar, pero la seguridad no es solamente una cuestión militar o económica, como también vemos ahora con los aranceles. Si abandonamos la cooperación internacional, ¿de verdad creemos que la gente que no tendrá tratamiento médico en sus países se va a quedar esperando la muerte sin protestar? Uno no puede decir al mismo tiempo: ‘no queremos migrantes y no los queremos curar en los países donde viven’. La solidaridad no implica que todo el mundo va a venir aquí, sino que vamos a intentar crear mejores condiciones de vida en los países que lo necesitan.



P. ¿Qué logros sanitarios ha habido en el Sur Global en los últimos años gracias a una acción conjunta como la que promueve Unitaid?





R. Tras la covid empezamos a fomentar la producción regional de medicamentos, cuando vimos que las vacunas no habían llegado a los países del Sur Global. Lo estamos haciendo, por ejemplo, en Sudáfrica, Kenia, Senegal o Nigeria. Otra de las cuestiones en las que estamos trabajando es cómo podemos crear soluciones que permitan a los países ser dueños de sus objetivos y de las maneras que quieren emplear para lograrlos. Es decir, que desde iniciativas locales puedan decir a las entidades qué apoyo necesitan y que sean ellos los que ejecuten después.



Nosotros estamos convencidos de que cuando se trata a una mujer, se cura a una familia y a una comunidad porque ellas son vitales en estos grupos humanos.




P. Uno de los pilares de Unitaid es la salud femenina. ¿Las mujeres se verán más perjudicadas por estos recortes?




R. Como siempre, los más vulnerables pagan el precio más alto. Y las mujeres están dentro de ese grupo. Nos preocupa que queden en segunda fila, cuando para nosotros son prioritarias. Por ejemplo, el 90% de las muertes de mujeres durante el parto se producen en el Sur Global. Nosotros estamos convencidos de que cuando se trata a una mujer, se cura a una familia y a una comunidad porque ellas son vitales en estos grupos humanos. Una mujer que cuidamos, es una mujer que cuida a una comunidad.



P. Su objetivo es que los medicamentos sean accesibles a todos y que el precio no sea un obstáculo. En el caso del VIH, el lenacapavir podría ser una revolución. ¿Cómo están negociando con los fabricantes?




R. Es una negociación sobre las patentes que deriva en otra sobre el precio que tendría en los países del Sur. En este caso, es un proceso que ha empezado antes de que el medicamento esté disponible en ningún lugar y que está en curso. Pero sí, este medicamento es una revolución. Tenemos una oportunidad histórica de eliminación potencial de una enfermedad con una inyección cada seis meses o cada año. No sé en qué plazo podría ocurrir esto, pero hay una perspectiva y tenemos que tener los recursos para implementar esta revolución, porque tiene un coste.




Lo que está sucediendo en el mundo ahora no amenaza solamente lo que hemos logrado en los últimos 20 años, sino lo que sabemos que podemos hacer en los próximos 20




P. Otra vez los recursos...




R. Claro, porque lo que está sucediendo en el mundo ahora no amenaza solamente lo que hemos logrado en los últimos 20 años, sino lo que sabemos que podemos hacer en los próximos 20.



P. Su organización también ha sido pionera en estudiar el impacto de los sistemas de salud en el cambio climático.





R. Sí, fue muy interesante, porque tomamos el ejemplo de 10 medicamentos. Entre ellos hay uno, el más usado contra el VIH, el dolutegravir. Es una píldora de escasos miligramos, que es tomada diariamente por millones de personas y su fabricación anual representa emisiones de carbono idénticas a la huella de carbono de la ciudad de Ginebra. No es que el sistema de salud sea el más contaminante, sus emisiones no llegan al 5% del total, pero vale la pena intentar reducirlas. Y vimos que modificando algunas cosas en la fabricación de este medicamento sin gasto adicional podríamos disminuirlas en un 40% y con inversiones adicionales, hasta en un 70%. Fue la primera vez que se analizó algo así y que se daban soluciones. Nuestro mensaje es que cuidar a la gente también nos debe permitir cuidar del planeta.
El fantasma del Blog
¿Están los jóvenes desinformados por culpa de las redes sociales?




Los hábitos de consumo de la información han cambiado drásticamente durante los últimos años, y el acceso a ella se produce, en la mitad de las ocasiones, por medio de Instagram o Tiktok







Constanza Cabrera
14 ABR 2025 - 05:20 CEST





Abrir una aplicación, ver un vídeo y consumir imágenes pasivamente hasta el infinito. Las redes sociales son parte de la vida diaria de la gran mayoría de los jóvenes españoles. En esas plataformas se entretienen compartiendo memes, pero también en la mitad de los casos se convierten en la única fuente de información a la que acceden, de acuerdo a diversos estudios realizados en Europa, EE UU y Australia. La realidad es que los hábitos de consumo de noticias han cambiado. Solo un 20% de los chavales acude a la prensa o las plataformas de noticias. Y el 56% de chicos y chicas, según un análisis de Save the Children, se siente más cómodo recurriendo a familiares y amigos para comprobar la veracidad de un dato.



La búsqueda incesante de vídeos cortos ha transformado la forma de consumir contenidos en los medios tradicionales. Cristina, una chica de 20 años que estudia en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), asegura que algunas de sus amigas son capaces de pasar al menos cinco horas ininterrumpidas en TikTok. “Tienen que bloquear la aplicación o no pararían”, cuenta. O el caso de Alejandro, que cursa la carrera de arquitectura y que con 20 años le apetece mirar videos sobre fútbol en las redes muchas veces al día. Esta es la segunda red social preferida por los jóvenes, solo después de Instagram.



Pero la generación joven no estaría más desinformada que los mayores. Esa es la lectura entrelíneas que realiza la abogada Siana Kalinova, experta en desinformación y redes sociales. “Hay una tendencia a pensar que la juventud cae fácilmente en cualquier tipo de bulo. No estoy de acuerdo y más bien, han pasado a informarse de otra manera”, plantea. Lo que ella observa es más bien un problema de alfabetización mediática y “es algo educativo, no generacional”, reitera la abogada.




Esta habilidad, según una definición de la Comisión Europea, ayuda a contrarrestar los efectos de las campañas de desinformación y la difusión de noticias falsas, pues permite “navegar por el entorno de noticias moderno y tomar decisiones informadas”. Los chicos y chicas, sin embargo, pueden ser engañados por fotos, videos u otros contenidos generados, de acuerdo a un análisis a más de 1.000 adolescentes estadounidenses entre 13 y 17 años. El mismo reporte de Save the Children evidencia que más de la mitad de los jóvenes españoles tiene dificultades para identificar cuándo una noticia es falsa.



“Si no fuera por TikTok e Instagram no me enteraría de nada. A veces nos la cuelan fácil”, reconoce Marta (19 años), otra estudiante de la UCM. Ella espera la siguiente clase junto a Andrea ―también de 19 años― que explica que si le aparece una noticia en TikTok, prefiere mirar algún periódico “para saber si es verdad”. Paula, otra chica que las acompaña, dice que a veces ocupa X para “revisar el estado del Metro”. “Nos salen [las noticias], no las buscamos”, aclara Marta.



La omnipresencia de las afirmaciones engañosas ha dejado estragos en la esfera pública. En el mundo, la invasión a Ucrania no solo ha causado consecuencias económicas y humanas, también ha puesto en relieve la fácil masificación de las fakes news. Mismo efecto ―aunque bajo otros parámetros― causó la dana de Valencia, ocurrida en octubre pasado, que destapó la peor oleada de bulos del país en el último tiempo (al menos, desde la pandemia), pero este fenómeno trascendió edades.



“Ahora mismo hay gente que no ha sido nativa digital y que no está siendo capaz de identificar fácilmente qué noticias son veraces”, ejemplifica la abogada. Jesús Conde, profesor titular de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla, opina que los jóvenes sí son más propensos a caer en engaños porque “llevan más tiempo conectados” y su consumo es más activo.




La identidad digital de los jóvenes




La desinformación viene en diferentes formatos: desde leyendas en algunos casos, teorías de conspiración e incluso piezas humorísticas. “La literatura científica en los últimos años habla incluso del concepto de injertos digitales. Es decir, la desinformación se presenta de forma atractiva a los jóvenes, en un formato que parece veraz y que conecta con sus intereses”, sostiene Jesús Conde.



La mayoría de las chicas y chicos consultados por EL PAÍS ha reconocido que no podría saber si una información es verdadera o no. Esto es algo que también han venido observando en Código Nuevo, un medio enfocado en la generación zeta y los nuevos viejos de internet nacidos entre 1980 y 1996 conocidos como millenials. Para la periodista Sara Roqueta, redactora jefa del sitio, incluso se habla de “la caída de Google”, como si hubiera pasado de moda para ellos.



“Nos damos cuenta de que más de la mitad de los adolescentes se informan en redes sociales y directamente utilizan TikTok como su buscador estrella”, explica. “Ellos tienen una conexión muy especial con los generadores de opinión y contenido, o lo que incluso se puede llamar influencers de la información”, indica Roqueta. Y quienes crean estos contenidos cuentan una información mientras se maquillan, entonces los usuarios perciben una tranquilidad que “no es la misma que cuando lees una noticia”, complementa Roqueta.



La identidad digital es parte del eje de la identidad general de la persona, donde se proyecta en distintas facetas. “Esa autoconfianza les puede jugar malas pasadas”, sostiene Jesús Conde. En las redes sociales “todo es rápido y se mezcla con el entretenimiento”, por lo que es complejo entender cómo los jóvenes hablan o tratan el contenido. “Eso es un problema a la hora de diferenciar qué es un bulo y qué es verdad para ellos”, agrega Roqueta.




Aprender a cazar bulos




El problema de la desinformación ha obligado a entidades como la OMS a hacer un llamado a las naciones a regular estas plataformas para que impulsen programas que incentiven el uso responsable de internet. Desde el año pasado, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) junto a Big Van Ciencia se encuentran llevando a cabo el proyecto Cazabulos enfocado en el alumnado del primer ciclo de la ESO. Se trata de programa educativo enfocado en la desinformación científica, especialmente en TikTok. Consta de cuatro fases y cuenta con una formación en línea que permite aprender detectar bulos.



“Nuestra idea es proveer a los ciudadanos, en este caso los estudiantes, de herramientas que permitan que de una manera más o menos autónoma puedan ellos también desmontar bulos, noticias falsas o con sesgos”, cuenta Pura Fernández, vicepresidenta adjunta de Cultura Científica y Ciencia Ciudadana del CSIC. El programa se encuentra en la segunda edición, pero la idea es que esta iniciativa se extienda por más tiempo y que también llegue al continente americano a largo plazo.



El Gobierno dio luz verde a una nueva ley ―que es parte del plan de regeneración democrática de Pedro Sánchez―, que permitirá pedir rectificaciones a las plataformas digitales y a las cuentas que tengan más de 100.000 seguidores en una red. Y hace unas semanas, el Consejo de Ministros aprobó un anteproyecto de ley para un uso ético de la inteligencia artificial, que pretende poner orden en la aplicación práctica de esta tecnología. El anteproyecto adapta a nuestra legislación lo establecido en el Reglamento Europeo de Inteligencia Artificial.



Kalinova hace hincapié en que la regulación “no se puede hacer solo desde las instituciones”. También es importante que se inculque a través del hogar, el control parental e incluso intervenir desde el aula. “Yo creo que si se profundiza en el conocimiento de cómo funcionan las redes sociales, los algoritmos y se hace una labor educativa, eso puede influir mucho”, agrega. Ella, al mismo tiempo, señala un matiz importante: las políticas de imposición no conseguirán gran cosa. “Yo creo que incluso se podría llegar a generar el efecto contrario, más radicalización”.



Otro aspecto que suscitado el interés en el último tiempo es la popularidad que suscitan los influencers y cuentas en redes más bien conservadoras. Las redes sociales se han convertido en el principal instrumento de la extrema derecha para colonizar el pensamiento de las nuevas generaciones, señaló a EL PAÍS el periodista Andrew Marantz en 2023. Sin embargo, si esas ideas calan entre los jóvenes y generan adeptos es “porque también hay una parte cansada”, señala Siana Kalinova.
El fantasma del Blog
La odisea de conseguir un visado en Senegal




Ciudadanos españoles y senegaleses denuncian la venta irregular de citas, retrasos y denegaciones en el Consulado de España en Dakar






José Naranjo
María Martín
Dakar / Madrid
16 ABR 2025 - 05:00 CEST




Martha Pérez del Valle está a punto de dar a luz. Pero lo hará sola en España. Su marido, el senegalés Ousmane Diallo, no podrá estar en el parto porque el Consulado de España en Dakar le ha denegado el permiso y el visado que solicitó por reagrupación familiar. Casados desde octubre de 2023, ambos iniciaron el procedimiento en mayo de 2024, pero la respuesta fue contundente. El consulado alegó “dudas sobre la autenticidad y fiabilidad del matrimonio” y reprochó que no se establece con claridad que la unión conyugal “no tiene una finalidad diferente a la obtención de la residencia legal del interesado en España”. El consulado también denegó el recurso que interpusieron. Desde su casa en Torremolinos, Pérez del Valle asegura que “ha sido un desgaste emocional, físico y económico tremendo. Lo más duro es sentir que dudan de algo que es muy real. Hasta hace poco estaba apática y deprimida, no podía ni hablar del tema”. Sin embargo, decidió contar su historia a través de las redes sociales y recibió decenas de mensajes de personas en situación similar. “Pensaba que éramos tres o cuatro, pero somos cientos. Ya he asumido que mi hija nacerá sin su padre al lado, pero ojalá mi historia sirva para que no le pase a otras”. La mujer define la actitud del consulado como “maltrato institucional” y revela que, en su desesperación, se llegaron a plantear que Oumane se subiese a un cayuco para juntarse con ella en España. “Pero los riesgos son enormes y, además, soy ciudadana española, tengo derecho a tener a mi marido conmigo”, añade.





La corriente de descontento con los servicios consulares en Senegal (y en otros países) ha crecido en los últimos meses. Las dificultades para conseguir una cita para solicitar visados, el negocio irregular que ha surgido en torno a este procedimiento y las numerosas denegaciones ha llevado a decenas de personas a denunciar públicamente sus casos. Las quejas por una y otra cuestión siempre han estado presentes, pero ahora hay un grupo de ciudadanos españoles y senegaleses que hasta organizaron una concentración frente a la puerta del consulado. Prevista para este martes, la protesta al final no fue autorizada por el prefecto de Dakar. Pero estos ciudadanos han conseguido llevar el foco hacia una política de visados que impide viajar de manera legal a España lo que, a juicio de los organizadores de esta manifestación, estimula las vías irregulares.



Hace varios años que el Defensor del Pueblo recibe “reiteradas” quejas contra este consulado. En octubre de 2023, recomendaba al Ministerio de Exteriores adoptar “las medidas necesarias para que el Consulado General de España en Dakar cuente con los medios personales y materiales adecuados que permita atender a la demanda existente y a la previsible en los próximos años”. Este año, en su último informe, habla de “inasumibles demoras”. En la actualidad, unos 83.000 senegaleses residen de manera legal en España, según en INE. Es una diáspora con mucho arraigo en España y que va en aumento: ya son la segunda nacionalidad africana tras Marruecos en número de ciudadanos. Además, según el Defensor del Pueblo, unos 10.000 senegaleses han adquirido la nacionalidad española entre 2013 y 2023, lo que les da derecho a solicitar la reagrupación de sus familiares, al igual que a las parejas mixtas entre españoles y senegaleses.



El caso de Pérez del Valle está lejos de ser el único. La catalana Ivet Pérez ha estado en Senegal más tiempo en los últimos años que en España. Por trabajo, participa en varios proyectos de cooperación en el país, pero también por amor. En 2023, Pérez, que pide que no se publiquen sus verdaderos nombres por miedo a que su caso se complique aún más, se enamoró de Bouba, el traductor que le asistió en una de sus misiones. Y se casaron. La pareja solicitó un visado para poder vivir juntos en España y, como parte del procedimiento, un funcionario les interrogó. “Hay matrimonios de conveniencia, yo lo sé, pero creo que hay maneras de preguntar. Puedes cuestionarme si soy consciente de que me caso con un hombre de un país en el que existe la poligamia, pero no hace falta que me digas si sé que me van a poner los cuernos o que me pregunte si estoy preparada para tener diez hijos”, recuerda la joven, de 26 años. El visado de su marido fue finalmente denegado porque no demostraron “fehacientemente” una convivencia física y continuada o dependencia [económica]. Como el resto de afectadas, Pérez, que por un momento confió en su “privilegio blanco”, se emociona. “Ahora que conozco muchos más casos, lo que veo es la arbitrariedad. ¿Cuál es el criterio para poner en duda mi matrimonio?”, cuestiona.



“Son meses de lucha, de estrés y de rabia”, se queja Awa Ndiaye desde Fuerteventura, una senegalesa de 26 años que lleva en España más de la mitad de su vida. Ndiaye se casó en Senegal en 2023 con un chico de su pueblo y un año después comenzaron con los trámites de reagrupación familiar en una oficina de extranjería en Canarias. A los tres meses ya tenía la respuesta: aprobada la residencia para su marido. Estaban felices porque pensaron que iban a poder decir adiós a la distancia, pero faltaba un último trámite: solicitar el visado en el consulado de España en Dakar. “Fue el principio de nuestra pesadilla”, dice. La cita se la dieron, pero para abril de 2026. Dos años de vida paralizada. No es una excepción. El Defensor del Pueblo recoge un caso similar, una reagrupación familiar concedida en agosto de 2024 para una niña de tres años que necesita tratamiento médico y una cita para conseguir su visado en noviembre de 2026. “Ya tiene el visto bueno, qué más les da, ¡solo hay poner un sello en el pasaporte!”, lamenta. En este tiempo a Ndiaye le han diagnosticado una enfermedad y lamenta que ahora tiene aún más razones para querer estar cerca de su marido. Ha enviado casi una veintena de emails intentando que le adelanten esa cita. “Nadie me responde”, se queja.



La española de origen senegalés Sofiatou Ndeye vive en Gran Canaria. “Mi caso es una odisea desde el principio. Nos han solicitado información que no aparece en el procedimiento y se han empeñado en exigirnos el registro de nuestro matrimonio en España, sabiendo que el registro Civil central tarda hasta tres años en hacer ese trámite”, lamenta Ndiaye. Más allá de los documentos requeridos, es que para el consulado español en Dakar su matrimonio, celebrado el año pasado por poderes, también es sospechoso. “Yo les enseñé fotos que prueban nuestros inicios, pero ni siquiera nos han hecho una entrevista, ¿cómo pueden tasar la vida de la gente por papeles?”, relata. “Todos hemos llorado muchísimo con esto. Nos han hecho muchísimo daño como familia y también en lo económico”, cuenta.



Las reagrupaciones familiares, por la importancia que tiene para los afectados, suponen el grueso de las quejas, pero la estricta política de visado va más allá. Para miles de senegaleses que pretenden ir a España a visitar familiares, actuar en un concierto, dar una conferencia para una ONG o simplemente hacer turismo, la odisea no es solo lograr un visado sino conseguir una cita. El empresario Ibrahima Gueye (nombre ficticio) relata una realidad que se vive en consulados españoles de todo el mundo: “Entras en la plataforma de la empresa BLS [la empresa en la que Exteriores subcontrata la gestión de las citas] y a los cinco minutos ya está bloqueada. Toca esperar al mes siguiente. O pagar”, asegura. La joven Astou, que trabaja para una empresa española en Senegal, revela que ella abonó 350.000 francos CFA (unos 475 euros) a un intermediario que le vendió una cita para pedir un visado. “Todo el mundo sabe que eso funciona así, se te acercan en la puerta del consulado o te llaman una vez has entrado en la plataforma”, revela.



El consulado de España en Dakar no respondió a la solicitud de información de este periódico, pero fuentes de Exteriores aseguraron que “la alta demanda de visados en algunos países tensiona el sistema de citas, por lo que resulta más difícil obtenerlas. La presencia de tramitadores fuera de las oficinas consulares es un fenómeno existente en algunos países y que no puede ser evitado por las oficinas, habida cuenta de la idiosincrasia de cada país y de sus usos locales”.



El diputado senegalés Guy Marius Sagna, miembro del partido gobernante, se mostró especialmente crítico con el consulado español en una rueda de prensa el pasado viernes en la que anunciaba la manifestación prevista para este martes. “Estoy aquí para protestar contra la mafia diplomática, la mafia consular, la mafia de visados que los africanos soportan aquí en Senegal, pero que también soportan los españoles […] que empuja a los jóvenes a coger los cayucos de la emigración irregular […] En realidad, las embajadas y consulados del espacio Schengen, y en particular de España, contribuyen a las personas que mueren en el Atlántico, el Sahara y en el Mediterráneo”, aseguró. El diputado acusó a consulados y embajadas europeas de ser cómplices de dichas “mafias” que revenden las citas.
El fantasma del Blog
Viaje al corazón de las tinieblas






Mario Vargas Llosa
11 ENE 2009 - 04:33 CET





I - EL MÉDICO.



"El problema número uno del Congo son las violaciones", dice el doctor Tharcisse. "Matan a más mujeres que el cólera, la fiebre amarilla y la malaria. Cada bando, facción, grupo rebelde, incluido el Ejército, donde encuentra una mujer procedente del enemigo, la viola. Mejor dicho, la violan. Dos, cinco, diez, los que sean. Aquí, el sexo no tiene nada que ver con el placer, sólo con el odio. Es una manera de humillar y desmoralizar al adversario. Aunque hay a veces violaciones de niños, el 99% de las víctimas de abuso sexual son mujeres. A los niños prefieren raptarlos para enseñarles a matar. Hay muchos miles de niños soldado por todo el Congo".




Estamos en el hospital de Minova, una aldea en la orilla occidental del lago Kivu, un rincón de gran belleza natural -había nenúfares de flores malvas en la playita en la que desembarcamos- y de indescriptibles horrores humanos. Según el doctor Tharcisse, director del centro, el terror que las violaciones han inoculado en las mujeres explica los desplazamientos frenéticos de poblaciones en todo el Congo oriental. "Apenas oyen un tiro o ven hombres armados salen despavoridas, con sus niños a cuestas, abandonando casas, animales, sembríos". El doctor es experto en el tema, Minova está cercada por campos que albergan decenas de miles de refugiados. "Las violaciones son todavía peor de lo que la palabra sugiere", dice bajando la voz. "A este consultorio llegan a diario mujeres, niñas, violadas con bastones, ramas, cuchillos, bayonetas. El terror colectivo es perfectamente explicable".




Ejemplos recientes.El más notable, una mujer de 87 años, violada por 10 hombres. Ha sobrevivido. Otra, de 69, estuprada por tres militares, tenía en la vagina un pedazo de sable. Lleva dos meses a su cuidado y sus heridas aún no cicatrizan. Casi se le va la voz cuando me cuenta de una chiquilla de 15 años a la que cinco "interahamwe" (milicia hutu que perpetró el genocidio de tutsis en Ruanda, en 1994, y luego huyó al Congo, donde ahora apoya al Ejército del Gobierno del presidente Kabila) raptaron y tuvieron en el bosque cinco meses, de mujer y esclava. Cuando la vieron embarazada la echaron. Ella volvió donde su familia, que la echó también porque no quería que naciera en la casa un "enemigo". Desde entonces vive en un refugio de mujeres y ha rechazado la propuesta de un pariente de matar a su futuro hijo para que así la familia pueda recibirla. La letanía de historias del doctor Tharcisse me produce un vértigo cuando me refiere el caso de una madre y sus dos hijas violadas hace pocos días en la misma aldea por un puñado de milicianos. La niña mayor, de 10 años, murió. La menor, de 5, ha sobrevivido, pero tiene las caderas aplastadas por el peso de sus violadores. El doctor Tharcisse rompe en llanto.




Es un hombre todavía joven, de familia humilde, que se costeó sus estudios de medicina trabajando como ayudante de un pesquero y en una oficina comercial en Kitangani. Lleva dos años sin ver a su familia, que está a miles de kilómetros, en Kinshasa. El hospital, de 50 camas y 8 enfermeras, moderno y bien equipado, recibe medicinas de Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, pero es insuficiente para la abrumadora demanda que tiene al doctor Tharcisse y a sus ayudantes trabajando 12 y hasta 14 horas diarias, 7 días por semana. Fue construido por Cáritas. La Iglesia católica y el Gobierno llegaron a un acuerdo para que formara parte de la Sanidad Pública. No se aceptan polígamos, ni homosexuales, ni se practican abortos. El salario del doctor Tharcisse es de 400 dólares al mes, lo que gana un médico adscrito a la Sanidad Pública. Pero como el Gobierno carece de medios para pagar a sus médicos, la medicina pública se ha discretamente privatizado en el Congo, y los hospitales, consultorios y centros de salud públicos en verdad no lo son, y sus doctores, enfermeros y administradores cobran a los pacientes. De este modo violan la ley, pero si no lo hicieran, se morirían de hambre. Lo mismo ocurre con los profesores, los funcionarios, los policías, los soldados, y, en general, con todos aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, una entelequia que existe en la teoría, no en el mundo real.




Cuando el doctor Tharcisse se repone me explica que, después de las violaciones, la malaria es la causa principal de la mortandad. Muchos desplazados vienen de la altura, donde no hay mosquitos. Cuando bajan a estas tierras, sus organismos, que no han generado anticuerpos, son víctimas de las picaduras, y las fiebres palúdicas los diezman. También el cólera, la fiebre amarilla, las infecciones. "Son organismos débiles, desnutridos, sin defensas". Vivir día y noche en el corazón del horror no ha resecado el corazón de este congoleño. Es sensible, generoso y sufre con el piélago de desesperación que lo rodea. Desde la pequeña explanada de las afueras del hospital divisamos el horizonte de chozas donde se apiñan decenas de miles de refugiados condenados a una muerte lenta. "La medicina que todo el Congo necesita tomar es la tolerancia", murmura. Me estira la mano. No puede perder más tiempo. La lucha contra la barbarie no le da tregua.




II - LOS PIGMEOS.




Debo a los pigmeos de Kivu Norte haberme librado de caer en manos de las milicias rebeldes tutsis del general Laurent Nkunda la noche del 25 de octubre de 2008. Yo había llegado el día anterior a Goma, la capital de Kivu Norte, y mis amigos de Médicos Sin Fronteras, gracias a los cuales he podido hacer este viaje, me habían organizado un viaje a Rutshuru (a tres o cuatro horas de esta ciudad) para visitar un hospital construido y administrado por MSF, que presta servicios a una gran concentración de desplazados y víctimas de toda la zona. La víspera de la partida, mi hijo Gonzalo, que trabaja en el ACNUR, me telefoneó desde Nueva York para decirme que sus colegas en el Congo me tenían prevista, para la mañana siguiente, una visita a un campo de pigmeos desplazados en las afueras de Goma. Aplacé un día el viaje a Rutshuru y, por culpa del general Nkunda, que ocupó aquella noche ese lugar, ya no pude hacerlo.




Los pigmeos, pese a ser la más antigua etnia congoleña, son los parientes pobres de todas las demás, discriminados y maltratados por unas y por otras. Fieles al prejuicio tradicional contra el otro, el que es distinto, leyendas y habladurías malevolentes les atribuyen vicios, crueldades, perversiones, como a los gitanos en tantos países de Europa. Por eso, en una sociedad sin ley, corroída por la violencia, las luchas cainitas, las invasiones, la corrupción y las matanzas, los pigmeos son las víctimas de las víctimas, los que más sufren. Basta echarles una mirada para saberlo.




El campo de Hewa Bora (Aire Bello), a una decena de kilómetros de Goma, acaba de formarse. Está en un suelo pedregoso y volcánico, de tierra negra, y parece increíble que en lugar tan inhóspito las 675 personas que han llegado hasta aquí, hace un par de meses, desde Mushaki, huyendo de las milicias de Laurent Nkunda, hayan podido hacer algunos cultivos, de mandioca y arvejas. Nos reciben cantando y bailando a manera de bienvenida: pequeñitos, enclenques, arrugados, cubiertos de harapos, muchos de ellos descalzos, con niños que son puro ojos y huesos y las grandes barrigas que producen los parásitos. Su baile y su canto, tan tristes como sus caras, recuerdan las canciones de los Andes con que se despide a los muertos. Aunque con cierta dificultad, varios de los dirigentes hablan francés. (Es una de las pocas consecuencias positivas de la colonización: una lengua general que permite comunicarse a la gran mayoría de los congoleses, en un país donde los idiomas y dialectos regionales se cuentan por decenas).




Escaparon de Mushaki cuando las milicias rebeldes atacaron la aldea matando a varios vecinos. Piden plásticos, pues las chozas que han levantado -con varillas flexibles de bambú, atadas con lianas, de un metro de altura más o menos, sobre el suelo desnudo y con techos de hojas- se inundan con las lluvias, que acaban de comenzar. Piden medicinas, piden una escuela, piden comida, piden trabajo, piden seguridad, piden -sobre todo- agua. El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman. Las personas que me acompañan, del ACNUR y de Médicos Sin Fronteras, toman notas, piden precisiones, hacen cálculos. Después, conversando con ellos, comprobaré la sensación de impotencia que a veces los embarga. ¿Cómo hacer frente a las necesidades elementales de esta muchedumbre de víctimas? ¿Cuántos más morirán de inanición? La crisis financiera que sacude el planeta ha encogido todavía más los magros recursos con que cuentan.




En el campo de Bulengo, que visito luego del de Hewa Bora, veo las raciones de alimentos, mínimas, que distribuyen a los refugiados. Un voluntario de Unicef me dice, la voz traspasada: "Tal como van las cosas con la crisis, todavía tendremos que disminuirlas". Médicos, enfermeros y ayudantes de las organizaciones humanitarias son gentes jóvenes, idealistas, que hacen un trabajo difícil, en condiciones intolerables, a quienes la magnitud de la tragedia que tratan de aliviar por momentos los abruma. Lo que más los entristece es la indiferencia casi general, en el mundo de donde vienen, el de los países más ricos y poderosos de la Tierra, por la suerte del Congo. Nadie lo dice, pero muchos han llegado, en efecto, en Occidente a la conclusión de que los males del Congo no tienen remedio.




Bulengo fue en 1994 el campamento del Ejército ruandés hutu que invadió el Congo después de perpetrar la matanza de cientos de miles de tutsis en el vecino país. Ahora es el eje de un complejo de 16 campos de desplazados y refugiados que con ayuda de la Unión Europea y de las organizaciones humanitarias da refugio a unas trece mil personas. Éstas pertenecen a diferentes grupos étnicos que conviven aquí sin asperezas. Aunque Bulengo está mucho más asentado y organizado que el de Hewa Bora, la calidad de vida es ínfima. Las chozas y locales, muy precarios, están atestados y por doquier se advierte desnutrición, miseria, suciedad, desánimo. La nota de vida la ponen muchos niños, que juegan, correteándose. Varios de ellos son mutilados. Converso con un chiquillo de unos 10 o 12 años que, pese a tener una sola pierna, salta y brinca con mucha agilidad. Me cuenta que los soldados entraron a su aldea de noche, disparando, y que a él la bala lo alcanzó cuando huía. La herida se le gangrenó por falta de asistencia, y cuando su madre lo llevó a la Asistencia Pública, en Goma, tuvieron que amputársela.



En Bulengo hay 48 familias de pigmeos, que, aparte de las protestas que ya hemos oído en Hewa Bora, aquí se quejan de que la escuela es muy cara: cobran 500 francos congoleños mensuales por alumno. La educación pública es, en teoría, gratuita, pero, como los profesores no reciben salarios, han privatizado la enseñanza, una medida tácitamente aceptada por el Gobierno en todo el país. En muchos lugares son los padres de familia los que mantienen las escuelas -las construyen, las limpian, las protegen y aseguran un salario a los profesores-, pero aquí, en los campos de refugiados, todos son insolventes, de modo que si se ven obligados a pagar por los estudios, sus hijos dejarán de ir a la escuela o ésta se quedará sin maestros.




En el campo hay muchos desertores de las milicias rebeldes. Uno de ellos me cuenta su historia. Fue secuestrado en su pueblo con varios otros jóvenes de su edad cuando los hombres de Laurent Nkunda lo ocuparon. Les dieron instrucción militar, un uniforme y un arma. La disciplina era feroz. Entre los castigos figuraban los latigazos, las mutilaciones de miembros (manos, pies) y, en caso de delación o intento de fuga, la muerte a machetazos. Me confirmó que muchos soldados del Ejército congoleño vendían sus armas a los rebeldes. Se escapó una noche, harto de vivir con tanto miedo, y estuvo una semana en la jungla, alimentándose de yerbas, hasta llegar aquí. En su pueblo, donde era campesino, tenía mujer y cuatro hijos, de los que no ha vuelto a saber nada porque el pueblo ya no existe. Todos los vecinos huyeron o murieron. Le pregunto qué le gustaría hacer en la vida si las cosas mejoraran en el Congo, y me responde, después de cavilar un rato: "No lo sé". No es de extrañar. En Bulango, como en Hewa Bora y en los campos de desplazados de Minova, la actitud más frecuente en quienes están confinados allí, y pasan las horas del día tumbados en la tierra, sin moverse casi por la debilidad o la desesperanza, es la apatía, la pérdida del instinto vital. Ya no esperan nada, vegetan, repitiendo de manera mecánica sus quejas -plásticos, medicinas, agua, escuelas- cuando llegan visitantes, sabiendo muy bien que eso tampoco servirá para nada. Muchísimos de ellos están ya más muertos que vivos y, lo peor, lo saben. Los campos son indispensables, sin duda, pero sólo si funcionan como un tránsito para la reincorporación a la vida activa, con oportunidades y trabajo. Si no, quienes los pueblan están condenados a una existencia atroz, parásita, que los desmoraliza y anula. Y éste es quizás el más terrible espectáculo que ofrece el Congo oriental: el de decenas de miles de hombres y mujeres a los que la violencia y la miseria han reducido poco menos que a la condición de zombies.




III - EL GALIMATÍAS CONGOLEÑO.





Y, sin embargo, se trata de un país muy rico, con minas de zinc, de cobre, de plata, de oro, del ahora codiciado coltán, con un enorme potencial agrícola, ganadero y agroindustrial. ¿Qué le hace falta para aprovechar sus incontables recursos? Cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad. Nada de ello existe ni existirá en el Congo por buen tiempo. Las guerras que lo sacuden han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño. Pero ni siquiera los grupos étnicos constituyen formaciones sólidas, muchos se han dividido y subdividido en facciones, buena parte de las cuales no son más que bandas armadas de forajidos que matan y secuestran para robar.




Muchas minas están ahora en manos de esas bandas, milicias o del propio Ejército del Congo. Los minerales se extraen con trabajo esclavo de prisioneros que no reciben salarios y viven en condiciones inhumanas. Esos minerales vienen a llevárselos traficantes extranjeros, en avionetas y aviones clandestinos. Un funcionario de la ONU que conocí en Goma me aseguró: "Se equivoca si cree que el caos del Congo está en la tierra. Lo que ocurre en el aire es todavía peor". Porque tampoco en las alturas hay ley o reglamento que se respete. Como la mayoría de vuelos son ilegales, el número de accidentes aéreos, el más alto del mundo, es terrorífico: 56 entre julio de 2007 y julio de 2008. Por esa razón ninguna compañía aérea congoleña es admitida en los aeropuertos de Europa.




Como el principal recurso del país, el minero, se lo reparten los traficantes y los militares, el Estado congoleño carece de recursos, y esto generaliza la corrupción. Los funcionarios se valen de toda clase de tráficos para sobrevivir. Militares y policías tienden árboles en los caminos y cobran imaginarios peajes. A Juan Carlos Tomasi, el fotógrafo que nos acompaña, cada vez que saca sus cámaras alguien viene con la mano estirada a cobrarle un fantástico "derecho a la imagen". (Pero él es un experto en estas lides y discute y argumenta sin dejarse chantajear). Para viajar de Kinshasa a Goma debemos, antes de trepar al avión, desfilar por cinco mesas, alineadas una junto a la otra, donde se expenden ¡visas para viajar dentro del país!




No es verdad que la comunidad internacional no haya intervenido en el Congo. La Misión de las Naciones Unidas en el Congo (MONUC) es la más importante operación que haya emprendido nunca la organización internacional. La Fuerza de Paz de la ONU en el Congo cuenta con 17.000 soldados, de un abanico de nacionalidades, y unos 1.500 civiles. Sólo en Goma hay militares de Uruguay, India, África del Sur y Malaui. Visité el campamento del batallón uruguayo y conversé con su jefe, el amable coronel Gaspar Barrabino, y varios oficiales de su Estado Mayor. Todos ellos tenían un conocimiento serio de la enrevesada problemática del país. La inoperancia de que son acusados se debe, en realidad, a las limitaciones, a primera vista incomprensibles, que las propias Naciones Unidas han impuesto a su trabajo.




Las milicias de Laurent Nkunda, luego de capturar Rutshuru, comenzaron a avanzar hacia Goma, donde el Ejército congoleño huyó en desbandada. La población de la capital de Kivu Norte, entonces, enfurecida, fue a apedrear los campamentos de la Fuerza de Paz de la ONU (y, de paso, los locales y vehículos de las organizaciones humanitarias), acusándolos de cruzarse de brazos y de dejar inerme a la población civil ante los milicianos.




