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> VARIOS, cosas que hablan de la HTA de G.E.
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mensaje Oct 22 2005, 12:42 PM
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Olaechea, el gran cazador blanco

El militar baracaldés Basilio Olaechea Orruño se convirtió en una leyenda en Guinea Ecuatorial en la segunda mitad del siglo pasado
MIGUEL GUTIÉRREZ/VITORIA

Era atlético, fornido, y, en opinión de sus contemporáneos, de un arrojado que rayaba la temeridad. Basilio Olaechea Orruño, un militar de la localidad vizcaína de Barakaldo que llegó a ser gobernador de Río Muni -territorio que exploró el alavés Manuel Iradier- fue toda una leyenda en África en la segunda mitad del siglo XX. Su atinada puntería era casi legendaria.

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VIDA .. VIDAS

GUINEA EXISTE

MÁSCARA BAKWELE - CONGO
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Joan
mensaje Aug 22 2007, 07:33 AM
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Aquí os dejo la traducción de la primera mitad del articulo.




GUINEA ECUATORIAL, 1883-1911:
LA INVENCIÓN DE UNA IDENTIDAD


Jacint Creus



Incapaz de obtener el provecho codiciado, el Estado Español desamparó sus “territorios del golfo de Guinea” durante más de un siglo. La insistencia en su insalubridad encubría la propia impotencia ante del dominio británico de las aguas y del comercio atlánticos. Al acercarse el desmembramiento definitivo del imperio donde el sol no se podía poner, los antiguos vencedores -ahora vencidos- encontraron en la actual Guinea Ecuatorial un sucedáneo de las viejas glorias y un campo de actuación inédito para la “acción civilizadora” de la “nación católica”. La precaución de gobernantes y comerciantes en la primera fase de la colonización efectiva (1883-1911), contrasta con el empujón irreductible de unos misioneros -los claretianos- que les despejaron el camino. El objetivo de este artículo es analizar su actuación, dentro de este periodo, a partir de sus propios escritos.

I


El siglo XIX es clave en la Historia de África: Es el siglo del “descubrimiento” del continente y de su sumisión colonial, relacionados con la expansión de los imperios europeos. También es el gran siglo de las misiones católicas, cosa que representa una inversión absoluta de la política eclesiástica hacia las tierras africanas.

El progresivo conocimiento del territorio costero, operado desde las expediciones portuguesas del siglo XV, no había sido seguido, en general, por una presencia sacerdotal que fuera más allá del servicio a los pocos europeos que vivían [1]. Se trata de tres siglos de práctica inactividad missionera, rota de manera esporádica por algunas expediciones acabadas en fracaso: de los capuchinos bretones a los actuales Senegal y Guinea, de los dominicos a Dahomey, de los capuchinos españoles a Arrecife y Joal, y de otros de jesuitas, franciscanos, etc [2].

Es en esta época -marcada, por otro lado, por una progresiva militaritzación del continente- cuando se crea la imagen de un conjunto territorial y de una gente salvajes, crueles, sometidos a un concepto peyorativo de la magia, merecedores de todo tipo de expresiones descalificadoras que sistemáticamente empiezan con la preposición sin: sin civilización, sin cultura, sin leyes, sin amo, sin capacidad jurídica... algunas de las cuales todavía perduran. Es la imagen que convenía para justificar la principal práctica europea de la época en los territorios africanos: la captura y el comercio de esclavos [3].

A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, de todos modos, tienen lugar toda una serie de fenómenos políticos, sociales y culturales (el renacimiento de la convicción religiosa, mantenida viva en los momentos revolucionarios; la posibilidad de una expansión importante de algunos Estados europeos; el “descubrimiento” de territorios nuevos, especialmente en África; la exaltación de los elementos “exóticos” en el mundo científico y literario...) que convergen -sobre todo en ambientes populares y/o contrarrevolucionarios- en una reanudación del ideal misionero.

Este ideal, presentado como una contribución a “la liberación de los pueblos salvajes”, contenía factores ciertamente de progreso. Y el deseo de regeneración de estos “otros” pueblos sintonizava perfectamente con el avance de la idea colonial, que presupone la convicción que hay pueblos envilecidos por creencias bárbaras y la creación de un mito civilitzador basado en la pretendida superioridad de la civilización occidental.

La Iglesia de Roma encarna la religión que corresponde a esta civilización “superior”. El fenómeno colonial, pues, podía ayudar a rehacer la secular relación Iglesia-Estado, puesta en cuestión por el proceso revolucionario. Por otro lado, la progresiva laicitación de las sociedades europeas ya era imparable; y la Iglesia trataria de encontrar, en los “nuevos” territorios, un nuevo espacio de intervención, de afirmación y de poder.

