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Un papa africano, una señal de apertura que barajan los cardenales más conservadores La elección de uno de los 18 purpurados de África supondría una sorpresa, pero impondría su agenda intransigente en asuntos de moral Pablo Ordaz Roma 07 MAY 2025 - 05:40 CEST La historia es de sobra conocida en Roma, pero puede servir para ilustrar de qué manera la elección de un papa africano −que muchos verían como un paso adelante de la Iglesia, un soplo de aire fresco, un golpe definitivo a la carcunda vaticana– puede desembocar en un gran chasco. Sucedió a finales de 2023. El dicasterio vaticano para la doctrina de la fe acababa de publicar la declaración Fiducia supplicans, que permitía la bendición de parejas del mismo sexo, una manera de llevar a la práctica aquella frase del papa Francisco en el avión de regreso de Río de Janeiro: “¿Quién soy yo para juzgar a los gais?”. Pues bien, la Iglesia africana en general entró de inmediato en ignición. Y, en particular, el cardenal Fridolin Besungu Ambongo, de 65 años, fraile capuchino y arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo). Ambongo, que estos días se baraja como uno de los posibles candidatos a convertirse en papa, redactó una carta de protesta de siete folios y, no contento con eso, se plantó en Roma para quejarse ante Jorge Mario Bergoglio. No lo hacía en nombre propio, sino como líder de la revuelta africana contra la declaración del Vaticano. El cardenal Ambongo, un tipo duro, apreciado en África por su oposición frontal a la corrupción de los gobiernos y al poder de los señores de la guerra, se negó en redondo a cualquier concesión de la Iglesia ante la homosexualidad. Declaró: “La Iglesia no puede promover una desviación sexual”. Y añadió: “En África no existe la homosexualidad”. Se acabó. Asunto resuelto. ¿Quiere decir esto que los 17 cardenales africanos presentes en el cónclave sumarán sus votos automáticamente para que salga un candidato conservador? Afortunadamente, las cosas casi nunca son tan fáciles en el Vaticano. Por un lado, el sector conservador sopesa la posibilidad de jugar esa carta, que tiene el inconveniente de la extrema intransigencia del episcopado africano con los temas de la moral, pero, por otra parte, también sus ventajas. Un papa negro sería visto como un salto adelante, una señal de apertura, una muestra de audacia. Aunque, bien mirado, las dosis de audacia vaticana ya se gastaron en 2013 eligiendo a Bergoglio y prácticamente la mayoría prefiere ahora que las aguas vuelvan a su cauce. Entre los partidarios de esta opción se encuentran los africanos, y por eso se puede dar el caso de que voten a un candidato que, sin ser tan conservador, convenga a sus intereses. Y ahí jugaría su baza el cardenal italiano Pietro Parolin, que sigue en cabeza de las encuestas y que el sector africano conoce bien porque, como secretario de Estado del papa Francisco, abrió la Iglesia a África y también a Asia. Un papa ni de derechas ni de izquierdas, o sea, un papa italiano. Aquí nos encontraríamos otro giro de guion, una muestra más de las complejidades del Vaticano. Esa apertura de Bergoglio, un papa que la derecha llamó progresista, incluso comunista, es la que podría estar abriendo la puerta a un papa africano y, por tanto, muy conservador. Son las nueve de la mañana y la piazza Navona luce en todo su esplendor, sin apenas turistas, ni retratistas, ni vendedores de artefactos voladores, solo hay curas y monjas jóvenes con una mochila al hombro que se dirigen a la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, que pertenece al Opus Dei. En un aula de la primera planta, monseñor Fortunatus Nwachukwu, secretario del dicasterio para la Nueva Evangelización, explica a un pequeño grupo de periodistas la situación de la Iglesia en África. Nwachukwu es nigeriano, tiene 65 años y un currículo de novela de aventuras. Es diplomático del Vaticano, fue el primer jefe de protocolo de origen africano y nuncio en varios países, incluida la Nicaragua de Daniel Ortega. Escuchándolo –y ahí va el último giro de guion–, se puede llegar a la conclusión de que, tal vez porque nunca había habido un cónclave con tantos países representados, muchas de las cábalas se han hecho atendiendo a su procedencia y no a su ideología. Hay un par de frases de Fortunatus Nwachukwu que dan mucho que pensar. Habla de los misioneros, ellos y ellas. “Viajaron en un tiempo en el que viajar significaba no volver, significaba morir. No valoramos suficientemente su sacrificio, y ahora no sabemos qué hacer con el fruto de sus sacrificios. En África hay una explosión de fe”. Habrá un papa africano. Solo es cuestión de ponerle fecha. |
