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> RELATOS DE ENRIQUE ROMERO, vivencias durante su estancia en Guinea 1955-2007
Pascual
mensaje Mar 25 2010, 01:04 AM
Publicado: #1


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Nuestro amigo Enrique Romero, me envía y enviará una serie de relatos cortos para que sean publicados en este Foro. Son historias en primera persona sobre sus experiencias en Guinea, la primera de ellas muy interesante, como podreís comprobar acto seguido.
Un abrazo.


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rosen
mensaje Nov 6 2012, 10:41 AM
Publicado: #2


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ENRIQUE ROMERO ME AUTORIZA A PONER ESTE INTERESANTE (DESDE EL PRINCIPIO AL FINAL) RELATO SUYO

CAPITULO II - Río Campo

Al día siguiente me avisaron de que el jefe de explotación quería verme y poco después me encontraba en su presencia. Eladio Guerediaga era un vasco grandullón y muy afable, que sin más comentarios me comunicó que la gerencia de Bata, en la emisión por radio de la mañana, le habían anunciado que el señor Amella venia de visita y quería verme a su llegada, por lo tanto quedaba enterado de que debía esperarle.



Al poco rato vimos llegar un Land Rover gris de gasolina conducido por un choffer guineano y apearse el director-gerente Francisco Amella, hombre de de estatura regular y pelo castaño y ligeramente rizado; vestía camisa blanca de manga corta, pantalón corto gris y medias blancas hasta las rodillas. Cuando se apeaba del cocha me hizo una señal de saludo, al tiempo que me decía, Romero tengo un trabajo para ud. El trabajo consistía en delimitar una ampliación de la concesión en unas seis mil has. más

hasta el Río Campo y estudiar las posibles vías de saca para la explotación forestal. Se trataba de una zona situada al norte del bosque que días antes acababa de abandonar.



Cumpliendo las ordenes recibidas, tarde tres dias en preparar mi equipo y comunicar a Guerediaga que ya estaba dispuesto para la marcha y que necesitaba un camión para trasladarme, con los enseres personal al lugar donde debíamos dejar la carretera para entrar en el bosque y quedamos de acuerdo en que partiría temprano al día siguiente. Alas siete del día siguiente salíamos del patio de Mbia rumboa nuestro destino por carreteras secundarias, después de una curva llegamos al final, la carretera terminaba allí, luego el bosque. Descargaron el equipo y nos adentramos siguiendo un camino que se veía bastante transitado, nos dirigimos al poblado de Ayamiken de la tribu esamangón, habitado por unos trescientas personas. Anduvimos por terreno llano, por un bosque bastante abierto donde se caminaba con rapidez, las cargas eran livianas y los porteadores iban cantando alegremente. Todos íbamos gozando de la frescura del ambiente, después de haber abandonado el sol de la carretera por donde habíamos llegado momentos antes.



En poco mas de dos horas encontramos a un rió poco caudaloso que atravesamos valiendonos de un palo que lo cruzaba de uno al otro lado, allí empezaba el terreno a ascender, yo paré un momento para ver como iban llegando lo porteadores, que al pasar sudorosos junto a mi despedían penetrante olor de humanidad, mientras se animaban en la subida con pequeños gritos. Entonces se abrió ante nuestra vista una gran explanada con casas por doquier, de todas formas y tamaños, diseminadas sin orden alguno; de donde empezó a salir gente contemplando la nuestra llegada.



Me alojaron en una casa donde colocaron mes pertrechos y el personal que me acompañaba fue buscando alojamiento por el poblado, la gente del pueblo era muy hospitalaria y por poco que podían les brindaban alojamiento. La llegada de desconocidos era como una fiesta, todos se daban a conocer y entablaban amista; querían saber que trabajo les traía por sus tierras. Un anciano venerable, que era el jefe

del pueblo, vino a saludarme haciéndo mil preguntas mientras me ofrecía un racimo de bananas, queria informarse del tiempo que me quedaría allí y del motivo del viaje, a lo que respondí que me quedaría el tiempo suficiente para preparar una expedición hacia el norte, donde me disponía a realizar una prospección hasta llegar a Rio Campo, que esperaba tardar un mes en terminar los trabajos, que al día siguiente quería marcharme hacia aquella zona y acampar a unos cinco kilómetros del poblado y desde allí hacer desplazamientos para ir estudiando la región; le pregunté si encontraría algún poblado, respondiendo negativamente, solo había un grupo de pigmeos de tribu bayele, pero que era muy difícil encontrarme con ellos ya que son poco sociables y se marchan cuando sienten la proximidad d otras gentes y especialmente si se trata de blancos Con la gente de poblado se relacionan, vienen algunas veces para hacer intercambios, traen carne de animales de caza aumada y la cambian por sal, yuca y algunas frutas y hortalizas, ya que ellos no cultivan la tierra. Son expertos cazadores y pescadores pero nada de agricultura ya que siguen una vida nómada, sin para en ningún lugar, solo paran lo justo para pernoctar o para secar la carne cuando la caza a sido abundante, no tienen casas ni chozas, acampan en el bosque como animales.



