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> GUINEA-FERNANDO POO. Recuerdos al amor de un fuego en África.
Jose Eduardo Pad...
mensaje Oct 23 2017, 10:15 AM
Publicado: #1


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Hola amigos.
Por fin y después de tres años, entre escribirlo y editarlo, está listo el libro sobre Guinea del que, creo, os adelanté algunos retazos hace tiempo.
El titular es Héctor López-Arango, enorme y cercano amigo mio desde que nacimos, y al que podría definir como mi alter ego cool.gif wink.gif

El libro se titula: GUINEA-FERNANDO POO. Recuerdos al amor de un fuego en África.
Y es precisamente eso mismo.
Tiene formato de novela y, por tanto, alguna licencia a la ficción.
No obstante, su mayor parte es absolutamente real y narra las aventuras, emociones y percepciones de su protagonista, Héctor, desde sus seis meses, en que llega a Santa Isabel en el Poeta Arolas, hasta sus dieciocho años holgados, en que ha de regresar a la Península a finales de septiembre de 1968....para reanudar sus estudios en la universidad.
Si "el sistema" me lo permite, os dejo imagen de su portada y contra portada.
Más adelante os dejaré por aquí retazos del libro.

En Facebook existe un perfil de amigos que se llama "SOMOS UNA FAMILIA GUINEANA". HE DEJADO ALLÍ ESOS MISMOS RETAZOS PERO, MI ADMIRACIÓN Y LEALTAD POR ESTA PÁGINA, ME OBLIGA A TENER INFORMADOS A LOS AMIGOS ESCOGIDOS QUE APARECEMOS POR AQUÍ DE VEZ EN CUANDO.

un abrazo a todos.....

PD
Quizá, la imagen haya de colgarla en la galería.......el sistema no me deja......



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Es nuestra, está viva y es por Guinea
Abrazos
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Jose Eduardo Pad...
mensaje Oct 23 2017, 10:35 AM
Publicado: #2


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1
Una noche de 1970

Pantano de Bolarque - Guadalajara - España
20 años

Eran los días previos a la Navidad de 1970 en España.
Hacía un frio gélido que congelaba el aliento, el aire estaba en calma y el cielo, lavado y cristalino, era una bóveda negra y profunda en la que brillaban millones de estrellas.
Hacía un buen rato que mis dos amigos se habían quedado dormidos en la tienda de campaña, y yo, sin saber por qué y a pesar del agotamiento de toda la jornada, me había desvelado y salido al exterior.
Habíamos ido de acampada libre para pescar en el pantano de Bolarque, en pleno mes de diciembre, y allí estábamos, congelados bajo tres mantas, con dos jerséis cada uno y pegados unos a otros dentro de la tienda. Hasta que sentí la necesidad de salir y ver el cielo infinito de aquella noche oscura y sin luna.
Estaba absolutamente desvelado, y mis amigos absolutamente dormidos.

Salí de la tienda y estiré las piernas, subí la cremallera de mi grueso jersey de cuello alto, y me envolví con una pesada manta todavía caliente.
El fuego del que habíamos disfrutado antes de recogernos en la tienda, hacía horas que se había extinguido, y los rescoldos permanecían cubiertos con pesadas piedras que pusimos al retirarnos. Pero aún se vislumbraban algunas brasas entre los resquicios, y habíamos tenido la buena idea de acopiar un buen número de troncos de todos los tamaños para pasar la noche.
Me armé de valor y descubrí los rescoldos de nuevo.
Removí las brasas, apilé algunas ramas delgadas sobre ellas y coloqué un par de troncos medianos, sobre los que puse otro más grande y recio.

Habíamos dejado fuera una tumbona corta de aluminio plegable. La extendí mientras el fuego comenzaba a reavivarse y me acomodé en ella, tapándome con aquella manta veterana hasta el mismo borde de mi pelo, que en aquellos días llevaba más largo de lo habitual.
El fuego no tardó en cobrar vida y comenzó a iluminar tímidamente la negrura que me rodeaba, las cercanías del lugar en el que estábamos acampados en solitario, sintiendo de inmediato su luz y su tibieza en mi cara.
Me encontraba inmerso en la oscuridad de aquella noche limpia y fría. No había nadie en varios kilómetros a la redonda, a esas horas, y la soledad era profunda, palpable y bienvenida.

