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Esteban Calderón

MI AMIGO PINO

En un escrito anterior me quejaba de algunas servidumbres del otoño, mas, si queremos ser justos, y como toda verdad poliédrica, también tiene su faceta recomendable. Es tiempo de pasear orillando las aceras cubiertas del oro de las hojas, testimonio de otras primaveras, y de rescatar de entre los fríos la imagen cálida de los amigos. Uno de mis mejores amigos se encuentra lejos y por eso en este tiempo se le recuerda más, sin la posibildad del encuentro frecuente. Me estoy refiriendo a Agrippino Birichino, un viejo amigo italiano, que por edad podría ser mi padre y que se empeña en que le distinga con el tuteo y llamándole simplemente Pino. Bajo su venerable aspecto de senador de la antigua Roma se esconde uno de los espíritus más inquietos y vivaraces que jamás haya conocido. Rebasada la edad administrativa que marca la ley, lejos de estar "in pensione", se mantiene en activo como profesor emérito de Historia de la Antigüedad. ¡Y por muchos años! Pino vivió aquellos años convulsos y fratricidas de la Italia involucrada en la Segunda Guerra Mundial y su terrible postdata de postguerra. Su arraigado espíritu romano, el espíritu de aquellos que llevaron a Roma a la cima de la Historia, se impuso a las dificultades. Espíritu crítico y transgresor donde los haya, tras concluir la carrera y ya ligado a la Universidad romana, se marchó a París a ampliar sus conocimientos y a ampliarlos en Historia de las Ideas. Aquella Sorbona sacudida por el mayo del 68 no sorprendió a Pino, que ya intuía lo que se cocía en las aulas parisinas. Allí el joven Pino conoció a Sartre y a Camus, y confraternizó con la hornada de noveles profesores franceses de aquella revolución. Pero como no todo el monte era orégano y la revolución a palo seco no se dirgiere bien, Pino empezó a frecuentar otros ambientes, digamos, alternativos. Es decir, se dejó cautivar por la noche parisina y los ideales empezaron a decaer un poco. En aquel ambiente nocturno del barrio latino conoció a una "go-gó" con la que compartió apartamento y lecho durante una larga temporada. Poco a poco le fue perdiendo el pulso a la "revolución". Es lógico, mi amigo solía amanecer sobre la una del mediodía y la "revolución" tenía lugar a eso de las 11, porque tampoco era cosa de madrugar mucho. Cuando Pino llegaba a las barricadas, ya no había barricadas y los jóvenes revolucionarios estaban tomándose ya las cervezas del aperitivo en cualquier plaza de la bella Lutecia.
Perdido el tren de la revolución y concluidos sus estudios, Birichino regresó a su puesto de trabajo en Roma. Pero algo había cambiado en él: se había marchado un "enfant terrible" y regresaba un "bon vivant". Su experiencia de joven concienciado me la resumía así en cierta ocasión: "Caro amico, quien a los veinte años no es de izquierdas, es que no tiene corazón; quien a los cuarenta sigue siéndolo, es que es idiota". Pino suele ser así de concluyente en sus afirmaciones. Su espíritu en ocasiones cínico no le hace desentenderse de la política, pero sí que la pasa por un corrosivo e irónico juicio. Una vez me explicaba de la siguiente manera el hecho de que Italia las crisis de gobierno fueran continuas. "Mira Stefano --decía--, los italianos hemos comprobado que sin gobierno el país sigue funcionando sin menoscabo..., así que ¿para qué queremos gobierno?".
Pino vive en una preciosa "villa" por la zona de Vía Aurelia, a espaldas del Vaticano. En realidad, se trata de la herencia familiar de su esposa, Paola, hija de nobles y adinerados padres. En aquel remanso de paz y tranquilidad Birichino se dedica a sus lecturas y a los muchísimos libros y artículos que publica habitualmente; todo ello bajo el cuidado atento de su esposa y de Cármine, una especie de "boy" a la italiana que lo mismo es ayuda de cámara, que cocinero o que jardinero. Es como su "alter ego" hasta en la edad. Cármine debe estar más cerca de los ochenta que de los setenta, pero sigue ocupándose de la intendencia y cocinando con el primor los mismísimos ángeles. El cuidado y solicitud con que atinede las rosas del jardín es difícilmente