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r.a.f...Papá Boneke

Jose Eduardo Padilla, Feb 8 2008, 08:28 PM

Recuerdos alrededor del fuego

5
Papá Boneke

Era un hombre anciano y de gran porte.
A pesar de estar sentado en una caja de madera desvencijada y algo encorvado, su presencia impresionaba y su aspecto transmitía dignidad y nobleza, a la vez que autoridad y bondad.
De cabello canoso y endiabladamente ensortijado. Su semblante mostraba las marcas y las huellas de una larga vida, disimuladas en parte tras una barba blanquecina.
Vestía un simple clothe algo gastado enrollado a la cintura y el resto de su atuendo lo formaba exclusivamente un tosco cayado de madera.
El vello de su torso desnudo y sus piernas, también cano, destacaba por el contraste con el intenso color oscuro de su piel.
Papá Boneke era un anciano bubi y a esa hora de la mañana, aprovechando que la lluvia había cesado, se preparaba para esperar al sol al aire libre, en el lugar que, como pude comprobar más adelante, era su favorito: a la sombra de un inmenso mango que había a la entrada del portón de acceso al patio de los braceros. Allí vivían todos los braceros nigerianos que trabajaban en Obras Públicas, y sus casas se organizaban alrededor de un gran patio central cerrado, con un solo portón de entrada enmarcado por un arco, el portón de Papá Boneke.
Ese día iba yo absorto en mi primera expedición en solitario, escudriñado rincones y apartando matorrales, cuando su presencia me sorprendió súbitamente. Tras un fugaz instante y una vez que me repuse, la situación pasó inmediatamente como por encanto, a su control.
La mirada y la actitud del anciano me despojaron de golpe de mi inseguridad y recelo iniciales.
Su semblante y todo su ser me transmitían una disposición inequívoca de afecto, comprensión, paternalismo y actitud protectora hacía mi persona.
Fue como el reconocimiento intuitivo de un maestro bondadoso y firme. Automáticamente me sentí relajado y oí sus palabras con claridad, por encima de cualquier otro sonido de los alrededores.
Hola “pikin”
Hola
¿Eres el hijo de masa Padilla?, ¿El que ha venido de España?
Si
Yo soy Boneke, y tú ¿cómo te llamas?
Jose, Jose Eduardo.
Muy bien
Y... ¿estás bien?, ¿te gusta Guinea?
Si, mucho.
Y así mantuvimos una breve “conversación” durante la cual, fui adquiriendo gradualmente seguridad. Al final acabé sintiéndome orgulloso y valorando mis posibilidades de relación, y el “don de gentes” que acababa de descubrir en mí.
No había estado mal, porque yo acababa de llegar a una tierra extraña y exótica en la que, si bien me sentía fascinado, atraído y feliz, mi carácter introvertido encontraba también un campo abonado a la timidez en las relaciones. El cambio respecto a Madrid había sido drástico.
Aquel hombre y su breve charla, habían inoculado en mí una alta dosis de auto estima. Era la primera vez que yo hablaba a solas con un guineano de color de tu a tu, y mucho menos con un adulto, y mucho menos con un anciano bubi.

Continué con mi exploración de los confines del recinto de Obras Públicas, pero ya no era lo mismo, indefectiblemente cada pocos pasos procuraba echar la vista atrás y asegurarme de que Papá Boneke seguía allí. A pesar de mi corta edad, me pareció que él también me observaba, aunque creo que con la sutileza y discreción suficientes, como para no hacerme sentir que estaba siendo observado.
Fue en esa segunda parte de mis indagaciones por Obras Públicas esa mañana, cuando mirando a Papá Boneke, ya desde cierta distancia, me di cuenta de una peculiaridad de su cuerpo que me había pasado inadvertida.
Su pierna derecha.
Desde el camuflaje que me brindaba la distancia y algunos matorrales cercanos, observé a Papá Boneke detenidamente. El sol había salido y el hombre se había puesto en pie dando algunos pasos lentamente, ayudado por su bastón. Su pierna derecha era anormalmente gruesa e hinchada. Tenía el grosor de un muslo en toda su longitud, desde la rodilla hasta el pie. Yo no tenía ni idea de que significaba aquello y no había visto nada igual en mi vida, no comprendía como no me había dado cuenta antes, estando a su lado. Seguí observándole un buen rato hasta que escuché una voz que me llamaba. Era un ordenanza del servicio, Simpampa se llamaba, y me avisaba de que mi madre me llamaba para ir a casa a comer.
Rota la magia del momento, decidí ir corriendo a toda prisa a casa. Aquellos confines estaban ya explorados, salvo algún camino seductor que había visto de pasada y que dejaría para otro día. El camino a casa estaba fácil de recordar y mi último acto de conquista era ir como una centella deshaciendo el trayecto hacía casa.

Me senté a la mesa con un apetito voraz.
La mañana, que había empezado plomiza y lluviosa, terminó con un limpio sol radiante y mi encuentro con Papá Boneke, no cesaba de revolotear en mi cabeza.
Comenté mi encuentro con él durante la comida y eso dio pie para que mis padres contaran cosas de él y su vida, ocasión que no desperdicié para escuchar con atención como si se tratara de un cuento infantil.
Boneke era un anciano bubi, ya jubilado, que había entregado a Obras Públicas una vida entera de trabajo y por ello era el veterano del servicio y respetado por todos, desde el más joven de los braceros nigerianos recién llegado, hasta por el ingeniero jefe.
Acorde con la estructura social bubi, sus años y experiencia le convertían en el jefe moral del grupo de trabajadores, y su estatus era el de consejero, sabio del grupo y jefe. Dirimía conflictos y litigios personales, daba consejos a quien los pedía y su opinión se tomaba de hecho, como regla de conducta. Las madres recurrían a él cuando los niños enfermaban y él hablaba con los jefes del servicio para llevarles al hospital. Si un bracero nigeriano tenía un carácter indisciplinado, la última palabra la tenía Papá Boneke, y si reincidía, su opinión era ley a la hora de repatriarle a su país.
En definitiva Papá Boneke era el consejero, el sabio de la tribu, pero adaptado a una nueva vida urbana en Santa Isabel, aunque íntegramente fiel a las tradiciones bubis.
También me enteré de lo de su pierna.
Era una enfermedad llamada Elephantiasis, endémica en algunas zonas de África y de difícil tratamiento. Se estaban haciendo gestiones en España para llevar a Boneke a Madrid y que le examinara un especialista. Las esperanzas, por su edad, no eran muchas, pero le llevarían a Madrid en breve.
Aquello me impresionó y me entristeció en parte, eran muchas emociones en una sola mañana y la enfermedad de aquel hombre al que acababa de conocer, me pareció una injusticia incomprensible para mí.

Me fui a la cama al acabar de comer como dictaba la costumbre, era la hora de la siesta. Intenté distraerme porque no tenía sueño, leyendo unos tebeos, pero no lo conseguía, eran tebeos viejos y ya los había leído varias veces, además, no conseguía dejar de pensar en la pierna de Papá Boneke.
En cuanto sentí a mi padre levantarse de la siesta para ir a trabajar, yo hice lo mismo. Ardía en deseos de volver al patio de Obras Públicas para terminar de inspeccionar todo y desde luego, para ver si veía a Papá Boneke.

Salí a toda prisa, la tarde estaba plomiza y oscura aunque no llovía.
Fui directamente al portón de Papá Boneke y solo tardé unos minutos en llegar.
Pero él no estaba.
Deambulé por los alrededores sin alejarme demasiado, por si era demasiado pronto, pero no aparecía.
Decidí sin más seguir inspeccionando el lugar y de paso hacer tiempo, de forma que di la vuelta al edificio de las oficinas del servicio.
Había montones de golondrinas atravesando el aire, haciendo acrobacias en vuelo rasante y trinando sin parar. También me di cuenta de que los murciélagos, que siempre estaban en las ramas más altas de los árboles, comenzaban a desperezarse y poco a poco iban emprendiendo el vuelo de uno en uno.
Al terminar de rodear el edificio de oficinas, me encontré de frente con el principio de una estrecha senda que, muy empinada, descendía hasta perderse en la vegetación. Me pareció que sin lugar a dudas, descendía hacia una playa, no tenía más remedio que ser así, porque el mar se vislumbraba entre el claro oscuro de la vegetación del fondo.
Era seductora la senda, pero no me decidí a investigarla porque era algo tarde, aquello se merecía una exploración en toda regla y sería mejor por la mañana.
Despacio, inicié la vuelta a casa; obligadamente tendría que pasar por los barracones de los braceros y hacia allí me dirigí sin prisas.
Cuando llegué allí, Boneke seguía sin aparecer, de forma que seguí ruta hacia casa tranquilamente, reconociendo cada rincón, como tomando mentalmente posesión de todo aquello, como el que recorre un rancho comprobando que todo está en orden.