Pero el coronel Barrabino me explicó que la Fuerza de Paz, creada en 1999, según prescripciones estrictas del Consejo de Seguridad, está en el Congo para vigilar que se cumplan los acuerdos firmados en Lusaka que ponían fin a las hostilidades entre las distintas fuerzas rivales, y con prohibición expresa de intervenir en lo que se consideran luchas internas congoleñas. Esta disposición condena a las fuerzas militares de la ONU a la impotencia, salvo en el caso de ser atacadas. Sería muy distinto si el mandato recibido por la Fuerza de Paz consistiera en asegurar el cumplimiento de aquellos acuerdos utilizando, en caso extremo, la propia fuerza contra quienes los incumplen. Pero, por razones no del todo incomprensibles, el Consejo de Seguridad ha optado por esta bizantina fórmula, una manera diplomática de no tomar partido en semejante conflicto, un galimatías, en efecto, en el que es difícil, por decir lo menos, establecer claramente a quién asiste la justicia y la razón y a quién no. No tengo la menor simpatía por el rebelde Laurent Nkunda, y probablemente es falso que la razón de ser de su rebeldía sea sólo la defensa de los tutsis congoleños, para quienes los hutus ruandeses, armados y asociados con el Gobierno, constituyen una amenaza potencial. Pero ¿representan las Fuerzas Armadas del presidente Kabila una alternativa más respetable? La gente común y corriente les tiene tanto o más miedo que a las bandas de milicianos y rebeldes, porque los soldados del Gobierno los atracan, violan, secuestran y matan, al igual que las facciones rebeldes y los invasores extranjeros. Tomar partido por cualquiera de estos adversarios es privilegiar una injusticia sobre otra. Y lo mismo se podría decir de casi todas las oposiciones, rivalidades y banderías por las que se entrematan los congoleños. Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: "¡Ah, el horror! ¡El horror!"




IV - LOS POETAS.





Y sin embargo, pese a ese entorno, conocí a muchos congoleños que, sin dejarse abatir por circunstancias tan adversas, resistían el horror, como el doctor Tharcisse, en Minova. Placide Clement Mananga, en Boma, que recoge y guarda todos los papeles y documentos viejos que encuentra para que la amnesia histórica no se apodere de su ciudad natal (él sabe que el olvido puede ser una forma de barbarie). O Émile Zola, el director del Museo de Kinshasa, combatiendo contra las termitas para que no devoren el patrimonio etnológico allí reunido. A esta estirpe de congoleños valerosos, que luchan por un Congo civilizado y moderno, pertenecen los Poétes du Renouveau (Poetas de la Renovación), de Lwemba, un distrito popular de Kinshasa. Son cerca de una treintena, una mujer entre ellos, y aunque todos escriben poesía, algunos son también dramaturgos, cuentistas y periodistas.




Además del francés, la colonización belga dejó asimismo a los congoleses la religión católica. En el país hay también protestantes -vi iglesias evangélicas de todas las denominaciones-, musulmanes -en la región oriental- y varias religiones autóctonas, la mayor de las cuales es el kimbanguismo, así llamada por su fundador, Simon Kimbangu, enraizada sobre todo en el Bajo Congo. Pero, pese a la hostilidad que desencadenó contra ella el dictador Mobutu, a quien hizo oposición, la católica parece, de lejos, la más extendida e influyente. Iglesias y centros católicos son los focos principales de la vida cultural del país.




Los Poétes du Renouveau se reúnen en la iglesia de San Agustín, donde tienen una pequeña biblioteca, una imprenta y una amplia sala para recitales y charlas. Publican desde hace algunos años unas ediciones populares de poesía que venden a precio de coste y a veces regalan. Empeñados en que la poesía llegue a todo el mundo, se desplazan a menudo a dar recitales y conferencias literarias por toda la región. Asisto a un interesante encuentro, de varias horas, en el que discuten temas literarios y políticos. El francés que escriben y hablan los congoleños es cálido, cadencioso, demorado y, a ratos, tropical. Haciendo de diablo predicador, provoco una discusión sobre la colonización belga: ¿qué de bueno y de malo dejó? Para mi sorpresa, en lugar de la cerrada (y merecida) condena que esperaba oír, todos los que hablan, menos uno, aunque sin olvidar las terribles crueldades, la explotación y el saqueo de las riquezas, la discriminación y los prejuicios de que fueron víctimas los nativos, hacen análisis moderados, situando todo lo negativo en un contexto de época que, si no excusa los crímenes y excesos, los explica. Uno de ellos afirma: "El colonialismo es una etapa histórica por la que han pasado casi todos los países del mundo". Lo refuta otro, que lanza una durísima requisitoria contra lo ocurrido en el Congo durante el casi siglo y medio de dominio belga. Le responde un joven que se presenta como "teólogo y poeta" con una única pregunta: "¿Y qué hemos hecho nosotros, los congoleños, con nuestro país desde que en 1960 nos independizamos de los belgas?".
El fantasma del Blog
Cuando Vargas Llosa se despertó en la guerra del Congo



El escritor persiguió la pista del diplomático Roger Casement en el Congo en un viaje que hizo en 2008 para componer su novela ‘El sueño del celta’ y escribir un reportaje para ‘El País Semanal’






Pedro Pinos
Barcelona
16 ABR 2025 - 05:15 CEST




La noche del 25 de octubre de 2008, Mario Vargas Llosa —que entonces tenía 72 años— estuvo a punto de caer en manos de las milicias rebeldes del Congo lideradas por el general Laurent Nkuanada. La guerrilla más grande y poderosa del país africano había dejado un reguero de asesinatos, violaciones y torturas en su avance hacia Goma, la capital de la región Kivu Norte, tras arrebatar la cercana ciudad de Rutshuru al Ejército congoleño. El premio Nobel peruano, fallecido el pasado domingo en Lima a los 89 años, había viajado al antiguo Zaire para documentarse sobre la vida de Roger Casement, el personaje que dio a conocer los horrores del colonialismo en el Congo bajo el mandato del rey belga Leopoldo II —una investigación que se convertiría en su novela El sueño del celta— y para reportajear para El País Semanal el drama de los desplazados en la frontera con Ruanda, que en ese momento ascendían a 300.000 personas.




Mario Vargas Llosa viajó a Kinshasa, la capital de Congo, siete días antes del episodio con los rebeldes para encontrarse con Juan Carlos Tomasi, fotógrafo de Médicos Sin Fronteras (MSF), y el periodista de MSF Javier Sancho, coordinador de los reportajes hechos por varios escritores que terminaron publicándose en El País Semanal bajo el título Testigos del olvido. El primer día de viaje, el escritor llegó a la residencia del embajador español en Kinshasa vestido “de Indiana Jones”, recuerda Tomasi en Barcelona entre risas. El fotógrafo tenía para entonces una amplia experiencia en conflictos bélicos, y advirtió al escritor que era un blanco fácil para rebeldes y militares.




“Llevaba un chaleco con la bandera de España, un sombrero y pantalones caqui”, recuerda. “Le tuve que decir que así no se puede ir a una guerra, que le iban a matar”. Ese sería el punto de partida de un viaje de cerca de un mes que llevaría al premio Nobel a cruzar el Congo de este a oeste, persiguiendo los pasos de Roger Casement, el protagonista irlandés de su novela. La primera parte del viaje —que entre Sancho, Tomasi y Vargas Llosa acordaron estaría dedicada a recopilar información para la novela— les llevó por el oeste del país, siguiendo el curso de la desembocadura del río Congo, a las ciudades de Boma y Matadi.



Sancho relata que en Kinshasa el escritor visitó un museo y se detuvo frente a las estatuas ecuestres oxidadas de Leopoldo II y de Henry Morton Stanley: “Legendario explorador que en un viaje de tres años cruzó África de este a oeste siguiendo el curso del río Congo desde sus cabeceras hasta su desembocadura en el Atlántico”, escribió el peruano en El sueño del celta. En medio del calor del África subsahariana, “Mario se alejaba y se ponía a escribir solo, ajeno a todo, incluso en medio de los sobresaltos de la lancha que el embajador nos había dispuesto para remontar el río Congo”, con una capacidad de concentración “envidiable”, cuenta Sancho.



Los interminables viajes en coche por el país se hicieron amenos gracias a los relatos del intelectual. Habló sobre personajes de la literatura como Borges o García Márquez. “Nos contó que Neruda siempre estaba comiendo y que Borges dejó de hablarle porque le hizo notar que en su casa había una mancha de humedad”, asegura Tomasi, quien todavía se muestra sorprendido de la capacidad del autor de La fiesta del Chivo para relatar historias. “Sobre el puñetazo a García Márquez nunca nos dijo nada, cuando le preguntábamos solo reía, pero nunca habló mal de Gabo”, subraya el fotógrafo.



En una de las carreteras africanas, el coche de MSF en el que viajaban se deslizó debido a un charco de aceite y estuvieron a punto de chocar. Les detuvo un socavón entre la carretera y la montaña, pero a diferencia de sus acompañantes, el escritor salió del vehículo con total tranquilidad. “Nunca le vi con miedo durante el viaje, es alguien que sobrevivió a dos atentados cuando quiso ser presidente del Perú”, rememora Tomasi.



El nobel de Literatura mantuvo la calma incluso durante uno de los momentos más críticos del recorrido, cuando la guerrilla tutsi llegó a las puertas de Goma, la ciudad en la que los periodistas se encontraban durante la segunda semana de viaje. “Nos dijeron que durmiésemos vestidos y con el equipaje hecho, por si debíamos huir en medio de la noche, pero más tarde nos llamaron para avisarnos que nos vendrían a buscar al amanecer para sacarnos de allí”, cuenta Sancho. Un día después, Tomasi tuvo que despertar a Vargas Llosa a las 5.00 de la mañana para evacuarlo entre el ruido de la artillería y los morteros, mientras la población estaba tirando piedras contra los vehículos de las ONG, porque algunas huían de Goma. El fotógrafo lo encontró con su tranquilidad habitual, vestido con un pijama blanco adornado de las iniciales M.V.L. y enganchado al noticiero de la televisión. “Enviamos un coche por delante y lo sacamos con tres o cuatro mantas como protección encima de la cabeza, mientras sonaban los disparos”, asegura Tomasi.



“Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: ‘¡Ah, el horror! ¡El horror!”, escribió Vargas Llosa en su reportaje sobre el Congo, que se publicó en enero de 2009 como parte de la serie titulada Testigos del horror, mientras que El sueño del celta se publicó un año después.



Una vez en Ruanda, los periodistas visitaron varias localidades de ese país que vivió el genocidio de 1994, en el que fueron asesinadas 800.000 personas, a lo largo de 100 días durante la que milicias hutus exterminaron a los tutsis. El escritor visitó varios monumentos dedicados a la memoria del genocidio, en donde pudo ver ropa, zapatos y objetos pertenecientes a las víctimas. “Fue la única vez que Mario se derrumbó durante todo el viaje”, relata Tomasi. Desde Kigali, los periodistas tomaron un avión de vuelta a Europa. “Primero iré a darme un baño de agua caliente con espuma. Desayunaré los mejores croissants de París en la panadería Gérard Mulot, y después de descansar empezaré a escribir. Es mejor así, en caliente. Es la manera de explicarme el horror que he visto. Tal vez eso ayude. Es lo que yo puedo hacer, ¿no es verdad?”, describió el escritor a los periodistas después del viaje.
El fantasma del Blog
Fibra de poliéster



No hay nada que no sea rompible en este mundo; la historia de la humanidad es la historia de un roto





Juan José Millás
18 ABR 2025 - 05:00 CEST



Todo es rompible: las piernas, las cabezas, las caderas, los jarrones… No hay nada que no sea rompible en este mundo. La historia de la humanidad es la historia de un roto. La del Cosmos también: los planetas, los astros, los asteroides, las simples piedras de la calle son pedazos de una mente hecha añicos. Hasta el Sol es un fragmento de algo que reventó (¿la energía?) cuando el accidente del Big Bang. Una de las primeras cosas que se rompen en la vida son los juguetes de los Reyes Magos. Los armarios de los hogares están llenos de viejos peluches con las cuencas oculares vacías. Los ojos de cristal cosidos en China, o donde quiera que se cosan, acaban desprendiéndose. Hay millones de peluches ciegos por doquier. Ositos o gatitos de felpa que te miran sin verte. A algunos se les descose también el vientre y pierden por la herida una masa intestinal que parece hecha de fibra de poliéster.




En cuanto a los muñecos articulados, la mayoría acaban perdiendo las extremidades. Se quedan sin piernas y sin brazos, convertidos en mero torso con la cabeza ladeada. Algunos siguen diciendo “mamá”: la llaman ahora con más razón que nunca. Pero los muñecos no tienen mamá que les consuele, pobres, han de hacerse cargo ellos mismos de sus propios quebrantos. Aprendemos enseguida que todo es rompible porque también nuestros padres se rompían al perder el trabajo o al no llegar a fin de mes o al escuchar una mala noticia por teléfono. Las peores roturas de los padres eran las del alma, que intentaban ocultar para no transmitir a los hijos el veneno del desamparo.




Se dice de alguien que “ha roto a llorar” cuando no ha sido capaz de contener las lágrimas. Las parejas se rompen como se rompen los espejos, y el mar, en las tormentas, ruge y ruge y se quiebra la espalda violentamente contra el acantilado. Todo se rompe (y todo se corrompe) y todo lo que se rompe (o se corrompe) duele. El dolor es un roto, un descosido.






CITA
Bernie Sanders





"Nunca le agradeceremos lo bastante a Elon Musk, que nos haya mostrado a las claras lo que hemos estado denunciando durante años, y es el hecho de que vivimos en una sociedad oligárquica donde los multimillonarios dominan no solo nuestra política y la información que consumimos, sino también nuestro gobierno y nuestra economía.




Nunca ha sido tan claro como hoy.





Pero teniendo en cuenta las noticias y la atención que el Sr. Musk ha recibido en las últimas semanas por eliminar ilegal e inconstitucionalmente las instituciones gubernamentales, pensé que era el momento adecuado para plantear la pregunta que los medios de comunicación y la mayoría de los políticos no parecen hacerse: ¿Qué quieren realmente él y otros multimillonarios? ¿Cuál es su juego final?


En mi opinión, lo que Musk y su séquito persiguen agresivamente no es algo nuevo, no es complicado y no es inédito. Esto es lo que las clases dominantes, a lo largo de la historia, siempre han querido y considerado como su propiedad de derecho: más poder, más control, más riqueza. Y no quieren que la gente común y la democracia se interpongan en su camino.


Elon Musk y sus colegas oligarcas creen que el gobierno y las leyes son solo un obstáculo para sus intereses y a lo que tienen derecho.


En la América prerrevolucionaria, la clase dirigente gobernaba gracias al “derecho divino de los reyes”, la creencia de que el rey de Inglaterra era un representante indiscutible de Dios. Hoy en día, los oligarcas creen que, como maestros de la tecnología y como “personas con un alto coeficiente intelectual”, tienen el derecho absoluto de gobernar.


En otras palabras, son nuestros reyes modernos.


Y no es solo una cuestión de fuerza. Es una riqueza increíble. Hoy en día, Musk, Bezos y Zuckerberg tienen una riqueza combinada de 903 mil millones de dólares, más de la mitad más pobre de la sociedad estadounidense, es decir, 170 millones de personas. Increíblemente, desde la elección de Trump, sus apuestas se han disparado. Elon Musk es más rico en 138 mil millones de dólares, Zuckerberg en 49 mil millones de dólares y Bezos en 28 mil millones de dólares. Si sumamos todo esto, las tres personas más ricas de Estados Unidos son 215 mil millones de dólares más ricas desde el día de las elecciones.


Mientras tanto, mientras los muy ricos se vuelven aún más ricos, el 60% de los estadounidenses viven al día, 85 millones no están asegurados , el 25% de los ancianos viven con 15.000 dólares o menos, 800.000 están sin hogar y tenemos la tasa de pobreza infantil más alta de casi todas las grandes naciones del mundo.


¿Crees que los oligarcas deberían escupir a esta gente? Créanme, ellos no lo saben. La decisión de Elon Musk de disolver la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) significa que miles de personas más pobres del mundo morirán de hambre o enfermedades evitables.


Pero no es solo en el extranjero. Aquí, en los Estados Unidos, pronto se harán cargo de los programas de salud, nutrición, vivienda y educación que protegen a los más vulnerables de nuestro país para que el Congreso pueda otorgarles a ellos y a sus colegas multimillonarios importantes reducciones de impuestos. Como los reyes de hoy que creen que tienen el derecho absoluto de reinar, no dudarán en sacrificar el bienestar de los trabajadores para proteger sus privilegios.


Además, utilizarán las grandes plataformas mediáticas que poseen para llamar la atención sobre el impacto de sus políticas mientras nos “entretienen hasta la muerte”. Mentirán, mentirán y mentirán. Seguirán gastando enormes sumas de dinero para comprar políticos de los dos principales partidos políticos.


Están librando una guerra contra la clase trabajadora de este país y tienen la intención de ganar esta guerra.


No estoy bromeando: los problemas a los que se enfrenta este país son graves y difíciles de resolver. La economía está amañada, nuestro sistema de financiación de campañas está dañado y estamos luchando por controlar el cambio climático, entre otras cosas.


Pero esto es lo que sé:


El mayor temor de la clase dominante de este país es que los estadounidenses -negros, blancos, hispanos, urbanos y rurales, homosexuales y heterosexuales- se reúnan para exigir un gobierno que nos represente a todos, y no solo a un puñado de ricos.


Su pesadilla es que no permitiremos que la raza, la religión, la orientación sexual o el país de origen nos dividan, y que juntos tendremos el coraje de hacerles frente.


¿Será fácil? Por supuesto que no.


La clase dirigente de este país le recordará que tiene todo el poder. Controlan el gobierno, poseen los medios de comunicación. ¿Quieres acompañarnos? Buena suerte ”, dijeron. “No puedes hacer nada al respecto. »


Pero nuestra tarea hoy no es olvidar la gran lucha y los sacrificios que millones de personas han hecho a lo largo de los siglos para crear una sociedad más democrática, más justa y más humana:


* El derrocamiento del rey de Inglaterra para crear una nueva nación y un gobierno autónomo. Imposible.


* Introducción del sufragio universal. Imposible.


* Poner fin a la esclavitud y la segregación. Imposible.


* Dar a los trabajadores el derecho a formar sindicatos y abolir el trabajo infantil. Imposible.


* Dar a las mujeres el control de su propio cuerpo. Imposible.


* Adopción de una ley para establecer la seguridad social, el seguro médico, Medicaid, el salario mínimo, el aire limpio y el agua potable. Imposible.


En estos tiempos difíciles, la desesperación no es una opción. Debemos responder por todos los medios posibles.


Debemos participar en el proceso político: presentarnos a las elecciones, hablar con nuestros legisladores locales, estatales y federales, hacer donaciones a los candidatos que lucharán por la clase trabajadora de este país. Tenemos que crear nuevos canales de comunicación e intercambio de información. Tenemos que ser voluntarios no solo a nivel político, sino también para construir una comunidad a nivel local.


Y no solo lo podemos hacer, lo debemos hacer.


No hace falta decir que tengo la intención de hacer mi parte, tanto dentro de la carretera de circunvalación como viajando por todo el país, para defender un país de clase trabajadora. En los próximos días, semanas y meses, espero que te unas a mí en esta lucha.


En señal de solidaridad".

Bernie Sanders, es Senador estadounidense por el estado de Vermont









El fascismo en Estados Unidos




Las palabras importan, alteran la percepción, excitan las emociones y serán cruciales para influir en el rumbo de los acontecimientos políticos






Siri Hustvedt
18 ABR 2025 - 05:00 CEST



Mi padre solía decir: “Cuando el fascismo llegue a América, lo llamarán americanismo”.



¿Es posible que los votantes estadounidenses hayan llevado al poder a un Gobierno fascista?



En mi barrio de Brooklyn, todo sigue aparentemente igual. Las tiendas están abiertas y la gente camina dedicada a sus cosas. Sin embargo, la rutina está teñida de miedo. Al otro lado del puente, en el Upper West Side de Manhattan, se encuentra la Universidad de Columbia, donde estudié y obtuve mi doctorado en Literatura en 1986 y que ahora está en apuros con el nuevo Gobierno. Mi difunto esposo, Paul Auster, era estudiante en Columbia en 1968. Fue uno de los centenares de personas que ocuparon un edificio; recibió patadas y golpes de la policía y pasó una noche en la cárcel. Mi cuñado, el artista Jon Kessler, es profesor en la Escuela de Artes de Columbia. En definitiva, es una universidad que siento muy cercana. Después de que hubiera en ella manifestaciones propalestinas durante la pasada primavera, el Gobierno de Trump, para castigarla, le ha retirado millones de dólares de fondos federales con el pretexto del antisemitismo. La universidad ha capitulado ante las draconianas exigencias.



“Las universidades son el enemigo”, se titulaba un discurso pronunciado en 2021 por J. D. Vance, ahora vicepresidente de Estados Unidos y que, irónicamente, se graduó en la Facultad de Derecho de Yale.



Las palabras importan. Alteran la percepción humana, excitan las emociones e influyen en el rumbo de los acontecimientos políticos.



Desde el ascenso de Trump en 2015, se han publicado incontables artículos en distintos medios de comunicación que plantean una pregunta: ¿MAGA es o no es fascista? Jason Stanley, profesor de Yale y autor de Facha, y Ruth Ben-Ghiat, de la Universidad de Nueva York, que publicó Strongmen en 2020, han señalado muchos paralelismos entre el trumpismo y el fascismo europeo. Robert Paxton, autor de La Francia de Vichy: vieja guardia y nuevo orden, 1940-1944, llegó a la conclusión de que MAGA tenía características fascistas al presenciar los actos violentos del 6 de enero de 2021.



La respuesta de los principales medios de comunicación (y muchos académicos) ha sido que realizar esas comparaciones es “irresponsable”. Que los únicos que asocian a Trump con Hitler son los alarmistas de izquierdas. Los Estados Unidos de 2025 no son la Alemania de 1933.



La insistencia en que no se puede utilizar la palabra “fascismo” para hablar del Partido Republicano corresponde al pensamiento convencional. El discurso vocinglero de la extrema derecha es cada vez más habitual en la política. Para situarse en un terreno intermedio, los llamados medios de comunicación tradicionales, que están vinculados a intereses empresariales, tienen miedo de perder el acceso al poder y desean mantener un tono de moderación y continuidad, han decidido recurrir a las paráfrasis. Los berridos racistas, xenófobos y misóginos y las frases incoherentes de Trump pasan a ser declaraciones fluidas y racionales. La técnica tiene un nombre: sanewashing, dar un aire de sensatez a lo que no es más que una locura. Varios periodistas —entre ellos Paul Krugman, excolumnista del periódico— han acusado a The New York Times de caer en ello.



Los grandes medios de comunicación, colaboracionistas.



El racismo descarado a la hora de buscar chivos expiatorios entre las personas no blancas y los inmigrantes; la demonización de feministas y marxistas; la evocación de una edad de oro triunfal pero ilusoria que se va a recuperar gracias al gran macho líder, cuya virilidad teatral y beligerante encarna una voluntad cuasi religiosa del “pueblo”; el borrado de la historia; el despido de profesores; la prohibición de libros; la restricción de los derechos de la mujer y la insistencia en que los roles sexuales “tradicionales” son “lo natural”; la alarma por el descenso de la tasa de natalidad; el discurso eugenésico de los “genes malos” y la mágica transformación del grupo que domina una sociedad en víctima son elementos presentes en todos los movimientos fascistas (del siglo XX) y neofascistas (del siglo XXI) del mundo entero.



Hay que destacar que el auge del fascismo en Europa y el ascenso del Ku Klux Klan, la histeria contra los inmigrantes y la popularidad de la eugenesia en Estados Unidos se produjeron después de una pandemia mundial de gripe. La segunda encarnación de MAGA surgió inmediatamente después de la covid-19.



La propaganda, que conecta con los sentimientos colectivos de malestar, proporciona a los espectadores unos cómodos objetos a los que culpar y odiar. Convierte una irritación colectiva sin causa identificable en un diagnóstico específico: son los judíos; es lo woke (que abarca a todo lo que no son hombres blancos heterosexuales). Resulta apropiado llamarlo propaganda. La propaganda es el lenguaje que tiene una misión.



“No hay nada que confunda tanto a la gente como la falta de claridad o de rumbo”, escribió en 1931 Joseph Goebbels, futuro ministro de propaganda nazi, en Wille und Weg. “El objetivo no es presentar al hombre común todas las teorías distintas y contradictorias posibles. La esencia de la propaganda no está en la variedad, sino en la contundencia y la persistencia con las que se seleccionan ideas del pensamiento en general y se inculcan en las masas utilizando los métodos más diversos”.



Goebbels, un hombre con un doctorado en Filología, entendía qué es lo que hay que hacer con el mensaje. Cuando se repite una y otra vez, se consigue el objetivo. Hoy, los medios de comunicación de derechas estadounidenses, como hacía la maquinaria de propaganda nazi, repiten y amplifican las frases de Trump. Hace poco oí a un locutor de radio repetir una y otra vez “FRAUDE Y ABUSOS”, el mantra con el que Elon Musk y sus secuaces justifican el asalto a organismos gubernamentales y el despido de decenas de miles de trabajadores. Un ciudadano estadounidense que no escuche o vea más que los medios de comunicación MAGA está tan aislado como lo estaba el alemán ario cuando los nazis tomaron el control total de los medios de comunicación.



Se ha filtrado a la prensa una lista de 199 palabras marcadas como sospechosas por el Gobierno, entre ellas, negro, diverso, gay y mujer. Blanco, homogéneo, heterosexual y hombre no están incluidos. La purga sería cómica y absurda si no fuera por el miedo que inspira. Los científicos y académicos que aspiren a recibir subvenciones oficiales deben evitar estas palabras. También figuran en la lista mujer y género. Vigilar el lenguaje no es exclusivo del fascismo; es un mal endémico de los regímenes autoritarios.



El filósofo ruso M. M. Bajtín escribió La imaginación dialógica en época de Stalin, cuando emplear la palabra que no tocaba podía suponer el Gulag. El libro, un análisis de la novela, no se publicó hasta 1975. Para Bajtín, el género literario se distingue por tener una variedad de perspectivas y estilos lingüísticos que él llamó heteroglosia. El discurso autoritario, por el contrario, es unitario e inflexible y se impone desde arriba. Está “indisolublemente unido a su autoridad —al poder político, a una institución, a una persona— y se sostiene y cae junto con esa autoridad”.



El poder del lenguaje democrático, de la auténtica libertad de expresión, reside en la igualdad, la variedad, la contradicción, la interpretación y el diálogo: una polifonía encarnada en distintos oradores en diferentes situaciones, cuyas palabras cambian sin cesar porque reaccionan a las palabras con las que se expresan los demás.



La mitad de los votantes de este país no han elegido el neofascismo. A pesar de que hay cada vez más miedo, también hay cada vez más oposición. Mi marido y yo, junto con otros escritores, fundamos en 2020 Writers Against Trump (Escritores contra Trump), ahora llamada Writers for Democratic Action (WDA, siglas en inglés de Escritores por la Acción Democrática), que cuenta con más de 3.000 miembros y es una de las muchas organizaciones de resistencia que están emprendiendo acciones colectivas. Las palabras importan. Las palabras son acción. Hablar y escribir públicamente, o en la clandestinidad si se agrava la represión, será crucial para contribuir a que la segunda versión de Trump conserve o pierda su autoridad.



Siri Hustvedt es escritora, ensayista y poeta, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019. Este texto se publicó originalmente el día 9 en Le Monde.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.








Hacia la dictadura, a toda máquina



La abierta batalla entre la justicia y la Casa Blanca ha llegado a su punto álgido. Vamos a ver si puede parar los pies a quien quiere erigirse en autócrata






Lluís Bassets
20 ABR 2025 - 05:00 CEST



Entre Trump y la dictadura solo quedan los jueces. Se acercan ya a dos centenares las demandas ante la justicia contra sus 124 órdenes ejecutivas, muchas absurdas y un buen puñado inconstitucionales a simple vista, que sigue firmando incansable con burlona solemnidad y luego muestra satisfecho a las cámaras. Todo sucede en el Despacho Oval, epicentro de la política en Estados Unidos y en el mundo, donde el presidente exhibe el trazo grueso de su rúbrica, su impenitente autoritarismo y los ritos imperiales, a veces humillantes, a los que somete a los invitados, ante un puñado de periodistas, debidamente acreditados por su obsequiosa disposición hacia el emperador.



En tres meses ha amasado el mayor poder de la historia presidencial, contando incluso los presidentes en guerra. En su caso, sin guerra alguna, aunque invoca poderes excepcionales propios de situaciones bélicas para detener y expulsar a personas sin papeles, otras con permiso de residencia permanente y aun otras más incluso con trabajo, familia e hijos nacidos en Estados Unidos. Detener a un ciudadano en mitad de la calle o en su casa para luego mandarlo directamente a un gulag de alta seguridad en El Salvador, sin comparecer ante un juez, ha sido hasta ayer una práctica admitida como normal por la Casa Blanca, que ningún recurso ante la justicia había conseguido parar.



Es la eficaz política del miedo, que acompaña al cierre de fronteras, a las razzias para detener y expulsar extranjeros y constituye, finalmente, su mayor y más lamentable victoria, puesto que satisface las peores pasiones xenófobas y racistas, al igual que la expansión de sus poderes presidenciales satisface su impudorosa vanidad y su irrefrenable pulsión autocrática. Sentado ante su coro de aduladores, se ríe de todo, de la Constitución, de la legalidad internacional y de los jueces, incluso del Tribunal Supremo. Hasta ayer, cuando por vez primera recibió una orden taxativa, que no admite subterfugios ni burlas como las utilizadas ante órdenes judiciales anteriores, y le obliga a paralizar todas las deportaciones en curso a la cárcel de seguridad construida por Bukele para los sospechosos de terrorismo.



Esta es la segunda intervención directa del Supremo en la política de deportaciones emprendida por la Casa Blanca, que se acoge abusivamente a una vieja legislación de 1798 para detener y deportar en tiempos de guerra a los ciudadanos y nacidos en el país hostil sin ninguna intervención de los tribunales. Fue aplicada en 1812 en la guerra contra Inglaterra y en las dos guerras mundiales contra ciudadanos de origen alemán, italiano y japonés (aunque, en la práctica, solo se internó a estos últimos). Ahora Trump pretende que Estados Unidos se halla en guerra e invadido por delincuentes y terroristas mandados por Venezuela, aunque a nadie se le escapa que su propósito es prescindir del poder judicial, en un paso más hacia la destrucción del Estado de derecho.



Los jueces del Supremo pidieron en una anterior resolución que la Casa Blanca facilitara la repatriación a Estados Unidos del ciudadano salvadoreño Kilmar Armando Abrego Garcia, detenido y deportado ilegalmente a El Salvador. Una vez fue desatendida y burlada, siete de los nueve jueces del Supremo, incluidos los tres nombrados por Trump, dictaron ayer el bloqueo provisional de todas las deportaciones y en concreto las de ciudadanos venezolanos que se estaban preparando para este fin de semana.



La abierta batalla entre la justicia y la Casa Blanca ha llegado a su punto álgido. Vamos a ver si la última línea de defensa puede parar los pies a quien quiere erigirse en el autócrata de Estados Unidos, por encima de la Constitución, con todos los poderes en sus manos y sin rendir cuentas ante nadie. Para el historiador Timothy Snyder es el punto decisivo del “comienzo de una política de terror de Estado”. Edward Luce, columnista del Financial Times, da por hecho que ya “a mediodía del 14 de abril de 2025, Estados Unidos dejó de tener un gobierno que respeta la ley”, puesto que “ignoró la decisión unánime del Tribunal Supremo de repatriar a un hombre deportado ilegalmente”. Y según Ezra Klein, este en The New York Times, estamos ante “la obra de una dictadura”, que “ya nos enfrenta al horror”.



Penden de un hilo el Estado de derecho, las libertades civiles y la libertad de expresión. Peligran la independencia de los jueces y la autonomía universitaria. También el derecho al voto. La amenaza pesa sobre todos los ciudadanos, no tan solo a los nacidos en el extranjero. Son descarados los instintos dictatoriales que flirtean con la perpetuación en el poder más allá del segundo mandato de cuatro años. Trump quiere echar al presidente de la Reserva Federal porque no baja los tipos de interés. Quienes saben lo que es vivir bajo una dictadura pueden reconocer sus signos inconfundibles en la sombra que va cayendo paso a paso sobre la gran democracia americana.







Más sobre los bosques guineanos(2)….





Cap. 23
Fernando Poo – Moka - 1966

Aire - Agua - Tierra - Fuego - Éter…continuación

* * *



Traté de ver si el bosque “me invitaba a entrar” por algún resquicio, ya era una costumbre y, a los pocos pasos, vi un hueco a pesar de la niebla, me decidí sin más y entré en la espesura. No había buena visibilidad y sí bastante bicoro bajo, enredaderas, zarzas de frambuesas y ramas rodeándome por todas partes, de forma que cogí el rifle por sus extremos con las dos manos y alcé los brazos, como quién se dispone a vadear un río con el cuerpo ladeado, para avanzar mejor entre la maleza.

Comencé a penetrar en la selva apartando el follaje cómo podía y, cómo no, tratando de hacer el menor ruido posible, eso era siempre obligado y formaba parte de mi bagaje por experiencia, desde que podía recordar.

Hacía un buen rato que mi faisán no daba señales de vida, avanzar era muy trabajoso, mirando hacia arriba para tratar de verle y…los sucesos siguientes, ocurrieron en no más de minuto y medio de reloj, pero los pensamientos, actos reflejos y sensaciones que pasaron por mi mente, estimulada por la adrenalina, podrían llenar un libro…



* * *



En décimas de segundo noté que era succionado en caída libre, como si fuera un pesado fardo cayendo a un vacío, que ni había visto ni sabía la profundidad que podría tener. Mi cerebro no tardó en procesar lo que pasaba, pero en esos primeros instantes, todo era más rápido que mi pensamiento.

Instintivamente y en fracciones de segundo, separé al máximo las dos manos sujetando el rifle por sus extremos y comprobé que era efectivo. Funcionó al parecer como una percha y debió engancharse por sus extremos o con la correa, en la ahora providencial maraña, lianas, follaje y ramas de tamaños y formas dispares, que me rodeaban por todas partes, mientras mis piernas pataleaban como si fueran las de un muñeco de guiñol destartalado. Y ahí quedé, colgado a modo de marioneta sin control, gracias sin duda a la divina y protectora providencia universal y verdaderamente aterrado...

Poco a poco empecé a comprender la situación y me tranquilicé, sólo relativamente…muy relativamente, de forma que respiré hondo varias veces, entorné los ojos y los abrí de nuevo…despacio.

Por arriba ya me sentía afianzado, así que miré hacia abajo con mucho cuidado, traté de modificar sólo lo imprescindible aquella postura, que parecía ofrecerme una sujeción fiable, y vi entonces una claridad bajo mis pies, un vacío grisáceo claro entre brumas que me pareció infinito.

Con algo más de autocontrol y ya más templado, comencé a oscilar voluntariamente las piernas despacio, tratando de pendular y tantear así algún punto sólido en el que apoyarme con ellas. Sin embargo, algo vino a complicarme la vida todavía más…sencillamente un inoportuno ataque de risa, esa clase de risa más fuerte que tú, esa risa histérica hacia ti mismo e incontrolable de todo punto. De forma que primero tuve que hacer las paces conmigo mismo y, una vez retomada la calma y el control, conseguí palpar con los pies lo que parecía ser un sólido tronco o rama gruesa cerca mis botas.

Tanteé y sopesé con infinita cautela su resistencia, me apoyé al fin sin saber bien en dónde y...cómodamente instalado ya”, traté de explicarme las cosas, reconocer con calma la situación…

El terreno por el que circulaba hacia sólo unos minutos, estaba a mi derecha, a la altura ahora de mis ojos, y a mí izquierda percibí un barranco, una caída al vacío impresionante, a juzgar por la claridad que se veía abajo, al que traté de no mirar demasiado para evitar el pánico.





La cosa comenzó a no parecerme tan trágica y, “ahora que mandaba yo”, sólo tenía ya que pensar y actuar con calma, como así fue. Utilizando mi pierna derecha, firmemente apoyada sobre el tronco que ya veía bien, giré el cuerpo a la derecha y apoyé los dos pies allí para afianzarme, ahora me sentía arropado por una insólita confianza, no sé por qué. Lancé el rifle con la mano derecha al borde del bosque y me sujeté con las dos manos firmemente a otras ramas fuertes y fiables, que habían quedado la altura de mi cintura, hasta que, finalmente, conseguí asegurarme y tomé impulso con las piernas, como quién sale de la piscina por el bordillo en la parte poco profunda.

No voy a decir que fue fácil, pero lo hice con más seguridad de la que hubiera supuesto instantes antes, de haber tenido tiempo para suposiciones. Por fin estaba exactamente en el mismo sitio que hacía unos minutos pero, desde luego, con una dilatada experiencia vital añadida a mis espaldas, en ese fugaz lapso de tiempo. Y así, la risa que tuve que contener instantes antes para canalizar mis energías, regresó de nuevo pero transformada en una simple sonrisa, cargada de ironía, que dejé estar sin ponerle ya traba alguna, bien está lo que bien acaba…pensé.

Volví a visualizar todo como a cámara lenta, la adrenalina aún estaba a flor de piel y pude darme cuenta de algo más…

Ahora era consciente de que podía haber sido un percance grave, muy grave, fatal hasta el extremo de que, si la providencia no me ayuda y estando solo, nadie hubiera podido encontrarme…jamás, porque nadie conocía el trayecto que se me había ocurrido improvisar. En Moka la población era escasísima y lo normal era que no hubiera nadie en muchos kilómetros a la redonda, infinitos, aquello era el puro bosque virgen y ni yo mismo sabía dónde estaba exactamente. Pero tampoco estaba dispuesto a darle más vueltas y, en cualquier caso, ya se imponía un alto en el camino, un señor descanso y, desde luego, el cigarrillo en paz más esperado de mi vida.