La persona que se sentía llamada a ejercer la vocación misionera podía encontrar cobijo en una serie de nuevas instituciones que, por primera vez, querían centrar su actividad en el territorio africano: la Sociedad de Misioneros del Sagrado Corazón de Maria [4], la Sociedad de las Misiones Africanas de Lyon [5] y la Sociedad de los Misioneros del África (Padres Blancos) [6] fueron las más importantes a nivel europeo [7]; mientras que, en el Estado Español, sería la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de Maria [8] la que se haría cargo de la tarea.

En un primer breve momento, se pensaba afirmar la presencia misionera frente al Islam, con un importante cultivo del mito de la Iglesia cristiana primitiva, fuertemente implantada en el norte del continente africano [9]) y frente al Protestantismo (presente en Estados como por ejemplo Liberia o Sierra Leone, formados a partir de núcleos de esclavos liberados, y tutelados por los Estados Unidos y la Gran Bretaña, respectivamente. La práctica demostró la inviabilidad de estas intenciones y la facilidad de implantación en los otros pueblos negros.
El adelanto del siglo comportó un desplegamiento continuado de la Misión y la creación progresiva de administraciones eclesiásticas nuevas: el Vicariato Apostolico de las Dos Guineas (1842), el Vicariato Apostolico de Dahomey y Benín (1860), la Jefatura Apostolica del Sáhara Occidental y del Sudán (1868), el Pro-Vicariato del Alto Congo (1886), etc. [10]: territorios inmensos, encomendados -cada uno de ellos- por la Sagrada Congregació de Propaganda Fide a un solo de aquellos Institutos misioneros.

La dependencia directa del Vaticano es una característica común a todas las congregaciones misioneras. Otra es la manera de pensar la misión encomendada, reflejo de un cierto misticismo personal: llevados por un afán regeneracionista, buscan un regreso a los orígenes en consonancia con su tarea de creación de nuevos cristianos; esta exigencia de purificación los hace mantener una postura de desprendimiento personal, de entrega absoluta a su misión, pero también de intransigència en cuestiones morales, de conservadurismo -a veces, puro integrismo- y de simplismo en la predicación y en la conversión.
Finalmente, los misioneros de la época tienen una concepción patriotica de su actuación: los intereses de la Misión se hacen coincidir con los intereses de la expansión colonial de la propia metropoli, y la conversión comportará una exigencia paralela de europeización. Franceses, españoles, belgas o alemanes antes de que misioneros? Hará falta esperar hasta el 1919, después de la primera guerra mundial, para aclarar la diferencia de papeles: entonces una encíclica papal exigirá una independencia de actuación [11]; y en 1926 otra encíclica reclamará la formación de un clero “autóctono” [12].

II


En 1777, el Estado Español obtuvo de la corona portuguesa las islas de Fernando Poo, Corisco y Annobon “y el territorio continental adyacente”, a cambio de determinadas zonas del actual Brasil. Aquel acuerdo, ratificado en el Pardo el 1778, venía a enmendar la separación española de África sentenciada por el tratado de Tordesillas de 1494; y debia permitir el mantener un territorio, en la misma costa guineana, destinado a la obtención de esclavos para las colonias hispanoamericanas.

Significativamente, la expedición destinada a tomar posesión de los nuevos territorios salía de Montevideo aquel mismo año; y, también significativamente, acababa en desastre: animadversión y resistencia de los “indígenas”, fiebres, carencia de víveres, revueltas... Sólo 25 de los 150 hombres iniciales volvieron a Sudamerica [13]. La isla de Fernando Poo pasaba a la leyenda imperial como lugar malsano y peligroso, y desde entonces solo se acercaron barcos españoles en ocasiones bien contadas.

La realidad todavía era peor: el Estado Español vivía una crisis muy profunda que lo llevaria a la decadencia colonial definitiva; y no existia ni la capacidad ni la experiencia necesarias para echar adelante un negocio -el de esclavos- que, entonces y en aquella zona, era en manos británicas y holandesas. Los proyectos fueron fracasando. Para acabarlo de empeorar, el 1807 la Gran Bretaña prohibió el comercio de esclavos a sus colonias y su poderosa armada se erigió en policía de la abolición al norte del ecuador.