Al día siguiente partimos de Ayamikeng y nos adentramos en el bosque caminando en dirección norte, atravesamos terrenos llanos con frecuentes zonas pantanosas y a las dos horas de marcha nos encontramos con una pequeña manada de elefantes, que nos obligó a a detene la marcha durante un rato a la espera de que se alejaran lo suficiente para continuar. Salvados los terrenos pantanosos alcanzamos un pequeño otero de terreno seco donde el bosque era más abierto y me pareció que era tiempo de ir buscando lugar de acampada y establecernos para pasar una temporada y en salidas diarias ir batiendo la zona a explorar. Así que hable con Juan Mangué, mi segundo y capataz del personal para que buscara un buen lugar próximo a un riachuelo, al tiempo que mandaba al cazador para que aprovechara y fuera a ver si cazaba algo mientras los demás montábamos el campamento.



Ya anochecía cuando terminamos de montar el campamento y estábamos instalados, todo el personal bajo lonas próximos al rió, se había limpiado el terreno y preparado fuegos que quemarían durante la noche y la gente se disponía a bañarse, despues de terminada se encaminaban al rio próximo. A unos trecientos metros aguas arriba se había dispuesto lo que seria mi habitáculo,apartado del personal , pero lo suficiente_ mente cercano como para ser atendido a mi llamada. Formado por una amplia lona sujeta por piquetes hacia de techado, abierto por los cuatro lados, en el centro se montaba un camastro hecho con palos recien cortados, sobre los que se construia un somier de lianas trenzadas, sobre el que se colocaba un plastico para protejer el colchón de espuma y la ropa de cama. Todo ello quedaba protegido por un mosquitero para aislarme de mosquitos y otros insectos y aparte de la cama todos mis pertrechos, metidos en sus cajas bien dispuestos y a mano.



En esos momentos llegaba el cazador, sin haber conseguido nada, cosa frecuente

desconociendo todavía la región; me contó que se había encontrado con unos pigmeos, y que había un hombre que estaba mal herido, que seguramente moriría, que había sido atacado por un búfalo que le había pateado, produciendole magulladuras en todo el cuerpo, deliraba de fiebre y los dos pigmeos que le acompañaban decian que no podia vivir, que esperarian hasta que murira. Se encontraban a una media hora de nuestro campamento, el erido no podía moverse, lo que les obligaba a quedar en el lugar donde se encontraban. Reaccioné rapidamente y con varios hombres y el Capataz preparamos lámparas de bosque y un pequeño botiquin, poniendonos rápidamente en camino antes de que se cerrara la noche. Tardamos mas de una hora en encontrarnos con los pigmeos, pues sabedo es que el africano calcula mal el tiempo del reloj. Al ver a un hombre blanco hicieron intento de escapar pero el capataz, que comprendía algo de su lenguaje les tranquilizó, y pude acercarme a ellos que me miraban espantados. Con las lámparas de bosque alumbrando pude comprobar el estado lamentable en que se encontraba el herido y sin pensarlo mandé preparar unas parihuelas para trasladarlo a nuestro campamento y allí ver que se podía hacer por él. El traslado resultó costoso y lento, los porteadores agotados amenazaban con parar y me vi en la necesidad de ofrecerles una recompensa para que continuaran hasta llegar alcampamento. Tras dos horas y media de martirio conseguimos llegar y se preparó un jergón con hojas socas y cubierto con una sábana se colocó al herido, todo ello bajo la protección de mi toldo y montando un mosquitero para para protegerlo de las moscas que ya abundaban en su entorno. Ahora pude hacerme cargo de la labor a realizar; me encontraba ante un hombre de mediana edad de 1,40 de estatura, de complexión musculosa y bien proporcionado, estaba como roto, tirado y con todo el cuerpo magullado, sucio y cubierto de barro reseco mezclado con la sangre que había manado en abundancia de sus heridas, con hojas y materia vegetal pegado a su cuerpo, le habían cubierto con elementos vegetales a fin de cauterizar las heridas y todo ello daba un aspecto más que lamentable. Lo primero que se me ocurrió fué inyectarle un frasco de acucilina de 200 mil unidades para evitar en lo posible la infección y seguidamente empecé a lavarle todo el cuerpo con agua oxigenada y paños limpios. Mientras el hombre me miraba aterrado, quejándose débilmente pero sin oponer resistencia alguna y mediante las pruebas que le iba haciendo llegué al convencimiento que no debía tener ninguna fractura y solo heridas y magulladuras. Como constaté que le subía la temperatura por momentos le administré un antitérmico y puse en manos de su compañero una botella de leche rebajada, para que se la fuera dando. En espera de acontecimientos pedí algo para cenar y me acomodé en mi jergón dispuesto a pasar la noche.