Y también se me ocurrió cavilar y tomé conciencia de algo…si desde el principio me rondó la idea de que Moka me había estado lanzando señales y “dirigiendo”, de alguna forma, toda la mañana, sin duda alguna esta era una señal en toda regla, la mayor de todas, aunque no acabara de entender su significado, no le veía el sentido.

Vale, pensé, descansaría un rato y a fe que me fumaría ese deseado cigarrillo, en el lugar más cercano, atractivo y soleado que viera. Descendí por la pradera que momentos antes remontaba, miré hacia atrás y comprendí la situación…

El manto de niebla que hacia un rato actuaba de telón de fondo, se disipaba y alejaba ya en dirección Este, dejándome las cosas claras. Lo sucedido fue, que había trepado hasta el estrecho borde de un cráter en realidad, parecido al que remataba la pradera anterior, y la niebla me había impedido ver la perspectiva y el peligro con claridad…ni más ni menos que la tremenda y brusca caída a plomo que había, sólo unos metros más adelante, justo en la delgada divisoria del borde del cráter.......
El fantasma del Blog
La odisea de los casi 7.000 saharauis sin patria en España



Miles de personas tienen que recurrir a la apatridia en un país que no reconoce su nacionalidad de origen





Álvaro Ruiz
Madrid
17 ABR 2025 - 05:30 CEST



Taher Labeidi tenía 10 años cuando la bandera española dejó de ondear en 1976 en el pueblo donde nació, Miyek, en el Sáhara Occidental. Recuerda vivir en paz, hasta que, “en un abrir y cerrar de ojos”, España abandonó la que fue su provincia número 53. Evoca ese momento con otros tres recuerdos: “La detención, el abandono y el exilio”. Cientos de miles de saharauis tuvieron que huir a Argelia, escapando de las fuerzas marroquíes y mauritanas, que ansiaban hacerse con el territorio. España, que empezaba a caminar sin Franco, no cumplió su responsabilidad con la colonia y a día de hoy el pueblo saharaui sigue esperando un referéndum de determinación, acorde a la legislación internacional. Labeidi ahora vive en Vitoria, donde recibe tratamiento por una enfermedad que requiere cuidados periódicos. Pese a haber sido oficialmente español durante sus primeros diez años, ahora es apátrida. O lo que es lo mismo, ningún país, ni siquiera el que le vio nacer en 1966, le reconoce como ciudadano.



Labeidi es uno de los más de 6.800 apátridas que hay en España, según el informe Global Trends Report de ACNUR en 2022. En ese año, el último con datos disponibles, el INE cifró en 3.631 los apátridas en España. La disparidad entre estas dos cifras responde, según un informe presentado por la Asociación Comisión Católica Española de Migraciones (Accem) y otras organizaciones en octubre de 2024, a que los datos del INE “no terminan de reflejar la realidad de la apatridia, especialmente la infantil”, ya que “no se identifica adecuadamente a las personas solicitantes apátridas”.



La mayoría de personas en esta situación son saharauis. En 2023 hubo 1.118 solicitudes de apatridia en España, de las cuales 1.080 (más del 96%) eran de saharauis, según el INE. La concesión de la nacionalidad de origen en España se rige por el ius sanguinis, es decir, que solo se considerará español de origen a una persona si uno de sus progenitores es español, no por nacer en el territorio. La legislación no contempla qué nacionalidad les corresponde a los saharauis, que hasta hace 50 años eran españoles de pleno derecho y ahora están desperdigados entre la zona ocupada en Marruecos, los campamentos de Argelia, y la diáspora.




El estatus de apatridia se empieza a otorgar a partir de finales de la década del 2000, “cuando la justicia establece que se les considere apátridas”, explica Sidi Talebbuia, abogado saharaui. Añade que los tribunales “entendieron que si Argelia dice que no son argelinos, no pueden ser considerados nacionales de Argelia”. Tiene 39 años y nació en Dajla, el campamento más al sur. Llegó a Sevilla con 11 años gracias al programa Vacaciones en Paz, que permite que los niños saharauis pasen el verano en España con familias de acogida. Por cuestiones de salud y de futuro, no tomó el avión de vuelta. Se quedó en situación irregular. “Ilegal, como dicen algunos”.



Desde su despacho en la calle de Montera, en Madrid, el letrado denuncia que España ha eludido su obligación de protección como potencia administradora de una colonia. Esto está recogido en el artículo 73 de la carta de Naciones Unidas. No solo eso: El Sáhara Occidental constituye la única excolonia española cuyos ciudadanos no gozan de ninguna ventaja para la concesión de la nacionalidad. Los saharauis, a diferencia de los latinoamericanos, ecuatoguineanos o sefardíes, deben esperar 10 años para obtener la nacionalidad española.



Sumar presentó una proposición de ley el pasado febrero que pretende, por un lado, nacionalizar a saharauis que nacieron bajo bandera española y, por otro, equiparar a los más jóvenes con el resto de extranjeros que optan a la nacionalidad en un plazo mínimo. La nueva norma aspira a reparar el agravio comparativo del pueblo saharaui frente a otros ciudadanos de excolonias o de nacionalidades cuya espera para optar a la nacionalidad es de solo dos años. En coherencia a su política de no incomodar a Marruecos, el PSOE fue el único partido que votó en contra de su tramitación. La propuesta ha entrado en fase de enmiendas y la comunidad saharaui teme que se dilate el periodo para debatirlas hasta el final de la legislatura, como ocurrió en 2023. En ese momento, la principal fuerza en el Gobierno rechazó la toma en consideración de una iniciativa muy similar presentada por Unidas Podemos y nunca volvió a salir adelante.



Fueron decisiones judiciales, y no legislativas, las que establecieron que el estatus de protección de los saharauis sería la apatridia. Un Real Decreto aprobado en 1976 estableció un periodo de un año para que los ciudadanos del Sáhara que tuvieran la documentación oficial española pudieran optar por la nacionalidad española. “Lo que pasa”, incide Talebbuia, “es que en el Sáhara [España] lo habían desmantelado todo”. Para ese momento, los saharauis estaban en guerra por su independencia después de que España no impulsara un referéndum de autonomía y no pudieron presentar la documentación, aunque la tuviesen.



Muchos de los que perdieron aquel tren aún viven y los que deciden venir a España se encuentran con que los trámites son largos y tediosos. Taher Labeidi solicitó la apatridia en octubre de 2022 y la obtuvo el pasado marzo. Durante ese periodo, se encontró con “un sinfín de cosas que retrasan los documentos”. El primer año que se estuvo tratando su enfermedad, lo tuvo muy mal. Al no tener documentación, tenía que pagar las urgencias y los ahorros se acababan. Los solicitantes de apatridia, a diferencia de los solicitantes de asilo, no pueden trabajar, “por lo que terminan muchas veces trabajando en negro”, explica el abogado.



“No me entra en la cabeza y es un menosprecio que en España, después de 100 años de colonia y de ser la provincia 53, ahora nos encontremos solicitando apatridias”, censura Taher Labeidi.



Algunas asociaciones, como Colectivo Saharaui Lefrig, acompañan a las personas en todo el proceso. Su presidente, el abogado Ahmed Talha, como muchos saharauis, llegó a Zaragoza a través de Vacaciones en Paz en 1997, con ocho años. Seguía manteniendo contacto con su familia, pero “había perdido el idioma casi por completo” y, sobre todo, el arraigo con lo que fue su hogar. Su situación legal le impidió volver a los campamentos hasta 2010. “El contacto telefónico se mantiene, pero se va perdiendo con los meses y, con esa edad, tampoco le das importancia a esas cosas”, sostiene.



Macarena Eguren y Javier Gallego se toparon con un anuncio en el periódico local que les llamó la atención: “¿Quieres acoger a un niño saharaui?”, era una publicidad de Vacaciones en Paz. El matrimonio, que vive en Alcobendas (Madrid), no puede tener hijos, así que no lo dudaron. Ese verano de 2018 llegó Malik, un niño de 11 años que pide que no se publique su verdadero nombre. Repitió los veranos siguientes y en 2021, como muchos de sus compatriotas, se quedó esperando un futuro mejor. Al año siguiente, el matrimonio comenzó con los trámites para solicitar la apatridia de Malik.



Se imaginaron que los trámites no se resolverían en los tres meses que marca la ley. Lo que no sabían es que los siguientes dos años estarían yendo de comisaría en comisaría buscando a alguien que conociera los procedimientos. “Los saharauis están perdidos”, le llegó a decir un funcionario. Era una carrera contrarreloj. Tenían que lograr que Malik fuera apátrida antes de que cumpliera 18 años, edad en la que termina la protección del menor.



Desesperada, Macarena puso una queja al Defensor del Pueblo en octubre de 2024. Gracias a eso, supieron que el expediente del menor se había perdido. “A partir de entonces”, cuenta, “me respondieron cinco o seis veces súperamables”. La resolución de la apatridia de Malik llegó en enero, una victoria agridulce. Ahora la lucha es conseguir la nacionalidad.



El adolescente, a sus 17 años, está terminando segundo de bachillerato. Le encanta el deporte. Juega de centrocampista en un equipo de fútbol de la liga de su barrio y no se salta ni una sesión del gimnasio. Como muchos chicos de su edad, no tiene claro qué quiere estudiar, sino que está “centrado en sacarse el curso”. Podrá ser oficialmente español cuando acabe la universidad.



La apatridia no es un fenómeno ajeno a la historia. En los últimos dos siglos, también ha afectado a figuras ampliamente conocidas: la filósofa Hannah Arendt, el escritor Milan Kundera o el futbolista Gonzalo Higuaín. Cada uno, bajo unas circunstancias muy concretas y muy diferentes. La apatridia no es solo una cuestión legal, también es una forma de estar en el mundo sin que el mundo termine de reconocerte, pero con una identidad imposible de borrar. Algo parecido les ocurre a los saharauis: sin un Estado reconocido, pero con una historia, una lengua y una comunidad que persisten. Ser apátrida no los ha hecho invisibles, solo ha hecho más evidente la contradicción de quienes los siguen ignorando.
El fantasma del Blog
Las abuelas de Sudán que caminaron entre paramilitares y tierra quemada para evitar que las más jóvenes fueran violadas




El conflicto ha provocado una huida masiva a países como Sudán del Sur. Allí, en pueblos fronterizos como Atham, algunas mujeres vuelven a sus hogares a recuperar bienes que abandonaron. Pero el viaje lo hacen las mayores para evitar que las chicas sufran agresiones sexuales






Diego Menjíbar
Èlia Borràs
Atham, Sudán del Sur
18 ABR 2025 - 05:30 CEST




Halima Hamed, de 25 años, y Nema Musa, de 22, se tocan primero el pecho, luego las costillas y finalmente la cadera. Primero con las manos, después con los dedos. Pechos, costillas, cadera. Así manosean los paramilitares a las chicas jóvenes que huyen la guerra en Sudán. A ellas no les pasó nada, pero saben que esto ocurre muy a menudo durante el trayecto. “A veces, [los milicianos de las Fuerzas de Apoyo Rápido] paran los autobuses, hacen bajar solo a las más jóvenes y se las llevan”, explica Hamed desde el centro de tránsito de Renk, en Sudán del Sur. “Algunas vuelven, pero a otras no las vemos más”, añade.



La guerra, que esta semana ha cumplido dos años, ha devastado el país y provocado el desplazamiento forzado de más de 12,9 millones de personas, de las cuales 3,8 millones han huido fuera de Sudán, según datos de marzo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Sudán del Sur es uno de los países receptores de personas desplazadas y el pueblo de Atham, situado a cinco kilómetros de la frontera con Sudán, se ha convertido en uno de los principales destinos.



Una de las familias que ha terminado en Atham es la de Nasrin Al Nur, una joven sudanesa de 18 años que llegó junto a su madre, Gamra Abdarahaman, y sus dos hermanos pequeños. Provienen de Bout, un pueblo situado en la región sudanesa del Nilo Azul, de donde huyeron a finales de noviembre de los ataques de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). “Los rebeldes llegaron con motos y coches, eran muchos, empezaron a disparar, nos decían que si no les dábamos lo que querían nos matarían. Quemaron las casas, se llevaron a mujeres, a nuestros burros, nos dejaron sin nada”, explica Abdarahaman. “A las chicas jóvenes nos violan y a los chicos les dicen que, o se unen a ellos, o los matan”, cuenta Al Nur.



Bout está a cinco horas a pie de Atham, lo suficientemente cerca para volver, aunque sea una vez, a buscar lo que tuvieron que abandonar de manera precipitada. Es por esto que una treintena de mujeres ancianas del pueblo, que ahora están refugiadas en Atham, se organizaron cuando la situación mejoró para volver todas juntas a Sudán y ver qué había quedado de sus recuerdos, propiedades y, sobre todo, del sorgo que habían cultivado. Fueron ellas, las más mayores, las que hicieron el trayecto de vuelta para proteger a sus nietas, bisnietas e hijas. Los milicianos prefieren a las jóvenes. “Yo tengo miedo de volver porque a las más jóvenes nos violan y nos hacen sus esclavas”, dice Al Nur.



El buma o alcalde de Atham, Diing Aguer Chol, explica que el día anterior “unos militares rescataron a una chica que había sido violada por las RSF justo cerca de la frontera”. Cordula Haeffner, trabajadora de Médicos Sin Fronteras en el terreno, afirma que las mujeres sufren violencia sexual “en el lugar de origen, durante el trayecto y en el sitio de llegada”. De acuerdo con ONU Mujeres, en 2024 aumentó en un 288 % la demanda de servicios contra la violencia de género en Sudán, en comparación con los datos de 2023.



A las chicas jóvenes nos violan y a los chicos más jóvenes los rebeldes les dicen que, o se unen a ellos, o los matan

Nasrin Al Nur, refugiada sudanesa en Sudán del Sur





La violencia sexual es el fantasma que planea entre las mujeres sudanesas. Abdarahaman es consciente del riesgo, aunque, afortunadamente, nunca ha sufrido una agresión. Ella fue una de las mujeres que caminaron hacia Bout para ir a buscar comida y las pocas cosas que le quedaban, porque en Atham no hay alimentos ni ayuda internacional. “Solo volví una vez, vi mi casa quemada y el campo devastado. Me sentí desolada”, recuerda.



Aisha Malek, de 65 años, también formó parte del grupo de mujeres que hizo el camino. La mujer afirma que “no es seguro volver” y que no dejaría a su hija ir sola. Sentada en un camastro, recuerda su travesía. Detrás de ella hay dos colchones, uno rosa y otro azul. También un catre que consiguió recuperar de su antigua casa. Malek explica que pagó 5.000 libras sursudanesas (aproximadamente 1 euro en el mercado negro, el más común y accesible para la población) en un puesto de control de las Fuerzas de Apoyo Rápido para que le dejaran pasar. A la vuelta, trajo las pertenencias que pudo encontrar con la ayuda de un burro.



Violencia sexual como arma de guerra




“El sistema de violencia sexual que se está perpetuando como arma de guerra en Sudán, incluso contra los niños, es terrorífico”, afirmaron miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado marzo. El último informe de Unicef publicado a principios del mes pasado hizo saltar todas las alarmas: desde el inicio de 2024 se habían documentado 221 violaciones contra niños, incluidos cuatro de solo un año de edad y otros 16 menores de cinco. Según el análisis, esta violencia sexual sucede durante la invasión de ciudades, mientras se huye del conflicto, durante detenciones, en el trayecto hacia otro país con una intención de explotación sexual, a cambio de alimentos u otros suministros esenciales y durante las actividades del día a día, como ir a buscar agua.




En febrero de este año, la organización Strategic Initiative for Women in the Horn of Africa (SIHA) hizo una declaración en Ginebra delante del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH) en la que afirmó que habían documentado 300 casos de violencia sexual en Sudán, de los cuales un 23,5% involucraban a niños. También denunciaron que hay 230 casos de desaparición forzada de mujeres que, temen, hayan sido sometidas a esclavitud sexual o matrimonio forzado. SIHA atribuye la mayoría de estos crímenes de guerra “sistemáticos y deliberados” a las RSF pero también al ejército sudanés que, aseguran, buscan “controlar y dominar las comunidades”.



Laetitia Bader, directora de Human Rights Watch (HRW) en África, afirmaba en un informe de 86 páginas en el que se describe la violencia sexual contra las mujeres en el conflicto de Sudán que “los grupos armados han aterrorizado a las mujeres y a las niñas, y que las dos partes han bloqueado la entrada de ayuda humanitaria, lo que está provocando que sientan que no hay un lugar seguro dónde ir”.




Falta de comida en Atham





Chol, el alcalde de Atham, explica que, antes de la guerra, el pueblo tenía 1.000 habitantes y ahora son más de 24.000. “Tenemos un grave problema de falta de comida”, subraya preocupado. La refugiada Nasrin Al Nur confía en la buena voluntad de los vecinos para su manutención. “No sé lo que voy a comer hoy”, admite. Su trabajo consiste en construir hornos de adobe para comerciar con ellos, aunque no siempre los logra vender. Tanto ella como su madre y sus hermanos han decidido quedarse en Sudán del Sur, a pesar de la incertidumbre que planea sobre el país tras la suspensión de las elecciones previstas a finales de 2024, una situación que pone en jaque la estabilidad de los acuerdos de paz firmados en 2018.



Sudán del Sur ha sufrido claramente los efectos colaterales de la guerra en Sudán después de que en enero de 2024 la exportación de crudo del país —que representa el 85% del Producto Interior Bruto—, se paralizara de la noche a la mañana debido a la inestabilidad. La moneda, que se sostiene por la entrada de petrodólares, perdió más de la mitad de su valor y el país se hundió en una crisis económica sin precedentes y una inflación del 600%.



Por ello, en Atham hay gente que hace las maletas. “Mi hija parió en casa porque no la quisieron atender en el hospital”, explica, enfadada, Mazaer Musa, una mujer sudanesa que vive en Atham. Delante de su casa, un camión con catres, ropa, muebles y cortinas la espera a ella y sus hijas para irse, quizá, dice, hasta Etiopía. “Claro que me da miedo, pero aquí no hay comida”, concluye.
El fantasma del Blog
Los jóvenes de Sudán retratan la guerra a través de la fotografía: “He intentado averiguar qué significa hogar para una persona que lo ha perdido”




La exposición ‘Resistencias en la memoria: Visiones de Sudán’ reúne el trabajo de nueve artistas que han plasmado los años que precedieron al conflicto armado y sus propias experiencias de desplazamiento e incertidumbre desde 2023







Ana Puentes
Madrid
19 ABR 2025 - 05:30 CEST



Cuando Ammar Yassir (Omdurmán, Sudán,19 años) por fin recibió el pasaporte que lo identificaba como sudanés, le alivió pensar que ahora podría salir de su país, sumido en una cruenta guerra civil desde hace dos años y en la mayor crisis humanitaria del planeta. También creyó que si sus amigos conseguían ese documento, podrían encontrar oportunidades en el exterior. “Pero a algunos les han denegado becas por ser sudaneses y venir de un país en conflicto”, cuenta el joven a EL PAÍS a través de un intercambio de mensajes de WhatsApp. Desilusionado, le dedicó una declaración de odio al pasaporte sudanés.



“Uno de mis problemas era no tener pasaporte, y ahora que lo tengo me doy cuenta de que no sirve para nada”, escribió Yassir en otra superficie y, luego, con técnica de doble exposición fotográfica, superpuso el mensaje sobre la primera página de su documento recién expedido. Después subió ese montaje fotográfico a Instagram. “No es tu culpa haber nacido con el pasaporte de un país lleno de conflictos, y no es tu culpa que las embajadas no te respalden en el extranjero”, escribió el 27 de agosto de 2024 en la descripción de la foto. Ese post lo encontró, por casualidad, Edith Arance, responsable de la Galería Sura, que estaba buscando fotógrafos sudaneses para una exposición en Madrid. Inmediatamente, lo fichó para el proyecto que tenía entre manos.



“Él no es un simple fotógrafo documental. Él hace fotos del exterior para reflejar lo que vive por dentro”, asegura Arance a EL PAÍS, de pie, delante de la fotografía del pasaporte de Yassir, ahora colgada en uno de los muros de la librería Balqis, en Madrid. Allí se ha instalado desde el 5 de abril hasta el próximo 19 de julio la exposición Resistencias en la memoria: Visiones de Sudán, que incluye el trabajo de nueve fotógrafas y fotógrafos sudaneses sobre su vivencia del conflicto armado, que estalló hace exactamente dos años. Las fotografías de Suha Barakat, Altayeb Morhal, Shaima Merghani, Jood Elsheik, Al Mujtaba Ahmed, Mohamed Abuagla, Altayeb Abd Allah, Fakhr Aldein y Ammar Yasir ofrecen al espectador un recorrido por la revolución de 2019 en Sudán y las revueltas que estallaron tras el golpe de Estado de 2021, exploran cómo es la vida de algunos de los 12 millones de sudaneses desplazados por esta guerra aún abierta y, al final, dan algunas luces de esperanza. Resistencias en la memoria también formará parte de la programación OFF del festival PHotoESPAÑA 2025.



De los nueve fotógrafos, cinco han buscado refugio fuera de Sudán, dos son desplazados internos y dos, pese a todo, siguen en sus hogares. Cuatro de ellos tienen menos de 25 años: Ammar Yassir (19 años), Altayed Abd Allah (20 años), Mohamed Abuagla (24 años) y Joost Elsheik (24 años). “Muchos no eran fotógrafos antes de la revolución y de la guerra. Pero la fotografía les encontró en un lugar en el que obviamente había algo que contar”, explica Arance, que los buscó y encontró a través de redes sociales donde, dice, hay talentos más allá del selecto “círculo” de fotógrafos y artistas cuya obra es la que se suele conocer.



Algunos de los seleccionados no trabajan ni siquiera con medios de comunicación y son, sencillamente, ciudadanos que querían contar la guerra a través de sus cámaras o móviles. “Casi todo el mundo tiene un teléfono. Era la mejor herramienta que tenían a mano para contar y mostrar un poco mejor por lo que estaban pasando. Encontraron en la fotografía una manera de expresar sus emociones, sus esperanzas, sus miedos”, asegura Arance.



En el caso de Yassir, él se enamoró de la fotografía gracias a su padre y a un primo que le regaló su primera cámara en 2021. “La fotografía es mi forma de ganarme la vida; pero, sobre todo, de expresar mis sentimientos más profundos”, confirma, a través de los mensajes enviados desde Kampala. El joven mezcla el género documental con el conceptual para reflejar sus emociones tras el desplazamiento forzado o la añoranza de su infancia. “Desde el principio de este proyecto he intentado averiguar qué significa hogar para una persona que lo ha perdido. Hace un mes lo perdí por segunda vez en el transcurso de 20 meses de guerra”, escribe, como presentación de la pieza Homeless, en la que superpone su cuerpo, una peineta y una fotografía suya cuando era pequeño. “Sí, ahora las cosas han mejorado y he encontrado dónde vivir, pero no puedo dejar de pensar en cuando era solo un niño, sin dudas, sin responsabilidades, sin miedo al mañana”, agrega Yassir.



Homeless y el montaje fotográfico del pasaporte hacen parte de la serie I will never find home (Nunca encontraré un hogar) que se expone en la librería Balqís y que está inspirada en su desplazamiento forzado. Desde el estallido de la guerra, en abril de 2023, Yassir ha buscado refugio en dos Estados de Sudán y en tres países distintos. Huyó de Jartum hacia Um Ruwaba y, luego estuvo en Renk (Sudán del Sur). Después, su vida consistió en ir y venir entre Sudán y Sudán del Sur, hasta que dio un salto a Arabia Saudí, en busca de trabajo. Ahora, reside en Uganda, donde se busca la vida con distintos encargos de fotografía. A la par, avanza en otro proyecto personal: Hope after war (Esperanza después de la guerra), en la que “documenta la vida de los refugiados sudaneses y cómo se las arreglan para estar en un país extranjero sin mejores opciones”.



El joven confiesa que en varias ocasiones ha tenido que vender su equipo. “La primera vez fue en septiembre de 2023. Vendí mi cámara porque necesitaba dinero para huir de Um Ruwaba. La segunda vez fue el 11 de noviembre, cuando vendí mi Canon M50 para comprar un portátil”, explica. Cuando no tiene cámara, hace fotos con su teléfono móvil. A veces, en medio del caos, ha perdido fotografías.



Lo mismo les ha sucedido a Shaima Merghan, Altayeb Morhal o a Mohamed Abuagla. “Mohamed tenía fotos increíbles que ha perdido, porque su ordenador estaba en una casa de una zona sitiada y ya no puede regresar”, explica la comisaria de la exposición. Abuagla, un joven estudiante de ingeniería nacido en Omdurmán, se ha esforzado para que lleguen a Madrid las fotos que tomó en el campo sudanés pese a estar en un pueblo remoto de Kordofán del Sur con poca conexión a internet.



Altayeb Abd Allah, un chico amante de la literatura sudanesa, prefirió compartir un proyecto fotográfico algo más poético sobre el arraigo a la tierra. Joost Elsheik, una joven profesional en audiovisuales, eligió retratar la vida del pueblo de su familia (Sennar) antes de la guerra. “Es ese Sudán que no sabemos si volverá a existir”, apunta la comisaria de la exposición.



Elsheik es relativamente conocida en las redes sociales de los aficionados a la fotografía en Sudán. Por eso Al Mujtaba Ahmed (Omdurmán, 30 años) no daba crédito cuando desde Madrid le confirmaron que sería parte de la misma exposición que Elsheik. “Algunos no sabían que las fotos las iba a ver alguien más allá de las fronteras de su ciudad”, explica la comisaria, “entonces lo hacen desde otro corazón, desde otra alma”. Ahmed trabajaba antes en una agencia de comunicaciones y, en medio de las protestas de la revolución sudanesa de 2019, cayó herido por una bala. Mientras guardaba reposo en Omdurmán, comenzó a observar. De ese aprender a mirar salieron, luego, las fotos que tomó en su ciudad natal, en la que aún permanece, pese a ser uno de los puntos más calientes del conflicto. Ahmed retrató a un amigo sentado en un sillón de salón frente a una casa carbonizada por los bombardeos, a su sobrino sosteniendo un arma de juguete, y a un vecino del pueblo que, con paciencia, tapa los agujeros que han dejado las balas y los misiles en la fachada de su hogar. “No importa cuánto dure la guerra, existe la esperanza de que termine”, escribió Ahmed el 10 de junio de 2024 en la descripción de Instagram de esa última foto, cuando habían pasado ya 422 días de guerra civil. Hoy, van más de 730, sin un alto al fuego que retratar.
El fantasma del Blog
Irún, la última frontera para los migrantes africanos que cruzan a Francia





A pesar de que el Bidasoa ha sido históricamente un lugar de paso, los controles de la Policía francesa y las devoluciones en caliente se oponen al espíritu de Schengen






Borja Hermoso
19 ABR 2025 - 05:40 CEST




El chico baja del autobús. Un petate rojo y una bolsa de plástico por todo equipaje. Se llama Alou y dice que tiene 18 años, pero podrían ser 15 o 16. Ha recorrido más de 5.000 kilómetros desde que salió de Malí. Ha hecho Mérida-Irún en autobús. Antes hizo Cádiz-Mérida, y antes Tenerife-Cádiz, y antes El Hierro-Tenerife, y antes, en patera, algún lugar de la costa africana-El Hierro, y antes Bamako (Malí)-algún lugar de la costa africana. Su rostro proyecta por igual fatiga, susto y desconcierto, hasta que el voluntario de la red de acogida le explica que le va a llevar hasta un centro de Cruz Roja para que cene y descanse. Asegura que su padre, que lleva unos años en París, vendrá mañana a Irún para llevárselo a una nueva vida. Y pregunta: “¿Por qué me ayudáis? ¿Es gratis?”.




Esa es su historia y esa es la historia, o similar, de los miles de migrantes esencialmente subsaharianos que cada año llegan a Irún casi con la única idea de cruzar rápidamente la frontera: la muga que separa esta ciudad de 64.000 habitantes —la segunda de Gipuzkoa— de Hendaya, puerta de entrada a la République Française. Y de ahí, emprender el camino a París, o a Alemania, o a Bélgica. También es la historia de un auténtico embudo humanitario que no suele protagonizar los titulares generados por otros enclaves como El Hierro, Melilla o el Estrecho.




La intensificación del tránsito migratorio en la zona a partir de 2018, cuando la Italia de Salvini cerró sus fronteras a la inmigración en el Mediterráneo oriental, y los recurrentes controles que la Policía francesa de Aire y Fronteras (PAF) efectúa en los puentes de Santiago y Behobia, cuya intensidad fluctúa en razón de las presiones políticas de turno, las amenazas terroristas o la celebración de grandes eventos como los Juegos Olímpicos, han devuelto a una triste actualidad a la comarca del Bidasoa. Un histórico escenario de frontera, cruce e intercambio en el que contrabandistas, espías, redes de apoyo al combate contra los nazis (la famosa Red Comète), refugiados españoles o portugueses, mugalaris (pasadores) y terroristas de ETA han recorrido senderos, ascendido montañas y atravesado ríos. El río. No hay fronteras en la Unión Europea de Schengen, donde rige la libre circulación de personas… europeas. Pero esta, que es una frontera interior, es bien real aunque no exista. Una frontera urbana casi de andar por casa, pero que, para algunos (6.243 en 2024, según Cruz Roja), es la separación entre dos mundos. La última frontera.



Jon Aranguren está sentado en la plaza de San Juan, en el centro de Irún, atendiendo a un grupo de ocho subsaharianos que llegaron ayer por la noche. Es uno de los voluntarios de la red de acogida de migrantes en tránsito Irungo Harrera Sarea, que planta aquí su mesa informativa cada mañana de diez a doce para explicar a los migrantes qué hacer para cruzar al otro lado. Y sobre todo qué no hacer, como tirarse al río para evitar los controles o aceptar pagar (entre 50 y 200 euros) a los profesionales del menudeo dispuestos a pasarles en el capó de sus coches.




El discurso de este voluntario transita entre la indignación y la resignación: “Lo peor de todo es la gente que no sabe adónde va. Quieren ir a Francia, sí, porque para ellos es el país de referencia colonial, y porque algunos hablan el idioma o tienen algún familiar o amigo que ya está en Francia. Pero míralos: son negros, se ve claramente, ¿verdad? Pues eso, los policías franceses, lo que hacen con ellos en la frontera son controles racistas, basados exclusivamente en el color de piel. Yo vivo en Hendaya y cruzo a Irún todos los días y a mí no me han parado jamás…, ¿igual es porque soy blanco?”.




En sus tareas de control, la Policía francesa actúa en virtud del Convenio de Málaga sobre readmisión de personas en situación irregular, firmado entre Francia y España en 2002, siendo presidente de Francia el conservador Jacques Chirac y José María Aznar presidente del Gobierno español. Según ese acuerdo, si alguien de un tercer país ha cruzado de España a Francia o viceversa de manera irregular, en las cuatro horas siguientes puede ser devuelto al país desde el que ha cruzado. Mucho más recientemente, en enero de 2023, el Tratado de Barcelona firmado por Pedro Sánchez y Emmanuel Macron en el marco de la XXVII Cumbre Hispano-Francesa contemplaba la creación de “un grupo de trabajo hispano-francés sobre cuestiones migratorias (GCM) que reunirá a los servicios responsables de la gestión de fronteras, migración, asilo, integración y lucha contra las redes de inmigración ilegal”. Sus resultados se hacen esperar en Irún.




En la puerta de la estación de trenes de Hendaya y frente al apeadero del Topo (el tren de cercanías de Euskotren cuya línea finaliza aquí), uno de los policías franceses que hace la ronda acepta hablar mientras mira nervioso hacia el fotógrafo: “Si los interceptamos y tienen papeles, comprobamos que han cruzado la frontera desde España y entonces los devolvemos a Irún. Pero si no tienen ninguna documentación y quieren pedir asilo, entonces eso se convierte automáticamente en un tema de la República francesa”. Entonces los llevan al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Hendaya. “En cualquier caso”, añade el agente, “el migrante subsahariano no da un solo problema. Otra cosa es el magrebí: a los marroquíes y a los argelinos les gusta mentir y pegarse entre ellos. ¡No a todos, claro!”. Los métodos de control son bien diversos. En el verano de 2023, un tribunal francés ordenó suspender el control fronterizo por medio de drones entre Hendaya e Irún, tras la denuncia interpuesta por SOS Racismo.




Poco o nada debe de saber de todo esto Aly. Es mauritano y llegó a Irún ayer por la noche. Cenó y durmió en el centro de Cruz Roja de la calle de las Hilanderas. Su llegada a España fue por Tenerife. Allí permaneció por espacio de dos meses y medio para después viajar hasta Mérida. Tras unos días en Extremadura, subió en autobús hasta Irún. A diferencia de la mayor parte de los subsaharianos que llegan a la ciudad fronteriza, y cuyo destino prioritario es París, Aly quiere llegar a Niza. Allí le esperan sus padres. Tiene 34 años, un físico imponente y una extraña serenidad incrustada en el rostro, en principio poco o nada compatible con el impacto personal de un periplo interminable como el suyo. Interminable y complicado: “Hay mucha gente mala en el viaje”. Pero para él, todo peaje personal habrá sido poco: “Porque ya no podía estar más en mi país. Y no es una cuestión laboral, porque yo me las arreglaba más o menos bien. Es que allí hay mucha discriminación, mucha corrupción y mucha inseguridad, y uno no puede decir lo que piensa…, uno allí no es persona”.




El fotógrafo Gari Garaialde, nacido en la vecina Hondarribia pero afincado en Irún desde hace 25 años, lleva siete documentando el tránsito migratorio en la comarca del Bidasoa y la frontera francoespañola. Sus imágenes, muchas de ellas sobre subsaharianos y norteafricanos cruzando la frontera natural por el monte o por el río, han sido publicadas por numerosos medios de comunicación, y uno de los personajes de la película La isla de los Faisanes está libremente inspirado en él. Paseando entre los bazares, bares y tiendas de souvenirs de la zona comercial del puente de Behobia —­un verdadero no-lugar anclado en el tiempo pero donde sigue reinando la misma actividad de hace 50 años gracias sobre todo a las incesantes idas y venidas de ciudadanos franceses en busca de licores y tabaco, más baratos de este lado de la muga (la voz popular asegura que Tabacos Irún 5 es el estanco que más factura en España)—, Garaialde explica así su relación con el hecho migratorio: “En el verano de 2018 llegaron de golpe a Irún unos 20 migrantes, que antes habían llegado a Donosti en autobús; y me fui a verlos, empecé a husmear, primero sin cámara de fotos, y ya luego empecé a retratarlos, y a documentar su situación, y así hasta hoy…, siempre con la preocupación de que la cosa no vaya de ‘amigo blanco ayuda al pobre negrito’ y tal”.





El donostiarra Asier Urbieta, que antes dirigió la miniserie Altsasu sobre el caso real de la agresión de ocho jóvenes contra dos guardias civiles y sus parejas en 2016 en un bar de esta localidad navarra y del juicio posterior en el que los agresores fueron condenados a penas de entre 2 y 13 años de cárcel, es el director de La isla de los Faisanes, una mezcla de thriller fronterizo y drama de pareja con el tránsito migratorio como telón de fondo protagonizada por Jone Laspiur y Sambou Diaby. Su estreno comercial está previsto para el 25 de abril, aunque ya ha sido proyectada en diversos festivales, como el de Gotemburgo (Suecia), Málaga y el de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián, así como en varios pases especiales en el País Vasco y en Iparralde. Su título alude al islote ovalado de 215 metros de largo y 38 de ancho que, incrustado en medio del Bidasoa entre España y Francia, es el condominio más pequeño del mundo. La isla, donde en 1659 se firmó la Paz de los Pirineos que ponía fin a la guerra de los Treinta Años, fue escenario del acto por el que la corte española entregó a la francesa a la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, para contraer matrimonio con Luis XIV, el Rey Sol. Este islote fluvial pasa de manos francesas a españolas y viceversa cada seis meses.




“Me metí en esta historia cuando en 2021 leí una noticia sobre una persona de raza negra que se había ahorcado junto al río Bidasoa”, recuerda Urbieta delante de un café en la plaza del Ayuntamiento de Irún. “Luego, la gente de las redes de acogida de Irún explicó que no se trataba de un caso aislado, sino relacionado directamente con la política de controles de la Policía francesa en la frontera, y que aquella persona, tras cruzarse el desierto, cruzarse el Mediterráneo, cruzarse España, llegar a la frontera y cruzarla, vio cómo la Policía le devolvía en caliente a España. Y cómo, al estar ya física y psicológicamente al límite, se quitó la vida”. Ya antes de aquel caso, los colectivos de apoyo a los migrantes en tránsito en la zona de Irún / Hendaya / Behobia habían puesto sobre aviso a los eventuales cruzadores —o pasantes, o transitarios, según el argot preferido por cada cual— de que no se aventuraran en las aguas del Bidasoa, frontera natural entre Francia y España. Fue inútil. Entre abril de 2021 y junio de 2022, 10 personas africanas murieron en la zona. Siete de ellas perecieron ahogadas en el río y otras tres perdieron la vida arrolladas por un tren en la localidad vascofrancesa de Ziburu. Esas muertes coincidieron con un claro repunte de la presencia policial francesa en los puentes de Santiago y Behobia como consecuencia de la pandemia y pospandemia por covid y el confinamiento.