Había decidido, que a la mañana siguiente iría otra vez al patio de Obras Públicas a ver como estaba Papá Boneke.

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Apariencias

Jose Eduardo Padilla, Feb 7 2008, 11:58 PM

El Caso Kronnen


O de como, las apariencias engañan.

Kronnen

James Kronnen era comodoro de inteligencia operativa, de las fuerzas del sector 00234љӨ۩.
Su carrera había sido desde siempre brillante y tras graduarse como oficial a una edad record, inmediatamente ingresó en las fuerzas de intervención directa en la zona de conflicto TEG-5705.
Siempre ascendió por méritos propios en acciones de guerra y su reputación no era solo un dato en el papel, gozaba de la admiración y la lealtad de trillones de entidades superiores inteligentes, BIOΩ, incluyendo la totalidad de las que le conocían, personalmente o a través de los sistemas múltiples de relación sensorial global, SMRSG.
Por fin, después de muchos rotars de tiempo, existía un periodo de tranquilidad y estabilidad sin conflictos en el horizonte del calendario, y eso le permitió por primera vez en su vida: Por una parte dedicarse a la docencia y a la vida familiar, y por otra, participar en los ensayos finales de una tecnología más perfeccionada, que agilizaría los viajes ultra materiales en un 300% y además, interconectada con los conocidos SMRSG.
Desde el final de las hostilidades, séis rotars antes, había pasado al menos tres rotars recibiendo homenajes, viajando y haciendo informes, junto con otros oficiales como él, héroes del conflicto del sector TEG-5705, esto, le había ocupado todo su tiempo.
Los desplazamientos entre Galaxias, aunque rutinarios, no dejaban de producirle un cierto cansancio, acentuado por su desinterés por las motivaciones sociales y políticas de tales viajes.
Su campo era la acción, solo eso, y su convicción de colaborar en la creación de un universo más estable, espoleaban su ánimo y su imaginación. Por eso, la participación en la mejora de la tecnología de desplazamientos ultra materiales, DUבּשּ, le apetecía como objetivo por primera vez en mucho tiempo, tres rotars exactamente.
Lejos quedaban los grandes riesgos de las tres últimas guerras de pacificación en G320, V531 y A557.
Él, era un empedernido aficionado al conocimiento y estudio de la historia del arte de la guerra, un verdadero especialista en el tema. Su biblioteca en la materia, contaba con reproducciones de descripciones de guerras y batallas desde la noche de los tiempos, batallas y guerras cuya ubicación y fecha se desconocían y que nadie sabía a ciencia cierta, la procedencia de los soportes de textos originales, para él, era un divertimento y era reconocida su autoridad en la materia.
Las guerras y conflictos de su espacio y tiempo, eran muy diferentes, se las podía describir como grandes juegos estratégicos de riesgo real.
Proporcionalmente al enorme poder destructivo de las armas y los ejércitos reales, el número de víctimas BIOΩ en cada conflicto, era infinitamente pequeño.
El poder efectivo de las armas que equipaban las naves de las fuerzas de la Gran Cámara Universal, era de tal calibre, que potencialmente podrían desestabilizar el movimiento de una galaxia entera, provocando un desequilibrio tal, que el agujero negro del vórtice central podría engullirla entera y aniquilar cuatrillones de seres BIOΩ, en pocos rotars.
Nunca se había dado el caso, pero teóricamente era así.
El esquema de las guerras de su tiempo era sencillo.
La Gran Cámara Universal poseía billones de datos en tiempo real, de la magnitud y envergadura de la capacidad defensiva de cada galaxia, sector y zona del total del racimo de galaxias conocidas. Cada galaxia, sector y zona, a su vez, compartía idéntica información, cuya ocultación o alteración, era prácticamente imposible.
Cada diez rotars, alguna zona, sector o galaxia entera, podía plantear una reestructuración de poder, vía diplomática en principio, o a través de SMRSG. De no llegar a un acuerdo, podría darse el caso de estallar un conflicto.
El caso de que alguna zona, sector o galaxia, iniciara una revuelta directamente con la acción, no se había dado nunca, porque ello rompía las reglas del juego universal y autorizaba a la Gran Cámara a su aniquilación sin miramientos.
A partir de ese momento, existía un estado de guerra en el racimo de galaxias, con todas sus consecuencias y que implicaba a la totalidad de seres BIOΩ.
Las hostilidades se resolvían con una presencia solo gradual de efectivos reales en el sector, galaxia o zona. En principio solo se planteaba un desplazamiento del 10% de las fuerzas efectivas de la Cámara, a modo disuasorio, a la zona o sector de conflicto. Mientras, los ejércitos disputaban una guerra de estrategia operativa virtual, en la que intervenía todo el personal, desde los simples soldados, hasta oficiales, generales y comodoros. La guerra virtual se desarrollaba en los centros estratégicos al efecto, mediante máquinas analíticas de alta tecnología y ultima generación, que registraban datos en tiempo real y respondían a las acciones que los operadores decidían. Una especie de juego de estrategia colosal, con dos ejércitos reales como jugadores y con una presencia real aunque limitada, de armas, en el teatro de operaciones.
Las fuerzas efectivas se limitaban a tomar posiciones estratégicas de ataque y mostrar su posición en el gran tablero de juego. Raramente se tenía necesidad de pasar al grado 2, es decir, a enviar un 20% de las fuerzas efectivas de ataque, y excepcionalmente en muchos cientos de rotars, se había pasado a grado 3, con un 35% de fuerzas efectivas de ataque en posición. Ese, había sido el caso del último conflicto en la zona TEG-5705, que finalmente no pasó a mayores y solo supuso un balance de cien planetas destruidos y mil millones de víctimas BIOΩ.
Se calculaba que la nueva tecnología de desplazamientos ultra materiales mejorada, DUבּשּ, podría suponer un descenso en el nivel de conflictos de entre un 30% y un 40%, y eso, le merecía la pena.


El viaje
Kronnen llegó puntual a Gaián y solo con dos dirhams de antelación a los ensayos de la nueva tecnología mejorada de viajes ultra materiales, DUבּשּ, tenía en Gaián a uno de sus mejores amigos, John Juram, y le pareció que ambos se merecían esos dos dirhams de ocio para charlar de los viejos tiempos y relajarse.
Juram era de su misma edad y en un momento dado, tras compartir con él los rotars de preparación en el ejército de la Gran Cámara Universal y participar en los conflictos activos V531 y A557, había decidido dedicarse a la puesta en marcha de la tecnología DUבּשּ.
Gaián era un gran planeta del sector 00277љ Ө۩., de la galaxia Esperion.
Era conocido en parte, por su belleza y por lo benigno de su clima, de forma que Kronnen y Juram tenían dos dirhams por delante para disfrutar y descansar sin preocupaciones.
Decidieron perderse en un paraje selvático en el que Juram tenía un refugio junto a un gran río, y allí transcurrieron los dos dirhams disponibles, en los que bebieron, pescaron y recordaron toda su vida juntos, eran más que amigos, eran como hermanos y de hecho Juram, estaba emparejado con una hermana de Kronnen, Pilker, con la que tenía dos hijos que residían en Fleva, un planeta cercano.
Juram estaba entusiasmado con el proyecto DUבּשּ, había dedicado unos buenos rotars a su desarrollo y confiaba plenamente en el éxito de los ensayos, hasta el extremo de aceptar a Kronnen como invitado experimental, su confianza era absoluta.

El momento llegó, Kronnen y Juram, entraron juntos en la sede del Centro Tecnológico de la GCU en Gaián y saludaron a todo el mundo que había acudido al vestíbulo a recibirlos.
Tras una pequeña recepción de cortesía, Juram y Kronnen se dirigieron al recinto abierto del patio central en donde estaba la estación de control y entraron en las instalaciones.
El equipo estaba listo y se enfrascaron en cuestiones técnicas y detalles del ensayo.
La posibilidad de un incidente era mínima y el riesgo, muy cercano a cero.
La nueva tecnología mejorada DUבּשּ permitiría a cualquier entidad BIOΩ, desplazarse de una manera casi instantánea entre cualquier punto de cualquier galaxia del racimo de galaxias conocido, en cuestión de una diezmilésima de rotar relativo, en tiempo real absoluto.
No solo eso, también admitía el viaje en el tiempo, aunque en este caso requería una milésima de rotar relativo. Esto ya era rutinario en la tecnología operativa vigente, pero la novedad de la nueva DUבּשּ, consistía en la reducción de tiempos en un 300%, y en el equipo personal de sensores de rastreo y análisis, así como en el defensivo personal.

