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Cuestión de sorpresas...

Ansha, Jul 17 2008, 01:14 PM

Siempre he reaccionado con incredulidad y escepticismo ante la actitud ciega e insistente de los amantes incondicionales de la sorpresa, y me declaro enemigo moral e incondicional –que no mortal, por supuesto- de quienes alegremente practican esa insana, desafortunada e ingerente manera de perseguir sus propias emociones a través de motivaciones ajenas.

Tú bien puedes pensar de manera diferente, no sólo es tu derecho sino que delata que piensas, con lo que mi exposición no será más que algo rebatible y sin fundamento bastante como para que cambies de actitud, cosa que no pretendo y ni me he cuestionado siquiera. Siempre es un privilegio saber a ciencia cierta que tienes fundamentos sobrados para cuestionar acrtadamente mi manera de pensar, pero he preferido prescindir de esa certeza en aras de la individualidad que me permite el sistema. No te lo tomes a mal, me dolería de verdad, no dudes de ello.
En definitiva, si hago alusión a tus gustos éticos y doy por hecho lo que sólo podría constatar dejándote participar, es por mantener un aislamiento en el que me siento a gusto y, sobre todo, por reconocerte de manera inequívoca que bien puedes tener muchos más motivos que yo para pensar como piensas. Te diré más, estoy mentalmente preparado para asumir que incluso puedas pensar totalmente al contrario a como lo hago yo, con lo que verás mi actitud como la propia de un ser egocéntrico, egoísta e introvertido, o descaradamente antisociable si tú quieres, y bien puede ser que tengas razón y que tal vez mi sesera sea ya un sonajero irremediable; en ese caso -sólo en ese aso- los asíduos a las situciones sorpresivas deberían de proliferar como las chinches para alegrarnos a todos la vida aunque no queramos, mientras que a mí deberían encerrarme donde mis ideas maquiavélicas no se colaran por los resquicios de las puertas y mis palabras no pudieran ser escuchadas por quienes de voluntad propia tienen lo que yo de esa bendita santidad social que parece animarlos a dar noticias con un bocinazo.

Pero si quien se equivoca eres tú, porque te va el rollo de hacer el bien cuando ni medio bien se te pide, y te vuelve histérico de emoción ver la manifestación exterior del drama interno que sufre –sí, sufre- quien es sorprendido en pleno equilibrio más o menos conseguido a fuerza de romperse los cuernos por no pisar al vecino, entonces es que has de entrar en su mismo cubículo y hacer cola en la fila de los que, por economía de mercado, se han quedado sin su más que merecida papeleta. Pero no nos engañemos, saquémonos el dedo del ombligo y miremos el de nuestro beneficiado sorprendido, en lugar de redondo y mondo se le queda a cuadros cuando le susurran bendiciones a golpes de oído, porque es un drama ético lo que ocurre en el interior de quien está en equilibrio y se ve sorprendido con algo que no espera o que medio espera aterrorizado, y no te digo nada si ese equilibrio del que goza es inestable.

Mi propósito hoy es mostrarte los fundamento que esgrimo ante mí mismo para entender la lógica de mi actitud ante los que, si te parece y sin ánimo de ofenderte, llamaré “donantes” en lugar de cualquier otra cosa, más que por no ofender a nadie es por no ofenderte a ti.
Para los elegidos, para los teóricamente beneficiados por las maravillas de una actitud sorpresiva no tengo más que bendiciones y parabienes, así pues me referiré a ello de la única manera capaz de hacerles justicia y serán, lógicamente, los “sorprendidos”. Y perdóname si después de haberlos definido no los utilizo y me dejo arrastrar por la emoción del momento, qué le voy a hacer si soy así de apasionado…

Pues bien, déjame ponerme en situación para ver la cosa desde una buena perspectiva, así podré detectar de manera más cómoda el hilo verdadero y evito que se me licuen los sesos queriendo abarcarlo todo.