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Zinthia Palomino, escritora venezolana: “La historia está llena de cientos de mujeres y mujeres negras que han pensado el mundo” La autora acaba de presentar un libro recogiendo las luchas y logros de 12 filósofas, antropólogas y pensadoras cuyas contribuciones han sido a menudo invisibilizadas M. Fernanda Lattuada Madrid 08 MAY 2025 - 05:30 CEST La historia no la cuentan las mujeres y mucho menos aún las mujeres negras. Este fue el punto de partida de la periodista venezolana Zinthia Palomino (Maracaibo, Venezuela, 37 años) para escribir Mujeres negras en la filosofía (Babidi-Bú), un libro ilustrado publicado a finales de 2024 dirigido esencialmente a un público infantil, en el que desmenuza las aportaciones de 12 filósofas, historiadoras o antropólogas negras y afrodescendientes. “La historia está llena de cientos de mujeres y mujeres negras que han pensado el mundo”, argumenta la autora. Pero sus voces “han sido relegadas a un segundo plano” y asociadas muchas veces a una “inferioridad intelectual”. “Esto nos ofrece una historia narrada principalmente por hombres”, agrega, en una entrevista con este periódico, coincidiendo con la presentación de su libro en el Espacio Afro de Madrid. A Palomino le llevó dos años investigar, o como ella dice, “desenterrar la historia” para dar con 12 perfiles que visibilizaran la importancia de “la mujer negra como creadora de una narrativa filosófica alejada del paradigma eurocéntrico”. En las páginas de su libro aparecen grandes mujeres ya fallecidas, como la filósofa nigeriana Sophie Bosede Oluwole, gran defensora de las tradiciones orales de su país, o la brasileña Lélia Gonzalez, que impulsó una visión afrolatinoamericana del feminismo. Pero también voces vivas como la ensayista jamaicana, Sylvia Wynter, investigadora del colonialismo y poscolonialismo, o la filósofa brasileña Djamila Taís Ribeiro, autora del libro “Pequeño manual antirracista”. CITA Sophie Bosede Oluwole, filósofa nigeriana Sophie Bosede Oluwole (Nigeria, 1935-2018) fue la primera mujer en obtener un título de doctorado en Filosofía en Nigeria. Centró sus investigaciones en la lucha por el reconocimiento y desestigmatización de la filosofía africana, e investigó cómo el imaginario occidental —que afirmaba que las personas africanas no tienen filosofía— le ha dejado a un lado e invisibilizado. Promovió el valor filosófico de las tradiciones orales nigerianas, a través de la filosofía yoruba —que proviene de un grupo étnico (con mayor presencia en Nigeria)— y la comparó con la occidental con el fin de probar que eran igual de válidas. CITA Lélia Gonzalez, filósofa brasileña Lélia Gonzalez (Brasil, 1935-1994) fue filósofa, antropóloga, profesora y feminista. Fue líder el movimiento negro brasileño. Sus reflexiones se enmarcaron en la raza, género, sociedad y cultura, y en la desigualdad de mujeres afrodescendientes latinoamericanas. Propuso el concepto amefricanidad para los descendientes de africanos que llegaron por la trata trasatlántica de esclavos. Le hizo una crítica a Hegel por afirmar que África carece de historia. Palomino, que llegó a España desde Venezuela a los 22 años, comenzó a autodefinirse como afrodescendiente al migrar. En esta búsqueda de identidad acelerada por el exilio, fue consciente de que tres circunstancias eran esenciales: ser mujer, migrante y afrolatinoamericana. En ese camino creó la plataforma Mujeres negras que cambiaron el mundo, un proyecto educativo dentro del que se enmarca su primer libro Mujeres negras en la ciencia, y también este último. “Nosotras hemos pensado el mundo atravesadas por cuestiones como el género, la clase y la raza, y desde ese lugar hemos hecho filosofía, pero se nos ha invisibilizado porque se nos ha negado el derecho de hablar en ciertos espacios”, explica