Presionado por la gran potencia, el Estado Español firmó un primer tratado con la Gran Bretaña el 1817. Se fijaba una fecha para el fin del comercio esclavista: el 20 de mayo de 1820. Y determinaba una serie de mecanismos para asegurar el cumplimiento: a partir de aquella fecha, los barcos de guerra británicos podrían perseguir e inspeccionar las embarcaciones sospechosas de continuar traficando con esclavos; en caso de encontrar, podrían apresarlas y someter a juicio a sus responsables ante unos tribunales mixtos que se crearon en la Habana (territorio español) y en Freetown (Sierra Leone, territorio británico). Un nuevo tratado, firmado el 1835, ampliaba todavía este «derecho de visita» [14].

El comercio de esclavos pasaba a ser ilegal. El objetivo previsto en la “adquisición” de los “territorios españoles del golfo de Guinea” se desvanecía. Y, mientras el Estado Español mantenía abandonados los territorios, Gran Bretaña -previa autorización- fundaba en la isla de Fernando Poo la ciudad de Clarence (la futura Santa Isabel, el actual Malabo) como nueva sede británica del tribunal para la represión del comercio de hombres: era el 1827 y, de hecho, se creaba un tipo de enclave británico -y, por lo tanto, protestante!- en territorio hispánico. El Estado Español reclamó la devolución el 1841. Sin presencia española, al fin y al cabo, comerciantes y misioneros británicos continuaron operando, igual que en la isla de Corisco [15].

Las expediciones españolas se fueron haciendo más frecuentes, mientras que franceses y alemanes ocupaban progresivamente el territorio costero (como una extensión del Gabon y del Camerún, respectivamente). Poco a poco se abandonó el objetivo de utilizar los territorios africanos como lugar de producción de mano de obra -ahora asalariada- y se abrió paso la idea de convertirla en una colonia de producción de modelo antillano. La progresiva independización de los territorios americanos hacía recomendable encontrar alternativas. Y la presencia efectiva solamente se podía asegurar, de momento, mediante la actuación misionera: fracasadas las tentativas a cargo de sacerdotes regulares (1845 y 1856), se pensó en los jesuitas (1858-1872) y, finalmente, en los claretianos.

El Estado español se había convertido en una potencia de segunda categoría. Su pequeña presencia a la África (Guinea y parte de Marruecos), sin embargo, le aseguraba dos cosas: la continuidad a a la escena internacional (especialmente con respecto al territorio marroquí, llave estratégica del Mediterráneo), y la comparecencia al reparto del pastel colonial africano.

III


Se puede afirmar, pues, que la llegada de los claretianos a Guinea supuso, por primera vez, el mantenimiento de un contingente importante de españoles con una intención colonitzadora clara: entre el 13 de noviembre de 1883 y el 24 de octubre de 1911 se pueden documentar 47 expediciones misioneras que aportaron a aquellas tierras un total de 231 claretianos, 105 de los cuales catalanes [16]. Hace falta valorar el esfuerzo de la Institución, porque entonces todavía se podía considerar la Misión guineana como una aventura arriesgada: en el periodo estudiado, y con una edad mediana en el momento de la llegada en Guinea de 28'6 años, murieron 85 claretianos (casi el 37% del total); de estos, 10 en el primer año de servicio, 21 más dentro de los 3 primeros años, y todavía 20 más dentro de los 5 primeros [17].

A la importancia cuantitativa del contingente hace falta añadir una organización eficaz -distintiva de todos los órdenes religiosos, sometidos al voto de obediencia y participantes del convencimiento personal (vocacional) de sus miembros- con una jerarquía clara y una estabilidad que se destaca de otros estamentos: así, por ejemplo, durante estos 28 años estudiados, la autoridad eclesiástica recayó en 3 prefectos apostolicos [18]; mientras que, en esta misma etapa, ejercieron 51 gobernadores generales [19]. De hecho, hasta el mandato del gobernador Ángel Barrera (1910-1924) la presencia y la actuación administrativas en el territorio fueron francamente escasas.

La importancia del contingente misionero, su disciplina y organización, y la exigua presencia y poca estabilidad administrativas, traerán como consecuencia el predominio de la actuación de los claretianos durante todo el periodo. Efectivamente, su papel -y, por extensión, el de la Iglesia Católica- será, en Guinea, infinitamente superior al que podían ejercer en la metròpoli (o al que podían ejercer de otras instituciones misioneras en otros lugares). Y esto le hace tomar unas connotaciones especiales: porque los claretianos tendrán la oportunidad, al menos hasta cierto punto, de organizar muchos aspectos de la acción colonitzadora de acuerdo con sus planteamientos.