Donantes y sorprendidos conviven con el gran grupo universal de los existentes, entre lo que me encuentro yo, que ni practico las donaciones ni admito –siempre que ello me es posible- que se me sorprenda. Ya seas uno u otro, o como yo te encuentres en medio de ninguna parte de la que es parte cualquiera de los susodichos donantes y/o sorprendidos -ya los he utilizado; una preocupación menos-, poseemos un particular estado existencial que sólo presenta dos alternativas posibles: se está en equilibrio o bien se está desequilibrado.
Ambas situaciones son estables, del equilibrio no hay nada que puntualizar, pero sí del desequilibrio. Puedes estar desequilibrado y sin embargo mantener un grado existencial similar al provocado por un equilibrio en toda regla, pues puedo dudar de lo que me sostiene pero ser consciente de que estoy sostenido y de que me sostiene bien y hasta que a mi me dé la gana. Eso sería un desequilibrio estable (sólo se nos ha ensañado sobre la estabilidad que ésta es aplicable al equilibrio, no al desequilibrio, pero no veo por qué hemos de limitarnos a eso si es perfectamente asociable a lo que indique lo opuesto, ¿no?).
Pero puede que sea inestable, o lo que viene a ser lo mismo o parecido: me vengo hacia acá para luego irme hacia el otro lado. Eso sólo ha de representar para cualquiera el que ha de dejarse de elucubraciones y dejar que vaya y venga a mi arte. Ya sea que esté aquí o allá estoy donde bien puedo haberme acostumbrado a estar cuando nadie me da la murga de por dónde parece que hay que ir porque lo ha dicho el de la esquina, que sabe mucho y es buena gente. Moraleja: no toda inestabilidad es inestable. Tú ya me entiendes.
Y la inestabilidad inestable?... y la indiferente?... Mejor será que no nos metamos en ese terreno, dime tú si no cómo sigo si me enzarzo con la posibilidad de que una inestabilidad inestable pueda ser la estabilidad en estado de gestación o una estabilidad no detectada o asumida… Tela.

Quedamos entonces en que estamos en equilibrio o desequilibrados, unos totalmente fuera de márgenes y otro saliéndose por la tangente y tendiendo al infinito menos dos, la cuestión es que estamos donde nos encontramos, nos guste más estar en otro sitio o no.

Entonces viene un elemento donante y te regala su idiosincrasia, te sorprende, te altera el estado en el que te encuentras y se carga el equilibrio que tanto te ha costado conseguir, modificando los parámetros por los que estás como estás y consiguiendo que todo se mueva y se descoloque. Si era equilibrio lo que tenías, es equilibrio lo que pulveriza, y si era un desequilibrio conocido lo que te impedía mover las alas hacia el Olimpo, pues te quedas a punto de no poder ni mover los pies para no caerte. En cualquier caso te hace la pascua, porque si ya cojeabas de algo y piensas que no hay mal que por bien no venga no has de preocuparte, constatarás de que tampoco hay mal que no pueda ser llevado a peor cuando así se empeñe el iluminado de turno, que esperará a que te recobres del susto para que le des las gracias por hacerte más desgraciado de lo que eras o por regalarte de sopetón un grado de felicidad mayor, del que no sabes aún si te va a gustar disfrutar y con el que, en cualquier caso, lo primero que ha logrado es desequilibrarte.
Con lo sencillo que resulta ponerse una corbata cuando sabes que eres tú quien elige el diseño y color, que sólo a ti importa el que haya o no de merecerlo la ocasión o si lo mejor en cualquier caso es ir con taparrabos porque así somos más sinceros y naturales. Pues no, hay que ponerse corbata por que alguien decide que así es como hay que ir a la boda de tu amigo Ricardo, que se casa con ese amor de tu vida que siempre creíste que había muerto en el hundimiento del Titanic y por quien te sacrificaste y estuviste diez años comiendo saltamontes a la pata coja.

No puedo evitar –tampoco hago nada por conseguirlo- pensar en esa especie como en una comunidad estúpida de egoístas recalcitrantes y cínicos, capaces de romper un equilibrio del que no saben absolutamente nada, y no parece que tengan otro propósito que chutarse en vena una reacción emotiva que por sí mismos no son capaces de conseguir, o no les basta. No se me interprete mal, por supuesto que excluyo de mis malos pensamientos vengativos a quienes reparten sorpresas en nombre de la alegría y las buenas noticias, sin embargo no dejo de incluirlos en esa curiosa y maléfica etnia de amates del impacto.