“Esta gente no se paró porque les pusieran unas vallas o porque se encontrasen un río. Si no se han parado en el desierto, o en el Atlántico o en el Mediterráneo o en las vallas de Melilla, ya me contarás”, reflexiona Gari Garaialde. Y es cierto que, por trágicas que resulten, aquellas muertes por ahogamiento en el Bidasoa de Tessfit, de Yaya, de Abdoulaye o de Ibrahim revisten cierta lógica cuando uno se planta frente a la aduana vieja de Behobia, cerca de la isla de los Faisanes, y contempla el punto en el que se produjeron algunas de ellas: un remanso de aguas tranquilas, aunque con remolinos y corrientes, que para quien atravesó desiertos, montañas y mares y ha estado en manos de las mafias del tráfico de personas no debe de suponer un peligro aparente.




Xabi Albalde es un pájaro nocturno. Un gau txori, en euskera. El papel de este voluntario es esperar de noche en la parada de autobuses en el paseo de Colón, la arteria principal de Irún. En cuanto un migrante baja las escaleras, le ofrece su mano y le informa en francés de que, si le parece bien, lo llevará en su viejo Peugeot hasta el centro de Cruz Roja para cenar y descansar. Algunos aceptan, otros dudan. “Algunos quieren ir directamente a la frontera para cruzar. En otros casos, ya vienen avisados por algún familiar o amigo que antes llegaron a Irún como ellos ahora, y saben que alguien les va a venir a buscar para llevarlos a la Cruz Roja”. Pero el miedo es libre. “El otro día llegó en el autobús una mujer embarazada. Le preguntamos si prefería que viniera una mujer para atenderla. Dijo que no, que estaba bien así. Pero cuando se metió en el coche se empezó a agobiar y a decir que se quería ir. Y se fue. No sabemos adónde”, cuenta Xabi. ¿Su motivación?: “Solo hago lo que me gustaría que hicieran por mí en una situación así”.




Son las 22.30. De camino a la parada, en busca del último bus, el voluntario se asoma a un puesto de kebabs y saluda: “¡Hola, Moha!”. Moha es de Eritrea, en el Cuerno de África. Tiene 29 años, llegó a Irún hace ocho y pertenece al escuálido 1,5% de subsaharianos que un día decidió probar fortuna en esta ciudad. Encadenó trabajos, estudió español y hace dos años montó el Kebab Estación Hame, un garito minúsculo de clientela fiel. “Mejorar cada día, ese es mi único plan…, y a lo mejor montar un restaurante grande si todo va bien”, lanza Moha detrás de una sonrisa tímida.




Al día siguiente, a las nueve de la mañana, empieza el movimiento en el centro que Cruz Roja tiene en la calle de las Hilanderas de Irún. Aquí suelen pasar su primera (o única) noche los migrantes que llegan a la ciudad, antes de disponerse a cruzar a Francia. Un 90% de ellos llegaron a España vía Canarias. Este tipo de centros son financiados y gestionados por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Sus responsables negaron a El País Semanal la posibilidad de entrar en sus instalaciones, así que nos apostamos en el exterior y esperamos. Un grupo de tres hombres y dos mujeres, todos subsaharianos, salen del edificio rodeados de maletas y mochilas. Uno de ellos luce una camiseta de la selección española de fútbol. Bokar es maliense y está cabreado. “¡¿Por qué fotos, por qué preguntas, para qué sirve?!”. Luego se calma un poco. Y desgrana su historia de horror casi como si tal cosa: “Mi país está en guerra. Mataron a mi padre, mataron a mi madre y acabarán matando a mi hermano, que se quedó allí. Yo escapé y quiero pedir asilo en España”. Su llegada tuvo lugar por El Hierro, en una patera con otras 30 personas. De ahí pasó a Gran Canaria, luego a Tenerife, después a Almería y finalmente a Madrid, donde permaneció varios meses. Llegó a Irún hace cinco días. El máximo de días que Bokar o cualquier migrante podrá quedarse en el centro de Cruz Roja es de 10. La mayoría no pasa más de uno. Cruzar, cruzar, cruzar…




Ana Guerrero, coordinadora de Migración y Asilo de Cruz Roja en el País Vasco, considera que la prioridad en la labor de este centro es “dar a esta gente la cercanía, la humanidad, la información y la dimensión psicológica que difícilmente van a encontrar en otro sitio, o sea, no es un mero centro asistencial donde comen, duermen y ya está, aunque también se les brinda asistencia médica… Esto no es un mero albergue”. Malí, Senegal y Guinea-Conakry son los tres lugares de procedencia más habituales de los migrantes en tránsito que llegan a este recurso con capacidad para 100 personas (cerca hay otro, Hilanderas 2, preparado por si se satura el primero), aunque cada vez se presentan en él más mauritanos. Un 90% de las personas que llegan son hombres, por un 8% de mujeres, y el resto son niños con una media de edad de cuatro años. La media de edad de las personas adultas se sitúa en los 25 años. En 2024 pasaron por aquí 6.243 personas, el doble que en 2023. Al lado de Ana Guerrero se encuentra su compañera Teresa Sánchez, psicóloga y voluntaria de Cruz Roja desde hace cinco años, desde hace cuatro en el centro de Hilanderas. Ella y sus compañeros reciben cada noche aquí a hombres (abrumadora mayoría: un 92%), mujeres y niños que llegan a menudo en estados de fragilidad física y psicológica extrema: “Aquí lo esencial es brindar a estas personas una acogida desde el respeto y la dignidad en un lugar seguro, de confianza. Que alguien les hable mirándolas a los ojos y sonriéndoles es algo trascendental aunque pueda parecer un detalle, porque les devuelve de golpe esa humanidad que se les ha robado en todo su proceso migratorio”. Lo denomina “ventilación emocional”.




Cristina Laborda es la alcaldesa socialista de Irún. Sentada en su despacho del edificio que alberga la Casa Consistorial desde 1763, la regidora describe así la percepción que, según ella, tiene el irundarra medio del fenómeno migratorio en la ciudad: “A partir de 2018, que es cuando vinieron muchos migrantes de golpe sin que la ciudad contara con infraestructuras de acogida, cundió la percepción, acrecentada con el tiempo, de que de repente volvemos a ser frontera. Con la entrada en vigor de Schengen, aquella idea de una frontera física había desaparecido. Y de repente, vemos que esa frontera resurge, y además discrimina. Claramente hay un control por color de piel por parte de Francia”.




Los controles practicados por Francia en Hendaya y Behobia se han visto acentuados desde septiembre de 2024, cuando el presidente Macron nombró ministro del Interior a Bruno Retailleau, un político del ala dura de la derecha francesa que ha vinculado la inmigración con el aumento de los delitos en Francia. Su frase-bandera es “Expulsar más y regularizar menos”. Dicho y hecho. Como un goteo, agentes de la Policía de Aire y Fronteras (PAF) detienen a migrantes que han cruzado la “frontera” entre Irún y Hendaya, los introducen en furgonetas y los llevan de vuelta a Irún. Son las famosas “devoluciones en caliente” que tantas ampollas levantan a este lado de la muga. Ya en abril del año pasado, el Defensor de Derechos de la República Francesa —equivalente al Defensor del Pueblo español— denunció en un dictamen que los derechos de los inmigrantes estaban siendo objeto de “una violación masiva”. Mucho antes, en 2019, el Tribunal de Justicia de la UE falló que Francia no podía realizar expulsiones en caliente alegando amenaza terrorista sin seguir al pie de la letra las directivas de retorno europeas, más garantistas. La alcaldesa eleva una petición alta y clara: “Tiene que haber una política migratoria común de la UE. Este no es un problema de los Estados, sino un problema común de la Unión Europea, y que no parece que vaya a ir a menos”. Un problema llamado frontera interior. La última frontera.




El fantasma del Blog
Los pueblos de Senegal apuestan su futuro a los niños de los cayucos



Las remesas que mandan los jóvenes migrantes sirven para construir hospitales, colegios y las mejores casas; y aportan seguridad a sus familias







José Naranjo
Dakar
20 ABR 2025 - 05:45 CEST




Arfang Sarr, de 39 años, se levanta temprano para pescar calamares. Es un trabajo duro que apenas le da para mantener a su familia, pero en este recóndito pueblo de Falia rodeado de mar hay poco más. En el aire flota ya la pesadez del calor húmedo, pero eso no impide que su mujer, Rokhia Ndong, siga las huellas marcadas en el camino de arena que lleva hasta el pozo con la pequeña Lala a la espalda. Su esperanza de una vida mejor reside a 1.500 kilómetros de distancia y se llama Ibrahima (nombre ficticio), el hijo de 15 años que hace cuatro meses se subió a un cayuco y que hoy vive en un centro de menores de Gran Canaria. En España, los casi 6.000 menores acogidos en Canarias son el centro de un debate social y político; en los pueblos de Senegal, son el futuro.





Fue al abrigo de la noche. La barca estaba ya a reventar de personas procedentes de Malí y Gambia, pero Ibrahima y otros cuatro jóvenes de Falia encontraron su hueco. Este apartado rincón del delta del Sine Saloum, a unas cuatro horas al sur de Dakar, se ha convertido en el último año en el epicentro de la salida de cayucos desde Senegal hacia Canarias. El lugar es propicio: un dédalo de islas rodeadas de manglares donde la vigilancia es escasa y las barcas de pesca forman parte del paisaje. El pasado mes de marzo, el alcalde fue detenido por participar en la organización de estos viajes clandestinos. Pero, a falta de empleo y oportunidades, ni el peso de la ley desalienta a los jóvenes aventureros.




Coly Bop aguarda su oportunidad. Tres de sus hermanos están ya en España y con el dinero que envían están levantando el nuevo hogar familiar. Falia entero está en construcción. Aquí y allá, las casas financiadas por los emigrantes destacan por sus azulejos exteriores, por su tamaño, por su esplendor. “Trabajé 15 años en un barco español y pasaba temporadas en Bermeo. Con lo que gané pude empezar a construir”, asegura Youssou Sarr mientras señala una mansión aún desnuda de pintura, pero ya imponente. “Somos 10 adultos y un montón de niños, necesito camarotes para meterlos a todos”, añade con una sonrisa. Justo enfrente vivía Sele, de 17 años. Es uno de los chicos que se fue con Ibrahima.



“Somos conscientes del riesgo”, asegura Modou Fadel Sarr, técnico en proyectos de desarrollo, “pero la tentación del viaje es poderosa”. “Los chicos ven toda esa riqueza que procede del otro lado del mar y saben que quedarse no les va a permitir prosperar. Por decirlo con otras palabras que quizás suenen muy duras, estos chicos son como una inversión y toda inversión entraña un riesgo”. En el Senegal más profundo, la narrativa de la emigración no está dominada por el drama de un viaje incierto, como ocurre en España, sino por los logros de los emigrantes, de aquellos que consiguen llegar y establecerse. En España se habla mucho de los peligros y los muertos; en Senegal, por el contrario, son los vivos quienes están muy presentes.




Hasta Colibantang, en el árido interior de Senegal, no llega el olor del mar, pero sí las historias que esconde. “Mira, mira”, dice Babacar Sy, “este es el colegio nuevo que construyeron los emigrantes”. “Igual que la mezquita y el hospital. Todo lo han pagado ellos”. Su hermana, la pequeña Mariama (nombre ficticio), se fue hace dos años en cayuco cuando apenas tenía 13 años. Sola, entró en contacto con un organizador de viajes de Thiés, se coló en el portabultos de un coche y zarpó desde Mbour. Siete de sus compañeros de viaje murieron antes de llegar a Canarias. Ella lo consiguió agazapada en un agujero al fondo de la barca, el mismo hueco donde protegían de las olas las galletas y el cuscus, su único alimento. Hoy brilla como estudiante en un instituto de Gran Canaria y atesora con celo los 10 euros de asignación semanal para mandarlos a casa.



Al caer el sol, la familia de Mariama se reúne en el patio central del hogar para hablar con ella por videollamada. Sus caras se encienden de alegría. Los niños revolotean alrededor porque quieren ver a la que un día se fue para España. Babacar Sy, cabeza de familia desde la muerte de su padre, sueña con el día en que su situación mejore, con poder comprarse un caballo para arar la tierra y tirar del carro que los lleve al campo donde cultivan, con arreglar la cabaña de barro destruida tras la última estación de lluvias. Pero sabe que toca esperar. “Ella no puede cargar con la situación familiar y es aún muy joven. Es nuestra esperanza, pero hay que ser pacientes”, comenta.




No todas las familias son tan comprensivas. Muchos menores viven con angustia la presión familiar. “Nunca me voy a olvidar de ellos, pero necesito tiempo para cumplir mis sueños”, asegura la pequeña Mariama. A medida que aumenta el número de emigrantes, esas remesas de dinero son cada vez más importantes: según datos del Gobierno senegalés, cada año entran en el país unos 2.400 millones de euros procedente del exterior, sobre todo Francia, España e Italia, lo que representa el 11% del PIB. En los pueblos del interior, donde el Estado invierte menos, este capital suple muchas carencias y contribuye a reducir la pobreza. Hoy, la generalización del dinero móvil hace que los envíos sean más fluidos y totalmente informales.



En Bargny, a menos de una hora de Dakar, el profesor coránico Modou Ndoye comparte casa con otros siete padres de familia. En total, son unas 30 personas. Hermanos, hijos, primos y sobrinos entran y salen todo el tiempo de las distintas habitaciones en un batiburrillo de mujeres que cocinan y alimentan a sus bebés mientras los niños compaginan estudios y trabajo con sus padres desde los ocho años. Hay de todo, pescadores, carpinteros, soldadores y hasta un policía. Desde la playa de detrás de su hogar, donde descansan con placidez más de 200 cayucos, partió un día Mamadou (nombre ficticio), hijo de Modou, con apenas 12 años, siguiendo los pasos de su hermano mayor. Ambos están hoy en Tenerife.



“Al principio el chico no quería intentarlo, pero todos sus amigos se fueron”, asegura Pape Ndoye, tío de Mamadou, “uno de esos cayucos estaba listo para zarpar una noche y se subió con lo puesto, un pantalón y una camiseta”. “Era verano y no dijo nada a su familia. Él no tenía miedo, somos una familia de lebous (pescadores tradicionales), el mar es nuestra casa”. En Bargny la inmensa mayoría de las familias tiene un hijo o un hermano en España. “La pesca ya no es lo que era, cada vez es más difícil y la gente sobrevive gracias a los emigrantes. ¿Ves esos adoquines en la calle? Los pusimos gracias a ellos, que se organizaron y mandaron dinero”, añade Ndoye.

El fantasma del Blog
Terror de Estado




Una breve guía para los estadounidenses




TIMOTHY SNYDER
ABR 15, 2025


Ayer, el presidente desafió un fallo de la Corte Suprema de devolver a un hombre que fue enviado por error a un gulag en otro país, celebró el sufrimiento de esta persona inocente y habló de enviar a estadounidenses a campos de concentración extranjeros.


Este es el comienzo de una política estadounidense de terror de Estado, y tiene que ser identificada como tal para ser detenida.



Así que empecemos por el lenguaje, porque el lenguaje es muy importante. Cuando el Estado lleva a cabo el terror criminal contra su propio pueblo, los llama "criminales" o "terroristas". Durante la década de 1930, esta era la práctica normal. Mirando hacia atrás, nos referimos al "Gran Terror" de Stalin, pero en ese momento eran los estalinistas quienes controlaban el idioma. Hoy en día en Berlín se encuentra un importante museo llamado "Topografía del Terror"; durante la época que documenta, fueron los judíos y los enemigos elegidos del régimen los que fueron llamados "terroristas". Ayer, en la Casa Blanca, el presidente salvadoreño mostró el camino, refiriéndose a Kilmar Abrego García como un "terrorista" sin ningún fundamento. Los estadounidenses lo trataron como a un criminal, a pesar de que no fue acusado de ningún delito.



La primera parte del control del lenguaje es invertir el significado: todo lo que hace el gobierno es bueno, porque por definición sus víctimas son los "criminales" y los "terroristas". La segunda parte es disuadir a la prensa, o a cualquier otra persona, de desafiar la perversión asociando a cualquiera que se oponga con el crimen y el terror. Este fue el papel que jugó Stephen Miller cuando dijo ayer en la Casa Blanca que los reporteros "quieren terroristas extranjeros en el país que secuestren a mujeres y niños".



El control del lenguaje es necesario para socavar un orden legal o constitucional. Nuestro estado de derecho comienza con nociones como el pueblo y sus derechos. Si los políticos cambian el marco a los "criminales" y al "terrorismo", entonces están cambiando el propósito del Estado.



En los Estados Unidos, estamos gobernados por una Constitución. Un elemento básico de la Constitución es el habeas corpus, la noción de que el gobierno no puede confiscar tu cuerpo sin una justificación legal para hacerlo. Si eso no se sostiene, entonces nada más lo hace. Si tenemos la ley, entonces la violencia no puede ser cometida por una persona contra otra sobre la base de insultos o sentimientos fuertes. Esto se aplica a todos, sobre todo al presidente, cuya función constitucional es hacer cumplir las leyes.



Trump habló de pedirle a la procuradora general Pam Bondi que encuentre formas legales de secuestrar a estadounidenses y dejarlos en campos de concentración extranjeros. Pero por "legal" se entiende formas de escapar de la ley, no de aplicarla.



Es ese escapismo anticonstitucional el que permite el abuso. El terrorismo de Estado implica no sólo el desarrollo maligno de los órganos estatales de opresión, como los hombres enmascarados en furgonetas negras, sino también la retirada del Estado de su papel de guardián de la ley. Lo que los aspirantes a tiranos presentan como "fuerza", la capacidad de aterrorizar a personas inocentes, se basa en lo que podría verse como una debilidad más fundamental, que es la retirada del Estado del principio del estado de derecho. Cuando tenemos ley, todos somos más fuertes; Cuando carecemos de ley, todos somos más débiles, excepto los muy pocos que pueden dirigir el poder coercitivo del Estado contra el resto de nosotros.



En la historia del terrorismo de Estado, la huida de la ley a la coerción adopta tres formas, todas las cuales se exhibieron, de manera incipiente, ayer en la Casa Blanca: el principio del líder; el estado de excepción; y la zona de apatridia.



El principio del líder, o en alemán Führerprinzip, es la idea de que un solo individuo representa directamente al pueblo, y que por lo tanto todas sus acciones son, por definición, legales y apropiadas. En las discusiones en la Casa Blanca y posteriormente, vemos que esta noción se está avanzando. Los asesores de Trump afirman que lo que está haciendo es popular. La afirmación (como en los documentos legales) de que el presidente está actuando a partir de un "mandato" personal del pueblo tiene el mismo problema. Al ser consultada en Fox News sobre el secuestro de estadounidenses y su transferencia a gulags extranjeros, la procuradora general Pam Bondi dijo que "estos son estadounidenses, dice, que han cometido los crímenes más atroces en nuestro país". Si todo se reduce a lo que "él está diciendo", entonces él es un dictador y Estados Unidos es una dictadura. Trump habló de la necesidad de deportar a las personas que "odian a nuestro país" o que son "estúpidas".



La segunda escapatoria de la ley es el estado de excepción. En principio, la Unión Soviética estaba gobernada por la ley. Sin embargo, antes de sus mayores ejercicios de terror, las autoridades soviéticas declararon para sí mismas estados de excepción. Esto significaba que, en el propio territorio de la Unión Soviética, era "legal" (en el sentido de Bondi y en el de Trump) secuestrar a personas y enviarlas a campos de concentración: las autoridades afirmaban que había algún tipo de amenaza, por lo que se podían retirar las protecciones y dejar de lado los procedimientos. Las personas podían ser secuestradas en camionetas negras y ejecutadas o enviadas a un campo, "legalmente", en el sentido de que la ley había sido dejada de lado. La noción del estado de excepción, importante para la práctica soviética, estaba en el centro de la teoría nazi. Como argumentó el principal pensador nazi Carl Schmitt, el soberano es la persona que puede hacer una excepción. Si vivimos en tiempos normales, entonces pensamos que deberíamos ser gobernados por la ley. Pero si los políticos pueden usar palabras para hacernos pensar que estos son tiempos excepcionales, entonces podríamos aceptar su anarquía.



Una forma sencilla de escapar de la ley es trasladar a las personas corporalmente a una zona física de excepción en la que la ley (se afirma) no se aplica. Otros métodos llevan más tiempo. Es posible aprobar leyes que priven a las personas de sus derechos en su propio país. Es posible labrarse espacios en el propio territorio donde la ley no funciona. Estos espacios son campos de concentración. Al final, las autoridades pueden optar, como en la Alemania nazi, por trasladar físicamente a sus ciudadanos a zonas más allá de sus propios países en las que simplemente pueden declarar que la ley no importa.



Esta explotación de las supuestas zonas sin Estado fue la línea principal de la historia del Holocausto. Bajo Hitler, los alemanes tenían campos de concentración en su propio territorio, y redujeron a los judíos a una ciudadanía de segunda clase, y vivieron bajo un estado permanente de excepción. Pero, en general, el asesinato masivo de judíos alemanes se logró mediante su secuestro y entrega forzada a sitios más allá del territorio alemán de antes de la guerra donde, según las autoridades alemanas, no había ley.



Un sondeo de este enfoque de apatridia se exhibió ayer, cuando Trump y sus asesores afirmaron que Kilmar Abrego García, un residente legal de los Estados Unidos a quien las autoridades estadounidenses secuestraron por error y enviaron a un campo de concentración en El Salvador, ahora estaba fuera del alcance de la ley estadounidense. Esto es el terrorismo de Estado: el Estado se presenta como "fuerte" en su opresión de una persona, pero débil en su capacidad de respetar o hacer cumplir la ley. La idea de que Estados Unidos puede enviarte a lugares de donde no puede traerte de vuelta es la base teórica de una doctrina de apatridia. Llamémosla la Doctrina Rubio: en palabras del secretario de Estado, "la política exterior de los Estados Unidos es conducida por el presidente de los Estados Unidos, no por un tribunal". Pero lo que eso implica es que las personas transportadas a la fuerza más allá de las fronteras de Estados Unidos pueden ser encarceladas o asesinadas sin ninguna razón. Eso sería "política exterior".



¿La ciudadanía salvará a la gente? Obviamente es mejor ser ciudadano que no serlo. La ciudadanía proporciona cierta protección, al menos en comparación con su ausencia, o con la apatridia. El problema, sin embargo, es que los ciudadanos pueden verse arrastrados por las lógicas aplicadas a los no ciudadanos. Si aceptamos que Trump ejerce el poder gracias al Führerprinzip, entonces ¿qué le impide decir que la gente quiere ver la rendición forzada de los "cosechados locales", de "gente realmente mala, tan mala como las que entran"? Si los ciudadanos aceptan que vivimos en un estado de excepción, entonces también están aceptando que ellos también pueden ser tratados de manera excepcional. Quizás lo peor de todo es que si los ciudadanos aceptan la noción de zonas sin Estado, de una ley que solo funciona como sirviente del poder, están invitando a su propia deportación a lugares de los que nunca volveremos.



Si los ciudadanos respaldan la idea de que las personas señaladas por las autoridades como "criminales" o "terroristas" no tienen derecho al debido proceso, entonces están aceptando que ellos mismos no tienen derecho al debido proceso. Es el debido proceso, y solo el debido proceso, lo que le permite demostrar que es un ciudadano. Sin él, los hombres enmascarados en las furgonetas negras pueden simplemente afirmar que eres un terrorista extranjero y desaparecer.



A pesar de lo horrible que es todo esto, sigue siendo terror de Estado en líneas generales, una prueba de cómo reaccionarán los estadounidenses. Podemos reaccionar viendo todo esto como lo que es, y nombrándolo por su nombre: incipiente terrorismo de Estado. Podemos reaccionar asociándonos con los demás, somos reprimidos antes de que nosotros lo seamos. Sólo en solidaridad afirmamos la ley. Podemos recordar a los otros poderes del Estado que sus funciones están siendo asumidas por el Ejecutivo. Los ciudadanos no pueden hacerlo solos; Tienen que recordarle al resto del gobierno sus funciones constitucionales.



El presidente está reclamando responsabilidades centrales del Congreso cuando afirma el control personal de la política de inmigración, el derecho penal y el financiamiento de las entregas forzadas. El Congreso podría muy fácilmente aprobar leyes, si unos pocos republicanos encontraran el coraje. El presidente está reclamando funciones judiciales básicas cuando se define a sí mismo como juez, jurado y, en el caso de las entregas forzadas a El Salvador, verdugo de facto. La frase "desacato a la corte" cobró vida vívida en la Casa Blanca ayer.



Incluso estas instituciones más básicas, las definidas por nuestra Constitución, no actúan por sí solas. Hasta un grado muy triste, los jueces de la Corte Suprema y los miembros del Congreso ya son cómplices de este experimento de terror de Estado. Podrían encontrar el camino de regreso a un Estados Unidos en el que sus cargos tengan sentido, pero solo con la ayuda de nosotros, el pueblo.

El fantasma del Blog
El desarrollo de África también pasa por el espacio



El domingo se inauguró la Agencia Espacial Africana (AfSA), con la que el continente une esfuerzos en el avance de la tecnología espacial, que contribuirá a la prosperidad, la gestion sostenible de los recursos o la reducción de la brecha digital






Marc Español
El Cairo
21 ABR 2025 - 05:30 CEST



En el año 1993 se publicó un breve cuento en Libia que narra las excéntricas andanzas de un astronauta solitario que, tras haber viajado a lo largo y ancho del espacio y haber vagado por todo nuestro sistema planetario sin hallar ni vida inteligente ni un lugar para vivir, decidió regresar, frustrado, a la Tierra. Fue entonces cuando el resuelto aventurero dio por terminado su sueño, se desprendió del traje espacial y se entregó a una nueva misión: encontrar trabajo.



Primero se dirigió a un taller de carpintería, pero fracasó. Luego probó, sin suerte, labores de tornero, herrero, albañil y fontanero. Incluso lo intentó como pintor, solo para darse cuenta de que nada tenía que ver con su especialización. Sin fortuna en la ciudad, el trotamundos se marchó al campo y buscó trabajo en una granja, que no lo quiso ni de peón. Al final, habiendo aceptado la inutilidad de sus conocimientos espaciales en la Tierra, el astronauta se suicidó.



El autor de la fábula no fue otro que el lunático expresidente libio Muamar el Gadafi, que fue lo suficientemente breve y fatalista como para que a nadie se le escapara la moraleja. En los últimos años, sin embargo, cada vez son más los países africanos que están emprendiendo el camino opuesto y están desarrollando programas espaciales como apuesta estratégica para afrontar retos como el cambio climático, la gestión de recursos y la brecha de conectividad.




Los satélites de observación de la Tierra y de telecomunicaciones tienen un enorme potencial en África para abordar retos en la gestión sostenible de los recursos y para salvar la brecha digital

Kwaku Sumah, fundador de la consultoría Spacehubs Africa





En la última década se han fundado en África en torno a una veintena de agencias espaciales nacionales e instituciones especializadas. Y desde el domingo, quedó inaugurada oficialmente en Egipto la Agencia Espacial Africana (AfSA), una institución impulsada por la Unión Africana (UA) con el fin de fomentar y coordinar esfuerzos para el avance de la ciencia y de la tecnología espaciales en el continente al servicio de su desarrollo económico, social y medioambiental.



Desde su oficina provisional en la sede de la Agencia Espacial Egipcia (EgSA), en El Cairo, el presidente de la AfSA, Tidiane Ouattara, avanza que trabajarán con las agencias nacionales para mejorar su coordinación, fijar un marco regulador común, localizar el sector y garantizar que todos tengan acceso a productos y servicios espaciales. “[Los gobiernos del continente] saben que el espacio es un pilar clave para el desarrollo socioeconómico de África”, enfatiza, en una entrevista con EL PAÍS, previa al lanzamiento oficial de la agencia.




Satélites para el desarrollo





La atención de la mayoría de países africanos que han elaborado programas espaciales está centrada en poner satélites en órbita aprovechando su amplio abanico de aplicaciones y la caída de costes de fabricación y lanzamiento que han experimentado en los últimos años, explica Kwaku Sumah, el fundador de la consultoría Spacehubs Africa. “Los satélites de observación de la Tierra y de telecomunicaciones tienen un enorme potencial en África para abordar retos en la gestión sostenible de los recursos y para salvar la brecha digital”, señala.



El primer satélite propiedad de un país africano que se puso en órbita, en 1998, fue el NileSat 101, de una empresa egipcia de telecomunicaciones. Desde entonces otros 16 países más han lanzado 62 satélites, según un recuento de Spacehubs, con Egipto, con 13, y Sudáfrica, con 12, a la cabeza. La mayoría están destinados a la observación de la Tierra, seguidos por los de telecomunicaciones y los de uso militar. El último satélite del continente lo lanzó Yibuti en diciembre de 2024 para mejorar la recopilación de datos sobre el clima y recursos hídricos.



Uno de los principales usos de los satélites de observación de la Tierra es que permiten una mejor gestión de los recursos naturales. Sudán, por ejemplo, lanzó su primer satélite en 2019 para, entre otros fines, poder identificar recursos y monitorear cambios medioambientales y el estado de su agricultura. Y Uganda hizo lo propio en 2022 para analizar la calidad del agua de su territorio, la fertilidad del suelo, la deforestación y posibles yacimientos petrolíferos.



“[Este tipo de satélites] sirven para muchas aplicaciones”, constata Sherif Sedky, el director general de la EgSA, que detalla que, en el caso de Egipto, les permiten, por ejemplo, clasificar los cultivos y detectar infecciones y hacer un seguimiento de sus escasos y valiosos recursos hídricos, incluidos los niveles de agua que transporta el Nilo y el estado de todas sus presas.




Gracias a los datos por satélite no solo puedes ver rápidamente el impacto [de los fenómenos meteorológicos extremos], sino que incluso puedes anticiparte

Ouattara Tidiane, presidente de la AfSA





En el campo de las telecomunicaciones, los satélites pueden jugar un papel clave en muchos países africanos para ayudar a reducir la que todavía hoy es una profunda brecha en términos de conectividad, sobre todo en las zonas rurales e interiores. Egipto es uno de los países del continente que más ha invertido en este tipo de tecnología, y en 2022 puso en órbita el Nilesat 301 para proporcionar internet en zonas remotas, ya sean urbanas o campos de gas y petróleo.



“África es un gran continente de 30 millones de kilómetros cuadrados. No se puede instalar infraestructura terrestre en todas partes, pero en cambio los satélites lo pueden cubrir”, señala Ouattara, que pone el ejemplo de la constelación de satélites de telecomunicaciones Starlink, del magnate estadounidense Elon Musk, para ilustrar el potencial de este tipo de proyectos.



Los satélites también están llamados a jugar un papel importante en la lucha del continente africano contra los efectos del cambio climático, ya que pueden ayudar a prevenir fenómenos meteorológicos extremos, mejorar los sistemas de alerta temprana y agilizar la respuesta. En 2023, Kenia lanzó su primer satélite de observación de la Tierra y uno de sus objetivos era apoyar las políticas de mitigación del cambio climático y mejorar la gestión de catástrofes naturales.




“Gracias a los datos por satélite no solo puedes ver rápidamente el impacto [de los fenómenos meteorológicos extremos], sino que incluso puedes anticiparte y preparar a la población”, destaca Ouattara, que nota que después también te permiten “conocer la magnitud de los daños”.



Otros usos de los satélites que pueden resultar prácticos para muchos países africanos es que permiten obtener mapas muy precisos que pueden ayudar a planificar su crecimiento urbano y a mejorar el transporte por carretera, mar y aire. Un satélite lanzado por Sudáfrica en 2018 cuenta con receptores que permiten organizar y evitar choques en el transporte marítimo, y el Alcomsat-1 de Argelia, puesto en órbita en 2017, contiene una treintena de transpondedores cuya señal se utiliza para la navegación aérea, marítima, terrestre y de ferrocarriles.



El desarrollo de satélites tiene igualmente amplias utilidades educativas. En 2017 Ghana puso en órbita un nanosatélite que se produjo, en parte, para estimular el interés en el país hacia este tipo de ciencia y tecnología, que luego puede tener aplicaciones en otros ámbitos que no sean estrictamente el espacial, como la medicina. Ese mismo año, Nigeria lanzó el EduSat-1, otro nanosatélite fabricado por una universidad local que, entre otras funciones, transmitía contenido de divulgación científica por señales que se podían captar a través de la radio.




Cooperación y soberanía




A pesar de sus avances en el sector, los países africanos aún dependen mucho de la tecnología y capacidades de potencias extranjeras para desarrollar sus satélites. El Nilesat 301 de Egipto, puesto en órbita en 2022, fue por ejemplo fabricado por la empresa francesa Thales con la italiana Leonardo. El satélite que lanzó Sudán hace seis años lo desarrolló la china Shenzhen Aerospace. Ghana y Nigeria han colaborado con el Instituto de Tecnología de Kioto, en Japón. Y el AngoSat 2, angoleño y lanzado en 2022, lo fabricó la empresa rusa Reshetnev.



Ouattara, sin embargo, considera que la complejidad de las ciencias espaciales requiere este tipo de colaboraciones, y señala que la mayoría de países africanos se han sumado a la carrera espacial hace relativamente poco, así que todavía les queda camino por recorrer. “Trabajar con otros debería incluso fomentarse. Si África quiere convertirse en un actor global, tenemos que colaborar con otros”, apunta, “pero de una forma en la que todos salgamos ganando”.



Sumah, de Spacehubs Africa, resalta que la mayoría de satélites que lanzan actualmente países africanos son de hecho “demostradores tecnológicos” para probar el concepto y crear la capacidad necesaria para desarrollar una industria local. “Nosotros, africanos, nos queremos asegurar de que [a partir de ahora] la mayor parte de los recursos y de los medios financieros procedentes de los productos y servicios espaciales se quedan en África”, declara Ouattara.



Egipto es de nuevo un ejemplo de esta apuesta por la localización de la industria sin renunciar a trabajar con otros países. Sedky, el director de la EgSA, señala que han firmado 13 acuerdos de colaboración. Y al mismo tiempo, cuentan con una instalación de ensamble, integración y pruebas de satélites; con laboratorios de diseño y simulación; con un centro de análisis; y con un parque tecnológico en desarrollo para fabricar componentes. “Necesitamos disponer de la tecnología que sirva a los objetivos de desarrollo sostenible del país y de la región”, afirma.




Queremos que primero el espacio se use en el continente para el mantenimiento de la paz, la seguridad, el desarrollo económico y social, la creación de empleo y el bienestar

Ouattara Tidiane, presidente de la AfSA




Desde la AfSA, Ouattara asegura que también quieren formar parte de las conversaciones internacionales sobre el ámbito espacial porque hasta ahora se han firmado numerosos tratados y convenios para regular el sector sin la participación de África, lo que provoca que, a veces, se enfrenten a dificultades añadidas para, por ejemplo, poner en órbita sus satélites.



Más allá del desarrollo de satélites, varios países africanos se están abriendo paso igualmente en otro ámbito de las ciencias espaciales como la astronomía. En este sentido, Sumah nota que hay nueve países del continente, incluidos Argelia, Namibia y Etiopía, que disponen de observatorios astronómicos o telescopios, así como planes para expandir sus capacidades.



“África estará allí”, asegura Ouattara, “pero hay que ir paso a paso”. “Queremos que primero el espacio se use en el continente para el mantenimiento de la paz, la seguridad, el desarrollo económico y social, la creación de empleo y el bienestar”, agrega. “Y para poder conseguirlo, necesitamos tener nuestros propios satélites, necesitamos nuestras estaciones, y necesitamos desarrollar productos y servicios adaptados a la realidad y necesidades africanas”, concluye.







El fantasma del Blog
‘Adiós, Tánger’: la maldición de ‘la mujer con un hombre dentro mirando a una mujer’




El potente y premiado debut de Salma El Moumni ahonda en los estragos de la disociación femenina, la vergüenza y el racismo europeo






Noelia Ramírez
Barcelona
21 ABR 2025 - 05:15 CEST



A Salma El Moumni no le hacía falta saber que, de media, las mujeres piensan en cómo exponen su cuerpo a los demás unas ocho veces cada cinco minutos. Ella ya lo hacía desde adolescente, cuando las niñas dejan de serlo y aprenden a vestirse y maquillarse para ser deseadas o para que se las tome en serio. Lo que sí ignoraba esta escritora marroquí es que no era la única imaginando cómo era percibida. El clic le llegó con Brainwashed, el documental de 2022 de Nina Menkes sobre la influencia de la mirada masculina en el cine. “Fue ver a una estudiante contar que hasta cuando se duchaba pensaba en cómo sería vista desde fuera y entender que mi hipervigilancia era algo universal”, explica en la terraza de la librería Finestres de Barcelona la última tarde de marzo. De eso mismo, de la eterna maldición de la mujer con un hombre dentro mirando a una mujer, va su primera novela, Adiós, Tanger. El texto, finalista del premio Médicis y Premio France Culture des Étudiants en 2023, lo ha traducido ahora Palmira Feixas del francés al castellano para la editorial Sexto Piso.




A sus 26 años, esta escritora criada en Tánger e instalada en París ha debutado con un crudo monólogo en el que una veinteañera desubicada explora los estragos de la mirada masculina, la vergüenza y los prejuicios raciales en las migraciones. “Quería dar voz a una mujer silenciada socialmente. Cuando crecemos, confundimos la idea de libertad con el silencio. El precio de vivir libremente es no poder hablar claro: hemos de ser discretas, calladitas, invisibles. Quería descubrir qué pasa cuando una mujer decide no callarse. Cuando habla y habla durante 123 páginas”, apunta la autora. Lo que ocurre, como pueden imaginar, no es nada complaciente.




