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manolo pizarro

EL TIMO DE LA ESTAMPITA

Cada cierto tiempo aparecen en los periódicos noticias de víctimas del timo de la estampita o del boleto premiado de la lotería. Y la pregunta que nos hacemos es cómo puede alguien, a estas alturas, caer en estafas tan viejas, evidentes y cutres. El que suscribe además se pregunta cada día: ¿cómo puede haber gente que aún caiga en el timo del progresismo, tan viejo, tan evidente y tan cutre?

La respuesta es la misma tanto para los timos tradicionales como para los progres, pues todos los timos se basan en los mismos principios. Desde los quinquis de baja estofa que consiguen dinero a cambio de unos papeles sin valor, a un presidente que promete más de todo para todos, el mecanismo empleado es el mismo, y está basado en uno de los pecados capitales: la avaricia.

Cuando un incauto cree estar haciendo negocio quedándose con las estampitas de un falso pobre subnormal, los timadores están sacando partido de su avaricia, pues la posibilidad de obtener un beneficio fácil le está obnubilando su capacidad crítica y lo convierte en una presa fácil.

El socialismo también se basa en la avaricia. Si votas “progre”, le van a quitar a otros el fruto de su trabajo para dártelo a ti. O sea, que sin tener que trabajar más, sin tener que ser más eficiente y productivo, simplemente por votar a esos tipos accedes a unos bienes y servicios que realmente no eres capaz de permitirte. Así, el incauto les vota... Y cuando se quiere dar cuenta resultan no le están quitando a otros para darle a él, sino que está en el paro, han subido los impuestos y la inflación se ha disparado.

Aun así, muchas veces la víctima no reacciona. Otro pecado capital, la soberbia, que le mantiene en el error. "Yo no me he equivocado al votar socialista", se consuela; "la culpa es de Bush, de los empresarios, de Aznar, de la corrupción de toda la oposición, del calentamiento global, ... Yo nací progresista y siempre lo seré". Sin duda, es el timo perfecto, pues el timado no quiere reconocer que ha caído como un palomo.

Por otro lado, la progresia también recurre a los ganchos, a los compinches que distraen al incauto y que obtienen su recompensa llevándose una parte del botín. La lista es muy extensa: desde medios de comunicación afines que sacan partido de las prebendas del poder, hasta artistas solidarios que con sus canciones, sus películas (subvencionadas) y sus declaraciones públicas, tratan de reafirmar a la víctima en su error, pasando por los sindicatos también subvencionados, que, al igual que los tipos mal encarados que flanquean a un mandamás, son un último recurso de coacción física, por si el timado reacciona a tiempo.

Pero hay que reconocer su mérito a los timadores. Sin duda, para ser timador hay que tener madera. Igual que no todo el mundo logra mantener la compostura mientras está tratando de vender la Torre Eiffel a un pobre paleto, no todo el mundo es capaz de mentir compulsivamente en el Congreso, ante los periodistas y la opinión pública. Poner caritas, arquear las cejas y hablar sin tembleques en la voz mientras niegas la crisis económica o promete dinero a los desempleados. Es algo que no está al alcance de cualquiera.

Incluso disfrazarse de minero y levantar el puño después de haberse bajado del automóvil oficial y tener un sueldazo de primera es algo que requiere, en primer lugar, una absoluta falta de escrúpulos, pero también, sin duda, tener un alma de timador de primera. Y eso es algo que hay que reconocer a Zejas y su camarilla.

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