Para empezar, ellos serán los primeros en llegar a muchos lugares del territorio: “La bandera española ha tremolado en muchas partes izada no miedo soldados sino miedo Misioneros” [20]; y, en consecuencia, acontecerán pioneros y exploradores en muchas ocasiones: “Ya el P. Frígola, no obstante sus continuas enfermedades, recorrió lo Muni y sus afluentes y formó un esbozo de mapa de ese estuario que no deja de llamar la atención. Los RR.PP. Superiores que le han sucedido, y con ellos los demás compañeros de misión, heredaron del primero ese carácter expedicionario allí tan necesario” [21]. Una tarea de adelantada que fue especialmente importante en las zonas sometidas a litigio territorial por parte francesa y alemana, y en la cual los misioneros encontraban poco apoyo de la Administración: “Los francesas, aprovechándose de nuestra debilidad, o no sé cómo llamarlo, han avanzado más, levantando nuevas estacionas en nuestro territorio, echando miedo tierra nuestras banderas y enarbolando la suya, y circunscribiéndonos los límites hasta donde las ha parecido bien. Así, el territorio de Cabo San Juan, reconocido de España y que comprendía más de 20 leguas de costa, sin que en años pasados se hubiera visto la menor señal de dominio francés, ahora está ya plagado de estacionas, ya militares, ya factorías para el comercio, que los franceses han levantado al ver la inacción de los españoles [22]. Incluso en el caso de expediciones oficiales, normalmente militares, la presencia de misioneros claretianos es constante, porque se considera que las tareas de colonización y de evangelización son paralelas: “El fin que se propuso la expedición era altamente patriótico y religioso, ya que nuestro designio era atraer al amor de la religión y de España a los pueblos bubis, y contraer amistad con los butucus o reyes de la isla, que serán en número de 25, y sobre todo con el gran rey de todos ellos, llamado Moca, quien se creía hasta hoy ser invisible para los blancos, y aún para muchos negros, y esto era una realidad. El Gobierno deseaba ganar su amistad, para así dominar la isla, y la Misión permiso y benevolencia para establecerse en cualquiera de los pueblos bubis. Todo se consiguió como se deseaba. Te Deum laudamus” [23].

El desplazamiento de los misioneros a lugares alejados los hará aumentar la sensación de esfuerzo, de privaciones y de peligro: “Corría el mes de agosto de 1886 cuando unos pocos Misioneros, por mandato del Rmo. P. Prefecto, se instalaron en este islote, comprando al efecto una pobre casa de bambú que les sirviese de habitación provisional, faltos absolutamente de toda comodidad. Dios N. Sr., al igual que hizo con las demás Misiones, acrisoló a ésta desde los principios de su fundación con la gravísima enfermedad del Superior y muerte del Hermano director de las obras” [24]. Su adelanto solitario provoca que, allá donde no haya una autoridad civil nombrada de manera expresa, los misioneros lo asuman y lo ejerzan: “Los Misioneros del C. de María hacían el oficio de Subgobernador en todas las islas y parte del continente africano del Golfo de Guinea en que no hubiera Subgobernador civil” [25]. “Por cuyo motivo, y estimulados por un nuevo oficio del actual Sr. Gobernador de Fernando Poo en que me nombra delegado directo de Su Excelencia para cumplir y hacer cumplir todas las obligaciones y deberes prescritos por nuestras leyes, determinamos hacer un nuevo esfuerzo para acabar con tantos escándalos” [26]. En circunstancias menos alejadas, los misioneros se limitaban a actuar como agentes del gobierno: “Siempre que el Gobierno daba alguna disposición sobre el trabajo de los bubis, inmediatamente me subía a casa del jefe Lubá (es el jefe matado), en donde, reunidos todos los principales de Balanchá, Relebó y Ambori, las comunicaba las órdenes del Gobierno, haciéndoles ver que debían obedecer” [27].

A nivel ideológico, el predominio del elemento eclesiástico -claretiano- implicará una nueva percepción del africano que fundamentará toda la acción “civilizadora”. La cesión de aquellos territorios había sido obtenida con la esperanza de sacar un provecho importante en forma de esclavos. Pero, para los claretianos, los guineanos no son hombres indignos que puedan ser reducidos a la esclavitud: no son objeto de comercio, sino de evangelización. Aunque que esta posibilidad no presupone paso una igualdad, sino una jerarquía explícita en que la cultura, la religión y la moral occidentales serán predominantes; y se actuará en consecuencia.

