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Areces visitará Sudáfrica y Angola en su primer viaje institucional a África
La Nueva España 21 de marzo de 2008 El presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces, iniciará el próximo domingo, 30 de marzo, un viaje de siete días a Ángola y Sudáfrica al frente de una delegación institucional y empresarial que será el primer desplazamiento promovido por la administración autonómica al continente africano Según han informado a Efe fuentes del Ejecutivo, Areces se desplazará en primer lugar a la capital de Angola, Luanda, para atender una invitación oficial formulada por el Gobierno del país a través del viceministro de Ciencia y Tecnología, Sebastiao Teta. El Principado mantiene varios proyectos de cooperación en Angola donde la estancia tendrá un contenido casi exclusivamente institucional e incluirá a la localidad portuaria de Lobito. Tras su independencia de Portugal en 1975, este país, situado al suroeste del continente africano y con un territorio dos veces más grande que Francia habitado por 13,8 millones de personas, vivió un periodo de guerra civil que duró hasta el año 2002. Angola tiene una oferta de exportaciones concentrada en recursos naturales como el petróleo o los diamantes y en sus importaciones destacan los bienes de equipo (maquinaria para la industria, material de transporte y aparatos eléctricos), alimentos y productos químicos, según datos del Instituto de Comercio Exterior. De forma paralela a la estancia de Areces en Angola, el resto de la delegación asturiana, de la que forman parte los consejeros de Industria y Presidencia, Graciano Torre y María José Ramos, respectivamente, y la presidenta de la Junta General del Principado, María Jesús Álvarez, así como representantes de los grupos parlamentarios, se desplazará directamente a Sudáfrica. El objetivo del viaje es realizar una prospección empresarial, lo que hará que de la delegación formen parte una veintena de representantes de compañías asturianas, y tomar contacto con autoridades y diversas personalidades de ambos países para facilitar nuevas oportunidades de negocio a las empresas del Principado. A este viaje se sumará por primera vez en una visita institucional organizada por el Gobierno asturiano un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, el responsable del África Subsahariana, Ignacio Javier Pérez Cambra. Areces llegará a Johannesburgo, la mayor ciudad de Sudáfrica y centro financiero e industrial del país, el miércoles, 2 de abril, y el programa de su estancia, que todavía está siendo ultimado, incluirá la visita a diversos proyectos de cooperación financiados por el Gobierno asturiano en Luanda y Soweto. También está previsto un acto en la Universidad de Pretoria, que cuenta con un Departamento de Español, y un encuentro empresarial en Johannesburgo para explorar las posibilidades de negocio entre Sudáfrica y Asturias, además de otras actividades en Ciudad del Cabo, capital legislativa del país. Sudáfrica, con una superficie similar a la de Angola y 46,9 millones de habitantes, ha crecido a una media del 3 por ciento anual tras superar en 1994 el periodo de sanciones internacionales, una vez abolido el sistema de segregación racial que restringía el acceso a la propiedad y a la educación a la mayoría no blanca. Sus exportaciones están dominadas por los minerales, fundamentalmente metales y piedras preciosas, seguidas por los productos procedentes de la primera transformación del hierro y del acero y de vehículos de motor mientras que en las importaciones destacan los sectores del automóvil, maquinaria y electrónica. De la delegación formarán parte también los máximos responsables de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE) y de las Cámara de Comercio de Oviedo y Gijón, así los presidentes de los puertos de Gijón y Avilés y los secretarios Generales de UGT y Comisiones Obreras de Asturias, entre otros. http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pR...tucional-Africa |
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BOTÍN DE GUERRA
Violadas en la selva, repudiadas en casa Las mujeres han llevado la peor parte en la guerra del Congo, que se ha cobrado cuatro millones de vidas. El 70% de las violadas que Médicos Sin Fronteras atiende en todo el mundo son víctimas del conflicto en el país africano. Ésta es su historia y la de quienes luchan para que vuelvan a sentirse vivas PERE RUSIÑOL DOMINGO 23-03-2008 Cuando cae la noche en Rutshuru, al este de la República Democrática del Congo (RDC), casi todos buscan refugio en casa. Los niños corren para que ninguna banda les secuestre y les convierta en soldados a la fuerza. Los hombres dejan de zangolotear por las calles polvorientas y tristes para no verse atrapados en el tiroteo cotidiano. Cuando anochece, Rutshuru es realmente peligroso. Y sin embargo, precisamente entonces, al adueñarse la oscuridad de la ciudad sin ley, es cuando muchas mujeres salen en silencio de su choza y se esconden en la selva: saben que si se quedan en casa, muy probablemente serán violadas. Así de dura es la vida de las mujeres en Rutshuru y en todo el este de la RDC, la zona con más violencia sexual del país con más violaciones de todo el planeta. "La violencia sexual en Congo es la peor del mundo", proclama John Holmes, subsecretario general para Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas. Médicos Sin Fronteras (MSF), con proyectos en 75 países, incluidos los que viven las peores tragedias del momento, objetiva esta realidad escalofriante, presente en cada esquina y en cada rincón del devastado este congoleño: el 75% de los casos de violencia sexual que MSF atiende en todo el mundo proceden de este país-continente en el corazón de África, en el que se suceden las guerras y la muerte violenta se ha convertido en norma. "Las mujeres creen que están más seguras en la selva que en casa, porque cada noche algún grupo guerrillero -cuando no es uno, es otro- llama a la puerta. Pero lamentablemente, la mayoría de las que se esconden en el bosque acaban siendo violadas igual", explica Jachy, la coordinadora del programa de violencia sexual del único hospital de Rutshuru digno de este nombre, gestionado por MSF. Por el despacho de esta mujer vital y grandota, que ha nacido en el pueblo y que pese a todo no se plantea irse, pasan a diario mujeres con el mismo desgarro. "Si las atacan en la selva, las violan. Pero para ellas suele ser peor la agresión en casa: el marido y los hijos son entonces obligados a contemplar la violación en serie. El objetivo suele ser hacer el mayor daño posible", añade. Kavira Tassy tiene 29 años, aunque el último no lo ha vivido; sólo lo ha sufrido. Hace ya siete meses de esa noche aciaga, pero tiene aún todo el cuerpo magullado. Un collar ortopédico le sostiene el cuello y su voz es apenas un hilillo casi inaudible: "La guerra se acercaba y escapé porque tenía miedo. Al volver, mi parcela estaba ocupada por un hombre que no conocía y no me dejó entrar, ni a mí ni a mi marido. Protestamos, y entonces este hombre avisó a cuatro soldados", explica con voz clueca y la mirada perdida en el horizonte. Y añade: "Entonces fue todo muy rápido: los soldados me detuvieron, me encerraron en una habitación, me violaron y me dieron una paliza tremenda. Aún necesito ayuda para andar". En los Kivus, la convulsa región oriental congoleña tan rica en minas -oro, diamantes, coltán, cobre...