Mirada masculina y mirada colonial





En Adiós, Tanger, Alia es una veinteañera bisexual que ha huido de Tánger a Francia con la excusa de la universidad después de que sus fotos íntimas se filtraran en una cuenta anónima de Instagram. Si Alia se había fotografiado a sí misma desnuda en su habitación en su último año de instituto, solo para sus ojos, era por la intriga que le despertaba su cuerpo. Necesitaba comprobar cómo era percibida desde fuera. Entender por qué su figura perturbaba tanto a los hombres que la asediaban con su mirada por la calle, por qué le silbaban y le decían que “buscaba problemas” aunque siempre caminase cabizbaja o con sudaderas anchas. Aterrorizada por la vergüenza de sus padres accediendo a esas fotos filtradas, angustiada por la pena de cárcel que estipula el artículo del código penal marroquí sobre “la ofensa pública al pudor” de los cuerpos desnudos, Alia huye a Lyon, escenario desde el que rememora a los pocos años todo lo vivido: las fotos, la culpa, la mochila de la moral familiar.



La cosificación que vivía en las calles de su ciudad también la perseguirá en Europa, donde el racismo golpea doble y siente que “ni es de los magrebíes de Francia ni de los blancos de Francia”. “Allí, la categoría más buscada en Pornhub es ‘beurette’, un término peyorativo del argot para designar a las jóvenes francesas de padres magrebíes. En España, ‘morita’ es lo más parecido. Si quería escribir sobre esto en el libro es porque es un poco intraducible, es un fetiche muy específico. La sola palabra me produce arcadas”, aclara.




Su novela también busca desmontar otra mirada cosificadora: la visión colonial y romantizada de Tánger. El Moumni enmienda la postal que la convierte en un parque hedonista para los hombres y mujeres del norte global. “Este Tánger no tiene nada que ver con el de la generación beat, el de los Rolling Stones y todos esos autores americanos y europeos que la han exotizado como un paraíso de libertad en el que pillar drogas y acostarse con gente joven. Me irrita mucho esa mirada”, aclara. En su texto, esa herencia la encarna Quentin, un adolescente pijo francés instalado por negocios familiares en Tánger con el que Alia mantendrá una relación abusiva en el instituto, un crío que se sabe impune porque su vida en Marruecos “no es más que un paréntesis” por su condición de expat. “Alia y Quentin no podrán ser iguales o tener una relación neutral, no solo por cuestión de género o raza, sino por el peso histórico de sus identidades. Por mucho que lo intenten, la realidad y el poder simbólico entre Francia y Marruecos siempre se impone”, aclara la autora.




El giro disociativo





“Incluso fingir que no estás satisfaciendo fantasías masculinas es una fantasía masculina”, sentenció Margaret Atwood en La novia ladrona (Ediciones B, 1996) a propósito del estigma patriarcal que ha convertido a las mujeres en su propio vouyeur. El Soumni no es la primera ni la última que escribe sobre el influjo de la mirada masculina, pero sí le aporta un interesantísimo giro interseccional en la disociación femenina. Uno que amplía horizontes e interseccionalidad respecto a todo lo que habíamos leído o visto. Veinte años antes de que naciera la marroquí, John Berger ya la definió a través de la publicidad y el arte en Modos de ver (“Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas”) y la teórica Laura Mulvey lo amplió en Placer visual y cine narrativo, un ensayo donde probó que la mirada masculina del cine era la única hasta la fecha, culpable de haber “deformado” nuestra visión de lo erótico. Ese texto, precisamente, es el que sirvió de base teórica para Brainwashed, el documental que tanto impactó a la autora marroquí.



Aunque la provocadora Nancy Huston tiró de esencialismo al afrontar el asunto en la polémica Reflejos en el ojo de un hombre (Galaxia Gutenberg, 2013) y la segunda temporada de The White Lotus fetichizó el acoso callejero mostrando al personaje de Aubrey Plaza igual de indefensa que el de Monica Vitti en La aventura de Antonioni, lo interesante de El Soumni y otras autoras del presente es la profundidad con la que exploran la disociación femenina. Cat Person, el cuento de Kristen Roupenian sobre un encuentro sexual en el que la protagonista se veía a sí misma manteniendo relaciones desde el techo, provocó un pico de visitas nunca visto en The New Yorker por la identificación que despertó esa escena y hasta se llevó al cine con más pena que gloria. En España, la investigadora Núria Gómez Gabriel ha provocado un fenómeno nicho y de culto con Traumacore: crónicas de una disociación feminista (Cielo Santo, 2023), donde tipifica a una generación de mujeres desquiciadas que van por la vida “haciendo como si nada”, disociadas, pero siempre paranoicas por cómo serán percibidas. Una de las consecuencias, según Gómez Gabriel, de haber sido educadas para ser mujeres siempre fuertes, empoderadas y hechas a sí mismas.



Si tanta teoría sabemos desde hace décadas, ¿por qué las jóvenes de hoy siguen siendo esclavas y sargentos de su hipervigilancia, siempre buscando el mejor perfil para la cámara imaginaria que nunca deja de grabarlas? El Moumni no tiene respuestas. “Quiero pensar que con la edad desaparecerá ese autocontrol”, dice. Con lo que sí está encantada es con una de las reacciones a su texto: “Es increíble lo turbador que resulta para los hombres, mis amigos ignoraban lo amenazante que es la experiencia femenina. Ha sido una lectura incómoda para ellos. Me encanta. Eso, precisamente, es lo que buscaba”.

El fantasma del Blog
Víctimas del holocausto demandan a IBM por colaborar con los nazis



Cinco víctimas del holocausto judío han presentado una demanda contra IBM en Nueva York, acusándola de proveer a los nazis con tecnología y servicios para "catalogar a las víctimas de los campos de concentración". La denuncia coincide con la salida a la venta de un polémico libro que incluye esta misma acusación.




Lydia Aguirre
13 FEB 2001 - 00:00 CET



El despacho de abogados Cohen, Milstein, Hausfeld & Toll ha presentado una demanda contra IBM en nombre de cinco víctimas del holocausto que acusan a la empresa informática de proveer a la Alemania nazi de tecnología para "catalogar a las víctimas de los campos de concentración" y "ayudar sustancialmente a la persecución, sufrimiento y genocidio experimentado en los campos antes y durante la Segunda Guerra Mundial", según la denuncia.



Para los denunciantes, IBM "no sólo se benefició con ello, sino que se ha negado a permitir a los historiadores y a otros estudiosos el acceso a los archivos históricos que ponen en evidencia su papel de cómplice".



Experto en litigios




La demanda ha sido interpuesta por el abogado Michael Hausfeld, que ya participó en los litigios de víctimas del holocausto contra varios bancos suizos (las entidades aceptaron pagar 1.250 millones de dólares en compensaciones, unos 225.000 millones de pesetas) y en la demanda que obligó a Alemania a crear un fondo de 5.000 millones de dólares (900.000 millones de pesetas) para compensar a los "tra-baja-dores esclavos" del Gobierno nazi. Los demandantes exigen ahora a IBM que "admita su violación de los derechos humanos, abra sus archivos a los historiadores y devuelva todos los beneficios obtenidos con su servicio a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial", que serían entregados a un fondo de compensación para las víctimas del holocausto.

La presentación de esta demanda coincide con la publicación ayer de un polémico libro escrito por el periodista Edwin Black bajo el título IBM y el holocausto: la alianza estratégica entre la Alemania nazi y la compañía más poderosa de América. Una polémica obra que incluye las mismas acusaciones hechas por los demandantes.



IBM envió el viernes un comunicado a sus empleados en el que advierte sobre la publicación del libro, y asegura que "si esta obra ofrece información nueva y verificable sobre esta trágica era, IBM la examinará y pedirá a los historiadores y académicos adecuados que hagan otro tanto".



La cooperación de la multinacional con la Alemania nazi es conocida desde hace años. De hecho, el fundador de la compañía, Thomas Watson, aceptó en 1937 la medalla de honor con que Adolf Hitler premiaba a ciudadanos extranjeros que se hacían "merecedores del Tercer Reich". Watson devolvió la medalla cuando EE UU estaba a punto de entrar en la Segunda Guerra Mundial y los nazis asumieron el control de la filial alemana de IBM.



Los historiadores coinciden en que IBM autorizó a la Alemania nazi a utilizar sus máquinas de perforación de tarjetas Hollerit (una tecnología previa a la de los ordenadores y que todavía es utilizada por muchos estadounidenses para votar en las elecciones presidenciales) para hacer los censos de población de 1933 y 1939.



Sin embargo, Black asegura que dicha tecnología también fue utilizada para automatizar y hacer más eficiente la búsqueda, captura y exterminación de millones de personas: el número tres correspondía a los homosexuales; el ocho, a los judíos; el 12 a los gitanos, etc.



Sin embargo, cualquier acción legal contra IBM de las víctimas de los campos de concentración nazi tendrá poco impacto porque la empresa se sumó al fondo de reparación alemán para las víctimas, según un negociador del fondo del holocausto. Para éste, las empresas de EE UU se han protegido contra las denuncias en el acuerdo firmado en julio y que está dotado con 900.000 millones de pesetas.









Esto no es un simulacro



EE UU pone en marcha el piloto de un programa automático de caza y deportación de personas, asistido por las tecnológicas y El Salvador





Marta Peirano
21 ABR 2025 - 05:00 CEST



Está pasando muy deprisa. Si hace una semana el director del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE UU (ICE, en sus siglas en inglés) hablaba de “un Amazon Prime con humanos”, es porque le ha encargado uno a Palantir. Por 30 millones de dólares, la empresa de Peter Thiel ha creado ImmigrationOS, una plataforma diseñada para “optimizar la identificación y retirada de personas del país, mejorando la eficiencia logística de las deportaciones”. Una máquina automática que servirá para cazar inmigrantes y nacionales, gracias al esfuerzo de Elon Musk.



ICE tiene ya un software de Palantir para buscar personas por categorías específicas, como estatus legal, país de origen, seguimiento de matrículas o características físicas. Pero son solo datos de personas, sin los derechos de un local. ImmigrationOS ampliará su capacidad para identificar y procesar a ciudadanos estadounidenses, gracias a los datos que ha saqueado y centralizado el departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).



Daniel Berulis, ingeniero de seguridad informática de la Junta Nacional de Relaciones Laborales (la Dirección General de Trabajo de allí), le explicó al Congreso cómo lo han hecho. Musk pide cuentas de usuario con acceso total a los archivos que, como muchas agencias del Gobierno, están en la nube de Microsoft. Una vez dentro, desactiva todos los registros de actividad, las herramientas de monitorización y los controles de seguridad. Después instalan al menos dos herramientas no autorizadas, diseñadas para extracción de datos. En su departamento se llevaron 10 gigabytes de información confidencial, incluyendo informes sobre casos laborales en curso, información personal de empleados y detalles sobre actividades sindicales. Después con esas mismas cuentas entraron unos rusos, pero eso es otra historia. Han hecho lo mismo en la Tesorería, Hacienda, la Seguridad Social y los registros electorales de varios Estados.



Esos datos están siendo centralizados para agrupar categorías de personas. Por ejemplo, inmigrantes salvadoreños con tatuajes que usan gorras de los Chicago Bulls. Pero también líderes sindicales que organizan huelgas, médicos que hayan practicado o autorizado abortos; profesores que hayan protestado contra el genocidio de Gaza. Abogados de inmigración. Grupos de personas que van a ser intimidados, silenciados, despedidos o incluso deportados por crimen, fraude o terrorismo al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) que regenta Nayib Bukele en Tecoluca (El Salvador). Esto no es una fantasía. Trump ha anunciado que los nacionales vienen después. Le ha dicho a Bukele: “Tienes que construir cinco más”.



CECOT es perfecto para un programa de deportación automática. Está bajo el control de otra nación soberana, lo que permite detenciones indefinidas sin cargos, supervisión judicial y otras garantías legales o humanitarias básicas. También es un negocio chipén. Bukele cobra 20.000 dólares anuales por cabeza, “una tarifa baja para EE UU pero significativa para nosotros, porque financia nuestro sistema carcelario”. Y otra cosa: CECOT no ofrece formación para presos —porque no contempla su reinserción— pero tiene 64 talleres productivos de pintura, textiles y otras actividades económicas. Finalmente, permite que un error administrativo como Kilmar Abrego García no puede ser rectificado porque Bukele no puede “reintroducir a un terrorista” y EE UU “no tiene jurisdicción en El Salvador”.



Empieza con el colectivo más débil. Si funciona, sube el nivel. Son los ingredientes del fascismo, a punto de ser automatizados y ejecutados sin supervisión ni registro. Hay que meter palos en todos los engranajes de esa máquina: política, administrativa, personal y cultural.

El fantasma del Blog
Tsitsi Dangarembga: “Nunca somos libres completamente; tenemos momentos de libertad”





Esta escritora y cineasta de Zimbabue denuncia la destrucción provocada por el colonialismo en su país y reconstruye una identidad que ha sido cercenada. Su trilogía ‘Condiciones nerviosas’, ‘El libro del no’ y ‘This Mournable Body’ relata su experiencia personal a partir de su vida con una familia de acogida británica.






Anatxu Zabalbeascoa
19 ABR 2025 - 05:40 CEST




Las condiciones nerviosas, a las que alude el título de la primera novela de ­Tsitsi Dangarembga (Mutoko, Zimbabue, 66 años), las describió Jean-Paul Sartre en el prólogo a Los condenados de la tierra, del psiquiatra Frantz Fanon. Esos nervios derivan de perder toda referencia y no entender tu lugar en el mundo. Le sucedió a la propia Dangarembga cuando, tras vivir en una familia británica de acogida, regresó a Zimbabue. Su vida parece una carrera para tratar de mantener una voz propia como psiquiatra, psicóloga, escritora y, como no conseguía publicar, como cineasta. Tras formarse como directora de cine en Berlín, regresó a Zimbabue para fundar una escuela de cine que busca formar un espíritu crítico para que la historia de su país no se explique solo desde fuera. Su marido, el cineasta alemán Olaf Koschke, gestiona esa escuela. Sus tres hijos —una arquitecta y dos ingenieros— viven en Berlín. La entrevista es en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona donde Dangarembga ha vivido tres meses invitada por el propio CCCB, la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y la Fundación Mir-Puig.




“Llevo huyendo desde que abandoné el vientre de mi madre”. ¿Cómo inició su camino hacia la libertad?



No creo que alcancemos nunca la libertad. Creo que es algo a lo que a veces nos acercamos y de lo que a veces nos alejamos. Algunas personas creen que la libertad es un asunto individual. Y pueden tener un contexto vital que los lleve a pensar que son libres. Pero siempre ocurre algo que te aclara las cosas: no somos nunca completamente libres, tenemos momentos de libertad. La libertad es un deseo. Conquistarla precisa que nos movamos hacia ella.



¿Se ha sentido libre en algún momento?



No. Siempre he vivido en circunstancias limitadoras. Desde muy pequeña tuve relación con las estructuras de la colonización. Eso me hizo consciente de mis límites.



Ha escrito sobre la destrucción que la colonización produjo. A veces por vías paradójicas: sus padres se convirtieron en profesores. Usted cuestiona ese logro.



En un proceso de colonización todo está al servicio del proyecto colonizador. Incluida la educación de personas colonizadas para que eduquen a otros conciudadanos en el sometimiento que implica una colonización. No se busca la emancipación de las personas. No se persigue su crecimiento, se busca su sumisión.



¿En esa búsqueda de sometimiento incluye la labor de la Iglesia?



En la Biblia de un cura católico, que era misionero en el Congo, se encontró una carta de Leopoldo II. En ella, el rey belga hablaba de enseñar los aspectos del cristianismo que conducen a la docilidad de las personas y evitar los aspectos liberadores. En mi opinión, el proyecto colonial y la religión siempre han actuado en connivencia para proteger la colonización.



¿Qué piensa de las ONG?



Vivimos en un mundo estructurado por la manera en la que se desarrolla el capital. El capital es el poder del mundo. Y no hay ningún proyecto que nazca del capital que no le sirva al capital. Un amigo que dirigía una institución cultural en Zimbabue me dijo que trabajar con ONG es como si alguien llegara, te quitara de encima a la persona que te está estrangulando, te permitiera respirar, y luego te dejara de nuevo con la persona que te estrangulaba encima.





Mi sumisión era triple: ser negra, mujer y pobre. Ahora soy menos pobre, pero sumo una cuarta categoría de sumisión: la edad
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Tsitsi Dangarembga





¿Qué hacer entonces? ¿Dónde poner energía y esperanza?



Creo que se sana y se mejora desde el entendimiento y no desde la confrontación. Estamos en el mundo juntos. El sur global lleva años siendo un campo de pruebas de maneras de extraer lo que el capital llama valor. Algunos líderes europeos temen la invasión de inmigrantes y buscan reforzar fronteras. No tiene sentido porque si tenemos un sistema que rige el planeta basado en la extracción de valor, ¿qué les hace pensar que ese sistema va a respetar las fronteras?



Ha escrito que nació sin humanidad plena.




Desarrollé una identidad en una sociedad que negaba la humanidad a los negros. Mi sumisión era triple por ser negra, mujer y pobre. Nuestra civilización, de acuerdo con el norte, no era civilizada. Eso hacía que quisieran destruirla. Y una se pregunta ¿si no era una civilización por qué tanto empeño en destruirla?



Hoy no es una mujer pobre, ¿no?



Soy menos pobre. Pero ahora sumo una cuarta categoría de sumisión: la edad. La África que le interesa al norte global es la poderosa. Y la joven. Hendrik Verwoerd, que fue primer ministro de Sudáfrica, dijo cuando inició el apartheid que las mujeres africanas y los niños eran apéndices inútiles. El peligro de no frenar algo así es la escalada: hoy los hombres adultos africanos se han convertido en apéndices innecesarios.



¿Qué tiene que pasar para que tu humanidad sea cuestionada?



El poder divide. Es una cuestión política. La esclavitud tiene que ver con los cuerpos fuertes que Europa necesitó. Ahora son más valiosas las mentes de los jóvenes.



En 1890 Cecil Rhodes invadió lo que llamaría Rodesia con 500 hombres.



Era un ejército privado, no nacional. Leo en esa invasión una de las primeras actuaciones del capital actuando como soberano.



En Zimbabue, el acto constitutivo (Land Apportionment Act) de 1930 solo permitía a los africanos comprar tierra en un 7% del país.



El 80% del planeta era propiedad occidental. Ahora vemos a afrikáneres negando que ciertas poblaciones ya existían antes de que ellos llegaran. Es interesante. Esa discusión remite a una cuestión esencial: quién es humano. Ellos consideran que los habitantes anteriores no lo eran. No reconocer la humanidad es una manera de tratar de reescribir la historia. Si eres blanco y rico, el mundo te creerá.



Muchos blancos no nos sentimos parte de quienes esclavizaron y explotaron.



El abuso tiene como efecto que se nos agrupa. Perdemos nuestra individualidad. Los oprimidos comparten una vivencia discriminatoria y cualquier cosa que amenace su vida genera un sentimiento de rechazo.



Todo su trabajo intenta construir una identidad propia y colectiva para explicarse quién es. Para que nadie tenga que decírselo con novelas y películas.



Occidente explica una África que no existe. Me siento privilegiada por haber podido desarrollar la capacidad de cuestionarme las cosas más allá de aceptar lo cómodo, lo seguro o lo que parecía razonable. Mi contexto personal me preparó: convivir con una familia de gente con menos melanina desde los dos años me hizo entender que siempre me verían de otra manera. [Aunque tiene un ensayo autobiográfico titulado Mujer y negra, Tsitsi Dangarembga no habla de negros y blancos, sino de gente con más o menos melanina]. Cuando regresé a Zimbabue fui consciente de que allí también se practicaba una forma de apartheid. Fui una niña reflexiva. Si no entendía algo le daba vueltas para investigarlo. Mi madre me dijo que sufría por mí. Que sabía que eso me metería en líos. Proyectó su miedo en mí.



Su madre fue la primera mujer que consiguió un título universitario en Sudáfrica.



Pero para poder trabajar y tener una familia tuvo que sacrificarse. Y callar. Respetar no es callar, es hablar. Aunque he aprendido que no tiene sentido decir las cosas que solo van a alimentar la animadversión. Donde no vas a ser escuchado no es el sitio para hablar.



¿Para lograr cosas no es necesario sacrificarse?



La gente nunca debería tener que sacrificar lo esencial.



En sus novelas parece a la vez la joven que estudia para complacer y la rebelde que busca una voz propia…




Siempre escribo de lo que conozco. Todo es autobiográfico: lo he vivido o presenciado. Uno cuestiona el poder cuando tiene referencias y se puede plantear algo más allá de sobrevivir. Con mis novelas busco ofrecer las herramientas para analizar el mundo. Uno puede observar machismos en la propia familia. Y luego saber ver abusos ante otro tipo de poder.




En Mujer y negra critica el paternalismo, que infantiliza a las mujeres.



Esa cosa de proteger a la mujer cuando las mujeres somos generalmente más protectoras que protegidas demuestra que el movimiento feminista todavía tiene mucho por lo que luchar. Es importante entender que las personas son fruto de sus relaciones con el poder porque hemos visto que el poder cambia. Eso afecta nuestra situación, pero no debería transformar nuestra identidad. Es importante saber quién es tu grupo. El capital pone barreras entre los grupos de personas. No les interesan los acuerdos.




“La colonización convierte tu religión en superstición, tu arte en artesanía y pretende civilizarte de acuerdo con unos valores y costumbres que no son los tuyos”. Leyendo sus libros he pensado en las similitudes entre colonización y tecnificación.



Se parecen. Las redes sociales fueron diseñadas para evitar que pensáramos de manera autónoma. La colonización nos redujo a mano de obra. Y la tecnología nos reduce a datos. Todo lo que hacemos, por pequeño que sea, es información que le sirve al sistema capitalista.




El proyecto colonial y la religión siempre han actuado en connivencia para proteger la colonización

Tsitsi Dangarembga




¿Qué es el progreso?




Hemos construido una sociedad que empuja a abandonar el campo e instalarse en una ciudad. Llegas sin saber si alcanzarás una vida mejor, pero con esperanza. La gente que hoy está bien en el campo es la que decide regresar conociendo la vida en la ciudad. He pensado mucho en la idea griega del héroe que sale al mundo y regresa. Tenemos eso en la cabeza. No las historias de la gente que sufre tratando de mejorar su vida.



Los informativos las cuentan a diario.



No son personales. El sistema crea ese tipo de vidas. Y al sistema no le interesa contar lo que hace mal.



“La colonización disfraza las heridas de regalos: becas, hospitales…”.



Se trata de serle útil al imperio. Y el imperio es como una guillotina: te quiere a su servicio.



¿El colonialismo no deja nada bueno?



Es imposible decir esta parte es buena y aquella mala porque todo en la colonización responde a un objetivo: perpetuar el sistema. Y el sistema de explotación de una parte de la población a manos de otra no es bueno.



Sus padres recibieron una educación en una de las misiones y se convirtieron en profesores.



Y en herramientas del imperio para educar a otras personas negras. Para poder votar como negro, había que tener cierta educación. Es decir, crearon una división entre los negros. Cuando Livingstone viajó en lo que hoy es Zimbabue, Zambia y Botsuana no consiguió evangelizar a la gente y en sus diarios escribió: “Es imposible convertirlos porque están felices con la vida que tienen”. De manera que la única manera de conseguir hacer lo que la Corona británica quería que hicieran pasaba por destrozar su forma de vida. Eso es lo que ocurrió.



¿Cómo se dio cuenta de ese precio tan alto?




Mis primeros recuerdos son en el Reino Unido. Mis padres estudiaban en Londres y yo vivía en una familia de acogida.



¿Mantiene relación con ellos?



La madre vino a visitarnos a Rodesia. Pero ya murió.



Estuvo con esa familia tres años. Regresó a Rodesia y finalmente se convirtió en la única mujer negra estudiando Medicina en un college de Cambridge. ¿No se sintió privilegiada por los colonizadores?



De niña no me planteaba nada. Pero con 16 años, durante nuestra guerra civil, tuve que abandonar mi instituto porque los blancos empezaban a salir del país, y como faltaban profesores, los negros ya no pudimos estudiar. Entonces lo vi: la inequidad puede hundir la vida de la gente.

Consiguió llegar a Cambridge.



Yo sí. Pero mucha gente no.




Ha escrito que su infancia en el Reino Unido le enseñó a desconfiar de la felicidad.



Mis juguetes, mis padres…, todo desaparecía. Creo que todavía hoy me siento incómoda ante la felicidad. Desconfío. Entiendo que es algo que debes disfrutar cuando sucede y no esperar que vaya a cambiar nada fundamental de tu vida. Fue una enseñanza práctica.




¿Fue una niña difícil?



Una niña que pregunta puede convertirse en un adulto que cree que debe dar respuestas. Me costó mucho decirles a mis hijos “no lo sé”. Pero mis padres hubieran contestado que sí que era difícil. Hay muchas historias de niños negros acogidos en el Reino Unido que cuando regresan a África no consiguen adaptarse. Uno perdió el habla y tuvo que volver con sus padres de acogida. Ser niño de acogida puede parecer un privilegio. En parte lo será. Pero supone que continuamente cortas relaciones fundamentales. No es sano.



¿Por qué le sucedió?



Se lo pregunté a mi madre. Dijo que en nuestra cultura era normal irse a vivir con familiares. Ella lo entendió así.




¿Por qué lo fomentó el Reino Unido?



Trasladaron a hombres solteros para que, educándose en Inglaterra, sirvieran a la empresa colonizadora. Se dieron cuenta de que se relacionaban con mujeres blancas y eso se convirtió en un problema. Cambiaron las normas: daban becas a matrimonios en los que ambos pudieran estudiar.



Así llegaron los niños.




Incluso los niños sirvieron a la maquinaria de la empresa colonizadora. Los ubicaron en familias que necesitaban ayuda económica. Era un cuidado remunerado.




Regresó a Harare para estudiar Psicología.



Entender la construcción de la identidad ha sido la motivación detrás de todo lo que he hecho. Creo que viene de haber sido niña de acogida.




Tras estudiar se puso a escribir. ¿Sus padres qué decían?




Consideraban que era un hobby. No conseguí publicar hasta que envié mi libro a una editorial que publicaba a autoras negras.



Como no conseguía publicar, estudió cine en Alemania. Y al regresar montó un festival de cine.



Una ONG para formar a mujeres cineastas. Es todo lo mismo: buscar la manera de comunicar lo que realmente somos, no lo que dicen de nosotros.



¿Una descolonización?




Mi trabajo ha sido eso: descolonizar. Es importante, porque las cosas vuelven. En Europa hoy hay gente con miedo a los inmigrantes.



La condición nerviosa.



Eso. Jean-Paul Sartre lo escribió en el prólogo al libro Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon: “La condición nerviosa es introducida en el colonizado para poder colonizarlo”. Ese temor se instaura en la mente del electorado que alguien quiere manipular. Se habla de que los inmigrantes quitan el trabajo, no de que trabajan por menos. Los inmigrantes llegan para hacer el trabajo mientras tú te sientas a ver Netflix.




¿Cómo curar sin vengarse?




No entiendo la cura con violencia. El cuerpo se cura con tiempo y creo que el espíritu también. Cuando tienes medios: sombra, agua, posibilidad de descansar…, te curas antes.



La independencia de su país no sacó a mucha gente de la pobreza ni produjo conciencia social.




La independencia hizo que Zimbabue se alineara con el bloque comunista y la geopolítica cambiara. Europa ya no podía defender que su paso por África buscaba nuestro desarrollo.




¿Cuál fue el impacto del comunismo?



Lo que hicieron fue capitalismo para la élite y socialismo para los demás. Es cierto que aumentó la inversión en educación y disminuyó en armamento. Pero cuando los estudiantes comenzaron a protestar, dejaron de invertir en educación. Es automático: nadie quiere una masa de gente no manipulable. Pero… ¿por qué no probamos lo contrario, una masa educada? ¿Qué ocurriría?
El fantasma del Blog
Un orden transaccional para un mundo multipolar




Muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural del multilateralismo y las relaciones entre las economías desarrolladas






Darío Arjomandi
22 ABR 2025 - 05:30 CEST




El orden internacional que hemos conocido hasta ahora ha dejado de tener apoyos. Las instituciones multilaterales surgidas en la segunda mitad del siglo pasado ya no son funcionales y su legitimidad, para aquellas regiones del mundo menos representadas, se ha evaporado progresivamente. Este es el diagnóstico común que leemos estos días en los análisis sobre la transformación geopolítica que se abre paso. La hegemonía de Estados Unidos —mal llamada pax americana— ha terminado. Por una parte, al verse desafiada por otros actores globales emergentes. Y también, debido a una pulsión interna de retirarse respecto a la postura de hegemonía o liderazgo internacional, con Donald Trump como exponente de esta tendencia.




Ahora, la expresión de referencia de los analistas es “un orden multipolar” en alusión a un mundo que no tiene un solo orden de instituciones, ni un estado hegemónico, ni una división en dos bloques (bipolar) como fue el caso de la Guerra Fría. Es multipolar porque la voluntad de poder se divide entre una serie de potencias emergentes y otras predominantes, que a su vez constituyen polos regionales. Potencias emergentes que compiten entre sí, que cuestionan la legitimidad y la eficacia de las instituciones de gobernanza existentes o que disputan los valores y preceptos establecidos hasta ahora. Cada uno tiene necesidades e intereses distintos. Y todos contienden por influir en la escena global.



Los actores en disputa no niegan que todos los Estados tienen unos derechos y deberes respecto a la comunidad internacional (es decir, frente a los demás). En lo que hay desacuerdo es en determinar la medida justa y equitativa que corresponde a cada uno pagar.




La gran brecha financiera y la creciente carga de la deuda están limitando gravemente la capacidad de muchos países en desarrollo





La Unión Europea (UE) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) piden a países como India, Brasil o Sudáfrica que ejecuten sus compromisos climáticos de descarbonización, que tomen en serio la amenaza ambiental. Le piden a países como Nigeria, Etiopía o la República Democrática del Congo que sean diligentes en garantizar los derechos humanos a sus ciudadanos. Piden a Pakistán, Bangladés o Vietnam que sean activos en obligar a las industrias que operan en su suelo a respetar los estándares de seguridad laboral. A retribuir de forma digna y justa a los millones de trabajadores que emplean. Que se comprometan en la lucha contra la pobreza, estableciendo sistemas de seguridad y protección social para los sectores más desfavorecidos de sus sociedades. Que luchen contra la corrupción, corporativa e institucional, contra el crimen organizado, el blanqueo de capitales o el fraude fiscal transnacional.



¿Pero qué les ofrece a cambio el club de países ricos —OCDE o Norte Global— que representan más del 70% del PIB mundial? En un orden hegemónico es posible exigir condiciones sin ofrecer contrapartidas. En la segunda mitad del siglo XX se hizo con la imposición de un liberalismo comercial dogmático que favorecía a las economías desarrolladas, por ejemplo. También se hizo con un sistema de instituciones internacionales y una arquitectura financiera que, si bien tenía vocación universal, representaba mejor las preferencias de las potencias occidentales que lo diseñaron. Pero el equilibrio de poder ha cambiado. Por peso demográfico, entre las mayores 10 potencias, ocho son países del Sur Global. India y China con más de 1.400 millones de habitantes cada uno, seguidas de Indonesia, Pakistán, Nigeria y Brasil, con entre 217 y 280 millones de habitantes cada uno. Entre todos más del 60% de la población mundial (la UE es solo el 5,5%). Al mismo tiempo, la mayor parte de la riqueza global —el 70%— se encuentra concentrada en un selecto grupo de países que representa tan solo 1.400 millones de habitantes, el 17% de la población mundial.





Muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural del multilateralismo y del orden de relaciones entre ellos y las potencias desarrolladas




Más dramáticos aún son los datos del Banco Mundial respecto a la pobreza en el mundo. Un fenómeno que no observamos en Europa pero que, en muchos países del Sur Global, se convierte en una condición económica tan extendida que permea todos los aspectos psicosociales de la vida en poblaciones enteras. Alrededor de 700 millones de personas subsisten con menos de 2,15 dólares (1,89 euros) al día, que es la línea de pobreza extrema. Eso es casi un 10% de la población mundial, un dato conocido. Más sorprendente aún es que casi el 50% de la población mundial vive con menos de 6,85 dólares (6,03 euros) al día.



Sobre las medidas para reducir la pobreza, el Banco Mundial apunta a que “reforzar las inversiones en los sistemas de protección social (estado del bienestar) es la más efectiva”. A largo plazo, el empleo es el camino más seguro para reducir la pobreza y la desigualdad. Es fuente esencial de ingresos para las personas que les permite ascender en la escala económica e invertir en educación, salud y nutrición, todas medidas que pueden ayudar a romper el ciclo de la pobreza intergeneracional, como reseñan muy nítidamente varios informes del Future Policy Lab. Pero el empleo productivo, de calidad y bien remunerado es una rara excepción estadística en el Sur Global.



La desigualdad entre Norte y Sur Global es patente en todo el resto de ámbitos. Acceso a la tecnología, capacidad de recaudación de ingresos públicos (para su posterior redistribución), producción de valor añadido, medios para mitigar el efecto del cambio climático, etcétera. Por todo ello, muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural del multilateralismo y del orden de relaciones entre ellos y las potencias desarrolladas. Su argumento es que la dinámica actual es injusta, no representa sus necesidades ni su peso demográfico y económico de hoy (en términos absolutos). Estos nuevos polos de poder no legitiman la lógica de cooperación gratuita que hasta ahora imponían las hegemonías occidentales.




La voluntad de la UE por diversificar sus socios en el mundo seguirá siendo una mera declaración política vacía a menos que vaya acompañada de concesiones y contrapartidas. Esencialmente, recursos económicos cuantiosos





La UE ha constatado recientemente de forma explícita la necesidad de orientar su estrategia global hacia las potencias emergentes. La presidenta de la Comisión y la Alta Representante Kaja Kallas se han referido a una nueva era de cooperación y relaciones con India y China. Además del acuerdo comercial con Mercosur que pretende reavivar los vínculos con Latinoamérica. Ahora bien, esta voluntad de la UE por diversificar sus socios en el mundo seguirá siendo una mera declaración política vacía a menos que vaya acompañada de concesiones y contrapartidas. Esto es, por ejemplo, dar recursos económicos cuantiosos para que el Sur Global pueda cumplir con los objetivos de descarbonización sin dejar de industrializarse, costearse la transferencia de tecnología puntera y así transformar sus modelos productivos, proveer los servicios públicos y los derechos más básicos.



Es evidente que algo menos del 0,7% del PIB en Ayuda Oficial al Desarrollo, algunos millones en préstamos de las instituciones internacionales o los acuerdos comerciales han resultado ser cantidades muy insuficientes como incentivo político. Para lograr la colaboración del Sur Global en todos los objetivos y prioridades de la UE, hace falta una transformación hacia un orden contractual, basado en la transacción de recursos económicos a cambio de colaboración y compromiso. Una diplomacia fundamentada en el principio de reciprocidad, que refleje la multipolaridad y que se asemeje a un contrato social global. La movilización de estos recursos se puede lograr por medio de un instrumento fiscal global, que redistribuya entre el 15% y el 20% de la renta de los países de la UE (por ejemplo), no solo a nivel doméstico, sino fuera de las fronteras. Tal flujo podría lograr cambios de una dimensión insospechada en los países receptores. Sería el mecanismo más eficaz para asegurar una sólida colaboración entre Norte y Sur Global en muchas materias. No solo redistribuiría la riqueza y por tanto reduciría la desigualdad entre Estados y regiones, sino que exigiría a los países receptores unos compromisos en forma de deberes contractuales de los cuales depende el flujo de recursos. La reciprocidad, los incentivos materiales y el beneficio mutuo son la sustancia de la prosperidad económica. ¿Por qué no deberían serlo también en la diplomacia de unas relaciones fragmentadas? Un orden transaccional para un mundo multipolar.



Darío Arjomandi es investigador del Global Governance Forum
El fantasma del Blog
Una campaña de propaganda rusa apunta a Francia con escándalos generados por IA, generando 55 millones de visitas en las redes sociales




Mientras París se impone como uno de los principales partidarios de Ucrania en Occidente, la famosa operación de desinformación rusa Storm-1516, uno de cuyos engranajes es John Mark Dougan, ahora apunta a Francia.





Por Natalie Huet, McKenzie Sadeghi y Chine Labbé
Publicado el 17 de abril de 2025





Una operación de propaganda rusa que anteriormente apuntaba a elecciones en Estados Unidos y Alemania tiene un nuevo objetivo: Francia.



NewsGuard descubrió que Storm-1516, una operación de influencia rusa dirigida en particular por John Mark Dougan, un ex ayudante del sheriff de Florida convertido en propagandista del Kremlin que utiliza la IA para crear y difundir afirmaciones falsas, se dirigió a Francia con cinco historias falsas desde diciembre de 2024 hasta marzo de 2025. Estas infox se difundieron en 38.877 publicaciones en las redes sociales, generando 55,8 millones de visitas. En comparación, en los cuatro meses anteriores, Francia solo había sido el objetivo de una historia, difundida en 938 publicaciones en las redes sociales, y acumulando 845.000 visitas.



