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> RELATOS DE ENRIQUE ROMERO, vivencias durante su estancia en Guinea 1955-2007
Pascual
mensaje Mar 25 2010, 01:04 AM
Publicado: #1


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Nuestro amigo Enrique Romero, me envía y enviará una serie de relatos cortos para que sean publicados en este Foro. Son historias en primera persona sobre sus experiencias en Guinea, la primera de ellas muy interesante, como podreís comprobar acto seguido.
Un abrazo.


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Pascual
mensaje Apr 8 2010, 07:07 PM
Publicado: #2


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DE BASILE al PICO STIBEL
por Enrique Romero

Año 1955 – Mes de Octubre

Nos encontramos en Basile, antigua residencia del Gobernador General de la Colonia, donde todavía se conserva el viejo Palacio y algunas construcciones menores que habitamos los últimos miembros de la Comisión Geográfica del Ejercito. Durante unos años han se venido realizando los trabajos geodésicos y topográficos necesarios para la formación del Mapa Militar Itinerario, de la región continental y de la isla de Fernando Póo que será publicado en Madrid por el Ministerio del Ejercito, a escala de 1/50.000.
Últimos componentes del equipo;
Comandante : Angel García Cogollor
Capitanes : Miguel Angel Molina Palacios y Cap. Pasculsan
Sargentos : Luis Ventura Ruiz y Sarg. Pedro
Cabo : Virgilio Cabezón Martín.
Soldados : Agustín Cáceres
Miguel Hernansan
Manuel Boada
Guillermo Gaya
Enrique Romero
Estábamos realizando los preliminares de marcha definitiva prevista para final de aquel año, recopilando las últimas notas, croquis y trabajos de campo para llevárnoslos a Madrid.
Algún tiempo atrás, pensando en la marcha definitiva, habíamos comentado la posibilidad de llevar a cabo una exploración importante como despedida del País, lo habíamos comentado con nuestro comandante solicitando su autorización, que se había mostrado conforme y dispuesto a encabezar la expedición. Era hombre atlético y experimentado, que no había cumplido aún los cuarenta años, lo que lo convertía en el jefe ideal para esa aventura. Habíamos pensado en acceder a la caldera volcánica de San Carlos, que nunca había sido explorada y que se encuentra en la zona de Moka. El borde de la caldera está a dos mil metros de altitud sobre el nivel de mar, tiene un diámetro de cinco mil metros y una caída en vertical, desde el borda hasta el fondo, de unos mil metros. La caldera tiene su desagüe por el río Tudela y no creemos que haya otro acceso posible. Había que prepararse para hacer escalada, ya que en poco más de tres
kilómetros de recorrido, desde la salida de la caldera hasta el mar, hay un desnivel de mil metros. Bien, no disponíamos de tiempo para preparar la expedición que ya quedaba suspendida.
Varios de los componentes del equipo hablamos de hacer algo especial y se nos ocurrió la ascensión al pico Stibel, que era como se llamaba entonces al pico de Santa Isabel. Ya hacia casi dos años que el capitán Molina había estado allí, el sendero que abrió se había cerrado y nosotros tendríamos que subir con la ayuda de una brújula y a golpe de machete. Al final solo había dos voluntarios, Guillermo Gaya y el que escribe estas líneas. Yo era el más joven de todo el equipo, hacia poco mas de un mes que había cumplido los diecinueve años. Así que en dos días hicimos los preparativos de un equipo ligero en hombres y enseres. Nos acompañarían un boy de la etnia bubi de la isla, llamado Domingo y otro del continente de los mal llamados pámues, perteneciente a la etnia fang, de nombre Ambrosio. Como enseres disponíamos de una lona de diez metros cuadrados, dos mantas, dos lámparas de bosque, una linterna de pilas y algunas latas de conservas.