- y tan pródiga en sangre y miseria, la historia de Tassy no tiene nada de excepcional. Hay tantas armas y tantos grupos violentos campando a sus anchas -cada uno con su correspondiente amigo suministrador detrás, ávido de conquistar una nueva mina-, que lo raro es más bien vivir sin conocer de cerca la violencia sexual. En algunas poblaciones -como Shabunda, al sur, pero hay muchas otras- más del 70% de las mujeres han sido violadas. Y la cifra sólo incluye los casos denunciados, siempre menor que la real. La lacra está tan extendida que lo difícil es reconocer a los agresores. Suelen portar armas y uniforme, pero cuesta distinguir si son rebeldes tutsis alzados contra el Gobierno, guerrilleros hutus atrincherados desde que en 1994 huyeron de Ruanda tras perpetrar el genocidio, milicianos Mai-Mai con ínfulas de somatén, estrafalarios rastas que escandalizan incluso a sus rivales por la violencia extrema que emplean... O quizá son los propios soldados del Ejército, hambrientos, beodos, desmoralizados y con meses sin cobrar. Los informes de las organizaciones de derechos humanos les señalan a todos, sin excepción. Se pelean entre sí, pero las que pagan son siempre las mujeres. Tras la paliza, Tassy logró huir de Lubero, su región, y encontró cobijo en Goma, la destartalada capital de Kivu Norte, que rivaliza con Bukavu, la capital de Kivu Sur, al otro extremo del bellísimo lago Kivu, como centro de la infamia. Gesom, un pequeño hospital financiado por el Fondo de Naciones Unidas para la Población, la ha aceptado en su programa para las víctimas de violencia sexual. El centro está desbordado: "Hay tantas mujeres afectadas, que ocupaban todas las camas y no había sitio para el resto de enfermos. Al final hemos tenido que crear un recinto para ellas solas", explica el médico Elysé Rugagi mientras muestra orgulloso cómo han convertido una casucha en un digno centro médico. El recinto específico para la violencia sexual es en realidad una especie de tienda de campaña que alberga 10 camas para atender a 20 víctimas. Un grupo de mujeres pasa el tiempo cosiendo en el patio y bisbiseando sin levantar nunca la mirada del suelo. Algunos niños -más de uno nacido tras una violación- juegan, ajenos al sufrimiento. Tres mujeres de vitalidad arrolladora -Rose, Adidja y Amiha- están al frente de esta frágil isla de seguridad para las mujeres. "Tratamos de ayudar como podemos, insuflando toda la energía y el amor posibles, pero la gente llega muy traumatizada y lo que nos cuenta nos afecta mucho", dice Rose. Sus historias dejan paralizado al más bravo: mujeres violadas en serie por 20 hombres, jóvenes secuestradas durante un mes como esclavas sexuales de un batallón de energúmenos, abusos a bebés de 10 meses, violaciones de abuelas de 70 años... "La situación es cada vez peor y el Gobierno no hace nada. ¡Sólo nos ayudan las organizaciones humanitarias!", brama Adidja. En realidad, el Gobierno sí ha hecho algo, al menos sobre el papel: ha impulsado una ley, ya aprobada, para combatir la violencia sexual y castigar a los agresores. El problema es que en este país la ley raramente se cumple y el Estado ni siquiera tiene la autoridad suficiente para hacerla cumplir. Es una mera ficción sobre el papel. En los Kivus es evidente que el Estado pinta poco: en esta región de exuberante belleza tropical, comparada en ocasiones con Suiza, la única ley que rige es la que promulgan las incontables bandas armadas. El origen de la pesadilla se remonta al menos a 1994. La vecina Ruanda ardía por los cuatro costados y más de un millón de personas cruzaron la frontera hacia la RDC (entonces Zaire). Entre los refugiados había decenas de miles de interahamwes (los que matan juntos), los que habían perpetrado el terrible genocidio a machetazos. La macabra dinámica ruandesa -de un odio tan exacerbado y enquistado que provoca estupefacción, incluso en los tremendos estándares africanos- se trasladó entonces al este del Congo. Los interahamwes, armados hasta los dientes y bien escondidos en la selva, siguen persiguiendo a tutsis y conspirando para reconquistar por la fuerza el poder en Ruanda. A su vez, los tutsis -poco importa si congoleños o ruandeses: siempre apoyados por Kigali- buscan a los hutus genocidaires hasta el último rincón para vengarse y establecer algo así como un cordón sanitario que proteja al régimen ruandés, hoy bajo control tutsi. La espiral infernal entre hutus y tutsis es ya explosiva de por sí, pero la descomposición del Zaire de Mobutu a partir de 1996 no hizo sino agravar la situación: guerra civil en el Congo, entrada al país de hasta nueve ejércitos extranjeros -se conoció como guerra mundial africana (1998-2003) y causó cuatro millones de muertos- y lucha a muerte por el control de las minas de la zona. En teoría, en el país hay paz desde 2003, pero los Kivus no la han llegado a conocer: hay demasiadas armas repartidas, demasiadas riquezas por explotar y demasiados grupos insurgentes -con veleidades políticas o meros delincuentes- apoyados por demasiados amigos extranjeros. "Es obvio que la violencia sexual se está utilizado aquí como arma de guerra", sostiene en Goma el sociólogo Jules Barhalengeltwa. Este hombre se ha pateado decenas de pueblos en los Kivus y dice que no tiene ninguna duda de que las cotas de violencia sexual son aquí las peores del mundo. "Es cierto que en Bosnia y otros lugares también se utilizaron las violaciones como arma de guerra, pero aquí hay más grupos y, por tanto, es aún peor porque las mujeres son atacadas por todos", sostiene. "Las violaciones masivas buscan destruir al grupo contrario, extender entre sus miembros el virus del sida, destrozar familias, forzarlas a exiliarse, humillarlas...", explica Barhalengeltwa. Y concluye: "Es un arma muy potente que utilizan todos sin excepción, pero sobre todo los interahamwes. El objetivo es destruir al contrario, no sólo violar". "Las mujeres somos las víctimas principales de las guerras. Lo sé de primera mano". Nathalie Furaha, de 28 años, cuenta cosas terribles sin dejar de jugar embelesada con su niño en brazos: "Un grupo de milicianos tutsis vinieron a casa a buscar a mi marido, se lo llevaron y lo mataron. Aquella misma tarde volvieron y ellos mismos me contaron lo que habían hecho. Luego me obligaron a seguirles, me metieron en una casa junto a otra mujer y los mismos militares que habían asesinado a mi marido nos fueron violando una y otra vez". Nathalie habla despacio; parece esforzarse para evitar que un torrente desatado de ira no ahogue el relato. No va a perdonarles, recalca, pero está al menos en camino de recuperarse del trauma. Participa en un programa de Women For Women, una organización no gubernamental con sede en Washington que impulsa en los Kivus talleres específicos para las víctimas de violencia sexual. El objetivo es ayudarlas a recuperar la dignidad que han querido arrebatarles primero el agresor y luego la sociedad con el manto del estigma. Para ello les enseñan un oficio y les otorgan financiación para que puedan llevarlo a la práctica y dependan sólo de ellas mismas. Aunque parezca mentira, el rechazo social entre los suyos suele ser el segundo gran golpe que debe afrontar la mujer. Muchas veces, el marido la repudia tras el ataque. En ocasiones, incluso la propia familia. Todo un muro de prejuicios y supersticiones se levanta para hacer todavía más difícil su recuperación. "Las mujeres suelen venir a la consulta a escondidas porque temen que el marido las abandone si se entera y que la gente las señale en la calle", apunta Jachy, la psicóloga que trabaja con MSF en Rutshuru. "Hay veces en que el agresor les da a elegir, regodeándose así en el sufrimiento: o mata al marido o viola a la mujer. El marido implora que viole a la mujer para salvar él la vida y, aun así, luego la rechaza", explica Jachy. Cuando no se la acusa de coquetear con el violador, se la repudia por temor a que sea portadora del virus del sida. En este caso, según el cliché dominante nacido de las entrañas de la incultura, o va a contagiar la enfermedad o el tratamiento médico costará demasiado dinero y llevará a toda la familia a la ruina. El abandono es, pues, la respuesta más habitual. Los rasgos culturales congoleños no ayudan a mejorar la situación de las afectadas: "Aquí se ve a la mujer como una criatura sagrada, y si ha sido violada, se convierte en todo lo contrario: en impura, en portadora de todos los males", lamenta el sociólogo Barhalengeltwa. La pinza del hombre es por tanto doble: primero, unos violan; y después, otros repudian. "Es imprescindible implicar al hombre en esta lucha contra la violencia sexual. De lo contrario, nuestros esfuerzos serán estériles", sostiene Marie Noël Cikuru, coordinadora del programa de Women for Women en Kivu Norte. Su ONG ha empezado a impartir talleres para líderes comunitarios con el objetivo de ir socavando los prejuicios e implicarles en este combate. "La respuesta está siendo buena; tenemos esperanza", remacha. En una de las colinas de Bukavu, la bulliciosa capital de Kivu Sur desparramada junto a un lago de ensueño, se erige el hospital Panzi, la joya médica de los Kivus levantado con ayuda de la cooperación occidental. Hay más de 300 camas, medios decentes e inmascesible ilusión. Pero el puntero programa de violencia sexual está absolutamente sobrepasado. Sólo en Kivu Sur, la ONU contabiliza 25.000 casos anuales desde hace años, y va en ascenso. Otras estimaciones más pesimistas de ONG que trabajan en la zona elevan la cifra en ocasiones incluso hasta los 