En el peor de los casos, Kronnen podía errar en algún lugar y tiempo desconocidos, pero el plazo de vuelta atrás no excedería en cualquier caso, dos dirhams relativos de Esperion. Kronnen tenia experiencia y los nuevos sensores totales, podían superar cualquier imprevisto que amenazara su vida.
El equipo nuevo era fantástico y la miniaturización había alcanzado un grado verdaderamente espectacular, además, el equipo ya había sido ensayado con un porcentaje de éxito del 100%.
El rastreador de entorno era una maravilla, del tamaño de un reloj de pulsera, era capaz de identificar cualquier clase de forma de especie BIOΩ, traducir su idioma, aún en el caso de ser desconocido, y situar exactamente el lugar en el holo galáctico a macro y micro escala. Coordinado con el implante de memoria subcutáneo de su nuca, el equipo hacía de Kronnen una especie de super hombre, eso sin mencionar las capacidades del rastreador, como arma terasónica.
Kronnen conocía todos los detalles minuciosamente desde hacía tiempo, antes de su partida a Gaián, mediante las SMRSG de comunicaciones.
Decidieron por tanto, no demorar los ensayos.
No era en absoluto necesario ningún tipo de atuendo especial, ni cápsula portadora, esa era una de las novedades, y el nuevo giga campo de aislamiento personal era suficiente con creces, para enfrentarse a las condiciones físicas del planeta más inhóspito que pudiera imaginarse.

La prueba
Kronnen se encontró súbitamente en una inmensa y solitaria playa, bañada por un transparente mar esmeralda. Los parámetros de la atmósfera eran positivos y desconectó el campo personal de protección. Tardó unos segundos de tiempo relativo local, en averiguar todo acerca de su localización y entorno.
Estaba en un mediano planeta, de un mediano sistema solar de la galaxia Figierón y en un punto cercano al ecuador. El planeta no tenía nombre conocido porque, el módulo de tiempo le decía que estaba en un tiempo pasado, equivalente a ochenta y tres mil rotars absolutos anteriores.
Esto no le perturbó en absoluto, y se enfrascó en aprender de inmediato todo lo necesario para controlar sus actos y tomar decisiones en caso necesario, de momento estaba aislado, pero no sabía cuanto duraría esa circunstancia.
El tiempo estimado para su involución de retorno, era algo elevado por el retroceso tan alto en la escala de tiempo y lo calculó en tres o cuatro dirhams absolutos, equivalente a tres o cuatro rotaciones planetarias locales.
En veinte minutos de tiempo real local, absorbió la totalidad de los conocimientos existentes acerca del planeta desconocido. Resultó no ser desconocido, sencillamente en su tiempo real absoluto, ya no existía, ni él ni su sol, que por cierto era una delicia de calidez.
Pero había algo que le dejó atónito, acababa de descubrir por azar, el origen de una buena parte de los soportes en texto que describían algunas de las guerras y batallas que más le habían fascinado de su colección. Estaba en un planeta con un cómputo local de fechas relativas que le indicaban el año 2004 y en una zona denominada golfo de México. En el planeta se estaban produciendo en ese momento algunas guerras, pero lo fascinante era, que desde hacía aproximadamente cinco mil años, esa situación había sido permanente.
Decidió relajarse antes de tomar ninguna acción y tras desnudarse, se zambulló en las aguas de las orillas de aquella playa desierta. Sabía que no tenía mucho tiempo, pues la isla, de pequeño tamaño, estaba habitada por seis entidades BIOΩ, semejantes en un 95% a su misma especie y era cuestión de tiempo ser descubierto, cosa que tampoco pretendía evitar.

El contacto
A lo lejos, donde la playa giraba desapareciendo a la derecha, surgieron cuatro figuras humanas que se acercaban, Kronnen descansaba tumbado, dejando que el cálido sol acariciara su piel y secara el agua marina de su cuerpo.
Los humanos llegaron hasta donde estaba, al cabo de poco tiempo.
Hola, ¿Qué tal, como estas?
Hola, bien, muy bien.
¿Eres amigo de John?
Si, conozco a un John.
¿John Davis, el dueño de la isla?
No, John Juram.
¿Cómo has llegado?
Me ha dejado aquí Juram, mi amigo, le pedí que lo hiciera durante un par de días, él ha preferido no venir y me recogerá más tarde, espero que John no se moleste, me apetecía estar solo.
En absoluto, John no se molestará, es un buen amigo.
¿Vienes con nosotros?, estamos acabando de preparar una barbacoa.

El grupo lo componían tres mujeres y un hombre. Kronnen sabía que al otro lado de la revuelta de la playa había dos personas más. Todo el grupo estaba de fin de semana en la isla, propiedad de un tal John, que les había invitado.
Kronnen les acompañó, caminando despacio por la playa en dirección a las cabañas que había a la vuelta de la curva, a unos trescientos metros, disfrutaba de la situación y no tenía nada mejor que hacer.
Antes de doblar la curva de la playa, ya sabía los nombres de sus acompañantes y tenía un retrato psicológico de cada uno.
Maire, de mediana edad, temperamento compulsivo y habladora hasta la saciedad, todo un tratado de psicología de choque, puesta en pié.
Calce, posesiva, inquisitiva y con un volcán de emotividad a punto de estallar.
Marlita, silenciosa, salvo dando sentencias como martillazos y coqueta hasta la enfermedad, también de mediana edad.
Marlano, absolutamente opaco, oscuro, silencioso y de sonrisa enigmática, un portento de recelos y ambigüedad calculada.
Todo un grupo de seres maduros, con una carga de conflictos sin resolver a sus espaldas.
La experiencia prometía.
Kronnen pensó por un momento, la cara de alucinación que esta gente pondría si por un casual, su vuelta instantánea se produjera en su presencia; prosiguió con ellos y llego hasta los bungalows, donde un humear delataba la famosa barbacoa.
Le presentaron a los otros humanos.
Mira, este es Mondragón.
Hola, que tal.
Y esta es Maribel.
Encantado.
Kronnen no podía por menos que extrañarse, sin delatarlo, de la apariencia y atuendos de esta gente.
Mondragón era reservado, soltaba una serie de frases envolventes y esperaba respuestas.
Maribel, se enroscó a su lado y no paró de charlar de nimiedades durante un buen rato.
La verdad es que era una pandilla que, a titulo personal y como factor común, iniciaban la parábola de caída de su existencia vital, con un montón de traumas personales sin resolver, eso le divertía en parte y en parte también, le aburría soberanamente.

Transcurrieron apaciblemente las dos rotaciones previsibles calculadas para suponer que Juram activaría su regreso a Gaián y Kronnen procuró, en ese momento, distraer la atención yendo a pasear discretamente por la zona de la playa donde se produjo el primer encuentro con el grupo.
Había sido una experiencia curiosa, cada miembro del grupo por razones que no entendía, se había tomado durante esos dos días como meta, congraciarse con él en una especie de competición entre ellos. Todo eso a él le traía sin cuidado, habiéndose limitado a contestar ambigüedades o certezas absolutas que ninguno de ellos llegó a entender nunca, enfrascados en su competencia infantil y enfermiza. Su personal apariencia de entidad feliz y controlada, parecía surtir un extraño efecto en el grupo, y detectaba nítida y permanentemente sentimientos de envidia y rencor hacia él por eso.

Efectivamente, el rastreador mostró la señal de código parpadeante y se preparó para el salto. Estaba solo en la playa y estaba preparado.

El Avión
Maire, Marlita, Calce, Marlano, Mondragón y Maribel, regresaban a Miami desde la isla San Martín, en la avioneta de John.
Era un vuelo corto y charlaban acerca de Kronnen.
Kronnen al parecer, había causado una enigmática impresión en todos ellos, una mezcla de atracción, respeto, curiosidad y como remate en la amalgama de sensaciones, odio sutil.
Odio con la excusa de su partida misteriosa sin despedirse, y eso no se lo perdonaban, habían encontrado la razón perfecta para focalizar su envidia latente.
Cada uno, pretendía haber intimado más que ningún otro con él y a lo largo de la charla, pasaban de la alabanza más incondicional a la descalificación más virulenta.
Morlano le comentó privadamente a Maribel, que a su llegada a Miami intentaría recabar datos en internet acerca del misterioso personaje.
¡Seguro que tiene algo que ocultar!, cuando lo averigüe, os lo contaré por e-mail a todos, este no se escapa de rositas.