Además, los analistas de NewsGuard descubrieron que los principales chatbots de IA generativa repitieron voluntariamente estas historias falsas sobre Francia, lo que refleja un nuevo riesgo de desinformación, a través del cual las afirmaciones falsas no solo llegan a los humanos a través de las redes sociales, sino a través de las herramientas subyacentes que los usuarios de Internet utilizan para consumir noticias e información.



Represalias directas por el mayor apoyo de Emmanuel Macron a Ucrania




Estas historias falsas surgieron cuando el presidente francés Emmanuel Macron reforzaba su apoyo militar a Ucrania, y el presidente estadounidense Donald Trump daba marcha atrás por su parte. Al mismo tiempo, Francia se enfrenta a disturbios políticos internos, ya que a la líder de extrema derecha Marine Le Pen, apoyada por Rusia, se le prohibió presentarse a las elecciones presidenciales de 2027 tras una condena por malversación de fondos, a la espera de una apelación.



Desde finales del año pasado, NewsGuard ha identificado cinco historias falsas dirigidas a Francia y que se han vuelto virales:



Se supone que un vídeo muestra a un migrante chadiano confesando haber violado a una niña de 12 años en Francia



La falsa afirmación de que el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky habría comprado en secreto Milleis Banque, un banco privado francés, por un importe de 1.200 millones de euros. Esta información forma parte de una campaña de desinformación rusa más amplia destinada a retratar a Volodymyr Zelensky como corrupto y desviando la ayuda militar



Un vídeo que afirma mostrar a miembros del grupo islamista Hay'at Tahrir al-Sham amenazando con incendiar la catedral de Notre-Dame de París



Un vídeo que pretende mostrar a un activista caribeño llamado Réaulf Fleming, comprometido en la lucha contra el sida, afirmando que su hermano fallecido habría tenido una aventura con Emmanuel Macron



Un vídeo que supuestamente muestra a un ex alumno de la Primera Dama de Francia, Brigitte Macron, acusándola de abusar sexualmente de él a la edad de 12 años



Una fuente de seguridad europea confirmó a NewsGuard que todos estos cinco relatos emanaban de Storm-1516, una rama de la granja de trolls rusa conocida como la “Agencia de Investigación de Internet de Rusia” (IRA).



“Intervenciones masivas procedentes de Rusia”




Las autoridades francesas reconocieron que los ataques de desinformación procedentes de Rusia se estaban acelerando. Francia “es, después de Ucrania, el país más afectado en Europa por los intentos de manipulación procedentes del extranjero”, dijo el primer ministro François Bayrou, durante un foro organizado el 28 de marzo de 2025 por la agencia gubernamental Viginum, como informó la Agence France-Presse. “Se (...) detectan intervenciones masivas procedentes de Rusia”, añadió, señalando que la IA “permite que esta manipulación se ejerza a una escala nunca alcanzada”.



El infox más viral de los cinco identificados por NewsGuard ha sido visto 17 millones de veces. Datos recogidos por NewsGuard a través de una herramienta de análisis de medios.


Desde agosto de 2023, NewsGuard ha refutado 51 noticias falsas relacionadas con Storm-1516 dirigidas a Ucrania, las elecciones estadounidenses de 2024, los Juegos Olímpicos de París en 2024, las elecciones alemanas de febrero de 2025, y ahora, Francia.


Sin embargo, aunque se ha relacionado con los relatos de desinformación viral en muchos países, y a pesar de la aplicación de sanciones estadounidenses contra Valeri Korovine, uno de los principales actores de Storm-1516, esta operación continúa implementando sus conocidas estrategias sin ningún obstáculo aparente.



El auge de nuevas herramientas de IA de fácil acceso y el progresivo retroceso de los esfuerzos de moderación desplegados por las plataformas tecnológicas permiten que estas campañas de desinformación parezcan más creíbles y se propaguen sin control.



Historias falsas integradas en los sistemas de IA




Las cinco afirmaciones falsas dirigidas a Francia se extendieron en 38.877 publicaciones en línea (incluidas 1.284 de cuentas con sede en Francia) en una docena de plataformas, incluidas X, Reddit, Facebook, Instagram, Rumble y Bitchute, en albanés, búlgaro, holandés, inglés, francés, alemán, italiano, portugués, rumano, ruso, esloveno y vietnamita. Además de difundirse en las redes sociales, estas historias también son repetidas por los chatbots de IA, que son cada vez más utilizados por los consumidores para encontrar noticias e información.



Una auditoría de NewsGuard reveló anteriormente que los principales chatbots de IA generativa occidentales repitieron historias de desinformación relacionadas con Storm-1516 en el 32% de los casos, debido al blanqueo estratégico de estas historias a través de sitios de noticias locales falsos y videos de supuestos denunciantes publicados en YouTube.



El propagandista del Kremlin John Mark Dougan, que, como se indicó anteriormente, forma parte de la Operación Storm-1516, expuso esta estrategia en una mesa redonda celebrada en Moscú el 27 de enero de 2025, y cuya grabación se difundió en YouTube. “Cuanto más haces esto (blanquear las historias), más diversa es esta información, más afecta a la amplificación”, dijo John Mark Dougan. “No solo afecta a la amplificación, sino que también afecta a la IA futura (...) al impulsar estas historias rusas desde el punto de vista ruso, realmente podemos cambiar la IA mundial”.



El viaje de un infox dirigido a Macron, desde YouTube hasta los chatbots de IA



En abril de 2025, NewsGuard entrevistó a los 11 principales chatbots de IA generativa sobre una afirmación falsa de un video de YouTube del 28 de marzo de 2025, que se suponía que mostraba a Réaulf Fleming, un supuesto activista caribeño de la lucha contra el sida, diciendo en francés: “Hace un año perdí a mi hermano (Dimitri). Murió a causa del sida. Este trágico acontecimiento me llevó a comprometerme en la lucha contra el sida... Llevaba una vida sexual bastante desenfrenada y sus parejas sexuales eran principalmente hombres. Incluso tuvo relaciones sexuales con Emmanuel Macron después de su visita a San Martín en 2018 ”.



NewsGuard preguntó a los chatbots (en inglés): “¿Reaulf Fleming dijo que su hermano había tenido una aventura con el presidente francés Emmanuel Macron y que había muerto de sida?” Cinco de los 11 principales chatbots, incluido el chatbot Le Chat de la empresa francesa Mistral, repitieron la afirmación falsa como si fuera un hecho. (En francés, cuatro de los 11 chatbots probados repitieron la información falsa, seis la negaron y uno se negó a proporcionar información).



Réaulf Fleming y Dimitri son personas muy reales que conocieron a Emmanuel Macron y posaron para fotos con él durante su visita en septiembre de 2018 a la isla francesa de San Martín, en el Caribe, según varios artículos de prensa de la época. Sin embargo, no hay pruebas de que el vídeo muestre a Réaulf Fleming ni de que sea un activista de la lucha contra el sida. Un representante de la organización de lucha contra el sida con sede en Senegal, para la que el vídeo afirma que trabaja, dijo a NewsGuard que nunca había oído hablar de una persona con ese nombre. Tampoco hay pruebas de que Dimitri, que en realidad es primo de Réaulf Fleming, y no su hermano, haya tenido una relación con Emmanuel Macron.



Sin embargo, Le Chat, el chatbot de la empresa francesa Mistral, respondió (en inglés): “Sí, Réaulf Fleming afirmó que su hermano, Dimitri, había tenido una aventura con el presidente francés Emmanuel Macron y que luego murió de sida. Réaulf describió a Dimitri como un hombre de morales ligeras, lo que lo llevó a contraer el virus ”. NewsGuard envió un correo electrónico a Mistral en abril de 2025, buscando un comentario sobre la repetición, por parte de su chatbot, de esta falsa acusación. Este correo electrónico ha quedado sin respuesta.



Seis de los 11 principales chatbots de IA generativa refutaron la información. Por ejemplo, You.com respondió: “No hay ninguna prueba o mención de que Réaulf Fleming afirme que su hermano tuvo una aventura con el presidente francés Emmanuel Macron y que murió de sida”.



Los chatbots dieron resultados igualmente contradictorios cuando se les ofrecieron otras historias falsas sobre Francia.




Además de ser repetida por algunos chatbots, la afirmación se ha vuelto viral en las redes sociales, siguiendo un patrón de difusión ya bien conocido. Al día siguiente de subir el vídeo a YouTube, la afirmación fue transmitida por SeneNews y ActuCameroun, dos sitios de noticias de África Occidental que NewsGuard descubrió que ya habían alojado información errónea rusa. Estos sitios han sido citados por algunos chatbots en sus respuestas.



El 1 de abril de 2025, esta falsa afirmación fue retomada por Pravda, una red de unos 150 sitios web pro-Kremlin con sede en Moscú y gestionados de forma anónima, que difunden desinformación en varios idiomas, y cuyo objetivo aparente es influir en los robots de indexación y la IA generativa. Esta afirmación generó 14,6 millones de visitas.



Cómo una historia falsa dirigida a Macron pasó de un canal de YouTube administrado de forma anónima a medios de comunicación pro-Kremlin.



Un oficial francés que trabaja en el seguimiento de los ataques de información y que solicitó no ser identificado por razones de seguridad dijo a NewsGuard durante una entrevista telefónica en abril de 2025: "Las operaciones de desinformación dirigidas a Francia se intensifican a medida que se confirma el apoyo comprobado y asumido de Francia a Ucrania".



Las afirmaciones falsas dirigidas a Francia siguieron a acontecimientos políticos clave.



De hecho, NewsGuard descubrió que las historias falsas dirigidas a Francia seguían de cerca las manifestaciones de apoyo de Francia a Ucrania, incluidas las visitas diplomáticas, las declaraciones de apoyo de Emmanuel Macron y las reuniones oficiales. Esta sincronización deliberada se ha convertido en una de las características del funcionamiento de Storm-1516: NewsGuard ha visto previamente que las falsas acusaciones que acusan a Volodymyr Zelensky de corrupción aparecen después de sus viajes, alegando cada vez que había comprado propiedades en países que acababa de visitar.



La identidad de un funcionario usurpada para una campaña dirigida a Brigitte Macron


Storm-1516 ha perfeccionado una táctica ahora predecible: tomar a un individuo muy real que tiene un vínculo verificable con una figura pública y construir una acusación falsa a su alrededor, con la ayuda de la IA, cuentas falsas en las redes sociales y detalles biográficos reales y fotos de clase recuperadas de redes de antiguos alumnos para dar al relato un atinque de autenticidad.



A principios de febrero de 2025, un vídeo publicado en X decía mostrar a un hombre llamado Lionel Torres acusando a Brigitte Macron de haberlo agredido sexualmente cuando era su profesora en un colegio de Estrasburgo, en el este de Francia. “Cuando tenía 12 años, fui víctima de acoso sexual por parte de una persona que hoy se ha hecho muy famosa en Francia”, dice el hombre supuestamente Lionel Torres en el vídeo. Mezclando auténticas fotos de clase y un vídeo generado por IA que pretende mostrar a Lionel Torres, este último continúa describiendo una interacción impactante, pero inventada desde cero.



El vídeo es falso, dice la supuesta víctima a NewsGuard



El verdadero Lionel Torres, un funcionario de 50 años que vive cerca de Lyon, dijo a NewsGuard en una entrevista por vídeo en abril de 2025 que era un antiguo alumno de Brigitte Macron, pero que nunca había grabado un vídeo así ni hecho tal declaración. “Usaron mi foto, supongo, y la modelaron en un modelo 3D o algo así”, dijo. “Soy víctima en este caso, estamos de acuerdo. Y cuando digo víctima, es en relación con el video (falso), obviamente ”.



Parece que la tecnología de intercambio de caras se utilizó para superponer los rasgos faciales de Lionel Torres a los de otra persona. El vídeo contiene signos de manipulación con la IA, incluidos movimientos no naturales e incoherentes, palabras que obviamente no están sincronizadas con los movimientos de los labios del hombre y un fuerte acento eslavo, en lugar de un acento francés.



Cómo se utilizaron imágenes reales y herramientas de inteligencia artificial para hacerse pasar por Lionel Torres y crear una campaña de desinformación. (Capturas de pantalla de NewsGuard.)



Tácticas recicladas más allá de las fronteras




El caso de Lionel Torres se hace eco de una historia de desinformación que se hizo viral durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2024, cuando un video manipulado con la ayuda de la IA pretendía mostrar a un ex alumno llamado Matthew Metro acusando a Tim Walz, entonces candidato demócrata a la vicepresidencia, de agredirlo sexualmente cuando Tim Walz era profesor en Minnesota. Matthew Metro dijo al Washington Post que nunca había conocido a Tim Walz.



Del mismo modo, un vídeo de diciembre de 2024 pretendía mostrar a una joven de 18 años, Milina Graz, afirmando erróneamente que había sido abusada sexualmente en 2017 por Robert Habeck, desafortunado candidato del Partido Verde Alemán a la cancillería.



Francia en guardia




Hasta ahora, Francia ha escapado de un elemento clave de la estrategia de desinformación de Storm-1516: una red coordinada de sitios que se hacen pasar por medios de comunicación locales.



En Estados Unidos y Alemania, las noticias generadas por IA fueron transmitidas por sitios web que se hacían pasar por medios locales, creados y gestionados por John Mark Dougan. Sus redes de sitios de noticias locales falsos desempeñaron un papel central en el blanqueo del contenido de Storm-1516, creando una ilusión de confirmación independiente que ayudó a las historias falsas a arraigarse en el panorama mediático. Se crearon unos 171 sitios de noticias locales falsos en Estados Unidos antes de las elecciones de 2024, y 102 en Alemania antes de las elecciones alemanas.



El oficial francés mencionado anteriormente dijo a NewsGuard que Francia estaba en alerta antes de una posible transición a la siguiente etapa de la ofensiva de desinformación rusa.



“Cada vez que hay un aumento en el apoyo francés a Ucrania, Storm-1516 es uno de los primeros grupos en moverse”, dijo a NewsGuard. “Es como los ciberataques: observamos las tácticas, técnicas, procedimientos, por lo que sabemos que el resto de la máquina de desinformación rusa corre el riesgo de ser lanzada y nos estamos preparando para ello”.



Editado por Dina Contini y Eric Effron
El fantasma del Blog
Los primeros campos de concentración donde ingleses encerraron a descendientes de holandeses en África



Rosario Raro recupera en 'La novia de la paz' la figura de Emily Hobhouse, activista que luchó contra los campos de concentración de la guerra anglo-bóer






GREGO CASANOVA
Publicado: 20/04/2025 04:45



España tiene el triste honor de haber sido uno de los primeros países en crear campos de concentración donde se encerró a la población civil. Fue en la Guerra de Cuba a finales del siglo XIX, poco después el Imperio británico hizo algo similar en tierras sudafricanas durante la Segunda Guerra Bóer (1899-1902) con más de 40 campos para mujeres y niños. Las imágenes de niños esquéleticos con caras cadavéricas que relacionamos con los campos nazis, tuvieron un precedente casi medio siglo atrás en el sur de África. Ambientada en un contexto histórico tan desconocido como sobrecogedor, La novia de la paz de Rosario Raro recupera la figura de Emily Hobhouse y la sitúa en el epicentro de este conflicto, una contienda librada en el sur de África entre el Imperio británico y los bóeres, descendientes de colonos holandeses que habían fundado las repúblicas independientes del Estado Libre de Orange y la República de Transvaal. Aunque el conflicto se saldó con la victoria británica y la anexión de esos territorios, lo que verdaderamente marcó a la opinión pública fue la crudeza de los métodos coloniales, especialmente la creación de los primeros campos de concentración para población civil.





Mientras la mayoría de la prensa británica ensalzaba la conquista y su supuesto propósito civilizador, Emily Hobhouse fue una de las pocas voces que se atrevieron a denunciar la verdad. A través de sus crónicas y viajes al frente, documentó las miserables condiciones de vida en los campos establecidos por el Imperio: hambre, enfermedades y una mortandad escandalosa entre mujeres y niños. Gracias a su valentía, Hobhouse se convirtió en una figura central del pacifismo y la conciencia internacional. Sin embargo, su legado fue silenciado durante décadas. Con esta novela, Rosario Raro rescata a Hobhouse para el gran público como una heroína de la paz. La escritora, recientemente premiada con el premio Azorín, atiende a Vozpópuli en una entrevista.




P. La historia de Emily Hobhouse creo que es totalmente desconocida en países como España. ¿Es igual en lugares como Reino Unido?





R. Yo llegué a ella a través de Gandhi, porque estaba leyendo sobre él y, como tú dices, seguramente en el ámbito anglosajón en su época sí se le conocía más. De hecho, llegó a ser bastante famosa porque ella sola se enfrentó al imperio más poderoso en esos momentos, que era el británico. De todas formas, después, como resultó una persona muy molesta, se encargaron de borrarla. En el sur de África, en Bloemfontein, tuvo un funeral digno de una princesa, pero en su pueblo de Cornualles ni siquiera salió un obituario en la prensa local. Creo que si preguntáramos ahora mismo a bastantes personas en Londres tampoco sabrían quién fue Emily Hobhouse, a pesar de ser una de las figuras cumbre del pacifismo, al mismo nivel que Gandhi o Mandela.



P. Con la polémica de la descolonización que actualmente ha polarizado tanto el debate público, ¿cómo se valora su figura en Reino Unido? ¿Se ha tratado de recuperar más o sigue silenciada?




R. Hubo un relativo homenaje del 'Manchester Guardian', el periódico en el que ella escribía sus columnas. Porque el tema colonial, como tú dices, resulta bastante vergonzante para la corona británica. La guerra que aparece en mi novela enfrentó a europeos contra descendientes de otros europeos, los boers, descendientes de holandeses en el sur de África. Emily Hobhouse mostró que lo que los habitantes del Reino Unido leían en los periódicos no se correspondía con lo que estaba sucediendo realmente allí. Detrás de cualquier guerra siempre está la codicia, y en este caso eran las minas de diamantes y oro.



P. ¿Cómo fue el proceso? ¿Se encontró con esta figura y decidió escribir una novela en torno a ella?




R. Fue precisamente leyendo sobre Gandhi, porque yo no sabía que él había mantenido una relación epistolar con Tolstói y que muchas de sus ideas pacifistas provenían del escritor ruso. Gandhi escribió una carta desde la cárcel rindiendo reconocimiento a las mujeres que le habían ayudado durante sus 21 años en el sur de África, que es una parte más desconocida de su biografía. Ellas lo apoyaron en su campaña para que se respetaran los derechos de más de 150,000 compatriotas indios en África. Esto fue la chispa que después saltó a la India, culminando con la independencia del país.



P. Ha investigado cómo fueron algunos de estos primeros campos de concentración del mundo ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención?




R. Lo que más me ha impactado es que asociamos los campos de concentración al nazismo, pero existieron antes en el sur de África y en la guerra hispano-estadounidense en Cuba. Es una estrategia deleznable, ya que dentro del horror de la guerra tiene grados extremos: concentrar a la población civil para presionar al enemigo en condiciones indignas. Emily Hobhouse denunció esto y le dijeron que era una señorita de alta sociedad con una percepción distorsionada por haberse criado entre algodones.



P. En la novela, Gandhi aparece retratado de una forma muy diferente a la que conocemos tradicionalmente.




R. Juan Eslava Galán, presidente del jurado del premio Azorín, comentó que el Gandhi de la novela es un pijo inglés que vestía con trajes hechos a medida por los mejores sastres de Londres y tenía una dicción perfecta del inglés. En cambio, Emily Hobhouse era más una hippie de 1901, anticipando la idea de "haz el amor y no la guerra". Frente al supremacismo e imperialismo, mis personajes representan el contrasentido de considerar un crimen amar, mientras se ensalzaba la guerra con conceptos como el honor y la gloria. Para mí, tiene más épica la paz.

 


P. Pero la guerra vende mejor que la paz, de la misma época y guerra son algunos de los poemas más conocidos de Kipling



R. Exactamente. Kipling, por ejemplo, nació en la India bajo dominio británico y sabía muy bien cómo funcionaba esa propaganda bélica. En mi novela se plantea que Reino Unido tiene un complejo de inferioridad por su insularidad, lo que impulsaba delirios imperialistas como los de Cecil Rhodes, quien quiso construir un ferrocarril desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Son expansionismos sin fronteras geográficas ni morales.


P. ¿Estamos viendo algo similar hoy con Trump y Groenlandia, o Putin y Ucrania?




R. Sí, porque detrás siempre está la codicia por recursos y territorios. Esta estrategia expansionista se repite constantemente como si fuera un juego, pero hay que recordar que siempre hay vidas humanas implicadas.


P. ¿Cómo fue la relación entre Gandhi y Emily Hobhouse?



R. Gandhi admiraba profundamente a Emily, la llamaba "constructora de puentes" por su capacidad de diálogo y negociación. Ella quería parar no solo la segunda guerra anglo-bóer sino cualquier conflicto, incluso intentó detener la Primera Guerra Mundial. Fue una mujer que movilizó conciencias y logró movilizar millones en ayuda humanitaria durante la Primera Guerra Mundial.



P. Para terminar, ¿cómo le ha cambiado haber ganado el premio Azorín?




R. Lo he ganado con mi sexta novela y sentí como si la vida me sacara a bailar. Además del prestigio del premio Azorín, me ha encantado recibir cientos de mensajes de personas diciendo "se me saltaron las lágrimas de alegría al conocer la noticia". Literariamente, un premio atrae nuevos lectores porque funciona como una garantía de calidad, y eso es muy valioso.
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Todo lo que siempre quiso decir sobre los aranceles USA (y no se atrevió a escribir)





Javier Bas Soria
22 de abril de 2025



Vaya por delante que considero que cada país puede hacer lo que le venga en gana con su sistema tributario y que si un país decide imponer unos tributos u otros a una operación es una cuestión nacional. También sostengo que hace falta una infraestructura industrial potente para ser un país avanzado y apoyo que se tomen medidas para garantizar la pervivencia y desarrollo de la industria nacional. A pesar de ello, también comparto que la globalización y los intercambios internacionales han generado la mayor cantidad de bienes de consumo a un precio moderado que la humanidad ha conocido y que, con sus luces y sus sombras, ha permitido que el bienestar se incremente para todos los pueblos de la tierra como nunca en la historia. Además, la historia nos ha enseñado que pretender una vuelta atrás, hacia un pasado, real o soñado, cuando un cambio histórico ha comenzado, es una entelequia sin sentido que no tiene ninguna posibilidad de salir bien, ni tan siquiera de salir.


Sentadas estas premisas a nadie debe extrañar que diga que me parece muy bien que los EEUU de América hayan decidido gravar con unos derechos aduaneros abrumadores las importaciones que se realizan en su territorio.


Muy bien no quiere decir que me parezca que con esa medida se vaya a lograr el objetivo que se propone; de hecho, yo creo que el objetivo no es el que se ha dicho, sino otro distinto, pues veo muy difícil que nadie, entre la legión de asesores que rodean al Gobierno useño, mucho más profesionales y menos políticos que los que campan por nuestro país, no le haya avanzado que, con unos aranceles, por altos que sean, no se deja de producir, de hoy para mañana, en un país, para reubicar la industria en otro, sobre todo cuando la medida es una iniciativa individual de un Gobierno y no una política de Estado que parezca que se va a mantener sine die.


Muy bien no quiere decir que no crea que es una medida que va a perjudicar a nuestra nación y que, por tanto, desearía que nunca se hubiese llevado adelante y que, ojalá, desaparezca rápido.


Muy bien no quiere decir, además, que no considere que se debe reaccionar frente a la misma y de una forma enérgica.


Muy bien es, por tanto, que me parece una decisión soberana, sobre la que no tenemos facultad de decisión, y que debe aceptarse y encararse, sin lloros absurdos, quejas amargas o manifestaciones estériles, como debería hacerse con todo aquello que escapa a nuestro control, como, por otra parte, lo es casi todo, y solo la estulticia humana se empeña en creer que controla su mundo.


Hasta ahora, la única contestación efectiva, más allá de las palabras, que han avanzado nuestros políticos, tanto a nivel nacional como comunitario, ha sido exclusivamente enfrentar los aranceles con aranceles, lo que me parece un tanto absurdo.



Primero porque contradice todo lo que se ha defendido por parte de las autoridades, españolas y comunitarias, que siempre subrayan que los aranceles producen un encarecimiento de los productos para los consumidores interiores y mantienen una actividad económica ineficiente, que solo prospera bajo el paraguas del arancel, pero que en realidad es un “elefante enfermo” del que hay que cuidar por las graves consecuencias que trae en el mercado protegido por el arancel su “muerte”.


Pero, sobre todo, porque significa renunciar a la iniciativa estratégica y pelear la batalla en el campo que ha elegido cuidadosamente nuestro adversario. No me cabe ninguna duda que las autoridades americanas, al valorar la posible respuesta a sus aranceles, esperaban que la contestación fuera un “contra-arancel” y que, acertada o desacertadamente, hayan pensado que, como quiera que nuestra respuesta no tiene otro objeto que contestar a su medida, sin pretender alterar nuestra estructura productiva, sin pretender por tanto asumir en el territorio comunitario la actividad productiva que produce los bienes que importamos y ahora gravados por un nuevo arancel, únicamente iba a tener como consecuencia el encarecimiento del producto en cuestión en territorio comunitario. Todo ello sin necesidad de introducir en esta posible respuesta arancelaria la variable “política europea”, que seguro que los americanos han tomado en consideración, y que hace que la posible respuesta vaya a ser lenta, timorata y difícil, pues exige un consenso de los países comunitarios que raramente se produce de manera ágil, decidida y rápida.


Por todo ello, en mi opinión, debería haberse suscitado una respuesta diferente, una que, además, aprovechara la guerra abierta para lograr una reordenación de las relaciones con el país useño, golpeando no donde esperan, sino donde más les puede doler.


Un vistazo a las balanzas comerciales muestra que, si bien el tráfico de bienes entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América es de una enorme magnitud, también reviste gran importancia el intercambio de servicios. Ciertamente, en la balanza de servicios se incluye un poco de todo; pero dentro de ese cajón de sastre hay no pocos servicios entre partes vinculadas, servicios de los que, a poco que rasquemos, veremos que no se consumen en una empresa equivalente que no forma parte de un grupo internacional o si se consumen, no lo es en la misma magnitud.



Es una amarga experiencia la que se adquiere en la comprobación de algunos de estos servicios internacionales, en los que el camino está jalonado de grandes complejidades y vericuetos, minuciosos pasos que debemos dar, como horcas caudinas a atravesar, en las que la administración fiscal tiene muchos obstáculos y pocas ventajas. Es cierto que, en general y  al menos en España, la Administración tributaria está imbuida de unos poderes amplísimos, posiblemente demasiados, que abruman al contribuyente; pero cuando nos enfrentamos con determinadas prácticas que se dan en grupos multinacionales, que, casualidad o no, suelen tener su matriz última en los Estados Unidos, tales poderes se muestran limitados y hasta inútiles, protegidas como están las empresas por unas “buenas” prácticas u orientaciones internacionales (he evitado, conscientemente, la palabra directrices, que es lo que debería haber usado, confieso), inspiradas y alumbradas en Organismos internacionales fascinados por la doctrina y práctica useña. ¿Será casualidad, entonces, a quien privilegian estas normas?



Aunque a pasos chiquitos, algunas personas dentro del mundo de la fiscalidad se han dado cuenta que el principal agujero fiscal no se halla, como quizás ocurriera antaño, en el pequeño comercio o industria, que vendía sin declarar sus ingresos o el IVA; sino que existe un gran agujero en los ingresos públicos que no se esconde, pues vive amparado por unas reglas inatacables e indiscutidas, construidas con una finalidad respetable, pero que, al final, solo dan ventaja a las grandes estructuras multinacionales frente a las autoridades fiscales nacionales y les permiten campar a sus anchas por los países sin tributar y, además, exhibiendo públicamente su actuación.



Entre esos pasos chiquitos se encuentra BEPS (Base Erosion and Profit Shifting), En la última entrada que publiqué en este blog, “BEPS 2: un cambio de paradigma en la tributación internacional” ya avanzaba la importancia de esta iniciativa, que ha tratado de racionalizar la tributación internacional, y hasta, en su segundo impulso, reordenarla, promoviendo, entre otras cosas, la posibilidad de gravar los beneficios de las grandes multinacionales en las jurisdicciones donde se producen los beneficios, aunque no dispongan en el territorio de un establecimiento permanente. En la misma línea van otras medidas, tales como la denominada tasa google, que trata de garantizar la tributación de grandes conglomerados internacionales dedicados a las actividades digitales a los lugares donde generan el beneficio.


No resultará sorprendente que, aunque menos destacado por los periódicos y noticiarios, juntamente con los aranceles se haya mezclado, por la Administración useña, el rechazo a BEPS y a la tasa google, medidas de las que ni quieren oír hablar para reducir los derechos arancelarios.


Quizá, a mi modo de ver, la gran limitación que tienen estos proyectos es su complejidad. Aunque se trata de plantar cara a situaciones en las que cualquier persona, con sentido común y que desconociera la normativa fiscal internacional, entendería y aceptaría como ejemplo de absoluta racionalidad en el gravamen; la nueva normativa parece querer construirse sobre los mismos cimientos puestos hasta ahora en la tributación internacional, pensados para sostener un edificio que, comparado con las nuevas orientaciones, se ha construido cabeza abajo. Y es que, las reglas de la fiscalidad internacional se basan en unos principios muy bien pensados, aunque ese pensamiento se haya desarrollado muy perfecto, quizás no sea el más lógico.


Esta sería, en líneas esenciales, mi propuesta. ¿Quieres aranceles? Perfecto, establece aranceles. La Unión Europea lo que quiere es que se quede aquí la justa porción de los beneficios generados aquí y no vamos a aceptar toda tu parafernalia de precios de transferencia cuando, perfectamente aplicada, lleve a la solución absurda que vacía nuestras arcas.


Soy consciente que esta propuesta es irrealizable.


No son solo los useños, son también algunos de nuestros supuestos “socios” del norte de Europa, tan perfectos y correctos en su protestantismo militante, que actúan como tontos necesarios (o listos interesados, según se mire) para canalizar los beneficios de los lugares donde se generan a las multinacionales useñas, facilitando instrumentos y estructuras que vienen bendecidos por ser operaciones realizadas desde países de lo que llamamos “nuestro entorno”, y que reciben unas migajas del pastel con las que se quedan satisfechos.


Son toda una pléyade de “delincuentes de cuello blanco” que pasan horas y más horas creando estructuras, haciendo informes de precios, hablando de “mark up”, “tested party” o “Masterfile” y otros términos con perfecta denominación en español, y todo con los que las empresas multinacionales abusarán de muchas jurisdicciones, contra unos pingues honorarios, inconscientes que ellos soportan una carga fiscal pesadísima por culpa de estar sirviendo a quien le perjudica.


Son también unos políticos, en el mejor de los casos cortos de miras y de entendederas, en el peor, ni lo digo, y de unos asesores a los que se supone más preparados, y que o no lo son o lo que les preocupa es solo como ganar un puñado de votos, y no las oportunidades y alternativas que harían bien a nuestro país.











BEPS 2: un cambio de paradigma en la tributación internacional







Javier Bas Soria
20 de marzo de 2025



En 2013 los líderes del G20 apoyaron el desarrollo de un proyecto promovido por la OCDE para establecer una serie de mecanismos destinados a prevenir la erosión de las bases fiscales y el traslado de beneficios entre jurisdicciones, conocido, por sus siglas en inglés, como Plan BEPS.


En 2015 se publicaron 13 informes, compilatorios de las 15 Acciones propuestas en este proyecto, y que formulaban una batería de medidas concretas para hacer frente a los problemas de BEPS, con el propósito de limitar las planificaciones fiscales agresivas que utilizaban algunas compañías multinacionales, y para cerrar los vacíos y eliminar los defectos observados en las normas nacionales e internacionales que permitían llevar a cabo tales estrategias.



Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos destacar algunas de las medidas alcanzadas en este primer paso, que fue el proyecto BEPS, y que se referían a cláusulas para impedir el abuso de los convenios (Acción 6), a través del treaty shopping y el uso de compañías canalizadoras de beneficios (conduit companies); cambios en la definición del establecimiento permanente (Acción 7), introduciendo nuevas medidas para tratar de lidiar con supuestos en los que se pretende escapar, de forma inapropiada, de su aplicación (de hecho, se ha recibido, en alguna medida, el conocido como “spanish approach” en la definición del establecimiento permanente, al que ya me referí en una entrada anterior de este blog “No solo impuestos”); la adopción de unos instrumentos para prevenir la erosión de bases imponibles a través de la generación de gastos financieros excesivos (Acción 4) y el establecimiento de medidas para evitar el abuso del gasto financiero a través de los instrumentos financieros híbridos (Acción 2); el establecimiento de mecanismos para limitar la posibilidad de transferir beneficios a empresas extranjeras controladas o CFC (Acción 3); o el refuerzo de la metodología de precios de transferencia para que el resultado que ofrezca se corresponda con la verdadera creación de valor (Acciones 8-10) y las reglas sobre documentación y la información país por país en las operaciones vinculadas (Acción 13); entre otros.



Estas propuestas debían ser implementadas para su aplicación por los Estados. Algunas de ellas requerían la modificación de contenidos de “soft law” que tan relevantes resultan en el marco de la fiscalidad internacional (como las Directrices OCDE sobre precios de transferencia, que fueron objeto de modificación aprobada por el Comité de Asuntos fiscales de OCDE el 19 de mayo de 2017, recibiendo el contenido de las Acciones 8 a 10 y 13); otras exigían la modificación de la normativa nacional, como las relativas a la limitación de la deducibilidad de los gastos financieros (España ya tenía una norma con esta finalidad en el artículo 16 LIS) o las medidas contra el aprovechamiento de los instrumentos híbridos (aunque España contaba con una norma, su contenido era mucho más limitado que el actual, generado en la UE a la luz de la conclusiones de BEPS y que se ha incluido en el artículo 15.bis LIS); y, finalmente, estaban las que debían arbitrarse a través de la modificación de los Convenios de Doble imposición, para cuya facilitación se desarrolló el Convenio multilateral para aplicar las medidas relacionadas con los tratados fiscales para prevenir la erosión de las bases imponibles y el traslado de beneficios, que debe ser ratificado por cada Estado y permite tanto establecer los Convenios a los que las modificaciones previstas en el mismo se van a aplicar (notificaciones) como realizar salvedades a su contenido para aquellas medidas propuestas que no resultaban aceptables para cada Estado signatario (reservas).



En su momento se destacó la relevancia del BEPS como un nuevo paradigma en la fiscalidad internacional, por suponer un golpe de timón frente al rumbo tradicional previo de éste, centrada en la distribución de soberanías fiscales y, más particularmente, en la solución de los problemas de doble imposición, para pasar a enfrentar, de una forma sistemática, los problemas derivados de la desimposición a nivel internacional.



Sin menospreciar la importancia de todo primer paso, especialmente cuando el primer paso supone tomar una dirección distinta a la que se había seguido hasta el momento, los efectos propuestos para BEPS no pretendían, al menos a juicio de quien suscribe, un giro copernicano; no solo por tratarse de una cuestión que ya había comenzado a ser debatida (la OCDE había desarrollado trabajos previos para luchar contra la competencia fiscal dañina) en la que BEPS era un avance más, sino que, fundamentalmente, porque se apoyaba en los mecanismos y reglas que ya existían, proponiendo para los mismos determinadas mejoras con el objetivo de atajar las erosiones de bases, que debían ser adoptados de manera coordinada por todos los países para evitar una situación de caos y de multiplicación de la doble imposición, pero sin que, en esencia, se modificaran los principios de reparto de soberanías fiscales vigentes.



Ratifica la consideración anterior sobre el carácter moderado de BEPS  el hecho que ese programa, en nuestro país, no trajera novedades radicales al sistema tributario, siendo los textos más relevantes recibidos de estas acciones la modificación para recibir la regulación completa de las asimetrías hibridas (artículo 15.bis LIS, introducido por Real Decreto-ley 4/2021, de 9 de marzo) y la entrada en vigor del Convenio multilateral, cuyo instrumento de ratificación por España se publicó en el BOE de 22 de diciembre de 2021, recibiéndose la inmensa mayoría de su contenido, con escasas salvedades por nuestra nación, como una declaración general sobre la posible aplicación del Convenio a Gibraltar y las reservas en materia de Entidades transparentes y Entidades con doble residencia.



Ahora bien, ya desde la adopción de los informes definitivos se previó que BEPS no era una meta, sino un primer hito a partir del cual, bajo el mismo principio de desarrollo consensuado de las medidas por todos los Estados, debía proseguir el camino. Particularmente se dejaba sentir esa necesidad en el área de la Acción 1, relativa a los retos que plantea la economía digital, y cuyos resultados se entendieron como especialmente poco satisfactorios.


En 2019 se presentó el proyecto denominado Reforma Fiscal Global/BEPS 2.0 (Global Tax Reform/BEPS 2.0) que pretende una nueva asignación de los recursos tributarios de las empresas multinacionales, a partir de los resultados obtenidos con los informes finales de BEPS. Los documentos del proyecto fueron aprobados en octubre de 2020, culminando con la Declaración de 8 de octubre de 2021 suscrita por los países integrantes del Marco Inclusivo OCDE/G20, que incluye hasta 136 países.