100.000. Unas 40 mujeres aguardan su turno en una hilera muy ordenada junto al jardín, el remanso de paz del hospital. Quieren ver a la doctora Cécile Mulolo. Esta mujer enérgica y de ideas claras es su contacto con el mundo tras salir del infierno y representa el punto de enganche más sólido con la ilusión de normalidad. Ella guarda bajo llave los secretos de sus pacientes, envía si es necesario un coche a recoger sigilosamente a una afectada en un andurrial perdido en la selva y las trata exhaustivamente: píldora del día después, test del virus del sida, tratamiento preventivo con antirretrovirales, examen de otras enfermedades de transmisión sexual, vacuna de hepatitis B, del tétanos... Y, sobre todo, apoyo psicológico continuado. "Es agotador. Veo de media a 420 mujeres al mes; todas con historias terribles", explica Cécile en su humilde despacho. "Lo peor es que la situación no mejora, sino todo lo contrario: cada vez es peor. Y la impunidad es total. Hay muchos casos de mujeres violadas que vienen a tratarse, vuelven a su aldea y las vuelven a violar los mismos. Hay tanta corrupción que no se atreven ni a denunciar a los agresores. Aquí, si tienes dinero, nunca entrarás a la cárcel. Las que denuncian se arriesgan a que vuelvan a atacarlas con más ensañamiento si cabe", explica sin pausa. Lo que más teme Domitila Mbebanaumie, de 48 años, es precisamente regresar a casa y encontrarse de nuevo con sus agresores: "Quiero verlos en la cárcel, pero sé que si vuelvo a mi pueblo, lo más probable es que sigan allí tan tranquilos, como si nada. No lo soportaría", afirma. A Domitila la violaron en 2004 y, cuando creía que había logrado al fin superarlo, se encontró de nuevo con el terror: una nueva violación. Hace ya tres meses de ello, pero lo revive aún hecha un manojo de nervios y con los ojos enrojecidos. "Llegaron al amanecer. Eran tres soldados que no conocía y dos hombres del pueblo. A uno de éstos sí que lo conocía bien porque quiso salir conmigo y yo le había rechazado. Ésta fue su forma de vengarse. Los soldados me violaron, uno tras otro, y los civiles miraban y se reían. Luego se fueron. Seguro que siguen libres, pese a que mi hijo les denunció". La española Teresa Sancristóval, de 36 años, es la jefa de misión de MSF en la República Democrática de Congo. Encadena trabajos humanitarios en conflictos armados de todo el mundo desde 1995 y no encuentra parangón con lo que se encuentra a diario en Bukavu, donde ha instalado su base. Ni siquiera le sirve la explicación de que la violencia sexual está tan extendida porque se emplea como arma de guerra. A su juicio, la epidemia se encuentra ya en otro nivel. Más desbocada. Más difícil de definir, de explicar y, por supuesto, de contener. "El problema es que cuando desencadenas la violencia es muy complicado volver atrás. Y aquí llevan ya tantísimos años en guerra que el descontrol es muy grande", explica Sancristóval, un torbellino, siempre arriba y abajo dispuesta a traer la ayuda hasta el rincón más recóndito de este país olvidado. "Seguro que hay quien emplea la violencia sexual como arma de guerra, pero la mayoría sigue otra lógica: están acostumbrados a matar y, una vez que has matado, todo tiene menos sentido; la violación es sólo un componente más de esta dinámica tremenda", opina. De su experiencia extrae que la mayor parte de las violaciones las cometen soldados en retirada, tras perder una batalla. "Tienen rabia, un arma y necesitan sentirse aún poderosos: violan", concluye. No hay lugar seguro en la región de los Kivus en estos terribles años de furia. Wimana Mariqueritte, de 43 años y mirada extraviada, lo aprendió brutalmente. "Mi hijo enfermó y fui al hospital para que lo examinaran. Había grupos de soldados pululando por allí. No sé ni quiénes eran ni qué defendían, pero me quitaron el niño, me encerraron en un cuarto y me violaron", rememora con rabia y con la voz entrecortada. "No puedo quitármelo de la cabeza; día y noche me atormenta el recuerdo. Todo el día tengo miedo", añade Wimana. En Goma, en Bukavu y en Rutshuru el cielo es diáfano, pero el aire está siempre emponzoñado. Nadie sabe cómo poner fin a esta espiral diabólica de hombres muertos en combates incomprensibles y de mujeres violadas y torturadas. Una mujer exhausta y combativa, que prefiere ocultar su identidad para no hacer todavía más difícil su trabajo con las víctimas, apunta que la solución está a miles de kilómetros de distancia, al norte. "Necesitamos ayuda internacional, pero no sólo con financiación, médicos y voluntarios que nos compadezcan", implora esta activista pro derechos humanos, quien añade: "El compromiso debe ser también en algo más profundo: ¿quién vende las armas a estas bandas? ¿Quién compra el oro, el coltán y los diamantes que se extraen aquí sin control?". "¡Ésta es la raíz del problema que debe atajarse!", exclama. Por ahora, las armas entran y los minerales salen: las mujeres seguirán huyendo a la selva cuando cae la noche. http://www.elpais.com/articulo/reportajes/...elpdmgrep_1/Tes |
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Regreso a la aldea de los muertos
En 2003, una aldea olvidada de Marruecos apareció en los mapas. Hansala perdió a 12 jóvenes en el naufragio de una patera. Ésta es la historia de un valle que ha inspirado al cine. GUILLERMO ABRIL EL PAIS SEMANAL 21-03-2008 Mohamed Aghazaff recuerda que madrugó aquel día para ir al campo a trabajar. Seis de la mañana, Callosa de Segura (Alicante). Encendió el televisor para desayunar y vio a su hermano pequeño muerto en la playa de Rota (Cádiz). Los cuerpos habían empezado a llegar a la costa. Las noticias hablaban de la mayor tragedia de la inmigración ilegal en la historia de España. Aparecieron 37 cadáveres en la arena. Sobrevivieron cinco personas, y a 16 se les dio por desaparecidas. La muerte se cebó sobre todo con Hansala, una pequeña aldea bereber del Atlas marroquí. Aunque el mito y el boca a boca quizá hayan deformado el relato, en la aldea cuentan que ocurrió más o menos así: a las nueve de la noche del 23 de octubre de 2003 una embarcación de madera recubierta de poliéster parte de Larache, una pequeña ciudad costera al noreste de Marruecos. Pone rumbo a Algeciras. Cielo despejado. Van 58 personas a bordo. Lo primero que sienten es el frío. A los 10 kilómetros comienza a caer una lluvia pesada. El viento se vuelve intenso. Marejada. El capitán de la patera decide aminorar la marcha. El trayecto puede durar tres horas en una noche clara, pero el clima duro insiste, y pasan una noche y un día esquivando olas bajo un manto de agua. Al llegar la segunda noche cesa la lluvia, pero queda el frío y la niebla. La humedad deja los cuerpos rígidos. A la una de la madrugada, un barco pasa cerca y los avista. Algunos pasajeros piden auxilio. El capitán les convence: ya andan cerca de la costa; si los remolcan, los pescará la Guardia Civil. Callan y siguen. Al poco les engancha una ola y voltea la patera: 58 personas en el agua. Saben nadar, pero los miembros, duros como piedras, no responden. Cinco hombres quedan bajo el casco, en una burbuja, agarrados a la madera con los dedos entumecidos. Van perdiendo de vista al resto, que poco a poco deja de moverse, de respirar, desaparece. Con ayuda de un golpe de agua, los cinco logran poner derecha la embarcación. Suben. Dejan que la marea los arrastre hasta la playa de Rota. Abandonan la patera. La rigidez les impide caminar erguidos. Se mueven a cuatro patas en busca de refugio, como animales. Huyen rápido, se esconden. Lhossin Aghazaff muestra la foto del hijo muerto mientras su mujer sirve el té. Las paredes, de adobe; la estancia, vacía; los zapatos, al borde de la alfombra, pringados de barro. Cuando llueve en Hansala, los caminos se enfangan, las pendientes se hacen imposibles. Hasta allí nunca llegó el asfalto. Tampoco la luz ni el agua corriente. Un sorbo de té, y Lhossin enseña varios papeles de sabor amargo. En uno se lee en francés: “Slimane Aghazaff, décédé le 25-10-2003 à la suite de noyade”. Se lo envió el Gobierno marroquí para decirle que al hijo se lo tragó el mar y luego lo escupió en la playa de Rota. Muerte por ahogamiento. Tenía 16 años. El sueño español volvió al año siguiente a su casa embalsamado en formol y sellado dentro de un ataúd con tapa de metal. Cuando llueve en Hansala, sus habitantes evitan el lodazal atajando por donde la hierba recia de los manzanos. Suelen desayunar pan con aceite, ambos caseros. Los olivos allí crecen flacos, pero