Palomino. La diversidad no está normalizada ni presente. Es una urgencia para poder mirar hacia el futuro de una manera más integrada y global Según la autora, el racismo que “impregna” las sociedades y la “inferioridad” con la que se contempla a las personas migrantes son “más evidentes” en España que en su país natal. Los datos le dan la razón: la discriminación y los discursos de odio en redes sociales medidos por el Observatorio español contra el Racismo y la Xenofobia (OBERAXE) desde enero de este año muestran que de los más de 33.000 mensajes detectados, más del 70% tienen por blanco a personas del norte de África, un 11% a musulmanes y un 10% a afrodescendientes. “España se ve a sí misma blanca y niega la diversidad en su territorio, haciendo referencia únicamente a la migración a partir de los años sesenta. Pero la diversidad étnica y cultural es anterior y lleva instalada en la sociedad española siglos”, afirma la autora venezolana. Palomino estima que el racismo afecta de manera especialmente certera a los niños y niñas, por ejemplo en los espacios educativos, donde la autora considera que la diversidad no siempre está presente. “La ausencia de referentes sin duda limita el proceso de construcción de la identidad. La diversidad no está normalizada ni presente, pero es una urgencia para poder mirar hacia el futuro de una manera más integrada y global”, enfatiza. De ahí que su libro esté dedicado a un público infantil, con la esperanza de que también llegue a “la persona adulta que le ayudará a leerlo”. Palomino termina la entrevista recordando el vídeo que recibió con la reacción de una niña de siete años al ver la portada de su libro. “Es como yo”, dijo la pequeña mirando la ilustración, que representa a Djamila Ribeiro, con su libro Pequeño manual antirracista, en una mano y con un micrófono en la otra. Para la autora, no solo cuenta la representación del color de la piel o del cabello, sino que es crucial que las niñas se puedan reconocer en el retrato de una mujer científica o filósofa. “Permite tener más posibilidades de proyectarse en un futuro. Porque ¿cómo podemos anhelar algo que no hemos visto que existe?“, se pregunta. |
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Carta abierta al pueblo de Estados Unidos Más de 350 historiadores piden apoyo a Ucrania cuando se cumplen 80 años de la victoria sobre el nazismo Keith Lowe 08 MAY 2025 - 05:00 CEST Este mes de mayo conmemoramos el 80º aniversario de uno de los momentos más trascendentales de nuestra historia. Durante la Segunda Guerra Mundial, las naciones de todo el mundo se aliaron contra la Alemania nazi en un combate y un sacrificio que forjaron un vínculo duradero entre Estados Unidos y Europa. Hoy, los principios que nos unieron en la lucha contra la tiranía —la libertad, la democracia y la verdad— están de nuevo acorralados. La Rusia de Vladímir Putin hace intentos diarios de socavar nuestras libertades, nuestra unidad y nuestra amistad con actos beligerantes y campañas de desinformación. Y lo más vergonzoso es que invoca la memoria de la Segunda Guerra Mundial para justificar su espantoso comportamiento. Nosotros, historiadores, conservadores y expertos dedicados a la memoria de Europa, estamos profundamente preocupados por el volumen de desinformación procedente de Rusia que, en los últimos tiempos, ha empezado a deslizarse en la conversación estadounidense, no solo en las redes sociales, sino también en los principales medios de comunicación e incluso en el discurso del Gobierno. El objetivo de esta desinformación es atacar lo que más nos importa —los valores que compartimos— y crear la división entre Europa y Estados Unidos. Moscú ha falseado tanto la historia que creemos que es necesario dejar claros varios datos básicos sobre el pasado. En 1939, la Alemania nazi de Hitler inició la guerra al invadir Polonia. Ahora bien, en ese momento, la Unión Soviética era aliada de Hitler y también invadió el país. La versión oficial de Rusia sobre el principio de la Segunda Guerra Mundial, que dice que fue Polonia quien la inició, es totalmente falsa. Poco después de que comenzara la guerra, los soviéticos también atacaron Finlandia. Después, en 1940, invadieron y se anexionaron Lituania, Letonia y Estonia. Ninguno