Escrito por Francis Gracián
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Se perdió. Como la infancia que va quedando atrás. Era un sonido fijo en el entramado de la vida.
Acompañaba el sueño y la vigilia de los hombres; el juego de los niños.
Hasta los más pequeños distinguÃan la voz plateada de distintos toques: A rebato de incendio, a muerto, a Gloria…
Con el paso del tiempo marcaba sólo el paso de las horas; de las Horas sagradas; y la vida se desmigaba en gajos ordenados. Y el tañido traÃa los olores a cirio y flor en la Semana Santa. --  --  --  --  En mi mente pervive aquel recuerdo: la llamada al Rosario de la tarde; el toque a la conciencia de lo interno, a lo esencial del hombre y de la vida.
Cuántas veces, volviendo en algún tren - a lo lejos, Madrid, cercano, un pueblo- sonaba una campana, y de repente callaba el charloteo que viajaba también, inevitable; y, del bolsillo, manos campesinas sacaban un rosario. Unos pocos kilómetros de calma y nos sentÃamos algo más cercanos al Dios que hay en nosotros.
La voz de la campana; cuántas veces paro mis pasos intentando oirla. . . --   --   --   -- Campana de alguna aldea que abrazaba con ternura mi paso por la llanura castellana, sobria y pura.
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Francis Gracián 6 de marzo de 2010
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