Máscaras fuera. Atrás quedaron los albores del tiempo en que la despenalización del aborto se justificaba como solución de un dramático conflicto entre dos bienes, la vida del concebido no nacido y el bienestar físico o psíquico de la madre. Era un "último recurso", siempre indeseado, casi una fatalidad. Los políticos del actual partido en poder lucían para la ocasión un semblante serio, entristecido... "¿A quién le gusta el aborto? – decían –, pero es una necesidad regularlo".
Pues bien, aquella indeseada amargura se ha transformado en alegre desenvoltura, como pasará en el futuro con la eutanasia donde estamos en los mismos albores temporales. La ministra Bibiana Aído nos lo anuncia como "la mejor ley de aborto posible", una ley que asegurará los derechos de las mujeres que quieren abortar y de las clínicas que se dedican a este lucrativo negocio de la muerte. Era tal la aparente normalidad del anuncio, que parecía como si la ministra estuviera perorando sobre el mercado de las hortalizas o sobre la campaña turística del verano. ¡Fuera prejuicios!, recitan a coro los mandamases ideológicos del partido en el poder, cuya principal seña de identidad es la cultura de la muerte. Ya no estamos ante un drama que hay que gestionar despenalizando un delito, sino ante una extensión de derechos. La verdad es que hace falta taparse los ojos y la nariz para no sentir arcadas escuchando Bibiana y a sus colegas.
El panfleto Público anuncia en portada una ley de aborto libre en las 21 primeras semanas, y en un primer momento uno siente que en Moncloa se han vuelto locos... y luego piensa que no, que todo es muy coherente. Tras la carnicería destapada en las clínicas de Morín (uno de los grandes beneficiados de la futura ley) al Gobierno no se le ha movido una pestaña y menos ahora, con el órgano que regula a los jueces en su poder. Nada de asegurar el cumplimiento de la ley, nada de afrontar el escalofrío de esas vidas truncadas, nada de moratorias y replanteamientos: esta es la ocasión de abrir el portón al aborto libre, moderno y aséptico. Un aborto sin prejuicios, vamos, con lo mejor de la legislación de todo el mundo sobre la materia. Como ha dicho Monseñor Sebastián, estamos ante el mayor escarnio que se pueda imaginar, porque un aborto voluntario es sencillamente un homicidio premeditado y alevoso.
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