de los ataques respondió a ninguna provocación. No tuvieron ningún elemento consensuado ni legal, por mucho que Putin lo asegure una y otra vez. La Unión Soviética sufrió pérdidas terribles durante la Segunda Guerra Mundial, pero muchas se produjeron en Ucrania y las sufrió el pueblo ucranio. Cuando Putin dice hoy que Ucrania glorifica a los nazis y a sus colaboradores, esa afirmación no solo es objetivamente falsa sino además insultante para la trágica historia de esta nación. Aunque el Ejército Rojo liberó Europa del Este entre 1944 y 1945, los países de la región no vivieron la presencia soviética posterior como una liberación. Los europeos del Este se vieron obligados a vivir durante 45 años bajo la represión de unos gobiernos comunistas que no habían elegido. La verdadera historia se puede descubrir en los propios archivos de Rusia, que se abrieron al mundo durante un breve periodo en los años noventa. Sin embargo, en la Rusia actual hablar con libertad sobre la historia se ha convertido en una actividad muy peligrosa. Moscú ha aprobado nuevas leyes que prohíben criticar al Ejército Rojo o a cualquiera de sus veteranos. Se han vetado los libros que sacan a la luz los crímenes soviéticos, se han cerrado museos e instituciones y se impide a los investigadores independientes el acceso a los archivos. Esta lucha por nuestra historia es crucial, porque Putin ha convertido el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial en un arma para justificar la invasión actual de Ucrania, un país al que califica falsamente de “Estado fascista” que es necesario “desnazificar”. Rusia niega el derecho de Ucrania a existir como nación soberana y le acusa de haber empezado la guerra actual. Sufrimos una avalancha de desinformación de Moscú, tanto sobre el pasado como sobre el presente, que pone todavía más de relieve la importancia de dotarse de conocimientos históricos sólidos y examinar la información con espíritu crítico. Ahora que nos acercamos al aniversario del Día de la Victoria en Europa, os pedimos que dejéis de lado las discrepancias políticas causadas por los troles a un lado y otro del Atlántico y amplificadas por Moscú. Recordad los lazos que nos unen, unos lazos que se forjaron en el campo de batalla y se han reforzado durante 80 años de amistad y alianzas. La desinformación pretende separarnos, pero nuestro compromiso común con la libertad y la democracia debe prevalecer. Y, sobre todo, os pedimos que apoyéis a Ucrania. Esperamos que, con la ayuda de Estados Unidos, sea posible encontrar una solución diplomática a este conflicto, pero no olvidéis en ningún momento que el agresor es Putin: no debe recibir ninguna recompensa por amenazar a los pueblos libres del mundo. Cualquier posible acuerdo de paz debe tener en cuenta el derecho fundamental de Ucrania a seguir siendo una nación soberana y a defenderse si vuelve a sufrir ataques en el futuro. El 8 de mayo de este año estaremos a vuestro lado para honrar a los hombres y las mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Respondieron al llamamiento de su país, marcaron el rumbo de la historia y contribuyeron al restablecimiento de la paz, la democracia y la libertad. Hoy, unidos en defensa de estos valores, reafirmamos nuestro compromiso de evitar que vuelva a estallar un conflicto tan devastador. Keith Lowe es historiador y autor de El miedo y la libertad: Cómo nos cambió la Segunda Guerra Mundial (Galaxia Gutenberg). Firman este artículo más de 350 historiadores y especialistas, entre ellos Rick Atkinson, Antony Beevor, Max Hastings, James Holland, Christian Ingrao, Małgorzata Karpińska, Margaret MacMillan, Richard Overy y Olivier Wieviorka. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. |