El museo vivo
Kronnen miró desde lo alto de la colina, por nada del mundo se perdería lo que estaba a punto de ver.
Desde la playa de la isla, había comunicado a Juram, que deseaba probar una nueva pirueta en el experimento en curso, que, a titulo personal le fascinaba, y desde el punto de vista experimental, venía como anillo al dedo para chequear la respuesta del nuevo sistema DUבּשּ.
Desde su colina de avistamiento, como a mil metros, se alzaba una ciudad fuertemente amurallada. En la playa, miles de barcos a vela estaban fondeados y un verdadero ejército a pie, estaba acampado y haciendo los preparativos antes de que cayera la noche. Atendía a los caballos y encendían fuegos en una aparente calma.
Troya encendía sus antorchas en las murallas y con el rastreador enfocando el campamento, distinguió a un personaje enigmático, Aquiles, que parecía hablar con un grupo reducido de jefes alrededor de un recién encendido fuego.
Esta vez, no tendría prisa en retornar a Gaián y:
Juram, estaba de acuerdo.
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La lluvia

Jose Eduardo Padilla, Feb 3 2008, 08:51 PM

Recuerdos alrededor del fuego

4
La lluvia

De mis primeros tiempos en Guinea, solo tengo una colección de sensaciones aisladas e intensas y todas ellas referentes al impacto que la realidad de aquella África me causó.
Hay quien asegura que África embruja, te inocula un elixir contra el que no existe antídoto y cuyo efecto dura toda la vida.
Es cierto. Y yo quedé atrapado por él, desde mi aterrizaje en Santa Isabel.
Mi desarrollo vital estaba en la línea de salida de un auténtico sprint y no debió ser casual que mi avidez por descubrir y asimilar todo lo que me rodeaba, se encontrase de frente con aquel entorno absolutamente inigualable. Me consideré después un afortunado por ello y así lo sigo considerando.
El encuentro con mi familia física pasó a un segundo plano, desde el momento en que me sentí feliz y seguro, en comparación con mi interés por el lugar y su efecto detonante en mi interior. La paz que me supuso el abandono del infierno madrileño, me permitió gozar de una felicidad nunca antes sentida y la observación de mi entorno se convirtió para mi, en una actividad gratificante.
Mi hermano menor tenía apenas dos años y el mediano apenas seis. Ambos eran unos perfectos desconocidos para mí y por la diferencia de edad, a penas compartía juegos con ellos, en una relación que necesitó el lento paso del tiempo para normalizarse.
Mi casa era una casa grande, de techos altos y ventanas verdes de madera, guardadas por hojas de láminas de morera abatibles, que se inclinaban más o menos, con un listón que encajaba en unas acanaladuras a distinta altura en los marcos. Así, protegían del sol y la lluvia. No había cristales y si una tela mosquitera fina, que dejaba correr el aire por toda la casa.
El tejado era de chapa metálica rojiza y el edificio, de dos plantas, tenía dos entradas: una por la calle General Mola, de las más importantes de Santa Isabel, y otra por un patio trasero que comunicaba con el inmenso solar de los tinglados del servicio de Obras Públicas, donde trabajaba mi padre.
Mi padre, ingeniero de Obras públicas, era funcionario y llevaba una vida de duro trabajo desde mi óptica de niño. No recuerdo verle desayunar nunca en casa, se debía levantar a las seis de la mañana y no volvía a verle hasta la una y media en punto;la hora de comer. Después, indefectiblemente, en mi casa se paralizaba toda actividad durante un buen rato, aproximadamente una hora larga, en la que se exigía ritualmente el mayor silencio posible; era la hora de la siesta y mi padre necesitaba ese descanso para retomar el trabajo por la tarde, de forma que no volvía a verle hasta la hora de la cena, a eso de las nueve y media. El verdadero tiempo de ocio que recuerdo de mis padres, consistía en irnos a buscar a mis hermanos y a mí a la Plaza de España para llevarnos a cenar a casa; después de la cena solían ir al cine o a ver a los amigos al Casino.
Llegué a Fernando Poo en el comienzo de la época de lluvias.
He de confesar que aquella lluvia era de tal magnitud, que en los primeros días en que me sorprendió, llegué a temerla precavido. Un día me despertó un verdadero estruendo. Mi casa trepidaba y un ruido incesante, sordo y continuo, hizo que me levantara como un autómata y me sentara en la mesa del comedor a desayunar, somnoliento aún.
Eran las lluvias.
El ruido lo producía el alud de agua batiendo el tejado de chapa y había que elevar por encima de lo habitual el tono de voz, para hablar en casa.
Cuando terminé de desayunar, me levante perezoso de la mesa y fui al salón para observar la calle desde la ventana. La intensa lluvia formaba una cortina que apenas permitía ver con claridad la acera de enfrente de la calle, los coches se abrían paso a través de una verdadera balsa de agua sobre la calzada y vi gente protegerse en algunos casos con enormes paraguas negros y en otros con impermeables. También vi a dos o tres guineanos que andaban ligeros, casi corrían, colocando sobre sus cabezas unas enormes hojas de banano y malanga.
El sofá bajo la ventana, no me dejaba ver bien, así que, traté de buscar otro punto de observación.
Mi casa hacía esquina a dos calles y toda su fachada lateral estaba rematada por una galería que desde el principio se convirtió en mi estancia favorita.
Tenía unos siete u ocho metros de largo, por dos de ancho, en toda su longitud daba a la calle y estaba cerrada por lamas de madera pintada. Bajo las ventanas no había pared, si no una balaustrada cerrada con tela mosquitera. Me asomé por allí y no sabría decir cuanto rato estuve extasiado contemplando el espectáculo de aquella lluvia torrencial, magnifica y espectacular. Toda la acera de enfrente estaba plantada de cocoteros, separados entre si, unos cinco o seis metros. Los troncos se balanceaban con el viento y sus copas parecían tener vida propia, movidas por los remolinos de aire. De vez en cuando, un fuerte ruido llamaba mi atención, eran cocos que caían a la acera zarandeados por el viento.
Mis recelos hacia aquella lluvia desconcertante duraron poco. Pronto sentí que aquella naturaleza no era agresiva. Era vital, cálida, amable y germinadora de vida. Aquella lluvia era un espectáculo en si misma y no tenía nada que ver con la lluvia paralizadora, fría y mortecina de los inviernos de Madrid. En Madrid, esa lluvia me hubiera acarreado una fuete gripe o un constipado, aquí, la temperatura era cálida y la vida no se paralizaba por el hecho de llover.
La época de lluvias duraba desde mayo hasta septiembre, con una leve pausa de unos quince días, hacia la mitad de temporada. Podía llover ininterrumpidamente durante días y días interminables. Otras veces las lluvias se distribuían caprichosamente, llovía por las mañanas y cesaba por las tardes, o viceversa.
Un día me armé de valor y le dije a mi madre que si podía ir a dar una vuelta por el enorme patio de Obras Públicas.
Después de darme un sin fin de instrucciones, recomendaciones y normas, me dejó ir, con un impermeable transparente con capucha que me venía grande, encima de mis pantalones cortos y mi niki de manga corta. Completaban mi atuendo unas botas katiuskas y un palo largo que encontré al salir de casa.
Era la primera vez que salía solo de casa y aunque el patio de Obras Públicas estaba al lado, era muy grande y a mí se me antojaba como un enorme mundo, seductor y atrayente.
A pesar de la lluvia, la sucesión de tinglados cubiertos unos cerca de otros, me permitía quitarme el impermeable y curiosear sin límites.
Había maquinarias abandonadas llenas de herrumbre, miles de enigmáticas piezas metálicas por el suelo, bidones de alquitrán vacíos, y animales, infinidad de animales de todas clases. El patio, que era muy grande y largo, estaba atravesado por un camino de tierra que iba hasta el edificio principal de las oficinas, que también tenía acceso desde Punta Cristina, a la altura de la entrada del Casino.
Nada más salir de mi casa, estaba el taller de reparaciones de vehículos; a continuación la carpintería, uno de mis lugares favoritos, a la derecha, unos soportales de garajes y almacenes. Ya al fondo, en el extremo opuesto, un bonito edificio de dos plantas albergaba las oficinas del servicio y la piscina para niños en la que poco después, pase interminables mañanas.
Toda esa zona estaba urbanizada y repleta de árboles majestuosos.
Había varios mangos, un Ylán-Ylán, un arbol del pan, varios guayabos y muchos otros
Yo, a esas alturas, ya estaba maquinando la forma de construirme un tirachinas. Había visto infinidad de enormes lagartos azules de cabeza roja, multitud de pájaros de todos los tamaños y colores y murciélagos fruteros dormitando en las copas de los árboles.
La aventura era irresistible y no dejaba de buscar una rama adecuada para el tirachinas. Por las gomas no había problemas, había visto muchas cámaras de ruedas apiladas en un rincón de un almacén.
Iba absorto pensando en eso y escudriñando que ramas podrían servirme, cuando de repente me sentí sorprendido por la intensa mirada de alguien que estaba sentado en una caja de madera, a no más de tres o cuatro metros de mí.
No debía sentir la seguridad de no estar haciendo nada indebido, porque mi primera reacción fue de recelo.
Esa sensación desapareció como por encanto en una fracción de segundo, cuando fijé la vista en la mirada de aquel hombre mayor.
Era Papá Boneke, y aún hoy, recuerdo esa mirada como si fuera ayer, como un precioso regalo.