Los claretianos, en definitiva, no harán otra cosa que exportar a la colonia el talante paternalista de las clases dirigentes occidentales: los ricos tienen que ejercer la caridad; y los pobres, agradecidos, la resignación. Igualmente: los españoles tienen que civilizar a los guineanos, ofreciéndoles afecto y protección en el ejercicio de la autoridad; mientras que ellos, salvados del salvajismo, tienen que manifestar su agradecimiento mediante la obediencia y el respeto. Los escritos de los claretianos nos proporcionan ejemplos muy claros: “Solo y tan sólo con mí ángel de guarda íbame introduciendo en un caserío por entre fetiches, que fuera largo historiar. El Padre era para ellos nuevo, como ellos eran desconocidos para el Padre: todos o casi todos escapaban al momento, inclusos los animales al descubrir al Padre, sobre todo los chiquillos. Al saludarlos cariñosamente iban apareciendo los mayores, los que, viendo era el Padre un bubi de paz, iban apareciendo casi todos. Sólo los niños no había medio de que vinieran a darme la mano, por más que no cesaban de atisbar y mirarme recelosos y al seguro entre sus padres. Al acercarme a ellos y diciendo en mí corazón “Sinite parvulos venire ad me", "que de vosotros es el reino de los cielos”, aquí estaban los trabajos y lo huír ellos. "¡Ah! butchucú! ne sesé atchi-ne daña...", murmuraban; y, pateando y chillando, hacían grandes esfuerzos para escaparse de sus padres; mas éstos, quieras que no, presentábanme a sus hijuelos. Alargaban entonces sus manecitas y, como llegasen a dar un golpecito con la palma de la mano sobre la mía (éste se su saludo), estaban ya trabadas las amistades y se apeaban y se venían y se colgaban de mí sotana, que antes habían insultado, diciéndome: "Sr. negro marchar; no quiero venir...” Esto de darme la mano y venirse a mí, al fin todos lo hacían” [28].

En consecuencia, siempre presentan las Misiones -y los misioneros- como protectores de los débiles: de los “indígenas” ante de los europeos, de las mujeres ante de los hombres... Así, llevan a cabo una lucha constante contra la servidumbre tradicional, especialmente en la isla de Corisco, antiguo depósito de esclavos. Es una lucha en que suelen contar con la complicidad de la autoridad civil, hasta el punto de conseguir la organización de operaciones militares de persecución: “S.M. [la reina regente, Maria Cristina de Austria] se ha servido disponer se manifieste a V.S. y al expresado Subgobernador [de Elobei] haber merecido su Real aprobación la conducta digna y correcta de las autoridades de esa Colonia en la expedición de que se trata, así por los móviles humanitarios a que ha obedecido como por la forma de llevarlo a cabo; siendo también su soberana voluntad que esta manifestación de gusto sea extensiva a los RR.PP. Misioneros de dicha isla, que tanto han contribuído al éxito de la expedición” [29].

La sinceridad de esta actitud, en cambio, muchas veces trajo los claretianos a un enfrentamiento abierto con las autoridades civiles. Es el caso, por ejemplo, del P.Ramon Albanell con ocasión de la guerra contra los bubis de 1910: “Fuí, llegué cuando estaban ya en pie, después de haber terminado la Junta. Me dijo el P. Juanola lo que antecede; pero como yo ignoraba lo que en la Junta se trató, pregunté en qué sentido había de ir [a la acción militar contra los bubis]. “Para administrar los sacramentos a los heridos y auxiliarles si era necesario”. Habían decretado salieran las fuerzas disponibles de Sta. Isabel al mando del teniente de la Guardia Colonial Sr. Rodríguez con el Gobernador. Como yo estaba ya al tanto de lo que hizo D. J. de Salas, y completamente contrario a lo dispuesto por el Bando, me quedé perplejo, y luego el Sr. Salas dijo: “El P. quiere pensarlo”. Yo, que pensé acertar y no quería dar calor a una campaña contra los bubis con mí presencia, dije: “Sí, quiero pensarlo” “[30].

En el mismo caso anterior, y ante la injusticia de las decisiones del gobernador contra los bubis, a quienes quiere hacer trabajar gratis y por fuerza, la defensa de los misioneros a un grupo de chicos se hace siguiendo excrupolosamente el procedimiento legal, con una instancia dirigida al gobernador que se redacta en estos términos: “Fuimos todos colegiales un tiempo atrás; sabemos todos cada cual su oficio y somos todos trabajadores. (...) No somos los que no están instruídos que se coge a la fuerza” [31] . Es decir, que la protección paternal se fundamenta en el cambio a la cultura importada, impuesta.