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Las políticas de Trump paralizan investigaciones clave en el resto del mundo: “Nadie entiende lo que está pasando” Decenas de proyectos de investigación sobre cáncer, VIH o genética humana, también en España, están en el limbo por las nuevas normativas impuestas por la Casa Blanca Nuño Domínguez 09 MAY 2025 - 05:20 CEST La principal agencia de investigación biomédica de Estados Unidos ha paralizado los pagos a grupos de investigación en el extranjero, lo que pone en el alero proyectos de investigación millonarios sobre cáncer, infecciones virales y genética humana en todo el mundo. Los Institutos Nacionales de Salud (NIH), el mayor organismo público de investigación biomédica, han congelado los pagos a grupos de investigación en el extranjero hasta nueva orden. La dirección del organismo argumenta falta de transparencia en el gasto de estos fondos, y llega a decir que esto compromete la “seguridad nacional” del país. Por ahora no hay datos de cuántos proyectos quedarán paralizados ni cuánto dinero dejará de llegar a otros países, aunque la cifra puede estar en torno a los 500 millones de dólares anuales (una cantidad similar en euros). En el centro de la polémica están las colaboraciones que hubo en el pasado entre universidades de Estados Unidos, financiadas por el NIH, y varias instituciones de China, entre ellas el laboratorio de Virología de Wuhan. Según la teoría no confirmada, pero preferida por el presidente Donald Trump, el coronavirus que ocasionó la pandemia de la COVID pudo salir de este laboratorio. Jay Bhattacharya, el nuevo director del NIH nombrado por Trump, ha defendido la nueva medida como parte de los recortes planeados en ciencia por el Gobierno de Estados Unidos. La agencia ha dicho que a partir de ahora los grupos extranjeros deberán firmar un contrato directamente con el NIH, no como hasta ahora, que lo hacían con el líder de la investigación, que en muchos casos era un científico estadounidense. Las medidas afectan a decenas de proyectos millonarios en Europa, Asia y América y África. La agencia espera aclarar las nuevas normativas antes de septiembre. Hasta entonces, muchos proyectos de investigación quedan congelados. “Nadie acaba de entender lo que está pasando”, confiesa Javier Martínez-Picado, virólogo del centro de investigación IrsiCaixa, que es uno de los afectados por las nuevas medidas. “En nuestro caso, no hemos recibido confirmación de que nos hayan renovado el proyecto, aunque hemos pasado la evaluación técnica. Estamos paralizados”, explica Martínez-Picado, que colabora con organizaciones estadounidenses en un proyecto para estudiar la inmunidad innata a la infección por VIH, y otro que estudia las curaciones del sida en pacientes que recibieron trasplantes de células madre. El científico defiende que no hay ninguna falta de transparencia en el gasto de estos fondos. “Durante años hemos luchado para que la investigación científica sea una empresa internacional, que no se quede aislada en un país. Estas normas son un atraso y un retroceso. En realidad es un desprecio a la investigación científica”, alerta. La incertidumbre es total. Puede que el impacto acabe siendo solo un cambio de reglas burocráticas, o que signifique el final para muchos proyectos de investigación que han dejado de interesar a Estados Unidos. La medida es también un golpe para los científicos estadounidenses, pues si los proyectos activos no pueden continuar sin tener que enviar fondos al extranjero, se buscará la forma de ponerles fin. “Puede ser cierto que el NIH tiene poco control final de estos fondos”, reconoce Roderic Guigó, investigador del Centro de Regulación Genómica, en Barcelona. “Pero si finalmente no se permite continuar los proyectos, va a ser un desastre”, advierte. Guigó lleva recibiendo fondos de los NIH desde 2003, cuando empezó siendo investigador principal del proyecto Encode, ahora llamado Gencode, que es la mayor enciclopedia de elementos presentes en el genoma humano. Desde sus inicios, grupos de fuera de Estados Unidos han recibido decenas de millones de euros para realizar parte del trabajo. Actualmente, el grupo de Guigó recibe unos 1,3 millones de euros para su participación en la fase cuatro del proyecto. La gran incertidumbre es si con las nuevas normas se podrá poner en marcha la fase cinco, que debe durar otros cuatro años. Los recortes en investigación impuestos por Donald Trump están haciendo abrir los ojos a Europa. Es una situación similar a la de los fondos dedicados a defensa: ¿debe Europa seguir ausente de grandes proyectos como el Encode y depender de Estados Unidos para acceder y usar esos datos? Esa es la pregunta que se hace Guigó, quien cree que Europa como bloque, y España en particular, deberían aumentar su participación