frondosos, a unos 800 metros de altitud. El pueblo no existe en la mayoría de los mapas. Y si uno pregunta a los vecinos dónde empieza y dónde acaba la aldea, señalan los montes que los rodean, de donde cuelgan sus casas, una aquí, otra allá, diseminadas por distintas lomas, y dicen: “Hansala”. Luego marcan, también con la mano, el cambio de pendiente para indicar todo lo que no se ve, y dicen: “No Hansala”. Un riachuelo cruza por lo bajo y se pierde donde el valle se estrecha hasta formar una garganta. El camino a la civilización. Por allí se marcharon los 12 muertos de octubre de 2003. Regresaron nueve ataúdes. El resto quizá siga en el mar, o en el cementerio de Los Barrios (Cádiz), donde enterraron los cuerpos sin identificar. Tres años después del naufragio, en noviembre de 2006, una extraña comitiva apareció por donde la garganta se llevó a los jóvenes. La cineasta española Chus Gutiérrez (Sexo oral y Poniente) y un pequeño equipo de producción se habían desplazado hasta allí para reunirse con los 10 miembros del consejo de ancianos. En casa de Said Salhi, situada en lo alto de la colina Buada, la realizadora explicó a los mayores de las 10 familias más importantes lo que había leído tiempo atrás sobre el naufragio en la prensa, que recortó los artículos, que investigó la historia y que acababa de convertirla en el guión de su próxima película. Said, que había empezado a hablar español con el oído pegado a un transistor que capta por las noches las ondas de Radio 5 Todo Noticias, iba traduciendo a los ancianos. Chus comentó su intención de venir al pueblo a rodar una parte, el regreso de uno de los muertos del naufragio. Y su entierro. Les dijo que quería que los habitantes del pueblo aparecieran en la película. Que ellos fueran los actores. Los ancianos escucharon al intérprete. Se miraron, discutieron. Y respondieron con otra pregunta: “Entonces, ¿tendremos que llorar?”. Eso era un sí. Y lloraron. Durante el segundo día de rodaje, en la escena del entierro, ocurrió una catarsis. En Hansala han aprendido que cuando Chus Gutiérrez grita “y… ¡acción!” les toca guardar silencio. Pero en aquella secuencia, sobre el lugar en el que yacen nueve de los ahogados, hubo lágrimas y abrazos. Todos, pueblo y equipo, hablan de la intensidad de aquel momento. Estamos a finales de febrero de 2008, cuarta jornada de rodaje de Retorno a Hansala. Con el cine han llegado los focos, los generadores de electricidad, los camiones, los todoterrenos, las cámaras, la coca-cola. El equipo español lo forman una veintena larga de personas. Andan arremolinadas en torno a casa de Said Salhi, preparando la siguiente escena: el momento en que el consejo de ancianos aprueba pagar el retorno del hijo muerto en el Estrecho al dueño de una funeraria española llamada Sefuba. El consejo, Chus lo conoce. Bajo una carpa de nailon, al abrigo de la lluvia, pregunta dónde demonios se han metido los seis actores-aldeanos que faltan. “Aquí sólo hay cuatro y el consejo son 10. Quiero a los 10”. Una ayudante pregunta por ahí y enseguida vuelve: “Están rezando en la mezquita”. Llegan al poco, con el imán, que hará el papel de imán. Reunido el consejo, Chus mira a Said para que traduzca del español al bereber: “Quiero que Lhossin entre en la sala, y entonces diga lo que tú me dijiste una vez, ¿te acuerdas, Said? Que no se le debe nada a un Gobierno que no es capaz de asfaltar una carretera, y que si los jóvenes se van de su tierra queda un lugar sin esperanza”. Said calla, no traduce. “¿Qué pasa? ¿Te parece… delicado?”. Said habla en susurro con Lhossin. El aldeano-actor sonríe enseñando los dientes que le quedan, y dice que sí, que lo hace. Chus le responde con una exclamación y las manos hacia arriba para señalar, eso, a los que están arriba: “¡Que le den al Gobierno!”. José Luis García Pérez, uno de los tres actores profesionales desplazados a Hansala, interpreta al dueño de la funeraria. Después de un naufragio emprende viaje a la aldea con uno de los cuerpos en su furgoneta. También lleva las ropas de otros siete, con la intención de orearlas en el zoco más importante de la zona a la vista de todos. Con suerte, las reconocerán los familiares y podrá cobrarles por sus servicios de repatriación. Realidad y ficción se funden. Chus Gutiérrez dice que leyó en 2001 un reportaje en el que se mencionaba a un tal Ángel Zamora, más conocido como El Rubio, copropietario de la funeraria Sefuba. Aseguraba haber devuelto 150 cadáveres a Marruecos. Comenzó el negocio en 1999 después de un naufragio del que se recuperaron 12 cadáveres. Venían de Beni Mellal, una provincia deprimida al pie del Atlas, a la que también pertenece Hansala. Consiguió los permisos para repatriar a uno de los cuerpos y viajó hasta la zona con las ropas raídas de siete más. Colgó los jirones sobre alambres, junto a la casa del muerto. “No exagero si digo que más de 1.500 personas examinaron las ropas. Identificamos a cinco de los siete”, contó El Rubio en 2001. Aunque en ese naufragio no murió ningún pariente de Hansala ni había tenido lugar aún el naufragio que asoló el pueblo, aquel reportaje de EL PAÍS, firmado por Tomás Bárbulo, encendió la mecha de la película. Los miembros del equipo cuentan mil anécdotas sobre la aldea. Una ayudante de dirección recuerda que llegó por primera vez a Hansala el día de la fiesta del cordero. De pronto, un grito rompió la calma del valle; un alarido prolongado que paraba en seco al pronunciar un nombre. Los aldeanos pidieron silencio y aguzaron el oído. Alguien en la otra colina había extraviado un cordero. El pueblo dejó sus tareas para buscar la cena de aquel hombre. Lo encontraron. Y el resto descubrió dos cosas: que allí todos arriman el hombro para ayudarse y que la cobertura del móvil se suplía a pulmón. Para llamar a alguien habría que gritar, y parar en seco al decir su nombre. La actriz Fara Hamed se emociona con la historia que le acaba de referir una mujer: quedó viuda y sin padres, con cuatro hijos y un pedacito de tierra. Fara, española de madre marroquí, camina con un pie en cada orilla. “Les veo y pienso que no es justo”, dice. Se abraza a Rahima, una anciana de Hansala que interpreta a su madre en la película. Casi todas las familias de Hansala tienen algún miembro trabajando en el rodaje. Unos se han convertido en actores, otros en figurantes. Iza Obaba, una mujer a la que el naufragio dejó viuda y a cargo de dos niños, ha conseguido un hueco en la cocina, dando de comer al equipo. Faena en los fogones de uno de los edificios más modernos de la aldea: el dispensario médico. Lo levantaron en 2004 con ayuda de Solidaridad Directa, una ONG española que llegó dos meses después del desastre. El doctor acude allí una vez por semana. En su interior se proyectó la primera película que recuerdan en Hansala. La ONG mejoró una escuela en la que no duraban los profesores. Arreglaron el tejado, dejó de entrar agua en clase, construyeron una casa para que durmieran los maestros. Trajeron un todoterreno-ambulancia con el que bajar hasta Beni Mellal, la capital de la provincia, a unos 40 kilómetros. Y hace poco inauguraron una pequeña vivienda para Iza Obaba. Desde que murió el marido, la viuda había ido vagando de casa en casa con los hijos. Las expectativas cuando una mujer enviuda en Hansala son escasas. Todo lo más, casarse con algún anciano. Por la noche, recostado sobre la alfombra junto a un brasero, Said Salhi dice que con la película espera que el mundo entienda una verdad: la gente deja su pueblo para mejorar la vida. Su hermano vive en España, como otros 40 de Hansala. Los primeros marcharon en 1996. Él prefiere quedarse. Tiene 34 años, mujer, tres hijos. Sueña con un futuro de agua corriente, carreteras y electricidad en el valle. La luz ya asoma. En la ascensión desde Tagzirte, el pueblo más cercano, se ven los postes de alta tensión a lo largo del camino. Falta el tendido. Quizá, dice, llegue este verano. A su lado, otro Said Salhi, más joven, de 25 años, habla de cuando vuelve en agosto a Hansala y entra en el valle al volante de su Ford Escort, de los 200 euros que envía al mes a su familia desde Valencia, de la placa solar que les compró por 550 euros. Tiene las manos ásperas y duras. Últimamente trabaja la naranja, a 85 céntimos la caja, y las mandarinas, a 1,50 euros. Las cajas, dice, se llenan con 20 kilos. Cruzó en patera en 2002. Lo primero que recuerda de España es el kilómetro 95 de la carretera de Algeciras a Tarifa. Pisó la arena y se echó al bosque. Al