JEP


Recuerdos...a.f.3

Jose Eduardo Padilla, Dec 13 2007, 09:15 PM




Recuerdos alrededor del fuego

3

La isla

En el aeropuerto de Bata debimos estar poco tiempo.
Si el viaje hasta entonces había sido como la visión de una película, en un momento dado la realidad me convirtió de pronto, en protagonista por derecho. Recuerdo que mi madre acabó de charlar con un grupo de personas y poniéndose en pie, me llamó. Salimos del edificio y allí estaba el DC 3, majestuoso, familiar, como un elegante pájaro posado en la pradera y con una escalerilla mucho mas pequeña que la del inmenso Superconstellation. Su cola se apoyaba en el suelo y me recordaba las películas de guerra que había visto muchas veces. Por un momento sentí cierto respeto, aquello me parecía una osadía y aquel vuelo, ya sin marcha atrás, prometía ser toda una aventura real. Aquella sensación me produjo un hormigueo en el estómago.
El asiento que me tocó, tenía ventanilla, supongo que por insistencia mía, estaba bastante inclinado y me rondaba en la cabeza la fantasía de una aventura de la segunda guerra mundial. El pequeño avión comenzó a rodar, más que rodar, era como saltar con tus propias piernas sobre la pradera de la pista, me imaginaba las ruedas dando tumbos y rebotando en cada bache. Pero duró muy poco, pude ver como giraba el edificio del aeropuerto y a la gente despidiéndose con las manos, mientras los motores rugían cada vez más fuerte, el ruido era insoportable. Sentí que el avión ya no giraba, que cada vez iba a mayor velocidad y haciendo más ruido; los motores bramaban y las ruedas ya no rebotaban, era como si arrasaran todo a su paso, cada vez más rápido. De repente, sentí un vacío en el estómago, las ruedas dejaron de trepidar y todo se tornó suavidad, rugiente suavidad, estábamos en el aire.
Antes de que me dispusiera a observarlo todo, el avión cruzó a baja altura la línea que separaba la tierra y el mar en dirección a un horizonte difuso, intangible.
Ahora que lo recordaba, hacía mucho tiempo que no veía el mar, o al menos, que no me fijaba en él. Este era distinto y el avión se elevaba muy despacio, como no queriendo separarse demasiado de él, como dándome tiempo para mirarlo. Inmenso, salpicado de lentejuelas de sol destellando sobre un manto azul verdoso, que paulatinamente se tornaba en gris plomizo, cuanto más a lo lejos miraba. Noté de pronto que el cielo también cambiaba en la lejanía. De jirones azules y manchas caprichosas de calima blanquecina, se tornaba a lo lejos en nubarrones, blancos los más cercanos y grisáceos oscuros al fondo, íbamos directamente hacia ellos.

Cuanto más libre volaba mi mente, más cambiante se mostraba el trayecto. Me sorprendí rodeado de lleno por una espesa masa de nubes, el mar había desaparecido y solo fugazmente aparecía, lejano ya, a nuestros pies, entre algunos claros despejados.
Debí estar absorto un buen rato, porque recuerdo que súbitamente me sorprendí con la mirada clavada en una imagen fija, algo inesperado. Parecía un espejismo en la lejanía, flotando en el espacio, algo irreal, solo una silueta difuminada, etérea, sobre espesos mantos de oscuras de nubes. Sin duda alguna, aquello era tierra y parecía la cima de una enorme montaña. Me acomodé en el asiento y traté de escudriñar aquello con más atención, pero, como por arte de magia, se fue desvaneciendo lentamente. El avión llevaba tiempo dando una amplia curva y volvió a internarse en la maraña de nubes, mientras se empezaban a notar turbulencias y una sensación de descenso lento.
Años después supe, que aquella fue mi primera visión consciente del Pico Basilé, Pico de Santa Isabel o, de ley, el Mpotó mou masá, la morada del Dios supremo según los nativos bubis de la isla.

Debíamos estar ya a baja altura porque el mar se hizo visible y cercano, esta vez era de un gris plomizo y algo revuelto. A cada rato, un hormigueo en el estómago delataba un nuevo descenso y en el horizonte, entre brumas, empezó a perfilarse una franja oscura, confusa al principio, pero que con seguridad era tierra.
La franja se acercaba y poco a poco fue adquiriendo relieve, diferenciándose claramente del mar.
Seguro que andaba mordiéndome las uñas, aquella tierra venía hacia mí a pasos agigantados y antes de que pudiera poner en orden mi cabeza, ya se distinguía nítidamente la inmensidad del bosque, puntitos blancos salpicados entre el verdor y algún barco pequeño cerca de la costa. La masa verde, ascendía desde la orilla del mar y se elevaba hasta perderse entre una amalgama de nubarrones oscuros, ya por encima de nosotros, que cubría todo el cielo que mi vista alcanzaba.
No hubiera podido prestar atención a cualquier otra cosa que me rodeara, estaba hipnotizado. Todo ocurría demasiado rápido. El avión dejó lentamente de virar y volaba ya muy bajo, parecía poder tocarse el mar y distinguí algunos barcos pequeños y un par de cayucos cerca de la orilla.
Una pequeña ciudad hizo su aparición.
Todo era verde, y tamizado por una luz blanquecina de cielo nublado. La ciudad se encaramaba en lo alto, abrazando una bahía en la que había un par de barcos grandes y el mar se tornó tranquilo y de un profundo verde grisáceo.
Hiladas de palmeras y tejados rojos que casi se podían tocar. Todo era enigmático y parecía estar dispuesto meticulosamente allí, para ser contemplado bajo un manto de densas nubes cargadas, que parecía que iban a dejar caer un estrepitoso diluvio de un momento a otro.
Al poco tiempo, solo podía ver por la ventanilla una muralla vegetal de inmensos árboles, apiñados ordenadamente en la linde de un bosque espeso, apenas a unos metros de la misma orilla de la pista de hierba.
El avión parecía querer llamar mi atención insistentemente, los motores parecían rugir más que nunca y se sentían ruidos sordos y vibraciones. El gran pájaro se preparaba para tocar tierra y parecía querer decirme algo, arrancarme de mi apego a la ventanilla.
…………………Tierra.
Si, definitivamente, una trepidación familiar e inconfundible se hizo notar, habíamos tocado tierra, esa tierra…………………...
Súbitamente regresé al interior del avión, no había mirado dentro desde que despegamos de Bata. Mi madre empezaba a manipular la presilla del cinturón, mientras el avión cabeceaba de vez en cuando y parecía oscilar las alas en un vaivén de derecha a izquierda, suavemente. El pasillo de butacas, se tornó inclinado una vez más y el ruido de los motores se hizo más soportable.
Como todo lo que me sucedía últimamente, fui consiente de forma brusca, de algo que me produjo una cosquilleo eléctrico en todo el cuerpo.
Había llegado.
Estaba allí.
Lo que había deseado durante las eternas noches de invierno, había sucedido.
Madrid, había dejado de existir, desvanecida en la negrura más profunda del olvido. El presente estaba ahí y era alucinante, fantástico, y como un regalo desconocido.
Mi cabeza hervía y las sensaciones, alegrías, dudas y temores, se disputaban mi atención. Era paradójico que en aquel momento singular, me asaltaran temores, pero así era. De pronto, pensé en algo fuera de lugar tal vez, pero que me preocupaba.
No estaba yo acostumbrado, por mi carácter, a hacer amigos con facilidad.
Había pasado cinco o seis años en una especie de exilio forzoso y eso me había conformado un carácter esquivo, tímido e introvertido.
De todas formas, aquellas divagaciones que intentaban disputarse el protagonismo en mi cabeza, tuvieron que dejar paso a la realidad, porque la gente estaba ya de pie en el pasillo del avión y la portezuela estaba abierta. Mi madre me cogió de la mano y me dejó salir de mi asiento, situándome en el pasillo inclinado delante de ella, hacia la cola.
Avanzamos despacio y salimos al exterior. Mi madre me señaló a alguien al pie de la escalerilla, mientras me decía algo al oído.
Era un hombre delgado, alto y elegante.
Pantalones largos y estrechos de color beige, zapatos blancos, una sahariana blanca de manga larga por fuera, tez morena con un fino bigote, salacoft, y una justa sonrisa.
¡Mira, ahí está tu padre!