en grandes consorcios de este tipo. La bióloga computacional Marta Melé, investigadora del Centro de Supercomputación de Barcelona, lleva un año recibiendo financiación dentro del programa dGTEX, con una financiación total de más de 35 millones de euros. Su objetivo es crear la mayor base de datos genéticos y médicos en niños de corta edad, una población de la que hay muchos menos datos que en adultos. “Mi grupo estudia básicamente por qué cada persona es única y también analizamos si los problemas de salud de la edad adulta pueden originarse durante los primeros años de vida”, explica Melé. La investigadora tiene asegurada la financiación para este año, pero no sabe qué pasará el siguiente. El mayor impacto de las nuevas normativas es que hay varios puestos de trabajo que dependen directamente de la financiación de Estados Unidos. “Son gente muy buena que se tendrán que marchar si se corta la financiación, una pérdida de talento enorme”, explica. La científica cree que los gobiernos no solo deberían trazar planes para fichar científicos que huyan de Estados Unidos, sino también “medidas de rescate” para los investigadores que ya están en España. La congelación de las colaboraciones internacionales es solo una pequeña parte de los enormes recortes en investigación científica, salud pública y cooperación anunciados por la Casa Blanca. El borrador de presupuestos para 2026 propone recortar en torno a un 40% el presupuesto de los Institutos Nacionales de Salud. Peor parada sale la Fundación Nacional para la Ciencia, de la que el español Darío Gil fue nombrado subsecretario de ciencia e innovación en enero, donde el recorte propuesto es del 56%. El Centro para el Control de Enfermedades, la agencia encargada de vigilar epidemias y pandemias, también pierde casi el 50% de sus fondos. En la agencia espacial, la NASA, se sube ligeramente el presupuesto para exploración espacial tripulada, pero se cercena buena parte del presupuesto para ciencia, estudio del cambio climático, educación en ciencias y otros programas. La NOAA, principal agencia de estudio del clima, verá un recorte del 25%, y la Agencia de Protección ambiental, de un 55%. Buena parte del dinero no gastado irá a fortalecer el gasto militar, que Trump quiere aumentar en un 13% hasta superar el billón de dólares, y los programas de protección de fronteras, en los que espera gastar unos 175.000 millones. Las nuevas cuentas tendrán ahora que pasar por el Congreso para su aprobación final. Aunque los republicanos tienen la mayoría en ambas cámaras, los senadores de cada estado pueden ser muy reacios a recortar ciertos programas que son esenciales para la economía de sus estados. |
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Escoge ciencia, escoge Europa El programa presentado por Macron y Von der Leyen necesita concretar su financiación, pero supone un significativo paso para una universidad europea Joan Subirats 09 MAY 2025 - 05:00 CEST La situación de las universidades y, por extensión, las perspectivas de la investigación científica en los Estados Unidos presentan un panorama desolador. El ataque de la Administración de Trump tiene mucho más de estructural que de episódico. En estos primeros cien días de gobierno republicano se ha comprobado que hay una voluntad sólida de luchar contra todo lo que implique defensa de la diversidad, de la inclusión y de la equidad, defensa de la libertad de pensamiento, defensa de los valores esenciales que han caracterizado a las democracias contemporáneas desde 1945. En este sentido, no es casual que las universidades y sus docentes, estudiantes e investigadores, hayan sido especial objeto de ataque y de intimidación. Hay unas 30.000 instituciones en todo el mundo que se caracterizan a sí mismas como universidades. Si analizamos su trayectoria, su funcionamiento y los resultados de su labor de docencia e investigación, solo una parte de las mismas pasarían el filtro de lo que se conoce como el modelo humboldtiano de universidad. Es decir, una universidad que dedica una parte muy importante de su tiempo y de sus recursos a promover la investigación al más alto nivel posible y con la máxima libertad de acción. Una universidad que se compromete a promover una formación de calidad en el campo de