No se trata de un trato en un mismo plano; sino del sentimiento de suficiència de la propia e indiscutible superioridad. Una relación de superior a inferior, en que solamente la bondad del primero permite conductas condescendientes: “En vista de lo cerrado de la noche, de lo escarpado de la montaña y de no disponer de luz para bajar a la embarcación, juzgué más hacedero preguntar a Bonifacio si tenía algo para cenar. Él, con sentimiento, me dijo que sólo tenía un poco de mono y yuca. “Pues trae, hijo mío”, le dije, y me supo a pascuas. Al embarcar a las once de la noche por favorecernos la marea, me preguntó Su Rdma.: “Pero, Padre, ¿Vd. ya ha cenado bien?” “No pase pena, Rdmo. Padre, pues es el día que mejor he comido”. Y se desternillaba de risa en S. Juan cuando supo lo ocurrido” [32].

El paternalismo es una forma de autoritarismo. Implica una negación de la capacidad del otro, de la cultura del otro, de los valores del otro. La personalidad del africano no es tenida en cuenta sistemáticamente por aquel que solamente espera una aceptación de las decisiones propias. Y todo el esfuerzo de los misioneros se orienta a dotar los guineanos de una personalidad cultural de la que, supuestamente, carecen. La tarea misionera es, en parte, la invención de una identidad: porque la misma actitud paternalista justifica que el superior pueda considerar como insuficiente e inconveniente la cultura del inferior estimado; y, precisamente en nombre de esta estimación, mirará de desestructurarla y sustituirla por otra que considera como “más conveniente”, como “más apropiada”.

¿Cuales debian ser los componentes básicos de esta nueva identidad? Es una cuestión que los claretianos tienen clara desde el primer momento: la lengua española y la religión católica: “Como españoles oficialmente autorizados y protegidos por el Gobierno de la nación para su establecimiento en aquella colonia española, era preciso demostrar de un modo práctico su amor a la patria, haciendo de aquellos pobrecitos indígenas unos verdaderos súbditos de España, llevando a sus morenos labios la hermosa lengua de Cervantes, implantando en sus corazones nuestra Religión y nuestras costumbres, y a la par en sus inteligencias las brillantes páginas en que figuran, cual preclaros timbres de grandeza, los hechos gloriosos que han inmortalizado a España, cuna de mártires, de sabios y de valientes” [33]. . Estas ideas basicas ya aparecen en 1882, justo cuando los claretianos aceptan la propuesta del Ministerio de Ultramar de ir a la Misión guineana: “Los misioneros deberían catequizar e instruír en Religión y atender espiritualmente a los nuevos cristianos y enseñar la lengua española” [34].

Este doble objetivo no era nada nuevo, sino consubstancial a todos los procesos de “civilización” iniciados por el Estado Español. Desde este punto de vista, se puede decir que la colonización africana fue entendida como una continuación de la colonización de América (que, por otro lado, se daba por buena); y que la articulación de los dos objetivos mencionados implicaba un compromiso entre la Iglesia y la Administración, que los claretianos no se cansaban de reclamar: “Para civilizar un país cimentando en él las buenas costumbres, es necesario que la Autoridad civil no sólo no impida la acción benéfica de la Iglesia sino que la apoye y ayude, consiguiendo así más pronto un excelente resultado” [35]. “Despierta, pues, hermosa patria mía;(...) Tú, que supiste hacer ondear tú pabellón a través de tantos azares en tantos sitios del mundo, despierta y sal de tú letargo: ven, y verás lo que es Fernando Poo y lo que fuera el día que la tomaras con interés para sacarla del mísero estado en que hoy yace todavía. Empero no te olvides de tus antiguos días, en que, al lado de tus valientes, marchaba el Misionero a civilizar también; siendo así que aún hoy por él y con él vimos al Invisible, en provecho de la Religión y de la Patria” [36]. Quizás conviene recordar que las Misiones guineanas -todas- eran financiadas por la Administración, que pagaba el personal y otros conceptos.

Sorprende que esta tarea, con un primer objetivo de imperialismo lingüístico, la llevara a cabo la Institución Claretiana, fundada por un catalán, con la su casa madre en Vic, con un componente muy importante de misioneros de procedencia nuestra (un 45'4% del total), cuando un sector importante del clergado del Principado [de Catalunya] contribuía decisivament al fortalecimiento de nuestra lengua y estimulaba el inicio del catalanismo conservador [37].

Hace falta tener presente, respecto de esto, el carácter todavía poco consolidado de este catalanismo; que, por otro lado, influía sobre todo en el ámbito del clergado diocesano pero no paso en el de la mayoría de los órdenes religiosos: estos solían tener una estructura y una organización de ámbito español; en su seno convivían religiosos procedentes de todo el Estado; se utilizaba el español como lengua de relación habitual; y se consideraba el uso del catalán, en presencia de no catalanes, como una carencia a la caridad hacia los otros (y, pues, se relacionaba con una conducta pecaminosa).