igualable. Pues bien, en aquella "villa" romana he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida. No hay como sentarse en un sillón junto a la chimenea, bien comido y bebido por Cármine, y disfrutar del placer de una larguísima y amena conversación con Pino. Como conversador no tiene precio. Es agudo, divertido, profundo y siempre tiene capacidad para sorprender. En una ocasión, mientras degustaba una copa de "Cardenal Mendoza" --no puedo ir a Roma sin regalarle una o dos botellas de este coñac--, disertaba sobre la personalidad de Julio César. La conversación se convirtió en charla y la charla en disertación. Pero el calorcito de la chimena, los efectos del excelente vino de Friuli ingerido durante la comida y los vapores del "Cardenal Mendoza", provocaron todos juntos y a una que mi amigo fuese perdiendo la disertación en un hilo de voz que de repente se cortó en seco: dormía profundamente. Aquella incómoda situación duró tal vez un minuto o dos, pero a mí se me antojó eterna. De repente, Birichino dio un respingoy me preguntó: "¿Por dónde íbamos?". "Me hablabas de César...", dije. "¡Ah, sí!", reconoció. Apuró el último trago de coñac y, acercando su gran humanidad al borde del sillón, me miró fijamente, hizo una pausa y me espetó: "Caro Stefano..., César era un 'grandissimo' gilipollas". Y cambió de tercio.
Birichino tiene dos hijos de Paola que ya vuelan solos, uno en la Universidad y el otro como periodista en la televisión de Berlusconi. Y digo de Paola, porque también tiene una hija ilegítima con una conocida actriz italiana, hoy ya casi retirada de las pantallas. Siempre fue un seductor, en el sentido amplio del término, pero también en el concreto del juego amoroso. Sirva de ejemplo lo siguiente. Pino es un buen conocedor de nuestro país. De hecho, yo le conocí en el transcurso de un congreso en Oviedo, y ya en la Vetusta de Clarín me demostró el gran interés que siempre tuvo por nuestra sociedad y sigue de cerca nuestro devenir político y social. Aunque, lo cierto --y a esto íbamos-- es que hay dos cosas, por encima de todo, que le apasionen: nuestros buenos caldos y Aitana Sánchez Gijón. Sobre la actriz me dijo una vez: "Merecería ser italiana; parece una condesa toscana". En otra ocasión, siendo aún joven, vino desde Roma a Barcelona en una "Lambretta" para ver jugar en el campo de Sarriá a Di Stefano --el fútbol es otra de sus pasiones, aunque no suele confesarlo--. La fortuna se mostró esquiva y, a la vez, complaciente con el joven Birichino, porque, tras largo viaje, Di Stefano no pudo jugar por lesión, pero nuestro amigo quedó cautivado por el juego de otro gran jugador de aquel R. Madrid: "Pancho" Puskas, aquel mítico "10" apodado "Cañoncito Pum" por su potencia de disparo. Ya en el ocaso de su carrera, tuve la ocasión de verle jugar en directo y, pese a frisar los cuarenta, marcó un golazo desde más de 40 metros. Pino siempre ha vivido la vida con pasión y sin importarle las cortapisas. La distancia no fue impedimento para su vieja "Lambretta" ni para mitigar su interés.
Pero si hay algo realmente digno de ser visto son las conversaciones de Birichino con un amigo de su infancia y viejo compañero de pupitre. Me refiero a monseñor Leone, un prelado doméstico del Vaticano con el que suele departir a menudo. Sus paseos por la rivera del Tíber darían de sí para una colección de libros y yo, particularmente, daría cualquier cosa por asistir a las conversaciones de estos dos viejos amigos, tan diferentes y, a la vez, tan entrañablemente unidos. Una vez Pino me confesó algo y por primera vez pude atisbar un Birichino desnudo ante la verdad. Por lo visto monseñor Leone le había hablado del daño que los pecados de su vida pasada habían causado en algunas personas. Aquel día mi amigo se mostraba pensativo y taciturno. "Es verdad, caro amico, que los pecados del corazón y sus aledaños, aunque esos aledaños se encuentren hacia el sur de mi humanidad, han hecho daño al prójimo, pero monseñor Leone no ha reparado en mis otros pecados, aquellos que sin duda más me han atormentado a lo largo de mi existencia: los de mi vanidad".

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