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LA GUERRA DE LIBIA

Esteban Calderón, May 24 2009, 10:19 AM

LA GUERRA DE LIBIA
(Escrito el 23 de mayo de 2011)


Aunque el título pueda sugerir lo contrario, no me refiero con él a la reciente guerra que Occidente empezó a perder el mismo día en que la comenzó, sino a otra que tuvo lugar hace muchos años, cuando Libia se llamaba, en realidad, Tripolitania. Hablo de la Segunda Guerra Mundial. Y de manera más concreta voy a narrar una historia de guerra y amor, porque en el amor como en la guerra tienen lugar los sucesos más extraños y a la vez más excelsos. El ser humano, prendido en las redes de Afrodita o de Ares, es capaz de lo más sublime y de aquello que le niega precisamente su condición convirtiéndolo en inhumano.
La historia me la contó mi amigo Agrippino Birichino un soleado y primaveral día romano, mientras disfrutábamos de un delicioso pasto en «La Taverna», una tradicional trattoria situada en Via del Banco di Santo Spirito, cerca de la Piazza Navona. Después de degustar la inevitable pasta y un absolutamente recomendable Coda a la vaccinara, regados por un caldo Barolo, que no necesito calificar, nos arrellanamos en nuestros asientos para degustar un relajado espresso. Mi buen amigo extrajo del interior de su americana dos habanos y mientras comenzábamos a gozar de sus aromáticas volutas, como si de ellas le viniera la inspiración, me narró la historia que viene al caso.
Durante la campaña italiana en el norte de África, en Tripolitania, Birichino, que había sido movilizado, interrumpiendo así sus estudios universitarios, servía como asistente personal del comandante de artillería Giulio Capasso, que estaba al mando de una unidad de baterías móviles de costa. Un buen día, se divisó en el horizonte una flotilla de la Mediterranean Fleet, compuesta por cuatro destructores y el acorazado Barham, como apoyo a las fuerzas británicas que había a lo largo de la costa africana hasta más allá de Tobruk. Los impresionantes ocho cañones de 381 mm. del Barham descargaron su mortífera metralla sobre la unidad del comandante Capasso, dejando la posición completamente arrasada a sangre y fuego. Tan sólo sobrevivieron mi amigo Birichino, milagrosamente ileso —siempre fue un hombre de suerte—, y Capasso, aunque éste con graves heridas. Tras la desolación inicial, a los dos italianos no les quedó otra salida que huir hacia el interior, con el riesgo que ello conllevaba. En muchos momentos mi amigo tuvo que llevar casi en volandas a su comandante, pues las heridas le provocaron altas fiebres. Tras dos días de deambular por el desierto, prácticamente sin nada que beber ni que llevarse a la boca, se encontraron con una harka de beduinos que les dieron cobijo y les auxiliaron. Pasados otros dos días, aquellas gentes del desierto libio los entregaron a un destacamento británico, ya que las heridas del comandante Capasso requerían un tratamiento que ellos no podían ofrecer.
Así fue como comenzó la extraña etapa de los dos italianos en un campo de internamiento norteafricano bajo el mando británico. Capasso fue llevado directamente al hospital de dicho campo, mientras que Birichino era elegido como enlace con los restantes prisioneros gracias a su dominio de la lengua de Shakespeare. De esta manera, mi buen amigo podía hacer frecuentes visitas a su comandante, por el que sentía verdadera devoción filial. Junto a su lecho le escribía cartas dirigidas a su esposa, Concetta, que le esperaba anhelante en su casa solariega de Treviso. Giulio Capasso siempre le había hablado a Birichino de su esposa como un adolescente enamorado; incluso le había enseñado su foto y la de sus dos hijos. Una mujer de gran belleza, según el parecer de mi amigo. Pero algo extraño y nuevo había sucedido en aquel lugar perdido de Tripolitania. Capasso comenzó a hablar a su antiguo asistente de una tal Gladys, una enfermera irlandesa que le atendía en las curas y le daba sus cuidados. El caso es que mi amigo nunca pudo coincidir en sus visitas con Gladys, pero Capasso sólo tenía palabras para aquella mujer menuda y pelirroja, cuyos ojos grisáceos le habían robado el corazón y la razón, como si de una nueva Circe se tratase. Mientras, como la homérica Penélope, Concetta esperaba fiel y ajena a todo en Treviso.
Llegó el armisticio entre los aliados e Italia, y los prisioneros de aquel campo fueron repatriados en un carguero hasta la base de Tarento, en el tacón de la bota italiana. Desde allí siguió cada cual la ruta que le condujese a su particular Ítaca. Birichino, en un gesto de lealtad y como buen samaritano, quiso acompañar a Capasso hasta Treviso: las heridas habían dejado en él secuelas que así lo aconsejaban. Durante el camino fue haciendo averiguaciones que le llevaban de la sorpresa al estupor. La noche antes de llegar a Treviso, Capasso mostró a Birichino un manoseado sobre que encerraba el historial médico en el campo de internamiento libio, así como el informe psiquiátrico final: Gladys nunca había existido más que en la febril imaginación de Giulio Capasso; el sufrimiento causado por las heridas, la ausencia de su esposa y las altas fiebres le provocaban frecuentes desvaríos, que paliaba imaginando a una cariñosa y solícita enfermera. Su mente había creado a Gladys, y ahora la irreal Gladys se había terminado convirtiendo en la rival de la real y fiel Concetta. Pero, ¿quién puede luchar contra un fantasma, contra alguien que, en realidad, no existe más que en la enfermiza imaginación de un esposo? La verdad es amarga como el café; y con azúcar está peor.
Entretanto, mi amigo y yo ya habíamos salido de la trattoria y dábamos los primeros pasos. Birichino quiso ahorrarme los últimos detalles de esta extraña historia, porque, como me decía, “¿por qué estropear un día tan bello?”. Aquellos recuerdos le habían puesto taciturno. Dio la última chupada a su habano y lo arrojó lejos de sí murmurando: “Porca miseria!”.



  rosen, May 26 2011, 10:33 AM

Yo creo que sí existió Gladys pero que al tener él que marcharse a su casa y ella tener que seguir en el hospital no le quedó más remedio que conformarse y marchar hacia su dulce hogar y quedarse con lo que tenía en casa para no complicarse la vida o bien porque aunque él si estaba por la labor la Gladys en cuestión no lo estaba .
Hay muchos casos así.

  Esteban Calderón, May 27 2011, 09:07 AM

Pues no sé qué decirte, Rosen, porque mi buen amigo no quiso contarme lo que sucedió al llagar a Treviso, pero por el mal humor que se le puso, entiendo que la cosa debió de terminar como el rosario de la aurora. Es bien cierto que jugársela por alguien de carne y hueso se ya un salto cuantitativo de importancia, pero jugársela por alguien que sólo ha existido en la imaginación, es muy fuerte. cray.gif

 
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