Cuando comencé a sentir de verdad el calor reconfortante de aquel fuego, en la piel de mi cara y en mis manos, alcancé la petaca de whisky de malta irlandés y encendí un Coronas negro, ambas cosas de forma mecánica, una especie de rito espontáneo no calculado.
…Y me sentí muy extraño, raro, inexplicablemente inquieto y despierto.

Guarecidos en la tienda, habíamos escuchado música en el magnetofón Siera que traje de Santa Isabel; habíamos reído, habíamos disfrutado y habíamos hablado hasta caer rendidos los tres a la vez.
No había mirado la hora, pero debían ser las dos de la mañana y me extrañaba sentirme así. En absoluta vigilia y sin rastro de cansancio, pero raro, intranquilo, y sin imaginar a qué se debía aquel insomnio repentino, fuera de lugar en una ocasión como aquella.
Bebí un segundo trago de whisky y dejé la petaca en el suelo.
Me había relajado un poco y me dispuse a disfrutar pausadamente del Coronas.
Y así, me fui dando cuenta de que me apetecía dejarme envolver por el embrujo de las llamas, que iban creciendo y comenzaban a tener cuerpo y energías propias. Me llamaban, me hipnotizaban, y su embrujo me atraía como siempre ocurría. Sí, como siempre, eso no había cambiado…

Dejé de pensar y fijé la mirada en el corazón incandescente de aquel fuego.
Me acomodé en la tumbona, estiré las piernas, y regulé el respaldo para no forzar la postura y mirar cómo crecían las llamas.
El fuego ya tenía vida, respiraba, cambiaba, palpitaba y latía como un ser vivo; desprendía su aroma especial y crepitaba. Su chisporroteo, armonizaba con los débiles sonidos de la vida aletargada de los bosques de alrededor, ahora y aquí hirsutos y ateridos por el frio. Bosquecillos de robles, enebros y encinas hibernados, como yo mismo, pero sutilmente latentes y vivos.

El Coronas se consumió. Yo seguía con mi enigmática vigilia, y presentí que aquel fuego era la razón de todo.
Le había dado vida esa noche y en ese momento por alguna razón, y permanecer frente a él era lo único que yo deseaba hacer a partir de ese momento.
Y pensé en algo, que casi había olvidado y que aquel fuego no anunciado me recordó. Dejarme llevar por él, atender la llamada de lo inverosímil, atrapar la razón oculta de lo sutil y extraordinario…de lo no planeado.
Recordé eso y sentí con claridad que esa era la respuesta.
El fuego estaba ahí para mí y sólo era el principio, era agradable y era yo. Era mi fuego, como siempre había sido desde que podía recordar.
Recordar…sí, recordar…

Bonita palabra y potente el impulso de hacerlo en ese momento.
Porque todo estaba ahí, en aquel corazón rojo incandescente, vibrante, purificador, intangible y poderoso. La memoria completa de mis raíces, el origen de mi bagaje vital y el mensaje directo, al centro de todo lo que yo había sido y era.
El fuego me hablaba de hacer una pausa, de la toma de conciencia de un potente pasado y de una fuerza ilimitada para cualquier futuro.
Y supe que esa era, claramente, la razón de la extraña vigilia de aquella noche desnuda.

Hacía rato que había cerrado los ojos, y sólo el calor en mi piel de aquel fuego, el crepitar de las llamas en mis oídos, y el tenue rumor de una sutil brisa de invierno recién llegada, conformaron el marco en el que dejé mi mente en blanco por completo.
Muy despacio, un vacío apacible entre dos mundos, dio paso a un caleidoscopio de todos los colores y, finalmente, a una imagen familiar perfilándose entre neblinas y brumas…
Una sensación sólida, potente y preñada de un pasado vertiginoso, base y motor de todo futuro; se adueñó por completo de mí en aquel presente.
Y no dudé en dejarme envolver por las brumas y sentir lo que desearan mostrarme al desvanecerse porque, fuera lo que fuera, lo deseaba.

Y sé que sonreí en mi interior, cuando aquella neblina comenzó a desvanecerse…despacio, muy despacio, poco a poco...
Y acompañado por el calor del fuego en mi semblante, abstraído y relajado por completo, me dejé llevar lentamente por los recuerdos que comenzaba a distinguir entre velados tras las brumas...despacio, con mi mirada anclada en aquel fuego y lentamente, muy lentamente…

(Disculpad, pero el formato queda algo alterado con este editor de texto......)


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Es nuestra, está viva y es por Guinea
Abrazos
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