La mañana que iniciamos la andadura amaneció lloviendo de forma persistente y pensamos en aplazar el viaje, pero estando en la estación de lluvias no era probable que mejorase el tiempo, de forme que nos colocamos unos impermeables encima de la ropa y emprendimos la marcha, primero a través de la finca de café de Estrada, hasta que al terminar la plantación encontramos un sendero de caza que seguía montaña arriba. Durante toda la mañana caminamos por un boque bastante espeso, siempre ascendiendo ligeramente y a eso de las tres de la tarde nos encontramos con los restos de una cabaña de nipas y cortezas, refugio de cazadores. Al lugar le llamaban “casa banana” y se hallaba a quinientos metros sobre el nivel del mar, en otros tiempos había estado más habitable que estonces, cuando era frecuentado por cazadores que pasaban allí días cazando y ahumando la caza para su conservación. Llegamos mojados y cansados ya cayendo la tarde y con el tiempo justo para hacer un buen fuego que nos quitara el frío y después de tomar un refrigerio nos dispusimos a pasar la noche envueltos en las mantas. Los africanos durmieron como benditos, pero Guillermo y yo pasamos la noche en vela, con frío, alimentando el fuego que se apagaba a de continuo y quemando la manta por acercarnos demasiado al fuego.
Cuando nos despertamos el canto de los falsos faisanes nos anunciaban ya el nuevo día, tomamos un café y rápidamente levantamos el improvisado campamento. Los senderos ya se habían terminado, así que tomamos la dirección con ayuda de la brújula e iniciamos el segundo día de marcha, siguiendo a Domingo que armado del machete iba abriendo camino.
Entre los mil y mil quinientos metros de altitud nos encontramos con una barrera casi infranqueable de espesa vegetación formada por helechos espinosos, y de unos cuatro metros de altura. La única forma que teníamos de avanzar era, que el machete que iba en cabeza, fuese abriendo un túnel en aquella vegetación y pasarnos el escombro a los restantes, que lo íbamos apartando a los lados como podíamos, para seguir progresando lentamente en nuestro camino. Aquella forma de avanzar muy lenta y penosa, nos ocupó largas horas, pero cuando salimos de aquel infierno, a primeras horas de la tarde y pudimos contemplar la montaña y aquellas praderas bañadas por el sol y pobladas de altas hierbas cambió nuestro ánimo, contemplando la cima del pico que se encontraba ya a poca distancia. El calor del sol nos reconfortaba, después de la húmeda noche pasada en casa banana, mientras nos encaminábamos a coronar el pico, rematado por una cruz de hierro colocada años antes por los misioneros. A nuestro alrededor el paisaje era fantástico, caminamos bordeando varios cráteres de dimensiones regulares, nubes que llevadas por el viento se precipitaban veloces en el interior de aquellos y que volvían a salir a toda velocidad. Al fin culminamos la ascensión de tres mil siete metros sin mayor esfuerzo y en contra de lo que esperábamos el tiempo se estaba nublando y nos impidió contemplar el paisaje esperado. Próximo a la cruz y entre unas piedras, encontramos un bote conteniendo el mensaje de media docena de personas que habían
pasado por allí antes que nosotros, por lo que hicimos lo propio depositando también nuestros nombres en el mismo lugar. Muy cerca de la cima dejamos nuestro equipo y aprovechando las pocas horas de luz del día que quedaban, nos dispusimos a probar suerte y buscar algo de caza con que completar nuestras provisiones de boca.
Mi compañero y yo nos separamos cada uno por un lado. Guillermo llevaba una escopeta del calibre 12 ml. de dos cañones e iba acompañado de Domingo y yo con una de un solo cañón y del mismo calibre en compañía del boy fang. No habría caminado más de media hora cuando avisté por encima de las hierbas, una cabra con la cabeza levantada y atenta a algo que habría olfateado. Sin pensarlo, me encaré la escopeta y disparé sobre el animal, que cayó a tierra pateando. Domingo y yo nos precipitamos hacia la pieza y cuando estábamos llegando a ella vimos a Guillermo y su acompañante llegar también junto al animal y abriendo su escopeta. Ante mi asombro manifestaban haber sido ellos los que habían disparado y matado la cabra. Allí se organizó una viva discusión a dos bandas, en catalán los blancos y los africanos en pichín. Al acampar y desollar al animal se terminó la discusión, comprobando claramente dos tiros en la piel de la cabra.
La explicación, que los dos habíamos disparado exactamente al mismo tiempo.
Aquella noche descansamos bien alimentados con la sabrosa carne de la cabra, a pesar de lo dura que estaba.
Por la mañana, satisfechos por el éxito de la pequeña aventura, levantamos el campo y desandando el camino regresamos en el día a Basilé.

Siempre que paso por el aeropuerto de Malabo, en mis muchos viajes de ida y vuelta a Guinea, levanto la vista en dirección al Pico, que en días claros se puede contemplar, a la izquierda de la caldera de Bonyoma, la esbelta teta de la Dama.

FIN

ENRIQUE ROMERO
Barcelona, abril del 2010
Reservados todos los derechos


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