Durante la noche oí como el herido se quejaba en varias ocasiones y que el compañero le hablaba algo que no comprendí y que le hacia callar... Cuando amanecía me desperté llamando a Juan para que se informara del estado del enfermo y su respuesta fié ambigua, no obtenía respuesta concreta, pero su opinión era que lo veía más tranquilo, pensaba que después de la cura que le habíamos hecho, seguro que ya no moriría. Quedé más tranquilo y me preparé para el trabajo que debía comenzar realizar. Empezamos por parcelar el bosque en cuadros de 500 por 500 metros para realizar el conteo de arboles comerciales, yo aprovechaba la apertura de trochas para coquizar, señalando todos los incidentes a fin de obtener un plano de detalle y señalando en él las posibles vías de explotación. El terreno era prácticamente llano, avanzábamos a buen ritmo y podía calcular que nos llevaría algo más de dos meses el terminar todo el trabajo



Por las tardes, al regreso del trabajo, siempre encontraba en mi tienda al pigmeo, a veces dormido en su jergón y las que más haciéndose el dormido, pues por todos es sabido lo difícil que es acercarse a un pigmeo sin que se de cuenta de antemano. Siguiendo mis instrucciones, el doliente debía esperar mi llegada al campamento para darle de comer; yo quería saber que se le daba y ver como se lo comía. Día a día se notaba que mejoraba de las heridas y se mostraba menos asustado a medida que pasaba el tiempo y me miraba mas confiado que los primeros días. En alguna ocasión le había sorprendido mirándome de reojo, mientras esbozaba lo que podría ser una sonrisa

maliciosa, lo que me hacia pensar que aquel enano se estaba burlando de mi. Un día en que dormitaba, o que aparentaba dormir, me dediqué a contemplarlo como no habia hecho antes; de estatura mediría 1.40, su cabeza tenia forma de pepino, con brazos y tronco bien desarrollados y piernas cortas y arqueadas. Llamaban la atención sus pies por su forma especialmente largos y estrechos, finos de talón y los dedos mas largos que lo normal, recordando los de un primate.



Le había acostumbrado a ir a bañarse al rió a diario, para evitar el olor a tigre que despedía normalmente, pero un día en que llegué mas temprano de lo acostumbrado, me dio la impresión de que el pájaro acababa de llegar, pues observé gotas de sudor de su frente y de su cuerpo despedía olor a sudado. Preguntando a mi boy supe que ya no pasaba todo el día en el campamento, que se marchaba detrás de mi cuando salia yo por lamañana y volvía poco antes de mi llegada. Convencido de que ya estaba recuperado, decidí darle el alta definitiva y le hice traducir que quedaba libre y podía marchar cuando quisiera, cosa que entendió a su manera, pues a partir de entoces me acompañaba en mi trabajo durante todo el día, segiendome constantemente como perro fiel y cuando llegava la noche se marchaba con su gente,



Por aquellos dias enteré de que los pigmeos preparaban una gran cacería, con el fin de hacer acopio de carne. Contaban con otro grupo que acampaba por Camerún, al otro lado del Río Campo y que eran de la misma tribu, con lo que se sumarían cerca de cien personas. Se trataba de elegir una extensión grande de bosque, y colocar redes en lugares por donde harían pasar los animales en huida cuando los hombres batieran el bosque de forma que espantasen a todo animal que se encontrara por allí. Terminada la cacería, acamparían todos juntos y mientras las mujeres se ocupaban de secar la carne al humo de hogueras, los hombres festejarían con sus danzas el éxito de la jornada. Yo les había hecho saber mi interés en participar junto con ellos en la cacería, lo que aceptaron entusiasmados, sabiendo que iria portando mis armas de furgo.