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Recuerdos alrededor del fuego(2)

Jose Eduardo Padilla, Nov 17 2007, 10:57 AM

2

Me resulta extraño, recordar las emociones de un niño de once años desde la perspectiva del presente, aún tratándose de emociones intemporales que al revivirlas, te transportan al mismo instante en que se produjeron. Es extraño también, como consigues sin esfuerzo, despojarte al instante del bagaje personal con el que los años te han cargado y desnudarte hasta la inocencia, para disfrutar con los recuerdos del niño que, agazapado, está en el fondo contigo mirándote y escuchando tus palabras hoy.
Vagamente recuerdo, el viaje en Avión a Guinea en el verano de 1961. Debió de ser en un majestuoso cuatrimotor Superconstellation de Iberia. El viaje era interminable y generalmente había que hacer dos escalas, una en Las Palmas, en la que unos viajeros se quedaban y otros embarcaban, y otra en Accra, ya felizmente en suelo africano, a un pequeño salto de Guinea.
Si recuerdo, el trepidar del tren de aterrizaje en el aeropuerto de Bata, la zona continental de Guinea, entonces provincia de Rio Muni. Por aquel entonces los vuelos a Guinea terminaban allí y para llegar a Santa Isabel, había que coger otro vuelo de unos cuarenta minutos, a bordo de un recoleto, magnífico, y majestuosos bimotor DC 3.
Mi primera impresión al sobrevolar Guinea, ya a muy baja altura, fue como una potente y silenciosa revelación interior, que siempre desde entonces me acompañó, a donde estuviera. Estaba absorto, embrujado y mentalmente solo, contemplando aquel infinito manto verde que se mostraba debajo de nosotros. Hasta donde alcanzaba la vista y ya difuminado en la calima del horizonte, la inmensidad del bosque no tenía fin. Aquí y allá se veían ascender diminutos arabescos de humo de las hogueras de algún poblado casi oculto por la espesura. Una ancha cinta plateada en la lejanía, se acercaba cada vez más y dibujaba la silueta de un río serpenteante, que trataba de abrirse paso entre las murallas de vegetación de sus dos orillas. Era como ver una película y yo me sentía diferente, un privilegiado que no salía de mi asombro. Mi mente estaba acelerada y percibía las imágenes con avidez, a cámara lenta, saboreando cada instante.
Una zona despejada que parecía un inmenso prado, trajo nuevamente mi conciencia a la realidad, la tierra parecía acercarse al avión inexorablemente, la impresión de la bajada se sentía en el corazón y casi se podía tocar ya la hierba; una bandada de ibis blancos levantaba el vuelo alborotada desde el bicoro. En breve, las ruedas rebotaron con estrépito en suelo guineano, el avión entero trepidaba y parecía que iba a desencajarse en cualquier momento en mil pedazos.
El mágico olor del aire.
Un olor propio, inconfundible, y que se me quedó grabado para siempre en lo más profundo de mi mismo. Eso fue lo que nunca olvidaré, de ese mi primer regreso a Guinea. Lo sentí desde el momento en que se abrió la portezuela del avión y comencé a bajar por la escalerilla. Olor intenso a tierra fértil, a mar y a bosque, a hierba y a fruta madura, olor ancestral, el olor de África. El color de la luz, los sonidos, la humedad, la atmósfera y el calor, dibujaban una percepción completa. Allí estaban algunos nativos de piel oscura, con su personal forma de andar, sus ropas blancas y su extraña lengua. Sus palabras se oían nítidas, claras y cercanas, todo lo que se oía, tenía su lugar sin distorsiones ni fragores a calles atestadas; estaba en otro mundo. Un mudo nuevo, bienvenido, absolutamente distinto y mágico, justo el mayor contrapunto posible que hubiera podido imaginar en las noches de invierno de aquel otro mundo que había dejado atrás, apenas unos días antes.
La infancia es mágica y en ella solo existe el tiempo del presente, para mi en aquellos momentos solo existía ese día encantado, solo el presente, del que me estaba impregnando minuto a minuto.
Tomamos algún refresco, seguramente fanta, en el bar del aeropuerto. Los taburetes, las sillas de madera, la barra del bar y aquellos ventiladores en el techo en los que me fijaba por primera vez. Todo me resultaba extraño y remotamente familiar a la vez, chocante, diferente y atractivo. Señores mayores con pantalón corto y calcetines blancos, largos hasta la rodilla, y salacoft, charlaban en la sala del bar. Aquello, sin duda era diferente y yo no paraba de descubrir con cada mirada, la existencia de algo nuevo para mi.
Había unos nativos, sirviendo detrás de la barra y con aspecto de estar desbordados por el ajetreo. Debían ser las doce o la una del medio día y dentro del aeropuerto se estaba bien, los ventiladores hacían su trabajo y movían el denso aire húmedo, preñado del olor a tierra y a madera. Fuera, el sol caía a plomo, tamizado por una ligera calima guineana que convertía en verde rabioso todo el horizonte, hasta donde alcanzaba la vista.
Pensaba de repente, en los amigos que había dejado en el colegio de Madrid. ¿Qué pensarían si me vieran en este escenario?, posiblemente no podrían ni imaginar algo parecido. También pensaba en como sería mi vida en Guinea. Solo recordaba vagamente a un conocido de mi edad, Augusto, que era de suponer estaría en Santa Isabel. Entre neblinas, le recordaba con sus padres visitando un día mi colegio de curas, una imagen fugaz, apenas hilvanada. Yo, nunca había tenido la habilidad de encajar fácilmente con nuevas amistades, y mi experiencia en Madrid me había vuelto poco comunicativo, tal vez por la falta de códigos en común con la gente que me rodeaba en el colegio. Eran divagaciones que, tal y como vinieron, desaparecieron.
El ronroneo del DC 3 en la cercana pista de hierba y un olor a combustible, me hizo volver a la realidad.
Aún tenía que llegar a Santa Isabel para terminar mi viaje, y ver a mi padre y mis hermanos, pero en unos momentos estaría en el DC 3 rumbo a mi casa y a mi ciudad.
Este era un presente magnífico, el pasado solo era un mal sueño, y respecto al futuro, más allá del día siguiente, simplemente no pensaba en él, sucedería en Guinea y eso era suficiente para mi.
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Mi amiga

Jose Eduardo Padilla, Nov 9 2007, 07:30 PM

Lo publiqué hace tiempo en el foro.
Un dia de estos es la festividad de Santa Isabel, y esto, es una sensación que ahora traigo a este espacio más personal.

A mi amiga


Mi hogar cuando por primera vez
Apenas aprendía a andar
Mi balcón cuando por primera vez
Apenas aprendía a mirar
Mi cómplice cuando aprendía a amar
Apenas por primera vez

A veces lucias tu infinito verde pardo
Cielos grises y oscuros, sofocantes y enfadados
Y tus tejados como tambores improvisados
Batían al ritmo y el fragor de un tornado
Otras, lucias como en un gran lienzo pintado
Carmines y blancos de mil verdes salpicados

Santa Isabel de noches profundas
De indolente y calurosa negrura
Adornada con mil candiles de ámbar
Como frágiles luciérnagas lejanas
Y quedabas así en la bahía reflejada
Engarzada desde lejos tu figura
Como perlas de luz en la noche oscura

Santa Isabel de mañanas bulliciosas
De calles soleadas y acacias en flor
De olor a hierba recién chapeada
Y a retazos, de cacao secado al sol
De acogedores soportales sembrada
Refugios del poderío de tu implacable sol
Y del capricho de tus tardes lluviosas

Las mañanas y tus tardes competían
Para ofrendar a tus aires perfumados
Y confabuladas, las dos se sonreían
Bajo la mirada de tu noche soberana
Las tardes, aromas a Ylán - Ylán traían
Y las mañanas a panecillos horneados
Yo nunca elegía, era tu aire y eras mía

Tardes finalmente en calma y sosegadas
Por los vuelos de tus golondrinas cantadas
De partidas del sol entre tus nubes rasgadas
Como despedidas tristes de un galán a su dama
Por tener que esperar para verte, hasta otra mañana.