año siguiente se ahogó su hermano pequeño, El Mustaph. Nunca recuperaron el cuerpo. Said ha vuelto para ayudar como traductor en la película. Tiene papeles, los arregló cuando la regularización de 2005. Regresará a España. Quizá, comenta, saque el carné de camión para mejorar un poco más la vida. Luego se gira y sigue echando una mano a su tocayo. Anotan cuidadosamente los casi cien actores y figurantes que necesitarán para el rodaje del día siguiente. En la lista aparece Mohamed Saadi. Con 26 años, perilla y cara de bicho, le ha tocado el papel de intermediario de las mafias de la patera. En Hansala no quieren oír hablar de ellos. Se llevaron a aquellos 12 chicos. Él dice que no le costará interpretarlo porque negoció con la mafia su pasaje en 2004. Llegó a pisar España, pero le pescó la Guardia Civil. Dice: “Inshallah, I go” (“Me largaré si Dios lo quiere”). Y explica con el francés que aprendió en la escuela que también tiene otra idea: montar una residencia turística aprovechando, quién sabe, el tirón de la película. Tiene el terreno, allí sobra. Le falta el dinero para levantar el edificio. Pregunta si en España hay alguien que quiera dárselo. Con el último sorbo de té, Lhossin Aghazaff guarda la foto del hijo muerto en un sobre de plástico de la funeraria Sefuba. Hace el gesto de echarse a dormir, tumbando la cara sobre la mano, para explicar que su Slimane ahora descansa. Dice que no quiere que ninguno más de sus hijos intente cruzar a España en patera. Un permiso de trabajo, si acaso. Deja fotografiar su rostro marcado con surcos profundos. Hace dos días, añade, tuvo la oportunidad de llorar de nuevo al muerto, ante las cámaras. Sonríe y muestra los huecos de su dentadura. Chus le vio el nervio, la expresividad en el rostro. En el casting había elegido a otro para hacer de padre que pierde a un muchacho en el naufragio, pero no funcionaba. La directora miró a su alrededor y dijo: “Quiero a ése”. Coincidió que, en la vida real, Lhossin ya había pasado aquel trago. Antes de marcharse al rodaje parte una varilla de encina en trocitos y hace el gesto de prenderlos fuego. Dice que así pagó parte del pasaje del hijo, con la venta del carbón que quemaba escondido entre las lomas, para evitar la multa. Tiene otro hijo, Mohamed. Vive en España. Hace cuatro años viajó de Alicante a Hansala para decir a su padre que había visto a Slimane muerto en las noticias. http://www.elpais.com/articulo/portada/Reg...elpepspor_1/Tes |
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Invitado_Andy Maykuth_* |
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El corazón negro del banjo
DIEGO MANRIQUE EL PAÍS Cultura 24-03-2008 La pregunta tiene truco: ¿hay instrumentos inocentes o culpables? Antes de responder, recordemos que cada instrumento nos llega cargado de evocaciones, de historia reciente o antigua. Alguien puede sentir escalofríos con el noble sonido telúrico de la txalaparta vasca si conoce las ceremonias con que el entorno etarra honra a sus gudaris. Aparte, los instrumentos no carecen de sexo. Los Pet Shop Boys despreciaron durante décadas las guitarras eléctricas, que identificaban con el rock heterosexual y su cultura machista. Y escasean las mujeres que tocan las distintas modalidades del saxo. En Estados Unidos, los músicos negros rechazan el banjo, a pesar de que desciende de instrumentos del África occidental, el xalam o el ngoni. Hasta el nombre viene de allí: es el de una madera de Senegal, utilizada para el mástil. Aquellos banjos primitivos (o su mera idea) viajaron en los barcos negreros. Desde el siglo XVII, hay referencias escritas de esclavos tocando el banjo en las Antillas. Arraigó especialmente en el sur de Estados Unidos, donde empezó a fabricarse industrialmente hacia 1880. Creció y se multiplicó: hay banjos de cuatro, cinco y seis cuerdas; existen híbridos con mandolina, guitarra o ukelele. Sin embargo, perdió el favor de los instrumentistas negros. Aunque estaba en las primeras agrupaciones de dixie -los arrolladores Hot Five de Louis Armstrong- y en las jug bands, no viajó a las ciudades norteñas y fue olvidado cuando el jazz evolucionó. Tampoco encontró acomodo en el blues urbano. Para decirlo claramente, era identificado con el "enemigo" ancestral: el blanco sureño. El banjo se introdujo en el tejido social de los Apalaches, donde se gestó la hillbilly music; se convirtió en instrumento emblemático del bluegrass, con prodigiosos solistas de velocidad vertiginosa. Sin embargo, también se usaba para cantar viejas baladas. Y muchas de ellas ni venían de las islas Británicas ni eran inocentes. Pienso en Oh, Susanna, la pieza más universal de Stephen Foster, el gran compositor estadounidense del XIX. A primera vista, es la crónica de una obsesión amorosa: "Vengo de Alabama con mi banjo en las rodillas voy hacia Luisiana a ver a mi verdadero amor". Como tal, fue grabada por James Taylor o Carly Simon. Pero ambos prescinden de la segunda estrofa, donde el protagonista fanfarronea sobre los peligros que ha superado: "Y maté a quinientos negrazos". En verdad, "negrazo" no atrapa todos los odiosos matices de nigger. Foster trabajaba para los minstrel shows, populares antes y después de la Guerra de Secesión. Espectáculos que se burlaban de la población negra: actores blancos se tiznaban caras y manos con corcho quemado para parodiar canciones, bailes, comportamientos de esclavos y libertos. Y nunca faltaba el banjo. Oh, Susanna estaba destinada a esos cómicos de sal gruesa. Esas aberraciones explican el misterio de la desaparición del banjo de la música afroamericana en los últimos 70 u 80 años, precisamente cuando ésta ha conquistado el mundo, contagiándonos su expresividad y sensualidad. Sólo se me ocurre una figura destacada que lo haya usado, Taj Mahal. Y no es precisamente representativo, tanto por sus raíces caribeñas como por su insólita querencia retrospectiva: la música negra, hasta tiempos recientes, rechazaba la nostalgia, ya que sus "viejos tiempos" fueron "malos viejos tiempos". Sin embargo, ahora se detecta una voluntad de recuperarlo. En Recapturing the banjo (Telarc / Énfasis), Otis Taylor ha convocado a bluesmen jóvenes: Corey Harris, Keb' Mo', Guy Davis, Alvin Youngblood Hart, Don Vappie. Todos cantando y tocando el banjo, con un repertorio agrio: Ku Klux Klan, sheriffs blancos, dramas de amor y violencia. En línea más purista y risueña, brillan los Carolina Chocolate Drops, dos chicos y una chica que debutan con Dona got a ramblin' mind (Music Maker). A través de su biografía, me entero de que se formaron en -asombroso- una reunión de tocadores negros de banjo, que se celebró en el Piedmont, esa zona de los Apalaches donde el aislamiento de los valles permitió la supervivencia de tradiciones olvidadas. ¿Y cómo suena el banjo en manos de músicos negros del siglo XXI? Suena a victoria moral, a la última carcajada del esclavo que perdió su libertad, pero impuso su concepto del ritmo. http://www.elpais.com/articulo/cultura/cor...elpepicul_3/Tes http://www.youtube.com/watch?v=rijQX5S1AYM...feature=related http://www.youtube.com/watch?v=B5Dl6oDpxd0...feature=related |
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Invitado_Julian Navascues_* |
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#1400
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CITA OTIS TAYLOR - RECAPTURING THE BANJO Ref: TE-83667 Sello: TELARC Serie: Especial Cód.Barras: 089408366727 TipodeMúsica: Blues Año 2008 CITA "If you ask the average person where they think the five-string banjo originated, the chances are that they would say it came from Kentucky or North Carolina. The truth is that the banjo was originally an African instrument. …So the question that comes to mind is why this African instrument has been assigned to the United States. To put it another way, when did black become white?" "Si preguntas a la gente corriente de donde piensan que es originario el banjo, te dirán que viene de Kentucky o Carolina del Norte. La verdad es que el banjo fue originariamente un instrumento africano….Así que la pregunta que se te ocurre es ¿por que este instrumento africano ha sido atribuido a los Estados Unidos? Dicho en otras palabras, ¿cuando lo negro se convirtió en blanco?" http://www.youtube.com/watch?v=M0_NjBbh0C8 http://www.telarc.com/gscripts/title.asp?gsku=3667 http://j-walkblog.com/index.php?/weblog/po...ring_the_banjo/ http://www.youtube.com/watch?v=N3CM5WOaJZ4 http://www.youtube.com/watch?v=esl2NNOtHQE |