Durante casi dos semanas los encontrábamos en nuestros desplazamientos por el bosque, afanándose con sus redes y lianas preparando trampas, cerrando riachuelos y vaguadas y otros paso de animales, con el fin de preparar la gran cacería; de no ser por la atención de mi pigmeo, que no me dejaba solo un momento, yo hubiera caído más de una vez en alguna trampa. Durante aquella mañana supe que al día siguiente darían comienzo a la cacería, pues ya la gente ocupaba sus puestos durante el día para estar dispuestos de madrugada e iniciar la gran batida. Fui avisado por mi pigmeo que vino a despertarme de madrigada y fuimos a apostarnos en la parte donde habían sido colocadas las redes. Serian la cuatro de la mañana, antes de amanecer, y a lo lejos empezamos a oír el ruido que hacían al golpear con palos en las aletas de los árboles, para levantar la caza que huía despavorida, siendo encaminada hacia las redes. En el lugar donde me encontraba pasaron dos horas largas sin notar cambios, solo el ruido iba avanzado hasta hacerse ensordecedor, cuando y se hacia ensordecedor hasta que empezaron a verse movimientos fugaces de animales que pasaban raudos de un lado a otro, ya alguno caía en las redes espantado, despavorido y dando gritos o berridos intentando librarse de la trampa en que se encontraba y solo alcanzaba a enredarse aun más. El pigmeo que estaba conmigo saltaba de un lado para otro repartiendo golpes de machete a diestro y siniestro y dando muerte a todo animal que caía a su alcance. Yo me servia de mi escopeta para hacer otro tanto hasta terminar con los cartuchos que había llevado. Después empuñe una pistola astra del nueve largo para no quedar desprotegido, pero disparando solamente en ocasiones precisas.



En aquel momento estalló un griterio mezclado con el rugino de un animal; se oia cerca de donde me encontraba y alli me dirijia cuando el pigmeo venia hacia mi gesticulando y diciendo la palabra copita, queria decir que llevase la escopeta, le dije que no me quedaban cartuchos, mientras señalaba la pistola colgando de mi cinturón, mientras salia tras el. En una red de lianas vi con espanto la causa de aquella algarada, un leopardo habia caido en la trampa y de debatia ferozmente por liberarse lanzando unos rugidos aterradores, A dos metros del felino le dispare tres tiros con la pistola y los rugidos del pobre animal furon sustituidos por los alaridos de alegria que lanzaban los pigmeos. Despues de este lance no me quedaron ganas de seguir con la caceria y busque un troco de arbol donde sentarme y recuperarme de la emoción pasada, mientras oia como se iba terminando la caceria y ya empezaban las hogueras a quemar el pelo de las primeras piezas de caza, que hacia insoportable al olor que ya invadia todo el ambiente.





Dos dias despues de la caceria con los pigmeos fui invitado por ellos acompartir una fiesta para conmemorarla, para ello se presentaron en nuestro campamento con varias mujeres. Pomposamente me regalaron la piel del leopardo que habia matado, convenientemente secada al humo y yo les hice entrega de un garrafon de vino azpelicueta para amenizar la fiesta. Luego ocurrio algo que me emocionó; de estre ellos, apareció mi pigmeo, con dos defensas de elefante y sin mediar palabra me los entregó, pregunté a uno de mi personal que estaba próximo y que habló con el pigmeo. La respuesta fue que me los daba, erecordando que yo le habia salvado de una muerte cierta. La pareja de defensas constituian una pieza especial, de marfil rosa y de un metro de largo cada uno, dos piezas identicas, con siete kilos y medio de peso en su conjunto. Marfil rosa, una rareza deficil de encontrar y una pieza de colección, que meses después traje a Barcelona y desde entonces adorna un muro de mi casa. Lo mismo hice con la piel del leopardo, que llevé a la Pza. Real para que la curtieran y desde entonces duerme en el fondo de un armario, envolviendo una extraña talla en madera que conseguí en el año año 1958 en lo regióndel rio mbañe y de manos del anciano jefe eseng de nombre Demetrio Nzambio.

No volví a encontrame con los pigmeos, aunque seguí con mi equipo durante mas de un mes terminando la prospección de aquel bosque, antes de regresar a la base de Mbia



Fin del relato.

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