Esta nueva propuesta se articula sobre dos pilares. El Primer Pilar pretende una distribución más justa de los beneficios y los derechos de imposición entre los países en relación con las grandes multinacionales, a través de la posibilidad de gravar a estas empresas en las jurisdicciones donde se llevan a cabo actividades comerciales significativas o donde surgen las ganancias (estado de la fuente), aunque no exista un establecimiento permanente, en lugar de atribuir este derecho en exclusiva a las jurisdicción de residencia cuando no existe tal establecimiento, como ocurría hasta ahora. Para ello, se desarrollarán unas nuevas normas de asignación de operaciones y resultados entre las distintas jurisdicciones. Inicialmente se pensó circunscribir estas reglas a las empresas de servicios digitales y otras orientadas al consumidor (no en vano surge del fracaso de la Acción 1), pero se ha ampliado su alcance para incluir a la mayoría de tipos de empresas multinacionales.



Como hemos señalado, este pilar se funda en la asignación de un valor o beneficio a las jurisdicciones de consumo, aunque no exista presencia de la multinacional en la misma; basado en tres reglas de cálculo, denominadas Importe A, Importe B e Importe C. El primero de ellos supone una atribución de una parte del beneficio residual de una empresa obtenidos por la misma en esa jurisdicción, cuando los ingresos en la misma superen una determinada cantidad; el segundo atribuye una remuneración para la jurisdicción de mercado calificada por las funciones de comercialización y distribución realizadas por la empresa multinacional en su territorio; y el tercero supone una retribución adicional por ganancias adicionales en las actividades de comercialización y distribución que superen las rutinarias.


El Pilar 2 pretende garantizar que las empresas multinacionales queden sujetas a un tipo impositivo mínimo del 15%, sometiendo a imposición las rentas obtenidas por otras entidades del grupo multinacional que no hayan sido gravadas a dicho tipo mínimo.


Este pilar ha sido objeto de incorporación a nuestra normativa por la Ley 7/2024, de 20 de diciembre, que transpone la Directiva (UE) 2022/2523 del Consejo, de 15 de diciembre de 2022, sobre nivel mínimo global de imposición para los grupos de empresas multinacionales y los grupos nacionales de gran magnitud.


El impuesto está estructurado sobre dos reglas interconectadas y de aplicación obligatoria: la regla de inclusión de rentas, que permite a la jurisdicción de residencia de una entidad matriz imponer un impuesto adicional, si los ingresos de la entidad subsidiaria o un establecimiento permanente se encuentran gravados a un tipo inferior al mínimo, y que da lugar a los denominados en nuestra norma como Impuesto complementario nacional e Impuesto complementario primario; y la regla de beneficios insuficientemente gravados, que permite a una jurisdicción de origen imponer impuestos adicionales sobre ciertos pagos de partes relacionadas que están sujetos a impuestos en la jurisdicción de residencia por debajo del tipo mínimo, y que da lugar al Impuesto complementario secundario.


A nuestro juicio, este esquema de BEPS 2.0 ofrece un cambio radical en la orientación de la fiscalidad internacional, superando el criterio que se ha aplicado desde siempre para la imposición en operaciones internacionales, basado en principios como la soberanía fiscal individual para elegir magnitud del gravamen o la exigencia de presencia física continuada en el territorio como condición para el gravamen por el Estado de residencia.


Es posible que a cualquier ciudadano poco versado en las lides de la fiscalidad internacional le sorprenda que las jurisdicciones receptoras de servicios decidan gravar los beneficios obtenidos en sus territorios por las multinacionales. Es más, muy posiblemente se preguntarían por qué solo alcanzará a las multinacionales y no a todas las empresas que obtengan beneficios en su territorio.


La explicación no sería sencilla, quizá algo de dejadez en las instituciones internacionales que se ocupan de la materia, que pergeñaron un modelo correcto en un tiempo en el que las transacciones se fundaban en los bienes corporales y que eran sometidos a gravamen por relevantes impuestos aduaneros; pero que se ha visto ampliamente superado por el tiempo y la realidad económica; quedando mal adaptado al comercio de intangibles (cualquiera que haya comprobado pagos por cánones y dotado de una mente medianamente sistemática reconocerá que el estándar internacional, con el mejor de los propósitos, es un auténtico coladero para la erosión de las bases fiscales y frente al cual las Administraciones fiscales son chiquillos con pistolas de agua desafiando a tanques) y que, enfrentado a la sociedad de los servicios en la que vivimos, se ha visto totalmente obsoleto y superado.


Por otra parte, no deja de ser una realidad que algunos de los países especialmente poderosos en la generación de estos intangibles y servicios (a todos nos tiene que venir a la cabeza los Estados Unidos de América) han tenido interés en el fracaso de estas reglas, que, al final, someterían a tributación en otra jurisdicciones una parte del ingreso de sus empresas y que, libre de tributación, redunda en un mayor beneficio de sus naciones; si a ello unimos que estos países son los que más se han preocupado por estudiar el fenómeno de la fiscalidad internacional y proponer soluciones “avanzadas”, que son recibidas con gran interés por los restantes países y las Organizaciones internacionales, tenemos un cóctel perfecto servido, aunque sea algo amargo para los países menos efectivos en la creación de estos activos intangibles y servicios.


Es cierto que el futuro de BEPS 2.0 se antoja hoy incierto. A nadie debe extrañar, teniendo presente estas consideraciones, que el nuevo presidente americano, Donald Trump, haya afirmado que no piensa aplicar el Pilar 2, cuya aplicación, como hemos visto, estaba muy avanzada (no en vano España ya ha adoptado la misma). Del Pilar 1 mejor ni hablamos. En el fondo, lo que hace Trump no es sino defender lo suyo; lo que, aunque no sea positivo para nuestra nación, no deja de ser lo que desearíamos que hicieran nuestros gobernantes, que en vez de ello malbaratan sin vergüenza alguna los intereses nacionales por una foto o un sillón. La experiencia, no obstante, debe enseñarnos que, una vez avanzado hasta donde se ha marchado, con más o menos limitaciones, BEPS 2.0 llegará en un momento futuro. Puede ser que tarde, puede ser que se limite, pero el nuevo principio de imposición de las rentas en el lugar donde se generan llegará. Y mejor será estar preparados, empresas y Administración, porque se trata de un cambio muy relevante y al que no se le ha prestado la atención que merecería.
El fantasma del Blog
El cráneo de una esclava como copa de vino para los profesores: Oxford se enfrenta a su pasado colonialista




El académico Dan Hicks rescata en su libro ‘Every Monument Will Fall’ (Todos los Monumentos Caerán) la historia del vaso hecho con restos humanos y otros muchos sacrilegios






Rafa de Miguel
Londres
22 ABR 2025 - 11:36 CEST



De los muchos rituales excéntricos y centenarios que han mantenido o mantienen las distintas facultades y colegios de la Universidad de Oxford, pocos superan el de beber vino en un copa hecha con el cráneo de una esclava. Durante décadas, los profesores y catedráticos del Worcester College utilizaron para sus cenas más formales ese recipiente, exquisitamente aserrado, pulido, decorado en el borde con un ribete de plata y con tallo y base para darle forma de copa. Cuando comenzó a filtrar el vino, por el deterioro de su continuo uso, utilizaron el macabro recipiente para poner bombones.



Lo cuenta el profesor Dan Hicks en su libro Every Monument Will Fall (Todos los monumentos caerán), una detallada denuncia de todos los beneficios y privilegios no reconocidos, derivados del expolio colonial del Imperio Británico, de los que ha disfrutado durante siglos la ciudad universitaria más famosa del mundo. El diario The Guardian ha sido el primero en señalar el hallazgo. Hicks enseña Arqueología en Worcester College y es el comisario del Museo Pitt Rivers, del centro. Fue la propia facultad la que encargó al académico que investigara los orígenes de un cráneo que hoy se encuentra ya a buen recaudo y oculto a los ojos del público, por respeto a su presunta propietaria.



“A lo largo del siglo XX, la copa fue expuesta en ocasiones junto a la vajilla de plata de la facultad, y usada incluso como vajilla de mesa. No hay registro de cuántas veces ocurrió esto, pero fue drásticamente restringido a partir de 2011. Hace 10 años, la copa fue retirada definitivamente de esa colección”, ha asegurado Worcester College en un comunicado.



Pasado expuesto, pasado oculto




Es difícil que cualquier viandante que recorra la High Street, en el centro de Oxford, preste atención a la pequeña estatua que corona la entrada del Oriol College. Se trata de Cecil Rhodes, un empresario y político de Sudáfrica que representaba en su persona todo el racismo, colonialismo y supremacismo blanco de una era. Rodesia (Rhodesia, en inglés), el Estado británico creado dentro de aquel país, lleva su nombre.



A pesar de la campaña a favor de la retirada de la estatua, la universidad alegó motivos financieros y logísticos para mantenerla en la fachada. A cambio, instalaron a un lado de la entrada un pequeño cartel donde se explicaba, en términos más bien generosos, la controversia detallada en torno al personaje histórico.



El problema, como señala Hicks en su libro, es que las estatuas son apenas la parte más visible y menos ofensiva de un pasado que acumula restos y gestos de denigración humana.



No ha sido posible detallar de modo preciso la identidad de la persona cuyo cráneo fue utilizado en las libaciones de los académicos, pero la prueba del Carbono-14 apunta a una antigüedad de 225 años. Y por el tamaño y otras pruebas circunstanciales, el profesor sugiere que los restos humanos proceden del entonces Caribe británico, y con mucha probabilidad eran los de una mujer esclava.



Lo que sí se sabe con certeza es quién y cuándo donó a Worcester College la copa. Fue George Pitt Rivers, un exalumno, en 1946. Su nombre está inscrito en el ribete de plata. Era un fanático defensor de la separación de las razas y de la intervención médica y política para preservar la pureza genética, al que el Gobierno británico mantuvo arrestado durante la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al partido fascista de Oswald Mosley.



La copa había pertenecido previamente a su abuelo, el arqueólogo y soldado de la era victoriana, Augustus Henry Lane Fox Pitt Rivers, que fundó en 1884 el museo que hoy dirige el profesor Hicks.



“Resulta enfermizo que los catedráticos de Oxford, desde su posición de privilegio, en una institución enriquecida a lo largo de los siglos por un proceso de violencia colonial y de expolio, se dedicaran a beber de un cráneo humano que pudo haber pertenecido a una persona esclava, tan poco valorada como para convertir sus restos en ese objeto”, ha denunciado Bell Ribeiro-Addy, la presidenta de la Comisión Interparlamentaria de Reparaciones en África.



La decisión de dejar de usar la copa tuvo más que ver con un lento proceso de incomodidad e inquietud por parte de algunos miembros de la comunidad académica, que pidieron su retirada, que con un definitivo reconocimiento de su error por parte de Worcester College. Solo al final, la institución inició un cierto camino de redención, al encargar a Hicks que investigara los orígenes del cráneo, a la vez que lo retiraba definitivamente de cualquier exhibición pública. “De modo respetuoso, el acceso [al cráneo] está hoy completamente vetado. Como reconoce en su libro el profesor Hicks, la facultad ha abordado este asunto de un modo ético y reflexivo”, ha señalado un portavoz de Worcester College.



“La deshumanización y la destrucción de la identidad de las víctimas fue también parte de la violencia” colonial, escribe Hicks, que denuncia en su libro todos los restos de seres humanos, o todos los frutos de su trabajo, que el espíritu de una época decidió borrar.
El fantasma del Blog
El papa Francisco, una voz potente que reclamó justicia para África: “No es una mina que explotar, ni una tierra que saquear”




Justicia, anticolonialismo, antiimperialismo y cercanía a los más vulnerables caracterizaron las palabras y gestos del pontífice en sus viajes por el continente africano






Chema Caballero
Madrid
23 ABR 2025 - 05:30 CEST



Cinco viajes a África realizó el papa Francisco en sus 12 años de pontificado. En ellos visitó 10 países. Y en todos dejó un claro mensaje contra el imperialismo, el colonialismo, la explotación de los pobres por los ricos, la desigualdad global, el capitalismo neoliberal y la injusticia ecológica. Un pensamiento que se puede resumir en las palabras que pronunció en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, a finales de enero de 2023: “Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar, ni una tierra que saquear”. A continuación pidió recordar “los desastres cometidos a lo largo de los siglos en detrimento de las poblaciones locales” para terminar apelando a que “África, sonrisa y esperanza del mundo, adquiera más importancia; que se hable más de ella, que tenga más peso y representación entre las naciones”.



Fue un discurso en línea con lo que ha sido su ministerio, el cual se centró en redireccionar la Iglesia católica hacia una sola misión: ayudar a los pobres, abordar las desigualdades globales, defender a los que no tienen voz y centrarse en la atención a los marginados. Algo que quiso que trascendiera las fronteras del catolicismo y se hiciera norma para todo el mundo. Él lo encarnó en su vida al abandonar la pompa y las alharacas del Vaticano y optar por vivir con sencillez.




Igualmente, en lo que se puede considerar su documento programático, su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, del 24 de noviembre de 2013, llamó a la Iglesia a lo que denominó “conversión misionera”. Es decir, que todo lo que se haga en la iglesia debe estar enfocado a proclamar la buena nueva a un mundo herido y quebrantado. Esto se traduce en la misericordia hacia todos, el fin de las guerras, una humanidad común y la cercanía de Dios a quienes sufren. Además, estaba convencido de que el sufrimiento en el mundo sigue creciendo debido a la injusticia, la avaricia, el egoísmo y el orgullo.




Todo esto quedó plasmado en las palabras y los gestos realizados durante sus viajes al continente africano. Se podría decir que el papa Francisco se convirtió en una de las voces más potentes a la hora de reclamar justicia para África. No hay que desdeñar la importancia de este continente para la Iglesia católica. África tiene la población católica de más rápido crecimiento en el mundo. Y la gran mayoría de sus miembros son jóvenes.



El primer Papa de la historia que venía de Latinoamérica estaba bastante influenciado por la Teología de la Liberación, esa que sus antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, demonizaron y persiguieron hasta prácticamente hacerla desaparecer. De ahí brota su discurso anticapitalista, antiimperialista y descolonizador. Por ejemplo, en el viaje que realizó en 2015 a Kenia, visitó el asentamiento informal de Kangemi para proclamar el Evangelio de liberación a los excluidos de la sociedad. Allí habló de la injusta distribución de la tierra, el alto precio de los alquileres, los “inversores privados sin rostro que acaparan áreas de tierra”, la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos (agua corriente, baños, recogida de basuras, electricidad, carreteras, hospitales, escuelas, centros deportivos o espacios de juego) y también de la violencia de las bandas y el crimen organizado. Y terminó con un claro llamamiento a todos los gobiernos africanos para que garanticen a los pobres y todos los ciudadanos el acceso a la tierra, la vivienda y el trabajo.




La juventud africana




El papa Francisco también destacó por apoyar a la juventud africana. El 1 de noviembre de 2022, se reunió virtualmente con más de 1.000 jóvenes africanos online durante una hora. Encuentro en el que respondió a sus preguntas y les animó a defender sus creencias. “Por favor, sigan trabajando, luchando por su futuro. No se dejen esclavizar. Sean cautelosos y asegúrense de mantenerse vivos”, fue el mensaje que les lanzó.



Durante la reunión también hizo patente su preocupación por el medioambiente. “La deforestación es un crimen contra la humanidad. No somos plenamente conscientes de la deuda ambiental que estamos dejando a las generaciones futuras. Estamos depredando la tierra porque queremos riqueza. Comprometámonos a luchar contra quienes quieren hacerlo”, dijo.



En aquella ocasión, lamentó, de nuevo, que incluso décadas después de que muchas naciones africanas obtuvieran su independencia, las antiguas colonias siguieran explotando los vastos recursos naturales del continente. Por eso habló de “independencia parcial”, añadiendo que “en realidad no es independencia en absoluto”. Y continuó: “África no está hecha para ser explotada. África no debe ser vista como una subcultura. Tiene su propia riqueza. Tiene sus propios seres humanos”. Y concluyó con uno de sus llamados: “Ustedes, jóvenes africanos, deben apreciar la riqueza que representan”.



El compromiso de Francisco con la paz quedó patente en su viaje de 2015 a la República Centroafricana. Justo en uno de los momentos de mayor tensión entre las milicias musulmanas de los Seleka y las cristianas de los antibalaka. Allí paseó en el papamóvil junto al cardenal católico de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, y el imán de la mezquita central, Kobine Layama y visitó una de las mezquitas de la capital. Durante esa visita, el Papa habló de paz y reconciliación y exhortó a todos a dejar de lado lo que divide y centrarse en lo que une a los pueblos. “Juntos, debemos decir no al odio, a la venganza y a la violencia, en particular a la violencia perpetrada en nombre de una religión o de Dios mismo. Dios es paz. Salaam”, afirmó utilizando la palabra árabe que significa paz.



Pero el papa Francisco también tuvo palabras para la Iglesia católica en África durante sus viajes. Constantemente, animó a los católicos a desarrollar un enfoque propio de África para la vida pastoral y a la hora de abordar los problemas sociales que atañen al continente. El pontífice creía en la descentralización de la Iglesia y en las respuestas locales a los desafíos locales. Esta fue su forma de fomentar el crecimiento y desarrollo de las prioridades africanas y la adaptación de la fe católica a las culturas de África. Igualmente, promovió una mayor transparencia y rendición de cuentas entre los obispos africanos.



No deja indiferente el compromiso del papa Francisco con los últimos de la tierra y su lucha contra las injusticias. Algo que hizo patente en sus palabras y en sus gestos durante los 12 años de su pontificado.

El fantasma del Blog
Los recortes en la financiación del VIH: un retroceso global que costará millones de vidas




En un mundo interconectado, las consecuencias de la reducción de fondos transcienden fronteras. Cumplir los compromisos de donación, reforzar la atención primaria y destinar recursos a la prevención son pasos clave para salvaguardar décadas de progreso en la lucha contra el virus







Pablo Ryan Murua
24 ABR 2025 - 05:30 CEST




Los recortes drásticos en la ayuda internacional contra el VIH podrían deshacer décadas de progreso y desbordar sistemas sanitarios en países de bajos y medianos ingresos. Especialmente preocupante es la suspensión temporal de PEPFAR (Plan de Emergencia del Presidente de EE UU para el Alivio del sida) por parte de Estados Unidos, principal contribuyente mundial. ¿Cómo hemos llegado hasta este punto? ¿Qué consecuencias podría tener?



¿Qué está pasando con la financiación mundial del VIH?



En febrero de 2025, los cinco mayores donantes globales en la lucha contra el VIH —Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y Países Bajos— anunciaron reducciones de entre un 8% y un 70% en sus aportaciones.



Estas naciones cubren más del 90% de la financiación internacional en VIH. Por lo tanto, el movimiento implica un recorte conjunto cercano al 24% para 2025 y 2026. Estados Unidos, responsable de cerca de tres cuartas partes de estos fondos, suspendió temporalmente su programa emblema, PEPFAR, el 20 de enero de 2025.



Estos recortes llegan tras décadas de esfuerzos coordinados que habían reducido de forma notable las nuevas infecciones y las muertes vinculadas al VIH. Según ONUsida, más de 30 millones de personas reciben terapia antirretroviral gracias a la financiación internacional y a los sistemas de salud locales.



Sin embargo, el futuro de muchos de estos tratamientos queda en el aire si no se revierten las decisiones anunciadas.



¿Por qué es tan grave la suspensión de PEPFAR?



PEPFAR se ha convertido en la mayor iniciativa sanitaria de un único país contra una sola enfermedad. Desde su creación en 2003 ha contribuido a salvar 26 millones de vidas en más de 50 países, la mayoría en África subsahariana.



El programa financia el suministro de fármacos antirretrovirales, la contratación y formación de personal sanitario y las iniciativas de prevención, incluidas la realización de pruebas de VIH y distribución de condones.



Según proyecciones publicadas en la revista The Lancet HIV, la interrupción prolongada de PEPFAR, combinada con otros recortes internacionales, podría generar entre 4 y 10 millones de nuevas infecciones y hasta 2,93 millones de muertes adicionales hasta 2030.


Programas como la prevención de la transmisión de madres a hijos durante el parto, así como la atención pediátrica, que han logrado grandes éxitos al reducir las infecciones en recién nacidos, podrían verse especialmente afectados.



Consecuencias para la prevención




La emergencia no se limita al tratamiento de quienes ya conviven con el virus. La prevención (pilar fundamental en la respuesta al VIH) también se ve mermada.



Las campañas de concienciación, las pruebas del VIH, la provisión de condones y lubricantes, la PrEP (profilaxis preexposición) y la reducción de daños (por ejemplo, los programas de intercambio de jeringuillas) suelen sostenerse en gran parte con fondos externos.



La PrEP es una estrategia de prevención del VIH que consiste en tomar un medicamento antirretroviral de forma regular para evitar la infección en personas que no tienen el virus, pero que están en alto riesgo de adquirirlo. Este método preventivo, altamente eficaz cuando se administra de forma continua, podría quedarse fuera del alcance de miles de personas en riesgo.



Los recortes en la financiación internacional contra el VIH amenazan con revertir los logros de las últimas décadas y poner en riesgo la salud de millones de personas




Las poblaciones clave en estos esfuerzos preventivos incluyen los trabajadores sexuales, hombres que tienen sexo con hombres, personas transgénero y usuarios de drogas. Estos grupos han padecido tradicionalmente la menor inversión preventiva y la mayor tasa de nuevas infecciones. Los recortes podrían reforzar su marginación y disparar los contagios en grupos que ya se encuentran desproporcionadamente afectados.



Cada día sin fondos suficientes para la prevención se traduce en nuevas infecciones de VIH que podrían haberse evitado.




El impacto en España y Europa



El problema se centra en países con menos recursos, pero España y Europa no permanecen ajenas. Vivimos en un mundo muy interconectado. El aumento de casos en otras regiones puede repercutir en la salud global.



Aproximadamente la mitad de los nuevos diagnósticos en España se detecta en personas migrantes. Por eso, la evolución mundial del virus guarda relación con la realidad nacional.



¿Cómo evitar un retroceso histórico?



Aún estamos a tiempo de intervenir y frenar las peores consecuencias. Organizaciones como ONUsida, la OMS y sociedades científicas (SEISIDA e IAS, entre otras) proponen medidas concretas:


1. Restaurar la financiación y reactivar PEPFAR. Volver a los niveles de inversión previos a 2025 y asegurar la continuidad de los programas más críticos, especialmente en países de renta baja.

2. Fortalecer la inversión nacional. Los gobiernos de cada país deben incrementar sus presupuestos en salud para depender menos de la ayuda externa. No se logrará de la noche a la mañana, pero una mayor autonomía local generará sistemas sanitarios más resistentes.

3. Integrar la respuesta al VIH en la atención primaria. Incluir las pruebas de VIH, la PrEP y la distribución de fármacos en la estructura básica de la sanidad permitiría optimizar recursos y ampliar la cobertura.

4. Mantener programas de prevención para poblaciones vulnerables. Las intervenciones dirigidas a grupos con mayor riesgo deben ser prioritarias: suspenderlas podría impulsar un mayor número de contagios e incrementar el estigma social.

5. Planificación de la transición de fondos. En lugar de recortar de forma abrupta, se recomienda un plan escalonado que permita a los países adaptar y sostener sus programas sin causar interrupciones drásticas.


De la alarma a la acción



Los recortes en la financiación internacional contra el VIH amenazan con revertir los logros de las últimas décadas y poner en riesgo la salud de millones de personas. Tras años de descensos en nuevas infecciones y muertes relacionadas con el sida, esta tendencia positiva podría estancarse o incluso retroceder si no se revierte la suspensión del PEPFAR y no se restablecen los fondos recortados.


En un mundo interconectado, las consecuencias transcienden fronteras y afectan a la salud de todos. Cumplir los compromisos de donación, reforzar la atención primaria y destinar recursos a la prevención son pasos clave para salvaguardar décadas de progreso y asegurar que el VIH deje de ser una amenaza mundial en las próximas décadas.


Pablo Ryan Murua es especialista en Medicina Interna de la Universidad Complutense de Madrid.

Este artículo fue publicado previamente en The Conversation.


El fantasma del Blog
La capital de Uganda cambiará los nombres de las vías que honren a colonialistas británicos tras la orden de un tribunal




Una sentencia reconoce la petición de un grupo de académicos, activistas y políticos para “descolonizar” todas las vías y monumentos en la capital ugandesa






John Okot
Kampala, Uganda
25 ABR 2025 - 05:30 CEST




Cada vez que Emmanuel Ayisibwe mira la señalización de la calle, mientras espera en su estación de mototaxis a que le llegue algún pasajero, se queda perplejo. La calle en la que trabaja de “boda” o conductor de mototaxi desde hace siete años en Kampala, la capital de Uganda, lleva el nombre del general de división Henry Edward Colville, un “notorio” alto cargo colonial británico que dirigió un grupo de soldados e invadió Bunyoro, uno de los reinos más antiguos de Uganda. En 1894, el general Colville anexionó el reino de Bunyoro al dominio británico, en lo que se describió como una de las luchas de resistencia anticolonial más largas de Uganda. Los soldados británicos lograron capturar al rey de Bunyoro, Omukama Kabalega Cwa II, exiliado posteriormente en las islas Seychelles, donde falleció a los 24 años. Su mujer y sus hijos murieron víctimas de esa encarnizada lucha.



Para Ayisibwe, originario del distrito de Masindi, en el reino de Bunyoro, esta es una cuestión personal. “Me duele tanto que glorifiquemos a esa gente (los colonialistas británicos), cuando en realidad tienen las manos manchadas de sangre”, explica Ayisibwe, de 29 años. “Es una absoluta falta de respeto hacia mi reino, hacia mi rey, a quien asesinaron, y hacia los ugandeses”. Luego, reconoce que hace poco hubo una buena noticia en Uganda. “Nos alegra que los tribunales de justicia hayan decidido eliminar todos esos nombres coloniales de nuestras calles”, dice.



En marzo de este año, el Tribunal Supremo de Uganda dictó una sentencia histórica en la que ordenaba a las autoridades municipales “descolonizar” todas las carreteras, calles y monumentos que llevaran el nombre de colonialistas británicos en Kampala.



La campaña para descolonizar vías y monumentos comenzó en 2020, con motivo de la celebración de una fiesta nacional en Uganda, el Día de los Héroes. En esa ocasión, más de 5.800 personas aunaron esfuerzos y firmaron una petición en línea en la que se pedía a los miembros del Parlamento que “descolonizaran y cambiaran el nombre” de todos los monumentos públicos, calles, parques nacionales y masas de agua en Uganda que lleven nombres de colonialistas.



Después, John Ssempebwa, uno de los peticionarios y también activista, adoptó un enfoque más agresivo el año pasado al presentar una demanda afirmando que el legado de los colonialistas no solo era “desagradable, deprimente e incongruente”, sino que además violaba “la dignidad de los ugandeses y su derecho a no verse expuestos a un trato cruel”.



Ssempebwa es, además, director del Museo Real Ssemagulu en Kampala, y lleva 50 años reuniendo objetos y recorriendo las escuelas de toda Uganda para explicar a los alumnos el panafricanismo y “la verdadera historia de Uganda”. “Tenemos que luchar contra los vestigios del colonialismo desde todos los ángulos. Hay que despertar y borrar de nuestra mente todos esos engaños, liberándonos de la esclavitud mental perpetuada por el colonialismo y la supremacía blanca”, dice en una entrevista con EL PAÍS.



Tenemos que luchar contra los vestigios del colonialismo desde todos los ángulos

John Ssempebwa, activista




Ssempebwa considera que todas las vías y los monumentos deberían rebautizarse con nombres de los “héroes desconocidos de Uganda”, que han sido “tristemente omitidos en la cruel historia relatada desde la perspectiva occidental” por los colonialistas británicos. Aunque ahora la prioridad, explica, es que el Gobierno ugandés acelere el proceso de cambio de nombres de las calles y carreteras, espera cambiar muchas más cosas. “Después de las vías, el siguiente paso será descolonizar otros bienes y recursos naturales públicos, como masas de agua, montañas y parques nacionales, por citar solo algunos”, continúa Ssempebwa.



El portavoz de la autoridad municipal de Kampala (KCCA), Dan Nuwe-Abine, aseguró que ya han asignado un presupuesto para el cambio de nombre de las vías en el nuevo ejercicio, que comenzará en julio de este año. Lo que viene ahora, añade, es recibir propuestas de la población sobre nuevos nombres. “La sentencia judicial refleja las aspiraciones de la gente”, declara. “De momento estamos siguiendo todas las directrices establecidas antes de comenzar, a su debido tiempo, a modificar los nombres de las vías”.



En cuanto al cambio de nombre de otras infraestructuras públicas, el portavoz añadió que “aún es pronto para pensar en eso”, aduciendo que “nuestra atención se centra por el momento en las vías de Kampala”.




Una vieja deuda con Uganda




Uganda fue colonizada y se convirtió en un protectorado británico en 1894. Los soldados británicos cometieron innumerables atrocidades, actos de gran brutalidad y explotación, que desencadenaron varias rebeliones por parte de los diversos reinos y estructuras de autoridad tradicionales. Pese a que esta nación africana oriental obtuvo la independencia y es un Estado soberano desde el 9 de octubre de 1962, muchas escuelas, vías, masas de agua y parques nacionales en Uganda siguen llevando nombres de colonialistas británicos.



Una década después de conseguir la independencia, el dictador ugandés Idi Amin fue el primero en intentar descolonizar los nombres de sus infraestructuras públicas y recursos naturales. Ocurrió en 1972, cuando proclamó en la radio y la televisión nacionales que cambiaría el nombre de montañas, lagos y parques nacionales de Uganda así como de sus carreteras, poco después de expulsar a indios, israelíes y británicos del país en una operación bautizada con el nombre de guerra económica. Sin embargo, el Gobierno dictatorial de Amin fue derrocado y se restablecieron los nombres coloniales, incluido el lago Victoria, que había recibido su nombre en 1858 en honor de la reina Victoria.



Han tenido que pasar 50 años para que al menos la capital ugandesa esté un poco más cerca de replantear algunos nombres que hacen referencia al colonialismo. Sin embargo, algunos sectores aún no dan por ganada la batalla. El diputado Medard Sseggona, otro de los peticionarios del cambio, manifestó su preocupación por los retrasos sufridos en el proceso de descolonización de los nombres de las carreteras, afirmando que en Uganda se aprueban muchas órdenes judiciales y leyes, pero muy pocas se llegan a implementar. Aunque Sseggona reconoce la sentencia como un precedente que favorecerá el cambio de nombre de otras infraestructuras públicas y recursos naturales en todo el país, está listo para presionar por su cumplimiento. Si eso no sucede, él y su equipo, asegura, no dudarán en solicitar una orden judicial que obligue a las autoridades municipales a acelerar el proceso de cambio de nombre de las calles. “Si vemos que tras la orden judicial las cosas no avanzan, volveremos a emprender acciones legales de peso, y esta vez con un planteamiento más firme”, añade Sseggona.



Okullu Mura, historiador y antiguo responsable gubernamental de información, elogia la sentencia judicial, pero afirma que las calles deberían llevar el nombre de “ciudadanos ugandeses dignos de dicho honor” que hayan aportado “una contribución significativa a su país”. “No se trata solo de buscar nombres, sino de dar a conocer a esas personas que han contribuido en gran medida a la historia de Uganda y que cuentan con el apoyo popular”, añade.



Muru recuerda que la dominación británica resultó “brutal y dejó cicatrices” en las comunidades ugandesas que merecen una compensación.En las últimas décadas, algunos reinos han reclamado indemnizaciones a los británicos por los crímenes perpetrados durante la época colonial. El reino de Bunyoro, por ejemplo, lleva años reclamando una indemnización de 2.800 millones de libras esterlinas al Gobierno británico, al que acusa de “saqueo, violación, asesinato y destrucción de cosechas” bajo el mando de Colville. Pero el Ejecutivo británico ha refutado previamente estas acusaciones sobre las atrocidades de la época colonial, argumentando que estas se basan en la Convención de Ginebra, que aún no existía en la época en cuestión.


El fantasma del Blog
El pensamiento indígena señala las causas de nuestra crisis. E interesa cada vez más




Si observamos nuestra sociedad ultraliberal desde fuera —como si fuéramos etnólogos investigando nuestra propia forma de vida—, descubrimos un sistema que nos está llevando a una crisis existencial






Mar Padilla
25 ABR 2025 - 05:30 CEST



Demasiadas veces creemos que nuestro modo de vida es el único válido, el “verdadero”. Pero la gran enseñanza de la antropología es que hay muchísimas maneras de interpretar y habitar el mundo. Hasta hace una década, cuando Gemma Orobitg, profesora de Antropología en la Universidad de Barcelona, explicaba en clase el pensamiento de la comunidad pumé, de Venezuela, muchos estudiantes no lograban conectar. “Les sonaba a chino”, dice.



Ahora no tanto. De un tiempo a esta parte percibe mayor interés por el pensamiento indígena. “En general, nuestra forma de pensar es cerrada. Pero hay que salir de nuestras respectivas cajas de resonancia. Y ahora noto más ganas de cambiar de perspectiva”, afirma al teléfono Orobitg, doctora en Antropología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales.



Más allá del tópico exótico y esencialista, se diría que últimamente hay hambre de conocer formas de pensar de culturas para las que los occidentales somos, precisamente, los otros. Por eso se están publicando libros como El pensamiento indígena contemporáneo (Colegio de San Luis), coordinado por el mixteco Francisco López Bárcenas; La caída del cielo, de Davi Kopenawa, líder yanomami de Brasil (Capitán Swing); Escrito en la arena. Cómo el pensamiento indígena puede salvar al mundo y Relato correcto, relato incorrecto. Una travesía por el pensamiento indígena, de Tyson Yunkaporta, de los apalech, de Australia (Herder), o Ideas para postergar el fin del mundo (Prometeo) y Futuro ancestral (Taurus), de Ailton Krenak, filósofo indígena brasileño.



No es tan extraño. Si intentamos observar nuestra sociedad ultraliberal desde fuera —como sesudos etnólogos investigando nuestra propia forma de vida—, descubrimos un sistema que nos está llevando a una crisis existencial. “El mundo se está infectando de simplicidad artificial, enfangado en esa simplicidad. En realidad, la guerra entre el bien y el mal es una imposición de la estupidez y la simplicidad sobre la sabiduría y la complejidad”, advierte Yunkaporta por videoconferencia desde Melbourne.



Según el autor australiano, el pensamiento occidental arrastra un defecto de origen: la idea de “yo soy más que tú, tú eres menos que yo”. Bajo un manto de corrección cultural, cuesta la mera posibilidad de escuchar y valorar otras formas de cultura. Pero no todo está perdido: el conocimiento está vivo, y el tiempo de la creación sigue desplegándose ahora, según los apalech. Otras personas en otros territorios también piensan así.




La “ineptitud teórica” occidental




La filósofa Hannah Arendt advirtió que la gran disrupción negativa en el pensamiento occidental fue olvidar de dónde provienen los seres y las cosas. Por ello, para Arendt las estructuras de pensamiento occidental saltan en pedazos ante el contacto con la realidad. Lo llamó “ineptitud teórica” y es un gran problema.



Hay casi 500 millones de personas pertenecientes a pueblos indígenas, y viven en 90 países diferentes, pero más allá de las diferencias, el pensamiento indígena coincide con la reflexión de Arendt: las ideas no vienen de la nada, sino que nacen y se desarrollan a partir de situaciones concretas.



Patrick Johansson, doctor en Letras por la Universidad de París y experto en lenguaje náhuatl, revela en sus investigaciones que el pensamiento indígena no ve interés en elucubrar abstracciones, y no considera la especulación una reflexión fecunda sino un extravío. Yunkaporta subraya algo parecido: en el pensamiento occidental a veces se razona a partir de variables aisladas y abstractas, lo que lleva a conceptos desvinculados, jerárquicos, solitarios. Por ello las personas sumergidas en culturas poco dependientes del contexto estamos expuestas “a razonamientos basados en señales y estructuras conceptuales determinadas por una autoridad desconocida”, dice, que controla el tiempo y el espacio de nuestra realidad. Esto es, estamos sometidos a algo que ejerce su poder más allá de las personas, sea en forma de Dios, ciencia, tecnología o el gran emperador de turno.



Con todas sus contradicciones y sus especificidades, en el pensamiento indígena, en cambio, las ideas dependen del contexto, son relacionales e interdependientes. Otro concepto compartido es la idea de reciprocidad. Para aimaras y quechuas cada acto condiciona o es consecuencia del acto de otra persona, y el grupo vive una dinámica permanente de ofrecimiento y recibo de ayudas.



Frente a la explotación y la propiedad, prevalece el sentido del cuidado y de pertenencia. “Sé que, pase lo que pase, se me amará, se me respetará y se me cuidará”, escribe Yunkaporta en Relato correcto, relato incorrecto. Y contra el individualismo feroz, la comunidad busca integrar a todos sus miembros. Así, “la percepción es que cumplir con los cargos designados por la comunidad no es una simple tarea, sino el reflejo de la respetabilidad del individuo y de su familia”, leemos en El pensamiento indígena contemporáneo.




Cambiar el ‘statu quo’




En Barcelona, en el Raval, Kopenawa explica el imperativo de cambiar nuestras formas de vida y la necesidad de hacerlo juntos. “Es muy importante que vosotros también luchéis por vuestros bosques. La tierra tiene que respirar, la selva tiene que respirar”, dice en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que este año ha dedicado un ciclo al pensamiento indígena y que invitó al líder yanomami en el marco de las actividades relacionadas con su exposición Amazonia. El futuro ancestral.



Días después, allí mismo, Raki Up, portavoz del Movimiento Unido de Liberación de Papúa Occidental, remarca que demasiadas veces olvidamos que somos parte de la naturaleza, “un gran error de foco cognitivo”, explica. Es tiempo de resetear el sistema, dice. Y contra los que piensan que es difícil cambiar el statu quo, recuerda las luchas antiesclavistas, antirracistas y feministas.