las artes, las humanidades y las ciencias, entendiendo que esa combinación es la clave de la educación integral de la persona. Y, en tercer lugar, una universidad que basa su forma de gobernarse en la autonomía de sus docentes e investigadores para definir sus propias prioridades al margen de las peripecias políticas de cada coyuntura. Muchas de las mejores universidades en Estados Unidos son universidades privadas, pero han tenido y siguen teniendo una profunda concepción de sentido y de servicio público. Su éxito no se mide por sus resultados económicos sino por la calidad de sus docentes, la solidez, credibilidad e impacto de sus publicaciones y por el respeto de sus órganos de gobierno a la libertad de pensamiento, de crítica y de acción de sus profesores y estudiantes. No es pues extraño que desde el minuto cero, Donald Trump y J. D. Vance hayan dedicado todo tipo de calificativos negativos a las mejores universidades, envíen cartas amenazadoras de deportación a estudiantes extranjeros con ideas políticas propias, y hayan empezado a cortar los fondos de investigación que alimentan sus laboratorios, doctorados y centros de investigación. Lo probaron con relativo éxito con la Universidad de Columbia, y han pinchado en hueso con la Universidad de Harvard. Pero el mal ya está hecho. Y la conclusión a la que pueden llegar fácilmente muchos de los más prestigiosos docentes e investigadores, estadounidenses o no, presentes en esas universidades y centros de investigación es que mejor buscarse otro lugar en el que proseguir con su labor. Así lo han entendido Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen cuando este lunes, en el aula magna de la Universidad de la Sorbona, lanzaron la campaña “Escoge Ciencia, Escoge Europa”, destinada a atraer investigadores y docentes de primer nivel residentes ahora en los EE UU. Lo cierto es que la probabilidad de una llegada masiva de tales científicos es aún difícil de imaginar, ya que la distancia que existe entre los fondos dedicados a ciencia en Estados Unidos y los que dedica Europa al tema —incluso sumando fondos de cada país con los procedentes de la Unión Europea— es aún significativa. Ursula von der Leyen anunció hace poco la posible constitución de un fondo que agrupara los recursos ya existentes en investigación, innovación e inversión estratégica, pero eso aún no se ha concretado. Sin un aumento significativo de fondos dedicados a este tema, la posibilidad de dar un salto en el sistema universitario y científico europeo es muy problemático. No obstante, la oportunidad existe y la campaña tiene sentido si añadimos al escenario el ambicioso plan que tiene la Unión Europea (surgido precisamente de una iniciativa de Emmanuel Macron también en la Sorbona, en 2017) de las llamadas Alianzas Europeas de Universidades. Hoy hay 64 asociaciones de este tipo, que juntan a 560 universidades de toda Europa y que pretenden establecer títulos universitarios conjuntos. Después del indiscutible éxito del programa Erasmus, que en 35 años ha hecho circular por Europa a cerca de 14 millones de estudiantes con un presupuesto muy limitado, este nuevo eslabón en la construcción de una auténtica universidad europea es muy significativo. En España hace unos meses se constituyó el grupo de “Universidades Españolas en Universidades Europeas” con presencia de 55 universidades (46 públicas más nueve privadas) que forman parte de alguna de las alianzas. Las universidades son clave para la formación cultural de las personas en su sentido más pleno, y, al mismo tiempo, reúnen a científicos que han de contribuir con sus investigaciones a responder a preguntas aún sin resolver, mejorar las respuestas ya existentes y, sin duda, ayudar a que mejoremos nuestra capacidad de respuesta a los grandes dilemas sociales y ambientales que tenemos planteados. Europa tiene un conjunto de universidades capaz de propagar en el mundo un conjunto de valores, de diversidad, inclusión y equidad que constituyen nuestro acervo democrático común. Joan Subirats es catedrático de Ciencias Políticas de la Universitat Autònoma de Barcelona. Fue ministro de Universidades (2021-2023). |
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Versión Lo-Fi | Fecha y Hora Actual: 9th May 2025 - 02:04 PM |