Mi infancia tiene nombres: Rio Muni, Santa Isabel, Ekuko,
Ebibiyin, el bosque Fang, los pamues, y el cuento de una boa que devoraba el cielo.
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Mi mundo era una playa de arenas infinitas, palmeras que se doblan hasta alcanzar la orilla de un océano único sin horizonte alguno y un niño de piel negra dormido sobre el tronco sus bracillos colgando sobre el añil del agua.
Mi mundo era esa playa. Los niños calabares desnudos en la espuma y miles de cangrejos brotando entre mis dedos como corales rojos y una barca sin remos que avanza hacia nosotros cargada con la pesca del sol y la alegrÃa.
Guinea era mi mundo. Un viejo paraÃso poblado de serpientes, tiburones azules, y hausas de colores sentados a la puerta y al calor de mi madre. Mi mundo era la selva y un elefante herido.
Un rÃo y los cayucos sorteando los cuerpos de hipopótamos grises. Y quedarnos absortos oyendo los tambores que anuncian nuestro paso camino de un poblado donde aguardan los viejos y sus viejas historias de bosques y elefantes que van hacia la muerte.
Oler los cafetales, escuchar el estrépito enorme de los pájaros y oÃr la algarabÃa de los pequeños monos que brincan por los árboles.
Y ver cómo maduran la yuca y la malanga y devorar el jugo de un coco entre las manos y bailar un balele a ritmo de tambores al compás de la selva y sus tristes aullidos.
Aquel era mi mundo, especial y distinto, y no habrá ningún otro ni yo seré la misma
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Elsa López
Guinea Ecuatorial 1943
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