Si definitivamente no piensas como yo, o piensas de manera no tan diferente pero adjudicas cierto grado de permisividad a quienes tal vez sólo traten de alegrarse la vida con las alegrías de los demás, tal vez también es que tu equilibrio necesite ser alterado de vez en cuando para que, a volver a su condición inicial te ratifique en un estado del que no sabes bien cuánto ha de durarte.
Pensar que una noticia sorprendente ha de ser dada de manera sorpresiva, es a mi entender un error monumental. No digo que se edulcore, o incluso que se omita, nada de eso. Lo que defiendo es que cada modificación, por pequeña que sea, ha de llegar tal y como lo haría si cayera por gravedad sobre tu consciencia y no desde una dirección por la que no esperas otra cosa que continuidad.

Me dirás que habría que distinguir entre las buenas sorpresas y las malas, y yo me manifiesto con un no rotundo.
Si lo que se pretende es calificar el grado de ineptitud del comunicante en función de la dosis de escándalo mental provocado, entonces admito que sí, que las “buenas” sorpresas no son tan malas porque terminan creando un clima grato en quien ha visto vulnerado su equilibrio. Sin embargo, como las consecuencias de la “buena sorpresa” difícilmente alcanzan a algo más que a devolver el equilibrio que previamente arrebató con su presencia inesperada, el que siendo buena acabe por no ser mala es una paradoja. Es como si me dicen que me atiborre de sal para disfrutar como un mico tomando después azúcar.
Ya sé… ¿Qué pasa entonces con la novedad?, ¿acaso ha de ocultarse lo bueno y lo malo para que no altere un equilibrio existente o un desequilibrio conocido?. Por supuesto que no, privar de información es peor que mentir, es preferible saber lo contrario a l cierto que no saber nada. La mentira puede ser descubierta, mientras que la omisión es indetectable, carece de datos con los que cuestionarse nada.
Lo que yo trato de transmitir no es la procedencia de una información en cualquiera de sus modalidades, ya sea cierta, errónea o adulterada en parte, ni tampoco respecto de su omisión, esa es otra historia. Lo que aquí trato de mostrar es la improcedencia de una información susceptible de ser comunicada de manera sorpresiva. Odio las sorpresas, y éstas no son más que una cínica y egoísta modalidad de información.

Dentro de ese mundo de donantes y sorprendidos hay una subespecie de lo más voraz: los “yeperos” (ya sabes, los que dan saltitos al ritmo de la canción y la acompañan diciendo yea..yea..yea). Son los amantes de dar sorpresas, que se pasan la existencia cazando al vuelo la oportunidad de desvirgar al más tranquilo para hacerle un ocho en la cabeza, y si acaso no consiguen su ocasión de meter cuchara en la vida de los demás, se conforman haciendo lo que mejor saben hacer, dar saltitos y animar al resto de presentes a que bajen sus defensas para que penetre la vida configurada por sus manos de artista universal. Su idiotez alcanza cotas que cuesta cuantificar, pues a su actitud descaradamente egoísta hay que añadirle y mezclarle la sensación que produce su rostro iluminado por la emoción cada vez que entrega su donativo a la comunidad. El sorprendido, por poca percepción que tenga, primero detecta la emotividad mal contenida que refleja la actitud del donante y se pone en guardia. Si percibe emoción positiva sospecha que lo único que va a perder es su equilibrio, con lo que su queja soterrada se desvanece en aras de un futuro prometedor, pero si crees que obrando así, y siendo la noticia mejor que buena, se consigue que el sorprendido se entregue abiertamente a la bondad de los buenos augurios estás equivocado. Sea lo que sea que perciba, la victima se va a poner automáticamente en guardia porque desconoce lo que aún no sabe, pues lo que sabe lo conoce en grado de intuición, no en vano puede haber variantes respecto a matices de lo que siempre supo, y lo que no sabe le va a hacer trizas por dentro, sea bueno, malo o de color diamantino, alterará su equilibrio como una gota de sangre sobre la superficie acuosa de un vaso de agua, éste acabará siendo rosado en el mejor de los casos pero antes será lo que es, un vaso de agua manchado de sangre.

(Vaya, creo que me he pasado...)

No sé si será más nefasto sorprender con algo conocido por el sorprendido o, por el contrario, hacerlo con una información sobre la que éste no sepa nada.
En fin, eso ya es para licuarse el coco.

Y te dejo, voy a ver si detecto a un donante despistado y le meto un dedo en el ojo… veras qué sorpresa se lleva…

Fuerza a quien fuerza da y honor a quien ya lo tiene. Y sobre todo paz, que sólo con paz se pueden recuperar la fuerza para una guerra que sólo pretenda paz a los seres de buena voluntad.




 
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