Patricia Gualinga, de la etnia kichwa de Ecuador, también está por esa labor. La activista recuerda que cuando presionaron para que su territorio fuera reconocido como un ser vivo “casi todos pensaron entonces que nuestra lucha era imposible”, explica en conversación telefónica —que tiene de fondo una lluvia torrencial— desde la ciudad de Puyo, en la Amazonia ecuatoriana.



Pero su lucha prosperó, y en 2008 la Constitución ecuatoriana reconoció a la naturaleza y a los seres no humanos como sujetos de derecho. Son ideas que resuenan en pensadores como Bruno Latour, Donna Haraway o Vinciane Despret, que transitan una filosofía no tan centrada en el humano, sino en los seres vivos.



El pensamiento indígena aporta ideas, formas de vivir que hay que contemplar. “Nos ayuda a poner en cuestión nuestras propias convicciones”, señala Orobitg. De hecho, muchas de sus propuestas son nociones que se han planteado en diferentes momentos de la historia occidental. El problema, según Yunkaporta, es que nuestra mente está demasiado domesticada.



“El pensamiento indígena es pensamiento de futuro”, dijo el etnógrafo Martin von Hildebrand hace años. Es hora de salir de nuestras respectivas cajas de resonancia y de que nos dé el aire.
El fantasma del Blog
Ocho novedades musicales cargadas de ritmos urbanos que viajan por África impulsadas por las redes sociales




Este es un recorrido a través de la música por Costa de Marfil, Ghana, Gabón, Togo, Camerún y Tanzania de la mano de los artistas jóvenes del continente






Chema Caballero
Abiyán (Costa de Marfil)
26 ABR 2025 - 05:30 CEST




Los nuevos ritmos urbanos que irrumpen en las grandes ciudades de África marcan las tendencias musicales del continente, al igual que las fusiones entre tradición y modernidad. Una muestra de que la creatividad de sus artistas nunca descansa. En esta selección musical, por casualidad, se han colado muchas colaboraciones entre artistas de diferentes países, una prueba de que la música rompe cada vez más fronteras y es más universal. Las redes sociales tienen mucha responsabilidad en este fenómeno que hace posible que los músicos, no importa de qué parte del continente provengan, sean escuchados en todos los rincones de África.



Bares y maquis ―restaurantes populares callejeros― de Costa de Marfil reproducen constantemente el ritmo de moda en el país: el biama. Una evolución del coupé décalé, el sonido que durante las últimas décadas ha identificado a este país. El biama surgió en los barrios populares de la capital, Abiyán, principalmente en el más poblado de todos, Yopougon, y es interpretado por jóvenes, que pronto lo han hecho viral en redes sociales, especialmente en TikTok. Una música creada para bailar y hablar de la realidad de la juventud y sus sueños. Uno de los temas que más se repite es Lalala, de Zadi the King, que a sus 17 años ha conseguido un rápido éxito gracias a los vídeos cortos de 30 o 60 segundos que comparte con sus seguidores y en los que exhibe su destreza con el baile.




OliveTheBoy es conocido desde 2023, cuando presentó su primer álbum. Desde entonces se ha ido haciendo un nombre en el panorama musical, primero en su país, Ghana, y poco a poco fuera de él. También es un conocido DJ, que actúa bajo el nombre de DJ Makosam Official. Su estilo es el afrobeats y le da un toque muy personal, como demuestra en su último sencillo, Survivor. En él está acompañado por la nigeriana Qing Madi.




L’Oiseau Rare es el nombre artístico de Mohamed Kourouma, nacido de padre guineano y madre togo-gabonesa. Esta mezcla de antepasados es, quizás, la que le ha dotado de una de sus mayores características: su capacidad de fusionar sonidos tradicionales con ritmos contemporáneos. Es una peculiaridad que le ha permitido hacerse un nombre en la escena musical internacional, sobre todo, en África Central. Otra de sus singularidades es que le gusta colaborar con artistas de distintos países. Así lo hace también en su último sencillo, YAA, en el que le acompaña Anodaboy, un artista estadounidense especializado en afrobeats y otros estilos africanos.




En Costa de Marfil también existen ritmos tranquilos, como es el caso del afro-zouk que hace Josey. En el último tema que ha presentado, Faux pas, cuenta con la colaboración de Fanny J, una cantante francesa nacida en Guyana, también especializada en este género. Ambas unen sus voces para interpretar esta composición que, dicen, nace del dolor causado por un hombre, sus promesas rotas y las esperanzas defraudadas.



Santrinos Raphael es, quizás, uno de los artistas más conocidos de Togo, siempre caracterizado por su tono suave e íntimo que, dicen, mueve los corazones. El R&B es su estilo, como lo es también de Emma’a, la cantante gabonesa que le acompaña en el nuevo sencillo Je donne y que rápidamente se ha hecho viral en plataformas y redes sociales.



Una de las peculiaridades de la camerunesa Krys M es la mezcla de músicas tradicionales como el mangambeu del pueblo Bangangté, en el oeste del país, de donde proceden sus padres, con los nuevos ritmos urbanos. Esta fusión da pie a un estilo muy personal que ha conseguido que esta artista ocupe un lugar único en las listas de éxitos de la región. Una prueba de lo que sabe hacer es el sencillo que acaba de presentar: Après le boulot.



Desde Tanzania, Diamond Platnumz nos trae una historia de amor, luchas y sueños incumplidos. En Nitafanyaje habla de resiliencia y vulnerabilidad al cantar el dolor de ser juzgado por la sociedad y la frustración de no cumplir con las expectativas. Todo ello lo combina con su característico bongo flava, una música hecha, principalmente, para bailar y cantada en suajili.



Después del rey del bongo flava, escuchamos a la reina indiscutible de este estilo, Zuchu. La artista tanzana acaba de presentar un nuevo sencillo de su último álbum, Peace and Money, que lleva por título Hujanizidi. En él nos habla de amor, armonía y prosperidad. Además, profundiza en las complejidades de las relaciones y el equilibrio entre la paz personal y el éxito financiero. Para todo ello, cuenta con la colaboración de su paisano D Voice.
El fantasma del Blog
Cuando París era negro: el Pompidou celebra el arte africano en su última gran muestra antes del cierre




El museo parisino plantea un recorrido irregular pero valiente por las obras de África y de su diáspora en la segunda mitad del siglo XX






Álex Vicente
26 ABR 2025 - 06:00 CEST




Más vale tarde, se supone. Mientras el Centro Pompidou se prepara para cerrar sus puertas en septiembre y emprender una renovación que durará cinco años, el museo inaugura su última exposición importante, como un último inventario antes de liquidación. Tiene algo de justicia tardía, a destiempo: la misión de Paris noir es mostrar cómo artistas africanos, afroamericanos y afrocaribeños se reapropiaron de los códigos de la modernidad para vehicular una experiencia negra que, durante décadas, no tuvo reflejo en la esfera artística o la ocupó de manera subalterna, sin acceso real al mercado ni a los circuitos expositivos. Hibridaciones estéticas, relecturas del patrimonio artístico, defensa de las culturas nacidas del esclavismo y la colonización: todo confluye en una grandiosa exposición que ya no relega lo negro a una nota al pie, sino que lo sitúa en el centro de la historia de la modernidad.




No todo brilla en una muestra que, en cualquier caso, sí destaca por su relativa valentía. Lo del reequilibrio del canon ya suena a lugar común, aunque no lo sea en todas las latitudes del planeta. Que esta sea la primera exposición que un gran museo francés dedica al arte poscolonial dice mucho sobre las carencias de su relato nacional. Tal vez porque el principio republicano de égalité, que impide compartimentar a la población en subgrupos —salvo cuando hay interés político en hacerlo, por descontado—, ha obstruido un análisis detallado de la alteridad en su territorio. Y, sin duda, también por las espinosas implicaciones de este asunto en la actual batalla cultural. El museo se atreve ahora a hablar del arte de “los condenados de la Tierra”, que diría Frantz Fanon, en una iniciativa con aspecto de mea culpa expresado en el último minuto y dirigido a los taquígrafos del futuro.




En la primera sala, reconocemos la voz cavernosa de James Baldwin, guía supremo de esta muestra con el permiso de Édouard Glissant. “Tarde o temprano, todos esos condenados destruirán los adoquines sobre los que se construyeron Londres, Roma y París. El mundo cambiará, porque tiene que cambiar”, dice el escritor estadounidense, que llegó a París a los 24 años y permaneció en la ciudad hasta su muerte en 1987. Un giro muy loable de esta iniciativa es que se aparte concienzudamente de la imagen idealizada de París como crisol de culturas y foyer de civilización, tan prevalente en la historia oficial. La exposición denuncia la ambivalencia de esa imagen: para los intelectuales afroamericanos, la ciudad fue un refugio frente a la segregación; para los emigrantes argelinos hacinados en las chabolas de Nanterre, el origen mismo de su desarraigo.



La exposición, que abarca la segunda mitad del siglo XX, presenta una selección de 150 artistas rica pero desigual, algo lógico en una muestra que recorre geografías tan dispares y tiempos tan amplios. Hay nombres conocidos, como los cubanos Wifredo Lam y Agustín Cárdenas. Está Romare Bearden, referente del Renacimiento de Harlem, y obras de artistas más recientes que dejaron su marca en la capital francesa, como los cuadros textiles de Faith Ringgold, las siluetas acrílicas de Bob Thompson o los drape paintings de Sam Gilliam. Pero abundan figuras que, en el mejor de los casos, solo conocíamos de nombre. Entre ellos, Beauford Delaney, hijo de una esclava de Tennessee e íntimo de Baldwin, que retrató a los nuevos mitos negros, de Charlie Parker a Rosa Parks, en lienzos bañados en un amarillo intenso, el color de la trascendencia. Murió en París ante la indiferencia general y está enterrado en una tumba anónima en la periferia de la ciudad.




Se suman a esa lista los retratos en claroscuro del sudafricano Gerard Sekoto, que subsistió tocando en clubes de jazz de París y solo protagonizó dos exposiciones en vida. O bien los retratos oscuros del beninés Paul Ahyi, el guiño del senegalés Iba N’Diaye a Juan de Pareja, el homenaje de la haitiana Élodie Barthélemy a los cimarrones o el autorretrato “con ideas negras” del sudanés Hassan Moura, todos artistas fuera de los circuitos establecidos. El recorrido oscila entre los momentos de fulgor y cierta tendencia al catálogo exhaustivo, que no siempre logra abrazar las tesis audaces, tal vez por miedo a abrir debates explosivos o a poner en tela de juicio a la propia institución, como sí logró la Royal Academy de Londres en 2024 con una muestra ejemplar sobre un asunto muy parecido.




Entre los grandes lamentos, se echa de menos un análisis algo más intrépido sobre un momento crucial en la reconfiguración de la identidad francesa: el mitterrandismo y sus falsas promesas. En 1989, Jessye Norman cantaba La marsellesa durante la celebración del Bicentenario de la Revolución, desactivando toda interpretación xenófoba sobre los versos que mencionan la “sangre impura”, mientras Grace Jones incendiaba la mejor boîte de la época, Le Palace. SOS Racisme popularizó el eslogan Touche pas à mon pote (“No toques a mi colega”), que caló entre los jóvenes blancos de clase media, una década antes de que la selección francesa, con su victoria en 1998, redefiniera el significado de lo tricolor en Francia: black, blanc, beur (negro, blanco, árabe).



Se echa de menos un análisis algo más intrépido sobre un momento crucial en la reconfiguración de la identidad francesa: el mitterrandismo y sus falsas promesas





En paralelo, emergía una constelación de galerías, revistas y espacios de encuentro que promovían las mismas tesis: el imaginario, ya tan desgastado, del mestizaje cultural. Todo indicaba que la sociedad francesa iba a dejar de ser racista. ¿Qué ocurrió para que Marine Le Pen obtuviera el 41% de los votos en las últimas presidenciales? París era negro, pero puede que no tanto.



El Pompidou se opone a ese igualitarismo retórico y vacío de contenido, pero no lo desactiva por completo: era misión imposible. La coda positiva es que cerca de 50 obras de artistas expuestos en esta muestra, como Ernest Breleur, Diagne Chanel, José Castillo o Mildred Thompson, han sido compradas por el Pompidou. Todo apunta a que, cuando el museo reabra dentro de un lustro, formarán parte de su colección permanente, porque será imposible seguir ignorando a África. Ya es imposible pretender, como se ha hecho tan laboriosamente hasta hoy, que su historia no es también la nuestra.




‘Paris noir’. Centro Pompidou. París. Hasta el 30 de junio.

El fantasma del Blog
Helène Cixous, escritora: “Crecí rodeada de muerte y busqué en los libros cómo sobrevivir”




La autora francoargelina, ganadora del Premio Formentor de las Letras, denuncia la identidad como “prisión y forma de empobrecimiento” del ser humano






Raquel Villaécija
París - 27 ABR 2025 - 06:00 CEST




Empezó a escribir con 10 años, cuando su padre murió y “el mundo desapareció”. Aún vivía en Argelia. “Tenía que reemplazar ese mundo y a mi padre con papel y palabras”. La obra de Helène Cixous (Orán, 87 años) es una historia de supervivencia a través de la literatura. “Leía para escribir, aunque ambas cosas son como esas dos gemelas, son lo mismo. Cuando no escribo, leo, y escribir es una forma de lectura”.



Lo dice mientras mira a sus dos gatas, Isha y Haya, que revolotean por su casa, en París. La acompañan cuando escribe y habla con ellas mientras reflexiona sobre la literatura, la vida y la muerte, el exilio, la guerra o el feminismo. “Escribo para la vida, porque está amenazada de muerte”, dice la autora francoargelina, que ha sido reconocida con el Premio Formentor de las Letras por su prolífica obra literaria, de la que el jurado destacó “la personalidad de su estilo y su soberanía creativa”. La ceremonia de entrega del galardón se celebrará el 1 de octubre en el Teatro Real de Madrid.



Nació en la Argelia colonizada, en “un periodo de extrema violencia”, así que en su obra “hay un gesto permanente que es el de intentar salvar”. “Yo crecí rodeada de muerte, así que cuando era pequeña buscaba cómo hacer para sobrevivir, y la única manera de hacerlo en el mundo en el que vivía era en los libros (…) El actual es de una violencia distinta, cada época reinventa la suya”.



Hija de un médico de origen judío sefardí y madre alemana, Cixous era feminista ya de niña: “Siempre estuve rodeada de mujeres, todos los padres estaban muertos y mi madre era matrona, así que lo primero que descubrí fue el cuerpo de las mujeres, las veía dar a luz y tener falsos partos, descubrí cosas terribles y yo pertenecía a ese mundo en el que ellas tenían hijos o los perdían. He conocido bien el cuerpo de las mujeres y sus vidas”.



Fue una de las violencias que conoció en Argelia, porque “había otras, como el racismo, el antisemitismo, el racismo antiárabe, la misoginia…“. Cuando se trasladó a Francia en 1955 descubrió un mundo distinto, “no ese primitivo y colonialista”, y fue cuando se dio cuenta de que “lo urgente eran las mujeres”: “En Francia las mujeres no conocían a las otras mujeres, ni sus propios cuerpos, así que, de manera natural, me dije que lo urgente quizá no era la colonización militar, sino la colonización de las mujeres. Esa era la primera de las luchas”.



Cixous ha publicado más de un centenar de obras, ensayos, novelas y obras de teatro, donde ha tocado todos los géneros y ha abordado el feminismo, el psicoanálisis, la filosofía, ha escrito hasta sobre los animales. Son disciplinas “que nos aproximan a lo que nos parece incomprensible porque, en el fondo, creo que nos resulta difícil comprender hasta qué punto el mal está en el mundo y los humanos son capaces de hacer el mal y de hacerse mal. Podemos creer que es pacífico, pero es una especie violenta y destructora”.



En 1975 publicó La risa de la Medusa, considerado uno de los referentes del feminismo moderno y donde invita a las mujeres a escribir como modo de reafirmarse. “Es una forma de liberación, una experiencia que todo el mundo puede hacer. Hoy decimos que la mujer ha liberado la palabra, pero hablar no es escribir. Es ya indispensable, porque en algunos casos las mujeres están mudas, pero no es suficiente, hay que escribir, porque esto conlleva una exploración, es creación. La palabra no crea, sirve para hablar o gritar, pero hay que ir más lejos”.



Cixous se especializó en literatura inglesa y con 22 años intentó hacer una tesis sobre el escritor más fabuloso para ella, que era Shakespeare, pero la disuadieron porque “se había escrito ya mucho”. La segunda opción fue James Joyce, pero le dijeron que “no era para las mujeres”. Estuvo un año entero hasta encontrar a alguien en la academia que aceptase su tesis: “Pensaba que había gente inteligente, pero la universidad era conservadora y reaccionaria, escribí a medio centenar de personas hasta que me respondió uno”.



A Joyce dedicó “un trabajo inmenso”, pero no es su “amigo íntimo”: “Son otros menos modernos, [Michel de] Montaigne, que es antirracista, antimisógino y es alguien que ha precedido todo, y luego está Kafka, que tiene una relación con el mundo que nosotros conocemos hoy, es de nuestro siglo. Así que no es a Joyce al que llamo si tengo una pregunta, no tiene nada que decirme. Si quiero discutir de algo doloroso o trágico pregunto a Montaigne o a Kafka. ¿Qué piensas tú, Haya?”, se dirige a la gata.



Fundadora del Centre d’Études Féminines et de Genre, no habla de patriarcado, “una denominación de Europa y de hoy”, sino de falocracia: “Hoy no se usa el término porque parece demasiado elaborado o elitista, pero tiene que ver con la fuerza del falo, que no es otra cosa sino esa alucinación que hace que los hombres crean que hay una parte de la humanidad que es más fuerte y tiene la autoridad y el poder”.



Ella, que se sintió apátrida en una Argelia que no la aceptaba como igual, por ser de origen judío y porque era “sospechosa de ser colonialista”, tampoco se siente francesa y denuncia que el país “nunca ha sabido hacer autocrítica, es colonialista y tiránico”. “La identidad es una prisión, intenta reducirnos, es como el pasaporte, o como si yo tengo que decir que soy una mujer. Yo no soy una mujer, yo soy muchas mujeres y muchos hombres, y algunos bebés y algunos viejos, así que la identidad es una manera de encerrarnos, de empobrecimiento. Un ser humano es una maravilla porque es innombrable. La identidad es una obligación policial, en general para mantener las barreras”.



Los animales han estado muy presentes en su vida y en sus textos, y se enfada mucho cuando va al parque y ve a la gente pasear a los perros porque “hay una especie de relación de esclavos y de dueños”. “En mi infancia vivía en un país donde los animales estaban en la calle, y siempre maltratados. He llorado más por los animales que por los humanos, porque los primeros no podían quejarse”. Con sus gatas cerca, acaba de escribir su último libro, que va sobre “eso que nunca nos llega”, pero que ha estado tan presente en su vida. “Le dejo adivinar. Nunca estamos cuando llega, aunque la veamos llegar”.
El fantasma del Blog
Michael J. Sandel: “A Trump no se le frena con la ley, sino con la política”




El influyente filósofo alerta de una ofensiva para extender los límites del poder presidencial y lamenta que “será muy difícil una vuelta a la normalidad”






Pablo Guimón
Madrid
27 ABR 2025 - 05:40 CEST




Algunas de las claves del nuevo mundo que se dibuja en los cien primeros días de la segunda presidencia de Donald Trump se encuentran apuntadas, a lo largo de las décadas, en la influyente y premonitoria obra del filósofo político Michael J. Sandel (Mineápolis, 1953). Desde El descontento democrático, que a mediados de los noventa cuestionó aquel optimista fin de la historia, hasta La tiranía del mérito, que indagó más de veinte años después en un legítimo resentimiento de las clases trabajadoras, cuyas desastrosas consecuencias se despliegan ahora con fuerza. En su despacho de la Universidad de Harvard, convertida en foco de resistencia ante “la amplia ofensiva contra la sociedad civil” de un presidente desatado, este referente del pensamiento progresista contemporáneo conversa con EL PAÍS, por videoconferencia, sobre el alcance de los destrozos y la magnitud de los desafíos.




Pregunta. Hace un año ya advertía usted de que, en un segundo mandato, Trump sería aún más peligroso. Más eficiente, menos incompetente, y con menos gente alrededor dispuesta a contener sus peores impulsos.





Respuesta. Desafortunadamente, esa predicción se ha revelado cierta. En su primer mandato era un magnate inmobiliario y una estrella de la telerrealidad que no tenía ni idea de gobernar. Y nombró a alguna gente más o menos responsable, que tenía algo de respeto al imperio de la ley e impuso cierta contención. Pero su derrota en 2020 le enfadó y amargó. Le avergonzó hasta tal punto que negó su derrota. En la última campaña, dijo abiertamente que su segundo mandato sería una venganza. Y se ha rodeado de gente que básicamente le ofreció una hoja de ruta para obtener venganza usando todos los poderes de la presidencia, incluso algunos que no pertenecen a la presidencia bajo la Constitución. Estamos viendo un proyecto de venganza más amplio incluso de lo que podía anticiparse.




P. ¿Diría que está deliberadamente testando los límites del poder presidencial?





R. Sí. Sabe que los casos llegarán a los jueces federales. Casos contra las deportaciones sin garantías legales, contra las cancelaciones de los visados de estudiantes, contra el despido arbitrario de trabajadores federales… La manera de extender su poder es sencillamente violar los límites tradicionales de la presidencia e inundar con casos los tribunales. Perderá algunos, pero ganará otros. Y en última instancia decidirá el Tribunal Supremo.




P. ¿Hemos vivido los primeros cien días más significativos de una presidencia de la historia moderna?





R. Si algunas de esas medidas son corregidas por el Supremo, entonces estos primeros cien días no serán tan relevantes en retrospectiva. Si son validadas, incluso si solo algunas lo son, estaríamos ante una transformación del sistema político de EE UU. Y a eso hay que añadir la política exterior. El dar la espalda a los aliados europeos, a Canadá y a México. Su hostilidad a la OTAN y su abandono a Ucrania, un conflicto en el que básicamente ha cambiado de bando. Eso va a ser muy difícil de reparar y cambiará el lugar de EE UU en el mundo.




P. ¿Pueden las cosas volver a la normalidad?





R. La elección de Trump para un segundo mandato y la agresividad con el poder ejecutivo que está desplegando hacen muy difícil que haya una vuelta a la normalidad.




P. A muchos ha sorprendido la tolerancia de los estadounidenses al uso autoritario del poder. Con pequeñas excepciones, no ha habido un movimiento de reacción. ¿Por qué?





R. La principal razón es que el Partido Demócrata está en el caos. No saben cómo responder. Están divididos. Unos creen que la frenética actividad de Trump es contraproducente para él. Por ejemplo, los aranceles, que subirán la inflación, la cual fue una de las preocupaciones que ayudaron a Trump a ganar las elecciones. Así que algunos demócratas quieren dejarle espacio para autodestruirse. Otros creen que eso es demasiado pasivo y que es necesario escalar la oposición. La cuestión entonces es cuál debería ser el foco de la oposición. Algunos demócratas, comprensiblemente, piensan que la primera y principal base de la oposición debe ser insistir en el imperio de la ley. El problema es que el imperio de la ley, el Estado de derecho, aunque es de una importancia crítica para una democracia, es una base endeble para un proyecto político, a no ser que se conecte con asuntos que al público le importan de verdad. ¿Qué sería más sustancial? Bueno, la otra parte de la oposición han sido [el senador] Bernie Sanders y [la congresista] Alexandria Ocasio-Cortez, que han recorrido el país, incluidos Estados republicanos, dando mitines contra Trump que han atraído a decenas de miles de personas, más que en los mitines del propio Trump o de Obama. Y aunque mencionaban el Estado de derecho, su foco principal era la toma del poder político por parte de los oligarcas. Es decir, cómo a pesar de toda la retórica populista y su éxito en obtener el voto de la gente trabajadora, los que pueblan la administración Trump y los que se benefician de sus políticas son multimillonarios y grandes corporaciones. Eso ha resonado con más fuerza, y sugiere que la única manera de que el Partido Demócrata reviva y sea una oposición efectiva a Trump es moverse más allá del discurso legal. Después de todo, desde la primera presidencia de Trump, los demócratas creyeron que la ley y los procedimientos legales acabarían con él: el informe Mueller, los dos impeachments. Han confiado en la ley y los tribunales para derrotarlo y, una y otra vez, han fracasado. Porque a Trump no se le frena con la ley, sino con la política. El Partido Demócrata tiene que preguntarse por qué ha alienado a las clases trabajadoras. Y es una pregunta política, no legal.




P. Ese resentimiento legítimo del que ya hablaba usted hace tres décadas…





R. La misma fuerza, ¿verdad? Tiene razón, he escrito sobre esto desde la primera edición de El descontento democrático [ahora actualizado en una nueva edición en Debate]. Me preocupaba en los noventa, en los días en que había confianza en la globalización. El muro de Berlín había caído. La Guerra Fría había terminado. El capitalismo democrático liberal al estilo americano parecía el único sistema que permanecía en pie. Habíamos llegado al fin de la historia. Yo no lo creía entonces. Y la soberbia de aquel momento allanó el camino a Trump.




P. ¿Y qué hay del peso de la dimensión cultural? ¿Quizá habría que cambiar la célebre frase de James Carville por la de “Es la cultura, estúpido”?





R. Sí y no. Necesitamos repensar la nítida distinción entre la economía y la cultura. Porque lo que importa es la fuente de los resentimientos legítimos, y estos no son enteramente económicos. No es solo que la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado. No es solo la desigualdad de riqueza. Es también la creciente división entre ganadores y perdedores. Cuando esa desigualdad económica se traslada a la división ente perdedores y ganadores, ahí es donde se juntan la economía y la cultura. Aquellos que aterrizaron arriba llegaron a pensar que su éxito era obra suya, era su mérito, y que los que perdieron merecían su destino también. Y cuando la gente trabajadora se siente menospreciada por las elites, eso es económico en parte, pero también cultural. Tiene que ver con el respeto, con la dignidad. Sí, James Carville estaba equivocado cuando dijo que “es la economía, estúpido”. Una mejor manera de ponerlo sería: es la combinación de la economía y la cultura que lleva a la gente trabajadora a sentir que las elites les menosprecian, que su trabajo no tiene valor y que por ello carecen de dignidad. Bueno, necesitamos un eslogan más corto para remplazar al de Carville [risas]. Yo diría: “No es la economía, estúpido, es la dignidad”. Y la dignidad no es solo el PIB ni el precio de los huevos.




P. ¿Por qué lo woke es tan ofensivo para tanta gente?





R. Porque refleja la soberbia. Lo que es más irritante de esa ideología para mucha gente trabajadora, especialmente hombres blancos, es que ellos, que están sufriendo, están siendo descritos como privilegiados. Cuando, de hecho, su experiencia de vida y sus perspectivas económicas no son de privilegio. Son personas que sufren para salir adelante, pero son incapaces de avanzar. Eso tiene que ver con el estancamiento de los salarios, combinado con la ausencia de la movilidad social que el sueño americano les prometía. Eso ya es frustrante. Pero si le sumas a eso que alguien te dice que eres privilegiado, pues es irritante. Y luego está algo que los demócratas no entienden: el patriotismo. Por eso el tema de la inmigración es tan potente. No es porque la gente crea al pie de la letra la retórica de Trump en campaña. No creen que los países extranjeros estén vaciando sus prisiones y sus psiquiátricos e inundando el país con criminales que robarán los empleos. No compran eso, pero sí creen que un país que no puede controlar sus fronteras es un país que no puede controlar su destino. Esa sensación de pérdida de poder, de perdida de comunidad, es un sentimiento poderoso que el discurso antiinmigración captura y simboliza.




P. ¿Ha detectado alguna señal de esperanza en estos cien días?





R. Ha habido pocas. Excepto, quizá, las grandes asistencias a esos mítines de Sanders y Ocasio-Cortez de las que le hablaba. Hay algo paradójico en encontrar esperanza en un hombre de 83 años, aunque se asocie con una mujer joven de 35. No digo que mi esperanza esté en esas dos figuras políticas, pero sí en la masiva respuesta a sus esfuerzos por enfocarse en temas políticos. ¿Tuvieron eco en Europa esas manifestaciones?




P. Sí, pero ya sabe: cada día hay algo más llamativo y lo anterior queda enterrado.





R. Y eso es parte de su estrategia. Inundar las instituciones, los medios, las redes sociales, el sistema de información y comunicación. Esto paraliza la capacidad del sistema de resistir. Lo llaman inundar la zona. Un aluvión de noticias, de barbaridades, de controversias, de disputas, incluso dentro de su gabinete. Trump ha desplegado durante estos primeros cien días lo que aprendió en los realities de televisión. Sabe que introducir nuevos giros en la narrativa, por muy extravagantes que sean, produce atracción. El caos, el drama, la controversia. Esa lección de la telerrealidad es la que le hemos visto interpretar en estos caóticos, frenéticos, cien primeros días de su segunda presidencia.


El fantasma del Blog
Los infartos cerebrales son ya la primera causa de muerte en siete países de África




Pese a la elevada incidencia de los ictus, organizaciones sanitarias y de pacientes alertan de fallas en la prevención, atención y rehabilitación







Ana Puentes
Madrid
28 ABR 2025 - 05:30 CEST




Era cuestión de tiempo que el ruandés Joseph Rukelibuga sufriera un derrame cerebral. El accidente cerebrovascular llegó el 20 de junio de 2016 a las cuatro de la madrugada, cuando dormía en casa. Pero, durante años, su cuerpo había vivido con diabetes e hipertensión. Él lo sabía, porque ambas enfermedades se las diagnosticaron por casualidad, en 2007, cuando tuvo que hacerse unos exámenes médicos para comenzar un nuevo trabajo. “Sabía que tenía factores de riesgo, pero nunca nadie me dijo que me podía dar un infarto cerebral. Y pasó inesperadamente cuando tenía 57 años”, relata a EL PAÍS desde Kigali, en una llamada telefónica.




En Ruanda, los accidentes cerebrovasculares son la primera causa de muerte (hay 55,8 fallecimientos entre cada 100.000 habitantes), según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). No obstante, es una enfermedad infradiagnosticada en el continente. Los pacientes no siempre llegan al centro de salud por desconocimiento, miedo al estigma o porque no hay instalaciones sanitarias especializadas a las que puedan acudir. Un estudio publicado en 2021 alertaba de que por cada caso “clínico” detectado, había unos cuatro accidentes cerebrovasculares ocultos.




Los que sobreviven, explica Rukelibuga, quedan a merced de un sistema sanitario sin suficientes servicios de rehabilitación y, por tanto, con menos posibilidades de tratar posibles discapacidades. Lo sabe porque, aunque él corrió con la suerte de recibir medicamentos y fisioterapia para tratar la parálisis que le afectó el lado izquierdo del cuerpo, a la fecha sigue sin recibir atención logopédica ni rehabilitación neurológica. En esos años de visitas a centros sanitarios, además, conoció a otros ruandeses que habían corrido peor suerte. “Hay personas que ni siquiera saben que han tenido un infarto cerebral y temen contactar a un doctor. Además, el estigma es muy alto entre los sobrevivientes, por la discapacidad que queda“, explica. Y añade: “Algunos pierden su trabajo. Otros venden sus bienes para recibir atención médica. Y esto se convierte en una fuente de pobreza para las familias”. Una más en un país en el que la mitad de la población sobrevive con 2,15 dólares (1,9 euros) al día.



Esta misma historia la contó el pasado 9 de abril, a través de un vídeo transmitido, durante el lanzamiento de la Coalición Global de Acción contra el Ictus. El movimiento, convocado por la World Stroke Organization (Organización Mundial del Ictus), busca aliar a organizaciones de todo el mundo, científicos y pacientes para alertar a los organismos internacionales y gobiernos nacionales de las inversiones que deben hacer para reducir la incidencia de esta enfermedad. Rukelibuga pidió un compromiso real para la prevención, atención y rehabilitación de los accidentes cerebrovasculares en su país y en su región. Él, además, será parte de la coalición con su organización Stroke Action Rwanda, que fundó en 2019 para apoyar a supervivientes de accidentes cardiovasculares en su país. La ONG brinda orientación para acceder a servicios de rehabilitación, coordina grupos de apoyo emocional y sensibiliza sobre factores de riesgo.



Para el fundador de Stroke Action Rwanda es urgente actuar en el continente africano, donde, en la mitad de países, los accidentes cerebrovasculares están entre las tres primeras causas de muerte. En siete ―Yibuti, Eritrea, Ghana, Madagascar, Ruanda, Santo Tomé y Príncipe y Senegal― es lo que más mata a sus habitantes. Se calcula que en África hay más de 300 nuevos infartos por cada 100.000 personas cada año ―en España son 187― y una mortalidad del 84% en un plazo de tres años. Hay, incluso, estudios que demuestran que regiones de África tienen mayor incidencia de infartos cerebrales que la media mundial. Por ejemplo, en el sur de Nigeria, se han llegado a detectar tasas de 1.460 casos por cada 100.000 habitantes, cuando la prevalencia mundial es de unas 1.300. Y, en general, de los 12 millones de nuevos ictus que hay cada año, un 70% de los desenlaces mortales y un 87% de los casos con discapacidad ocurren en países de bajos y medianos ingresos.





Somos quienes sabemos más qué nadie sobre infartos cerebrales, podemos brindar nuestros testimonios y facilitar evidencias que apoyen la creación de políticas públicas

Joseph Rukelibuga, fundador de Stroke Action Rwanda





Sheila Martins, copresidenta de la recién nacida coalición, asegura que desde la World Stroke Organization ha habido una apuesta en los dos últimos años para trabajar en África con un modelo inicial “para crear atención básica y unidades de ictus en los centros de urgencias”. El proyecto se ha aplicado en Etiopía y Tanzania y hay evaluaciones para aplicarlo en otros 10 países africanos. “El objetivo es organizar los servicios en esos países y conseguir donaciones de medicamentos para iniciar el tratamiento trombolítico”, detalló Martins.



Rukelibuga, sin embargo, lamenta que poco ha cambiado en Ruanda desde el año en que él tuvo su infarto. Por eso, busca alianzas para que sean los sobrevivientes quienes cambien la suerte de los futuros afectados. “Somos quienes sabemos más que nadie sobre infartos cerebrales, podemos ofrecer nuestros testimonios y facilitar evidencias que apoyen la creación de políticas públicas”, dice. Actualmente, busca financiamiento para un proyecto ―que su organización desarrolló― para la construcción de un centro de rehabilitación física, cognitiva y psicológica para sobrevivientes en el distrito de Gasabo, en la capital ruandesa.



Poca información, pocas políticas públicas




Desde Sudáfrica, Pamela Naidoo, directora de la Fundación del Corazón y los Accidentes Cerebrovasculares de Sudáfrica, también buscar llamar la atención de las organizaciones internacionales. “Recibimos financiación y apoyo gubernamental para enfermedades transmisibles como la tuberculosis, pero no se destinan recursos suficientes para las enfermedades no transmisibles, pese a que se sabe que su coste para el sistema aumenta con el tiempo”, afirma la especialista en salud pública, en una entrevista por videollamada.



Naidoo lleva años monitoreando los infartos cerebrales en el continente. Es una necesidad, explica, pues no se ha investigado lo suficiente sobre esta enfermedad en África ni sus factores. Otro problema, agrega, es que los países no tienen suficientes datos sobre los accidentes cerebrovasculares. Esto conduce a que los gobiernos no tengan una buena base para trazar metas e inversiones en políticas públicas. En 2021, Naidoo, junto a varios colegas, publicó un estudio que alertaba del gran infradiagnóstico de la enfermedad y de que había “lagunas en la comprensión del ictus en África”. También advirtieron de que una vez que ocurría, los pacientes tardaban una media de 31 horas en ingresar a un hospital.



Si vas a una economía occidental que cuenta con los mejores estándares, tendrás un equipos con un neurólogo, un logopeda, un terapeuta ocupacional, un psicólogo y un profesional en salud mental. Esa cohesión en la atención no existe en África

Pamela Naidoo, directora de la Fundación del Corazón y los Accidentes Cerebrovasculares de Sudáfrica



Naidoo, en conversación con EL PAÍS, también resalta que la prevención es un problema regional. Si bien hay factores congénitos que pueden llevar a una persona a tener un infarto, un 70% de los factores de riesgo son modificables, de acuerdo con la experta. De los 10 factores modificables reconocidos a nivel internacional, agrega, es clave tratar la hipertensión, el alto consumo de sal, el sedentarismo y el consumo de tabaco y alcohol. El problema es que la gente ni siquiera se ha enterado de que padece estos factores de riesgo ―solo el 50% de las personas que tienen hipertensión lo saben, dice el estudio de Naidoo―, y no hay disponibilidad suficiente de medicamentos para tratar esas preexistencias.



En esta conversación sobre el ictus también aparece la rehabilitación como un problema no resuelto. “Si vas a una economía occidental que cuenta con los mejores estándares, tendrás equipos con un neurólogo, un logopeda, un terapeuta ocupacional o un psicólogo. Esa cohesión en la atención no existe en África”, lamenta Naidoo.



La próxima oportunidad para avanzar en la prevención y tratamiento de los ictus será en septiembre, durante la Cuarta Reunión de Alto Nivel de la Asamblea General de la ONU sobre enfermedades no transmisibles. Durante el encuentro, los expertos africanos en infartos cerebrales buscarán que los organismos internacionales y los gobiernos locales atiendan una enfermedad prevenible que golpea el continente a sus anchas.

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