Santa Isabel, hoy estoy en ti
Y ayer y mañana, porque nunca me fui
Lo que soy solo es posible
Porque se conformó creciendo en ti
Y se que soy y he sido libre
Porque solo soy aquello que aprendí
Arraigando mis raíces para siempre, en ti


Recuerdos alrededor del fuego

Jose Eduardo Padilla, Oct 13 2007, 01:05 PM

1
Mi primer recuerdo de niño es el de un aire cálido y húmedo, con un denso aroma a tierra fértil, a hierba recién chapeada y a cacao en el puerto. Día de cielo plomizo amenazando lluvia y preñado de olor a papaya, aYlán-Ylán y a mango.
Solo son fotos fijas; ahora el suelo de teca de la cubierta del barco y en él un tren de madera de colores; ahora el trasiego de gentes y el chirrido de la pasarela de hierro y madera; ahora en brazos de mi madre, el verde pardo infinito del bosque a la orilla misma del puerto, como una muralla serpenteante entre las casas de Santa Isabel, mi ciudad de África y mi hogar.
Tenía unos seis meses y nunca he podido olvidarlo, a pesar de que mis siguientes recuerdos son de bastantes años después.
Entre uno y otros, apenas vislumbro vagamente la orilla de una carretera en Moka con el aroma de la hierba y el color verde rabioso salpicado de rocío, de unos helechos brillando al limpio sol.

Estamos en 1950 y las circunstancias que hicieron a mi familia arribar a esta isla perdida de África, tienen que ver con los desarraigos y calamidades de una pos guerra civil.
Sé que mi tía Pradito, por entonces con veinte años, vivía en casa y padecía tuberculosis. Eso, hizo que mis padres decidieran enviarme a pasar temporadas intermitentes en España. Aparece así el lienzo de mis recuerdos, con algunas zonas iluminadas, aisladas entre un resto de brumas inescrutables. Algunos recuerdos de Zamora con mi entrañable tía Cuqui, que me hizo más llevadera la separación de mis padres, y no mucho más.

Mi último episodio vital del que tengo recuerdos más precisos, es el de mi estancia en Madrid, en el colegio de los Escolapios, en él pasé interno dos cursos, ingreso y primero de bachillerato. No fue esa una época feliz de mi vida y recuerdo con alegría el final del curso de 1961, cuando mi madre vino a Madrid a recogerme, para volver esta vez, definitivamente a Guinea, a Santa Isabel, a África, a mi hogar.

Alguna vez he reflexionado acerca de la ausencia de recuerdos en una etapa tan dilatada de mi vida, de los seis meses a los nueve años, pero he superado hace tiempo esa curiosidad que llegó a obsesionarme. Obviamente no hay recuerdos que afloren con alegría y por lo que deduzco, están bien allí donde estén.

Ese día de finales de junio de 1961 en Madrid, era un día soleado, de aire limpio y brisa cálida, pero agradable. Mi madre, impecablemente arreglada, me recogió en el colegio, en la calle Donoso Cortés, con la sonrisa y la vitalidad que siempre iban con ella, recuerdo que fuimos de compras y tomamos un refresco en alguna terraza madrileña al aire libre.
Yo, rebosaba íntimamente de una alegría y euforia desbordantes, aunque no la exteriorizaba en absoluto. Era feliz de estar con mi madre, pero había perdido la naturalidad y los códigos de trato con ella, en cierto modo era una extraña con la que me costaba exteriorizarme. En ese momento eso era lo que menos me preocupaba, en realidad nada me preocupaba, por primera vez desde que yo podía recordar.
Dejaba atrás un lugar en el que solo tenía vivencias de soledad y frialdad, emocional y física. Madrid, con sus largos y fríos inviernos, habían marcado mis dos últimos años de existencia reciente, toda una vida a los once años, y el solo hecho de abandonarla me hacía inmensamente feliz.
Ante mi, se dibujaba un futuro fantástico en una tierra que no reconocía bien, pero que había añorado intuitiva e intensamente esos dos últimos años. Para mi era una tierra mítica, mágica y exótica, ignota para mi realmente y paradigma del lugar en donde estaban mi padre, mi madre y mis hermanos pequeños, en definitiva mi casa, y el contrapunto del lugar que estaba ese día abandonando. Eso era más que suficiente para desear ir a ella lo más rápido posible.
Si hay momentos cercanos a la felicidad absoluta en la vida, ese para mi fue uno de ellos, el primero del que recuerdo tener conciencia plena.

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El caso Kronnen(2)

Jose Eduardo Padilla, Dec 7 2006, 09:15 PM

El Caso Kronnen

(2)



James Kronnen era comodoro de inteligencia operativa de las fuerzas del sector ß.2234.67

Su carrera había sido desde siempre brillante y tras graduarse como oficial a una edad inusualmente joven, ingresó inmediatamente en las fuerzas de intervención directa de la zona de conflicto TEG-7505.

Siempre ascendió por méritos propios en acciones de guerra y su reputación no era solo un dato en el papel, gozaba de la admiración y lealtad de trillones de entidades superiores inteligentes, BIOΩ, incluyendo la totalidad de las que le conocían personalmente, o a través de los sistemas de relación sensorial global, SMRSG.

Por fin, después de muchos rotars existía un periodo de estabilidad sin conflictos en el horizonte del calendario y eso le permitió, por primera vez en su vida: Por una parte dedicarse a la docencia y a la vida familiar y, por otra, participar en los ensayos finales de una tecnología perfeccionada, que mejoraría los teletransportes en un 300% y esta vez en conexión con los SMRSG.



Desde el final de las hostilidades seis rotars antes, había pasado al menos tres, recibiendo homenajes, viajando y presidiendo actos junto con otros oficiales como él, héroes del conflicto del sector TEG-7505, cuestión que le había ocupado todo su tiempo.

Los desplazamientos entre galaxias, aunque rutinarios, no dejaban de producirle un cierto cansancio, acentuado por su desinterés por las motivaciones sociales y políticas de tales viajes.

Su campo era la acción y solo su convicción de colaborar en la creación de un universo más estable, espoleaban su ánimo y su imaginación. Por eso, la participación en la mejora de la tecnología de teletransporte ultra material, DUבּשּ, le seducía como objetivo, por primera vez en mucho tiempo.

Lejos quedaban los grandes riesgos de las tres últimas guerras de pacificación en G320, V531 y A557 del conflicto TEG 7505.

Él era un empedernido aficionado al conocimiento y estudio de la historia del arte de la guerra, un verdadero especialista en el tema. Su biblioteca en la materia contaba con reproducciones de descripciones de guerras y batallas desde la noche de los tiempos, batallas y guerras cuya ubicación y fecha se desconocían en muchos casos, así como la procedencia de los soportes de archivos originales.

Para él suponía una profunda afición y era reconocida su autoridad en la materia.

Las guerras y conflictos de su espacio y tiempo, eran muy diferentes. Se las podía describir como grandes operaciones estratégicas en tiempo y riesgo real, con armas de una sofisticación y tecnología punteras. Pero a él le fascinaban sobre todo, las motivaciones primigenias y básicas de la guerra, innatas a todos los seres BIOΩ y que habían resultado ser inmutables a grandes rasgos desde la noche de los tiempos conocidos.

Se enfrascó en el repaso de un texto en formato cuantum- ß que ya conocía, pero que era uno de sus favoritos.

Su singularidad estribaba en que, existían opiniones cualificadas que creían firmemente, que se trataba de un relato del origen de la situación embrionaria que podía describir el principio del éxodo desde un planeta mítico, de los también míticos primeros colonos BIOΩ de la galaxia VL3-ά, origen arcaico de la expansión primigenia de su propia especie.

Lo había releído muchas veces y tomado notas al margen, en sus borradores de soporte físico.

El creía en la posibilidad de que el planeta fuera Gaia, planeta mítico y legendario de cuya existencia y posición en VL3-ά no se habían podido obtener pruebas reales, pero la idea le fascinaba.

Lo leyó otra vez, muy despacio con la mente abierta:



HA COMENZADO LA III GUERRA MUNDIAL

Convengamos, a modo de inicio, una definición de guerra acorde con la evolución de los tiempos.

Guerra:

Conflicto violento entre dos o más grupos humanos, encaminada a conseguir la dominación de los vencedores sobre los vencidos.

La vertiginosa evolución científica, material y tecnológica del ser humano, no ha corrido paralela con una evolución mental y moral, que se mantiene fiel a unos principios naturales y primarios de índole puramente animal:

1-La supervivencia.

2-La reproducción.

3-La dominación del resto de especies, incluidos los especimenes de la especie propia.

