Escrito por Francis Gracián
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La noche lentamente dio paso a la mañana;
y enmudeció de súbito la voz en mi garganta.
Despertaron los pájaros, callaron las cigarras; el navÃo en el puerto en sombras esperaba.
La bahÃa se tiñe de sueños y desganas, y se rompen sin plazos antiguas esperanzas.
Asoman los perfiles allá en Punta Fernanda de las risas que antaño nuestra niñez dejara.
Los Enriques al barco marciales flanqueaban; como si en vez de islotes escoltas se pensaran.
Esconden la tristeza que en sueños se agazapa, y en silencio se tienen: firmes, como dos guardias. Allá en Punta Cristina el sol se levantaba, y el aire tiene acentos de endechas desoladas.
Miro por vez postrera la iglesia iluminada, por las rosadas luces de la última alborada.
Sus torres quietamente me abrazaban el alma, y respondo en susurros con lágrimas calladas.
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Mi infancia se ha escondido para no ver la marcha, y temo que ya nunca pueda volver a hallarla.
El barco lanza un grito de voz desesperada, que vuelve, en lejanÃas de selva impenetrada.
El adiós los cayucos escriben en el agua; y en el cielo, las nubes; y la lluvia, en la cara.
Se me ha quedado yerta la voz en la garganta; y volviéronse azules las frases color grana.
En la estela del barco los recuerdos nadaban; y una estampa en los ojos el dÃa troquelaba.
Mi secreta bahÃa tantas veces soñada, como ayer te recuerdo: te llevo en la memoria y la mirada.
Francis Gracián
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