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Invitado_Katharina Von Strauger_* |
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#1401
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"Ha nacido una nueva lengua: el rifeño-catalán"
ISRAEL PUNZANO EL PAÍS Última 25-03-2008 En catalán existe una palabra para definir a los amantes de cultivar la literatura: lletraferit. Najat el Hachmi (Marruecos, 1979) forma parte de esa casta. La escritora pasó del anonimato a la fama gracias a L'últim patriarca [El último patriarca], libro galardonado con el Premio Ramon Llull, el Planeta de las letras catalanas. Todo un lujo para una autora de la que apenas se tenía noticia. La novela, que en castellano aparecerá a finales de este mes, narra el choque generacional que se desencadena en una familia de inmigrantes entre un padre déspota, el patriarca, y su rebelde hija. El encuentro con la autora se produce en la cafetería Lletraferit, un local lleno de libros para acompañar el copeteo que está ubicado en el Raval, en la calle de Joaquín Costa. Antes se llamaba calle de Poniente y con ese nombre ocupó un lugar destacado en la historia del crimen local, porque allí vivía a principios del siglo XX Enriqueta Martí, la terrible sacamantecas bautizada como La Vampira de Barcelona. Pero ésa es otra historia y tampoco se trata de ponerle mal cuerpo a El Hachmi con relatos macabros. La escritora llega con hambre, pero en este local no se sirven comidas y tiene que recurrir al socorrido café con leche. Entre libros, está en su salsa. Cuando se le pide que coja uno para leer en el tren, busca El extranjero, de Albert Camus. Como no lo encuentra, opta por Le thé au harem d'Archi Ahmed (Gallimard), de Mehdi Charef, una obra que comparte imaginario con la suya. En eso de rastrear en las estanterías se le nota pericia. "No tengo muchos libros, siempre he tirado de bibliotecas". Ahora, ni siquiera tiene tiempo para leerlos, porque su agenda está llena de citas. Tanto, que parece ubicua. Hace poco, por ejemplo, participó en una nueva entrega de Anatomía, un curioso acto cultural barcelonés que consiste en practicar metafóricamente la autopsia a un singular cadáver: la literatura catalana producida durante el año pasado. Todo muy CSI, pero sin Las Vegas. El Hachmi trabaja en la oficina de acogida para inmigrantes del Ayuntamiento de Granollers. Allí ha constatado la eclosión de una nueva lengua: "el rifeño-catalán, algo así como un spanglish autóctono de los inmigrantes de origen marroquí". Ahora sueña con poderse dedicar a escribir con más tranquilidad. Eso sí, su familia no entiende del todo su gusto por consagrarse a la literatura. "Les parece extraño. Algunos miembros de mi familia creen que escribir bien es tener buena letra", bromea. Son malentendidos propios de haber vivido en dos mundos diferentes: hasta los ocho años en Marruecos y desde entonces en Cataluña. Como nexo de unión entre ambos, su titulación universitaria: filología árabe. "Tenía mucha formación sobre la cultura occidental, pero me faltaba lo mismo de otra realidad que también forma parte de mí y que está más allá del Estrecho. Por ejemplo, en las clases de historia del colegio mataban en tres líneas de manual ocho siglos de cultura árabe-islámica en la península Ibérica", recuerda. ¿Una palabra que deteste? "Integración", responde sin dudar. "Es de risa. Mientras hablemos de la inmigración como un problema, no trataremos de otras cuestiones fundamentales. Nos intentan idiotizar, el pensamiento crítico es escaso", concluye muy guerrera. Pobre del pretendido patriarca, ay, que se cruce con ella Cafetería Lletraferit. Barcelona - Un café con leche: 1,70- Una infusión: 1,30- Total: 3 euros http://www.elpais.com/articulo/ultima/Ha/n...elpepiult_2/Tes |
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Invitado_Invitado saturno_* |
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#1402
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"Ha nacido una nueva lengua: el rifeño-catalán" ISRAEL PUNZANO EL PAÍS Última 25-03-2008 En catalán existe una palabra para definir a los amantes de cultivar la literatura: lletraferit. Najat el Hachmi (Marruecos, 1979) forma parte de esa casta. La escritora pasó del anonimato a la fama gracias a L'últim patriarca [El último patriarca], libro galardonado con el Premio Ramon Llull, el Planeta de las letras catalanas. Todo un lujo para una autora de la que apenas se tenía noticia. La novela, que en castellano aparecerá a finales de este mes, narra el choque generacional que se desencadena en una familia de inmigrantes entre un padre déspota, el patriarca, y su rebelde hija. El encuentro con la autora se produce en la cafetería Lletraferit, un local lleno de libros para acompañar el copeteo que está ubicado en el Raval, en la calle de Joaquín Costa. Antes se llamaba calle de Poniente y con ese nombre ocupó un lugar destacado en la historia del crimen local, porque allí vivía a principios del siglo XX Enriqueta Martí, la terrible sacamantecas bautizada como La Vampira de Barcelona. Pero ésa es otra historia y tampoco se trata de ponerle mal cuerpo a El Hachmi con relatos macabros. La escritora llega con hambre, pero en este local no se sirven comidas y tiene que recurrir al socorrido café con leche. Entre libros, está en su salsa. Cuando se le pide que coja uno para leer en el tren, busca El extranjero, de Albert Camus. Como no lo encuentra, opta por Le thé au harem d'Archi Ahmed (Gallimard), de Mehdi Charef, una obra que comparte imaginario con la suya. En eso de rastrear en las estanterías se le nota pericia. "No tengo muchos libros, siempre he tirado de bibliotecas". Ahora, ni siquiera tiene tiempo para leerlos, porque su agenda está llena de citas. Tanto, que parece ubicua. Hace poco, por ejemplo, participó en una nueva entrega de Anatomía, un curioso acto cultural barcelonés que consiste en practicar metafóricamente la autopsia a un singular cadáver: la literatura catalana producida durante el año pasado. Todo muy CSI, pero sin Las Vegas. El Hachmi trabaja en la oficina de acogida para inmigrantes del Ayuntamiento de Granollers. Allí ha constatado la eclosión de una nueva lengua: "el rifeño-catalán, algo así como un spanglish autóctono de los inmigrantes de origen marroquí". Ahora sueña con poderse dedicar a escribir con más tranquilidad. Eso sí, su familia no entiende del todo su gusto por consagrarse a la literatura. "Les parece extraño. Algunos miembros de mi familia creen que escribir bien es tener buena letra", bromea. Son malentendidos propios de haber vivido en dos mundos diferentes: hasta los ocho años en Marruecos y desde entonces en Cataluña. Como nexo de unión entre ambos, su titulación universitaria: filología árabe. "Tenía mucha formación sobre la cultura occidental, pero me faltaba lo mismo de otra realidad que también forma parte de mí y que está más allá del Estrecho. Por ejemplo, en las clases de historia del colegio mataban en tres líneas de manual ocho siglos de cultura árabe-islámica en la península Ibérica", recuerda. ¿Una palabra que deteste? "Integración", responde sin dudar. "Es de risa. Mientras hablemos de la inmigración como un problema, no trataremos de otras cuestiones fundamentales. Nos intentan idiotizar, el pensamiento crítico es escaso", concluye muy guerrera. Pobre del pretendido patriarca, ay, que se cruce con ella Cafetería Lletraferit. Barcelona - Un café con leche: 1,70- Una infusión: 1,30- Total: 3 euros http://www.elpais.com/articulo/ultima/Ha/n...elpepiult_2/Tes el periodista(?¿) debe evitar que leamos 'su' ultima opinión ![]() ![]() ![]() |
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Invitado_Maripili_* |
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Publicado:
#1403
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Invitado ![]() |
CITA Pobre del pretendido patriarca, ay, que se cruce con ella el periodista(?¿) debe evitar que leamos 'su' ultima opinión ¿por esta Saturno? Como te pille Male Chillida que es una feminista de pro |
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Invitado_saturno_* |
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Publicado:
#1404
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Invitado_Pepin_* |
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Publicado:
#1405
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Invitado ![]() |
Saturnin, Saturnin. ¡Que Male Chillida es la jefa! Y aquí manda mucho……hay que ser moderno. Yo por ejemplo estoy a la ultima.