El tercer principio es específicamente humano y se da cuando los dos primeros están asegurados.



Las guerras han acompañado al hombre desde que este existe y forman parte de nuestros orígenes y, si algo no lo cambia, de nuestro futuro.

La acomodaticia y sedentaria sociedad actual, condiciona nuestras respuestas cerebrales y hacen que asociemos inmediatamente el concepto de guerra con las imágenes bélicas tradicionales; soldados, barcos, cañones y bombas.



Esta III Guerra mundial es mucho más sofisticada y depurada.

Después de la I y la II guerras mundiales, ha habido infinidad de guerras locales más o menos virulentas; Vietnam, Camboya, Corea, etc, pero sin el alcance de la que nos ocupa, solo de carácter experimental y de alimentación a la industria bélica.

La evolución de los tiempos y las altas tecnologías, han permitido la evolución de los mecanismos clásicos de la guerra y la posibilidad de la puesta en práctica de la verdadera III guerra mundial, que se presenta sigilosa, soterrada y sutil, siendo esta una de las armas más poderosas y efectivas con las que se cuenta y que, por otra parte, resulta ser clásica en el arte de la guerra: la sorpresa, la emboscada y la ignorancia total del ataque, por parte de los atacados.

Situemos el marco, los actores y las circunstancias



Teatro de operaciones:

El planeta entero.



Intervinientes:

Inconscientes: La humanidad entera

Conscientes: Los atacantes. Una parte minúscula de esta, pero poseedora de la inmensa mayoría de los medios materiales, la tecnología y la riqueza.



Declaración de guerra:

Inexistente.

Los atacados no son conscientes de ello, salvo una minoría intelectual o tecnócrata, incapaz de liderar una reacción de grupo. La masiva ocultación de la información y la previsible incredulidad universal, lo hace inviable.



Atacantes:

Una oligarquía o élite minoritaria que posee más del ochenta por ciento de las riquezas del planeta y ostentan por tanto un poder casi absoluto del potencial de ataque y dominación.

No representan más del 1/10.000.000 de la población (uno por diez millones).



Armamento:

Poseen tres armas suficientes.

De una parte:

1-Un capital de magnitud inconmensurable, que les permite haber dominado previamente a capricho, el aparato económico mundial, el mercado global.

De otra:

2-Los sofisticados medios de telecomunicación, que les permite la toma instantánea y en tiempo real de decisiones y la intercomunicación de sus escogidos miembros.

De otra:

3-El dominio y posesión exclusiva de la información. Esta última arma les ha permitido a lo largo de las últimas décadas preparar el caldo de cultivo apropiado, previo a las operaciones de ataque definitivas.



Cuartel general de operaciones:

Múltiple y disperso en centros neurálgicos de posición desconocida en el planeta. Los medios de comunicación de que disponen lo permite y la población mundial es ignorante y dado el caso, potencialmente incrédula de su existencia.

El camuflaje es magistral.



Objetivos:

La dominación absoluta y definitiva del resto de miembros de la especie y por tanto del planeta entero, por primera vez en la historia.

Definitivamente muy simple:

Extinguir definitivamente a la clase media y a cualquier otra, intermedia entre el poder y el asalariado.

Conseguir que la totalidad de la humanidad posea unos medios mínimos de vida, dependientes de ellos y, por tanto, garantizar la imposibilidad de una resistencia.

Una humanidad absolutamente esclava, dependiente y sin capacidad de respuesta, prisionera de sus necesidades de subsistencia que ellos administrarán.

Una inmensa clase trabajadora sin capacidad de maniobra y a su servicio.

En definitiva una aspiración atávica del ser humano:

EL PODER ABSOLUTO.



Estrategia:

Elemental y simple.

Dado que no hay declaración previa de guerra, y que esta se prevé fulminante, la estrategia se refiere al periodo previo al desenlace final.

Décadas antes y basándose en las limitaciones culturales y psíquicas del ser humano medio, se procede a una intoxicación masiva en los medios de comunicación, ya de su propiedad.

Se vende un estado del bienestar al que se invita a tomar parte a los miembros de los países más desarrollados, creando una necesidad artificial desproporcionada basada en una legítima aspiración individual. A cambio va creciendo una subliminal dependencia individual que cada vez afecta a más ciudadanos.

El poder del mercado global es de tal magnitud, que engulle la soberanía de los estados.

Gradualmente se ha conformado un mercado global y "libre"que va marcando implacablemente los ritmos, ajeno absolutamente a la participación en él del ciudadano medio y también, definitivamente, de sus gobiernos.

El poder de la oligarquía elitista, crece poco a poco y sus miembros van siendo cada vez menos numerosos y poseedores de mayor PODER.

El mundo primitivo de los "bloques" e ideologías es un obstáculo que se devora paulatinamente.

Para conseguir los objetivos se necesita un mundo "global" y despejado, idea que se difunde en los medios de comunicación masivos, propiedad exclusiva de la oligarquía, como la panacea y consigna máxima de la libertad.

Una vez desmantelado el telón de acero, el teatro de operaciones estaba listo para comenzar paulatinamente con la recta final del plan previsto.

Hay excepciones de más lenta erradicación ante las cuales solo hay una estrategia posible: incluir a sus más poderosos miembros en la élite pre-formada.

No estamos hablando de una guerra convencional entre países o ideologías, estamos hablando de una guerra entre una ínfima minoría de individuos, poseedores del 80% de la riqueza del planeta y el resto de la humanidad.

La "globalización" ha funcionado y en esa oligarquía que se conforma tienen cabida individuos de cualquier etnia, país o región, Chinos, Estadounidenses, Rusos, Saudíes, Japoneses y un corto etcétera, el único requisito es haber escalado poder en los mercados y dominar una porción considerable de los bienes económicos mundiales.

A finales de la década de 2010, el teatro de operaciones está listo y el grupo de élite está prácticamente definido.

Una minoría de alrededor de 500 personas, domina absolutamente el mercado global.

Todos los medios de comunicación son suyos.

Todas las materias primas también.

La intoxicación mediática sistemática y el alud de datos de información general, hace invisible cualquier aviso proveniente de individuos inteligentes que, generalmente acaba perdida en unos sistemas de difusión de escasa relevancia.



El nuevo Orden previsto:



Una élite de personas poseerá el 100% de la riqueza del planeta:

Todos los medios de producción.

Armas

Investigación.

Farmacología

Tecnologías

Agricultura

Todas las materias primas.

Todas las comunicaciones.

TODO EL PODER

El 99,99% de la humanidad estará inmerso, por fin, en una auténtica globalización.

EL PODER le suministrará un medio de vida media, perfectamente evaluada, que le garantizará un trabajo y una remuneración suficiente, para cumplir sus propios objetivos.

El mercado, antigua herramienta que permitió el fin que se consiguió, desaparecerá y con él las antiguas normas de mercado "libre". La demanda es constante y conocida y la oferta es calculada y medida a voluntad.

El inmenso esfuerzo encaminado a la consecución de este fin, ha puesto al planeta al límite de sus posibilidades de extracción y regeneración.

Esta idea no es nueva y formaba parte de los hipotéticos "daños colaterales", pero se presenta en este nuevo orden como un hecho incontestable e irreparable, incompatible con la esencia del nuevo orden y su permanencia dilatada en el tiempo.

Muy posiblemente solo haya un horizonte:

El agotamiento definitivo de la capacidad de regeneración del planeta y por lo tanto una carrera tecnológica contra reloj para que la élite triunfadora y sus familias, consigan abandonarlo a tiempo, que conllevará una sangría de mano de obra.

La victoria del Nuevo Orden es real pero las consecuencias también y sus posibilidades de durabilidad son una incógnita que no se sopesó correctamente.



Notas del texto original:

Datos en 2002

-Las 500 personas más ricas del mundo superan en ingresos a los 410 millones de personas más pobres.



-2.500 millones de personas están afectadas por la pobreza extrema, es decir, viven con menos de dos dólares al día.



-El 10% de los adultos más ricos del mundo, acredita un 85% del total de la riqueza mundial. En contraste, la mitad de la población adulta en el mundo posee escasamente 1 % de la riqueza mundial.



Notas de Kronnen:

del planeta

(Pudiera ser Gaia)

¿Chinos, Estadounidenses, Rusos, Saudíes…?

(pueden ser organizaciones o grupos)

Datos en 2002- década de 2010

(imposible situar las fechas con relación al tiempo actual)

desmantelado el telón de acero

(es necesario intentar interpretarlo mejor)



Importante hablar con Sauznner, pudiera ser útil, usar el nuevo analizador experimental.