Es bien patente que los catalanes que acudieron a las Misiones guineanas no eran especialmente sensibles a los problemas lingüísticos. Así, por ejemplo, uno de los más veteranos, llegado a Guinea el 1885, razonaba de este modo, una vez retornado, una petición de traslado fuera de Catalunya: “Los motivos principales son dos: el frío que me va muy mal y el espíritu catalanista que no me gusta” [38]. O bien, se puede aportar este episodio que ilustra el talante lingüístico que se respiraba a las Misiones guineanes: “Era portugués, y jamás hablaba de Portugal. Vinieron una vez de pasada dos Hermanos portuguesas y quisieron aprovechar la ocasión de hablar su lengua. El Hermano se negó: "En público, no. Si quieren algo en particular, sí". Replicaron: "Si somos portugueses, ¿porqué no hemos de hablar en portugués?" Contestó él con admiración nuestra: "Somos Hijos del Corazón de María, que se lo único que vale; lo demás, ¿qué importa sea portugués, o español o americano? Lo oficial es el español” [39].

Este tratamiento discriminatorio de las lenguas se tiene que inscribir en el tono paternalista general de la actuación de entonces: las lenguas locales se pueden estudiar; y al comienzo, cuando el dominio del español por parte de la población era nulo, muchos misioneros aprendieron; y fueron claretianos los que elaboraron una buena cantidd de vocabularios, diccionarios, gramáticas, devocionarios y versiones evangélicas en todas las lenguas guineanas. Pero, igual que las culturas respectivas, las lenguas “autóctonas” eran consideradas insuficientes; y el aprendizaje del español, una condición inexcusable para poder acceder al grado de “civilizado”, para poder obtener la nueva identidad preparada por los colonizadores.

Como norma general, la población buscó la manera de hacer compatibles las creencias propias con las impuestas. Los misioneros, más que a una religión asumida en el fondo del corazón de los hombres, daban importancia a la asistencia a los actos litúrgicos y de otras señales externas, y al seguimiento de una moral determinada: “El último domingo llovió sin parar desde las primeras horas de la mañana; y, aunque tocamos a Misa y empezó la mayor según costumbre a las 8, con todo esperábamos que ningún cristiano asistiría; y vino un niño de 10 años que estuvo un año en la Misión, y del pueblo de este niño (media hora distante de la Misión) a las 2 de la tarde compareció un joven de unos 17 años enteramente calado, con regular fatiga y sobresalto, el cual venía a preguntar si pecó por no haber asistido por la mañana a Misa. Este último había estado en Banapá, reconoce la falta que cometió, y por ahora da buen ejemplo y por su medio hemos podido ejercer alguna vez el santo Ministerio en favor de sus paisanos aún infieles” [40]. “A fin de evitar el impedimento que habían puesto al P. Juanola, tan pronto como hizo esta señal procedí a bautizarla sub conditione por ser dudoso si el bautismo que dan los protestantes es válido. Así que concluí las palabras de la forma, salta una hija de la moribunda oponiéndose a que la bautizásemos por instigación de los protestantes. Yo, como había conseguido mí fin principal, que era salvar aquella alma, decía para mí: "Ara, que hi pengin un llum" [dicho en catalan en el original, significa literalmente “ahora que cuelguen una luz” y seria equivalente a “ahora que digan lo que quieran”]. Pero al volver a casa me dice el P. Juanola: "La dificultad estará en sepultarla en cementerio católico" ” [41]. «Acostumbrados aquellos indígenas mal, ahora se resisten a entrar en camino, y ningún Superior o Padre, si no da, es bueno. El querer hacer cristianos a fuerza de dar no produce buenos resultados. El negro no es agradecido, y el regalar sin ton ni son hace que él se crea hasta con derecho a que se le dé, si no... no rezará, etc. etc. “ [42].

Con respecto a la moral, los misioneros insistirán en prohibir la poligamia y en obligar a las mujeres a vestirse. En este último caso, también como una manera de autoprotegerse de las tentaciones lujuriosas: “Cuando se ven los hombres poco menos que desnudos, hombres son y creo no es grande el peligro; pero al ver de la misma manera a las mujeres enseñando los pechos, etc. etc., no hay por qué decir que son negras o feas; que el demonio sabe pintarlas tan halagüeñas y hermosas a la imaginación del desprevenido, que parece no hay en el mundo cosa que más puede llamar la atención. (...) Váyase ahora uno ya sea a la siesta, o a descansar por la noche. ¿Qué impresiones recibirá su corazón? ¿Qué representaciones en su imaginación?” [43]. Tanto en este caso como en el de la poligamia, se actúa “en defensa de la mujer”, de su dignidad como persona. Y se busca para ella un papel (= una nueva identidad) que no es otro que el mismo que se quería para la mujer europea (= madre cristiana), dando por descontado que este es más emancipador que no aquel.