¿Has visto por ahí a un tal Ataulfo? http://www.youtube.com/watch?v=qnD72CrMxBw |
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Invitado_Maripili_* |
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Publicado:
#1406
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Saturno, tu escribe lo que quieras que a estos se les va la fuerza por la boca. Te estoy viendo hombre callado y en consecuencia muy reflexivo.
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Invitado_Francisco Alegre_* |
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Publicado:
#1407
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Invitado ![]() |
CITA ....al leer en el enlace siguiente http://www.raimonland.net/foro/index.php?showtopic=2393 y sobre todo QUE HA MUY POCA DISTANCIA, de donde se reunían el DIA 19 de este mes, fueron recibidos por el MINISTRO de TURISMO y el Vicepresidente, el mismo día Bañandose en la Playa, EL MISMO DÍA QUE SE ESTABA TORTURANDO DETENIENDO Y ASESINANDO EN SUS NARICES,y ellos como si nada, ya lo advertí ESTOS CRIOS, NO TIENEN SENTIMIENTOS solo ban a la suya, Mec... la leche que los ........., encima cenando delante en la MISMA mesa que los ASESINOS, sabiendo lo que hay en GUINEA Repugnantes HIPÖCRITAS de MIERDA. CITA RE: ESCALOFRÍOS Y VERGUENZA AGENA HE TENIDO... Me gustaría ver, ya lo dije en su día, ¿QUE DIRÁN ALL LLEGAR A SU ESPAÑA? pues NO ES LA MIA, y me siento avergonzado de esos NEOCOLONOS, HIPÓCRITAS y todo lo demas. No me cabe en la cabeza, DE PENSAR QUE TUBIERON LOS SANTOS COJONES DE ESTRECHAR LA MONO DE ASESINOS, Y SENTARSE A COMER EN LA MISMA MESA, QUE LOS ASESINOS, Hojalá la comida estubiera envenenada Verguenza me da de gente que se dice DEMOCRATA defensora de la VIDA de los derechos HUMANOS, Sarna y Cancer tendrían que slirle de las Manos CITA Se que muchos de los que han hido de 'Vacaciones' a Guinea, tienen amistades de hace muchos años, GUINEANOS, incluso han celebrado fiestas en el restaurante de un GUINEANO que tiene en CATALUÑA, povincia de Barcelona. Otros amistades por MADRID, Galicia etc..... Me gustaría ver la CARA que ponedrán la próxima vez, que lo vean, y tengan que saludarle, sabiendo el GUINEANO que con la MISMA mano que lo saluda, el CRIO BLANQUITO O LA BLANQUITA, es con la misma que estrecho, la de un ASESINO, y encima comió en una recepción con el en GUINEA. Todabía le estoy dando bueltas pues no se me VA de la memória, que cuando se sentaron a comer en la reccepción, Ministro Incluido, Vicepresidente Incluido, no muy LEJOS de ese sitio se estaba TORTURANDO HASTA LA MUERTE A UN GUINEANO. Y que otros que encarcelaron indiscriminadamente, no se sabe aún la suerte que les espera. Me averguenzo de ESOS ESPAÑOLES, que dicen querer a su GUINEA, de sus BOYS, y monsegas de sus reunios, que solo viven de sus RECUERDOS, pero no son capaces de hacer nada, para evitar esa EXTERMINACIÓN que hace OBIANG, apoyada por su GOBIERNO de ESPAÑA, que ellos han VOTADO. Y que ha la vez, le rien las gracias a los PALMEROS retrasados, Maruganes, ASEDEGUEROS, REVOLTIJOS y demás calaña de MIERDA. Del VIDEO de los que han hido, con la PERTINENTE autorización de los ASESINOS, me gustará ver la NO IMAGEN donde se torturaba, y asesinaba a palos, mientras se FILMABA, me gustará OIR por TV, El silencio de las DENUNCIAS, de esos CRI@S que dicen querer GUINEA, el...... Yo no se como podrán dormir, hasta incluso me atrevo a decir que alguno llegó a conocer alguna vez a 'SATURNINO' incluso en viajes anteriores puede que se cruzara con el, incluso.... Saturnino, con la mirada, les debió decir alguna vez, ¡AYUDADNOS, POR FAVOR! Nos están matando. Algunos de los asiduos, solo piensan en ir, y pasar un ratito 'CINCO MINUTOS' suficiente a no ser que padezca de alguna enfermedad, con la MULATA, algunos.....con la .... Miguel Vives Munné CITA Amigo Miguel, El más joven de estos cincuenta y dos (52) CRÍOS (como los llamas tú) tiene al menos cincuenta (50) años de edad. Yo los he visto y te puedo asegurar que efectívamente son unos CHAVALES de cuidado. Saludos cordiales Nsue Esono Mibuy CITA Habrá alguno que se de cuenta de que los están usando de PELELES de FERIA, por no decir MONOS http://es.groups.yahoo.com/group/Guinea_Ec...l/message/11503 Parece que hay division de opiniones |
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Invitado_Maripili_* |
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Publicado:
#1408
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Invitado ![]() |
"Obiang nos ha dicho que se siente huérfano de España"
Españoles exiliados de Guinea Ecuatorial tras la independencia vuelven a la antigua colonia 40 años después. EL MUNDO Sábado 29 de marzo de 2008, Año XX, Numero 6.676 (pagina 18) OLGA R. SANMARTIN MADRID Unos 50 españoles que salieron de Guinea Ecuatorial en 1968, cuando la antigua colonia proclamo su independencia, han regresado por primera vez a la tierra que les vio nacer 40 años después. Les recibió el presidente, Teodoro Obiang, que les prometió darles la nacionalidad guineana y les pidió que “regresen pronto y que participen en el desarrollo del país”. La entrevista que duro cerca de una hora, tuvo lugar el pasado miércoles, en un palacio de Bata (la capital de la región continental del país). Allí brindaron con Champán frances, canapés de caviar y jamón serrano. “Obiang nos dijo que teníamos derecho a la nacionalidad guineana por el mero hecho de haber nacido allí, de la misma forma que se da la nacionalidad española a los guineanos que nacen en nuestro país”, explicaba ayer en el aeropuerto madrileño de Barajas, nada mas regresar del viaje, su organizador, Armando Ligero. Ligero que contó que Obiang –“muy educado, humano, elegante y alto”- evoco su propia juventud en España cuando estudiaba en la Academia Militar de Zaragoza, de la que salio convertido en alférez. “Nos ha dicho que se considera muy español y que se siente huérfano de España”, señalo Ligero. Al parecer el presidente “del único país africano de habla española” revelo que ha invitado al Rey Don Juan Carlos y al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, a visitar el país, pero no ha recibido respuesta. “Se le notaba dolido”. Indico Armando Ligero. “Insistió en que participásemos del país, en que volviesen los españoles, en que se establezcan empresas….” Los últimos de guinea –que ahora viven dispersos por toda España y se comunican y quedan entre ellos gracias a un foro de Internet – volvieron entusiasmados de un viaje que han preparado durante más de un año y les ha servido para reencontrarse con sus orígenes. Ramón Núñez recorrió las plazas en las que había jugado; Marisol Ortega volvió a la casa en la que había nacido-“todavía es de mi familia, hemos hecho todos los pagos”, y Carmen Pla busco y encontró tras recorrerse todo el país al boy (empleado del hogar masculino) que la cuidaba de pequeña. “Ha sido increíble, lo hemos pasado genial. Nos hemos reencontrado con mucha gente y todo el mundo nos saludaba donde íbamos”, recordaba ayer María Asunción Chillida. Le daba la razón Qky Matres:”No he parado de llorar, llorar y llorar". |
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Publicado:
#1409
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![]() mismamente yo ![]() ![]() ![]() Grupo: Admin Mensajes: 1474 Desde: 23-March 04 De: Madrid provincia Usuario No.: 102 ![]() |
CITA Pobre del pretendido patriarca, ay, que se cruce con ella el periodista(?¿) debe evitar que leamos 'su' ultima opinión ¿por esta Saturno? Como te pille Male Chillida que es una feminista de pro (de pro qué...) reflexión caballer@s...haya paz ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() OS LEO .... y ya en su momento dije lo que me parecía ![]() -------------------- |
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Invitado_Bruce Beelher_* |
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Publicado:
#1410
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Invitado ![]() |
DE VIAJE