El esquema se repite siempre. Y, también en este caso, no se hace otra cosa que traspasar a África aquello que se piensa respecto de España: “Con todo, lo referido [por el gobernador José Barrasa] es para mí la señal de la guerra que por su parte nos hará el tiempo que él gobierne; porque ha soltado, entre otras, estas expresiones: “tan buen español puede ser un protestante como un católico”; “parece que volvemos a los tiempos del siglo XVI”. Todo lo cual me parece obedecer a principios masónicos que tienen a los sacerdotes por opresores de la libertad humana” [44]. Protestantes y masones pueden considerarse contrincantes serios [45]; no así las religiones africanas, que no son ni siquiera dignas de análisis: bastan las ideas preconcebidas: “Al lado izquierdo estaba el altar de los sacrificios, muy semejante a la escalera, aunque mucho más alto. El dogal estaba en una de sus gradas, ensangrentado todavía. ¡Cuán tristes ideas se agolpaban a mí mente y turbaban mí imaginación figurarme que en dicho lugar se ofrecía homenaje al Demonio!” [46].

Para conseguir extender esta nueva identidad, los claretianos no se limitaron a fundar Misiones. Crearon sobre todo escuelas -la mayoría internados, con la consecuente separación de los alumnos del ambiente familiar y cultural propio- y “pueblos cristianos” para los africanos, bajo el cobijo de las Misiones, organizados de acuerdo con la nueva moral: matrimonios canónicos, maridos monógamos, escolarización obligatoria, entrega gratuita de parcelas, aprendizaje de nuevos cultivos, pérdida del usufructo en caso de mala conducta... Conseguir alumnos para las escuelas -chicos, para las de los claretianos; chicas, para las de las concepcionistas- era preocupación de todos los misioneros: “Luego de llegados a la orilla, me interno en el bosque; y poco faltó para dejar allí la estola y roquete, como dejé un trozo de sotana; y, para colmo de desdichas, de vuelta a casa perdí la suela de un zapato. Cuando volvimos a S. Juan llevamos tres niñas para las MM. Concepcionistas de Corisco” [47].

Y esto hasta el punto que había el convencimiento, entre los diversos pueblos guineanos, que los misioneros querían quitarles las chicas para traerlas a los colegios de las monjas y casarlas después con los chicos de los colegios de los misioneros: “A las puertas mismas de Moca estuvimos, yo por tercera vez, y, como él [el jefe del pueblo de Moka, considerado como jefe de toda la isla de Fernando Poo] estuviese quejoso porque los niños y aún niñas iban a la Misión, el Sr. Comandante le cantó la cartilla y le dijo: "Él dice que si los niños y niñas van a la Misión, luego uno quiere a otra y el Padre los casa y pierdes". "Esto" -le respondió- "es lo que debe ser, y cuidado con molestar a la Misión; si no, estas armas que traigo para defenderte y que te respeten todos los bubis, serán para castigarte". Lo que no le gustaba mucho, pero tuvo que callarse. Y así se hizo en todas partes: respeto al Gobierno y a la Misión. ¡Ojalá se hiciera esto con frecuencia! ¡Cuánto ganarían la Religión y la Patria! Si no, no hay quien los saque de los bosques. ¡Si al menos dejaran venir libres a los niños y niñas!!! Pero no hay medio... Claro está, como la voluptuosidad de los muchucus necesita tantas mujeres y chicos para su poltronería...” [48]; “Su empeño [del gobernador Barrera] es también de traer pamues de la costa a Fernando Poo, y por ahora no se mueven ni que las prometan que se los dejarán con tantas hectáreas como quieran, y que "ni los Padres visitarán sus familias o poblados donde se establezcan para que no las quiten sus mujeres...", pues uno le dijo que no vendrían acá porque los Padres Misioneros las quitan las mujeres, y miedo eso no las tienen que visitar” [49].


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"Partich luxer dn Jac Ferrer per anar al riu de l'or al gorn de Sen Lorens quj es a X de agost e fo en lany MCCCXLVI"
Primera expedició europea al golf de Guinea de Jaume Ferrer a l'Atles Català de Cresquès s XIV
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