Extranjero de sí mismo La memoria de Albert Camus se ha ido borrando lentamente de los lugares argelinos en los que transcurre su obra cumbre. Pero la fuerza de sus libros permanece Javier Reverte BABELIA 29-03-2008 Viajar siguiendo la estela real de un libro, para cualquiera que ame la literatura, es casi un acto de misticismo. Y por mi parte, cuando tengo tiempo y dinero para costearme uno de esos viajes, no dudo un instante en hacer las maletas. Así me embarqué, en febrero del pasado 2006, a bordo del ferry Djazair II, un barco que cubre la ruta entre el puerto de Alicante y las ciudades argelinas de Orán y Argel. En esta ocasión, mi peregrinaje literario consistía en visitar los escenarios en donde transcurre la novela El extranjero, de Albert Camus, un libro que a muchos lectores nos ha subyugado desde sus primeras líneas: "Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé". ¿Puede abandonarse una lectura que comienza de tal modo? Mi amigo Ismet Terki, profesor de Literatura en la Universidad de Orán, la ciudad "fecunda y brutal" en palabras de Camus, me esperaba a eso de las siete de la mañana en el destartalado puerto de la urbe, entre el ajetreo de los viajeros argelinos que desembarcaban cargados de zapatos de contrabando comprados en Elche y los inútiles gritos de los aduaneros y policías que trataban de poner orden en semejante barahúnda. Terki iba a servirme de guía literario en su ciudad, aunque no le hacía demasiada gracia que el personaje elegido por mí fuera Camus. Como a muchos argelinos, el escritor les parece, en cierta forma, un renegado del país. La razón fundamental es que, en sus novelas -salvo una rara y breve excepción en El primer hombre-, los argelinos figuran siempre sin nombre y son calificados como "árabes". Y el otro motivo, más profundo, fue una frase que dijo a la prensa cuando le concedieron el Premio Nobel en 1957: "Yo creo en la justicia; pero defendería a mi madre antes que a la justicia". Camus era un francés nacido en Argelia cuando era colonia gala, un pied-noir, y esa declaración, en plena lucha por la independencia de Argelia, le valió la repulsa, no sólo de los rebeldes norteafricanos, sino de toda la izquierda francesa, comenzando por su viejo amigo y valedor Jean-Paul Sartre. ¿Por qué viajar a Orán si El extranjero transcurre en Argel? Por la sencilla razón de que fue un incidente acontecido en una playa oraní en 1940, cuando el joven aspirante a escritor residía en la ciudad, lo que le llevó a concebir la novela. Él mismo lo mencionó alguna vez y sus biógrafos Todd y Lottman lo han recogido en sus trabajos. Fue una mañana de domingo en la playa de Bouisseville, al oeste de la ciudad. Camus fue a pasar el día con varios amigos y dos de ellos, los hermanos Bensoussan, tuvieron una reyerta con un grupo de jóvenes árabes. Raoul Bensoussan recibió un navajazo superficial en un brazo y, después de curarse, armado con una pistola, fue en busca de su agresor. Por fortuna, el muchacho árabe huyó de la playa a toda prisa y el incidente terminó sin más sangre. Pero Camus quedó impresionado por la violencia de lo sucedido. Estaba ya escribiendo una novela que iba a titularse Una muerte feliz y cuyo protagonista se llamaba Mersault. Cambió el título por uno nuevo: El extranjero, y escogió Bouisseville como el escenario en donde Mersault asesina al joven árabe, lo que supone su posterior condena a muerte. Camus describió así la escena: "Entonces todo vaciló (...). Me pareció que el cielo se abrió por completo para dejar que lloviera fuego (...). El gatillo cedió (...). Comprendí que había destruido el equilibrio del día (...). Tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y eran como cuatro breves golpes que daban en la puerta de la desgracia". La playa de Bouisseville no es ya ese lugar soleado y bello de los días de Camus, ese escenario en donde "todas las mañanas de estío parecen ser las primeras del mundo", sino un arenal sucio, repleto de basuras, detritus y ratas muertas, cercado por casas a medio construir, otras derruidas y las escalinatas rotas de un antiguo muelle. Olía a aguas fecales. "Aquí ya no se baña nadie", dijo Terki, "el agua está contaminada por completo". Yo pensaba en la novela, en la economía de su lenguaje, "el estilo sin estilo", como se conoció desde entonces ("la verdadera obra de arte", afirma el escritor, "siempre se sitúa a la medida humana, es esencialmente la que dice menos"). A poco de publicarse, en mayo de 1942, en pleno desánimo por la ocupación nazi de Francia, el libro era ya un clásico. Y ha continuado siéndolo, hasta el punto de haberse convertido en el libro francés más traducido a otras lenguas. Por sus páginas desfilan las sombras de Nietzsche y de Kierkegaard y, sobre todo, Melville. ¿No hay en Mersault algo de Moby Dick, ese monstruoso e insensible asesino que ilustra hasta qué punto el mal puede ser banal y exento de moral. La ballena blanca mata impulsada por su instinto; a Mersault le mueve hacia el crimen el sol cegador del día. "El extranjero",como señaló el propio Camus, trata de mostrar "la desnudez del hombre frente al absurdo". Imaginada en Orán, la novela transcurre en Argel, la urbe en donde discurrió la infancia de Camus y cuyos paisajes aparecen a retazos en la novela: "En la oscuridad de la cárcel -recuerda Mersault en un descanso del juicio contra él- encontré uno por uno, surgidos de lo hondo de mi fatiga, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba (...). El grito de los vendedores de diarios en el aire calmo de la tarde, los últimos pájaros de la plaza, el pregón de los vendedores de emparedados, la queja de los tranvías en los recodos elevados de la ciudad y el rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto". Bien pudieran ser las añoranzas del propio Camus, casi un exiliado en Orán y muy pronto en París, trasladadas a su trágico personaje. De manera que, unos días después, tomé el tren que une las dos ciudades en un viaje que dura apenas cinco horas. Argel continúa siendo, como entonces, la ciudad azul y blanca que tanto amaba el escritor, la urbe con apariencia de golondrina de mar que sobrevuela el azul mediterráneo. Paseé sus calles y sus plazas guiándome por la lectura de El derecho y el revés y El primer hombre y visité el barrio de la niñez del escritor, entonces llamado Belcourt y rebautizado tras la independencia como Sidi M'Hamed. No hay una placa que lo recuerde en su casa del número 93 de la calle de Lyon, ni tampoco en la escuela de párvulos en donde comenzó sus estudios, conocida entonces como Allé des Mûres (Alameda de las Moreras). Ni en el antiguo Grand Lycée, o Instituto Bugeaud, ahora llamado Emir Abd el-Kader, en donde Camus completó su bachillerato. Los profesores saben allí muy bien quién era, pero no quieren recordarle. "Después de todo", me dijo uno de ellos, "nos volvió la espalda, para él fuimos simplemente los árabes. Resulta algo extraño en un intelectual..., pero ¿cómo quiere que le amemos?". Desde el ajetreado Belcourt contemplé la luminosidad del día sobre el mar cercano e invisible y recordé lo que dijo en cierta ocasión: "Yo nací a mitad de camino entre el sol y la miseria. La miseria me ha impedido creer que todo está bien en la Historia; y el sol me ha enseñado que la Historia no lo es todo". Era un extraño para los árabes y un extraño para la política colonialista francesa; un pied-noir que no creía en los imperios y un argelino diferente a los árabes, que proponía un pacto civil entre las comunidades para huir de la violencia..., un hombre sin patria marcado por una existencia absurda..., un extranjero como Mersault. ¿Imaginó alguna vez que moriría con los mismos pensamientos que alentó al final de su vida el desdichado Mersault cuando, en vísperas de su muerte, dijo?: "... me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo".- http://www.elpais.com/articulo/narrativa/E...pbabnar_12/Tes/ |
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